Elon Musk

Elon Musk


11. La teoría del campo unificado de Elon Musk

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La aparente crueldad de Musk como gestor encontró un ejemplo señalado a principios de 2014, cuando despidió a Mary Beth Brown. Describirla como una auxiliar de dirección leal sería quedarse corto. Brown se sentía a menudo como una extensión de Musk; era la única persona que interactuaba con todos los mundos de este. Dio su vida por Musk durante más de una década, viajando de ida y vuelta entre Los Ángeles y Silicon Valley todas las semanas y trabajando hasta bien entrada la noche, sábados y domingos incluidos. Brown fue a ver a Musk y le pidió una remuneración al mismo nivel que el de los altos directivos de SpaceX, ya que se ocupaba de gran parte de su agenda en dos empresas, se encargaba de labores de relaciones públicas y a menudo tomaba decisiones comerciales. Musk le respondió que se tomase un par de semanas de vacaciones y que él mismo se ocuparía de sus tareas para valorar el esfuerzo implicado. Cuando Brown regresó, Musk le dijo que ya no la necesitaba y pidió al ayudante de Shotwell que empezara a organizar su calendario de reuniones. Brown, dolida pero aún leal, no quiso hablar conmigo de aquello. Musk dijo que ella se había acostumbrado demasiado a hablar en su nombre y que, francamente, necesitaba tener vida propia. Hubo rumores de que Brown y Riley no se llevaban bien y que aquella fue en el fondo la causa del despido de Brown[9]. (Brown se negó a que la entrevistase para este libro a pesar de que se lo solicité varias veces.)

Fuera cual fuese el motivo, la imagen que dio aquella situación fue horrible. Tony Stark no despide a Pepper Potts. La adora y la cuida durante toda su vida. Es la única persona en la que puede confiar realmente, la única que ha estado a su lado contra viento y marea. Que Musk estuviera dispuesto a dejar marcharse a Brown con tan pocas contemplaciones fue un escándalo para el personal de Tesla y SpaceX, y la confirmación definitiva de su cruel estoicismo. La marcha de Brown se sumó a las leyendas sobre la falta de empatía de Musk y a las historias sobre su tendencia a echar a los empleados unos rapapolvos tremendos y a tirarles pullas salvajes. Y la gente relacionó ese tipo de comportamiento con otras rarezas de Musk. Era sabido que se obsesionaba con las erratas en los correos electrónicos hasta el punto de que no podía ver más allá de los fallos y leer el contenido de los mensajes. Incluso en las actividades sociales, Musk era capaz de levantarse de la mesa sin dar explicaciones y salir a mirar las estrellas, simplemente porque no estaba dispuesto a soportar tonterías ni charla intrascendente.

Tras sumar todos estos detalles de su comportamiento, docenas de personas compartieron conmigo su conclusión de que Musk se encontraba en algún punto del espectro autista y que tenía dificultad para tener en cuenta las emociones de los demás y preocuparse por su bienestar.

Existe, especialmente en Silicon Valley, una tendencia a etiquetar como autistas o afectados por el síndrome de Asperger a las personas que son un poco diferentes o raras. Es psicología de salón aplicada a afecciones que son difíciles de diagnosticar y hasta de definir. Adjudicarle a Musk esa etiqueta parece superficial y poco serio.

Musk se comporta con sus amigos cercanos y su familia de forma diferente a como lo hace con sus empleados, incluso con aquellos que han estado trabajando a su lado durante mucho tiempo. En su círculo íntimo, Musk es una persona cálida, simpática y profundamente emotiva[10]. No participará en conversaciones intrascendentes como preguntarle a un amigo cómo están sus hijos, pero hará todo lo que esté en su considerable poder para ayudar a ese amigo si sus hijos están enfermos o tienen problemas. Protegerá a toda costa a las personas cercanas a él, y si lo considera necesario, intentará destruir a quienes le hayan ofendido a él o a sus amigos.

El comportamiento de Musk se ajusta mucho más a lo que los neuropsicólogos describen como un superdotado. Se trata de personas que en su infancia muestran una capacidad intelectual excepcional y obtienen puntuaciones máximas en las pruebas para medir el CI. Es bastante habitual que estos niños observen el mundo, encuentren defectos —fallos en el sistema— y construyan en su mente formas lógicas de arreglarlos. Para Musk, la ambición de garantizar que la humanidad se convierta en una especie multiplanetaria surge en parte de una vida en que la ciencia ficción y la tecnología han sido fuerzas determinantes. También es un imperativo moral que se remonta a su infancia. En cierto modo, esta ha sido siempre su misión.

La vida de Musk parece obedecer en todas sus facetas al intento de aplacar una especie de depresión existencial que lo desgarra. Ve a la humanidad como algo que se autolimita y está en peligro, y quiere arreglar esta situación. La gente que propone malas ideas en las reuniones o comete fallos en el trabajo se interpone en el camino hacia su objetivo y lo ralentiza. No lo disgustan como personas. Se trata más bien de que sus errores le hacen daño: son el motivo de que la humanidad siga en peligro. Su aparente falta de empatía es un síntoma de que Musk se siente a veces como si fuera el único que comprende realmente lo urgente que es la misión. Es menos sensible y menos tolerante que los demás porque es mucho lo que está en juego. Los empleados tienen que ayudar a resolver los problemas aplicándose al máximo; de lo contrario, deben quitarse de en medio.

Musk ha sido siempre bastante sincero al respecto. Ha rogado a la gente que comprenda que su objetivo no es prosperar en el mundo de los negocios. Está intentando resolver problemas que lo han angustiado durante décadas. En nuestras conversaciones, Musk insistía una y otra vez en ese detalle, y en el hecho de que sus reflexiones sobre los automóviles eléctricos y el espacio vienen de antiguo. Esas mismas pautas son visibles también en sus actos. Cuando Musk anunció en 2014 que Tesla pondría en código abierto todas sus patentes, los analistas no sabían si se trataba de un truco publicitario, si ocultaba segundas intenciones o si sencillamente era una trampa. Pero para Musk la respuesta es evidente. Quiere que la gente fabrique y compre automóviles eléctricos. El futuro de la humanidad, tal como lo ve, depende de ello. Si poner en código abierto las patentes de Tesla significa que otras empresas podrán fabricar vehículos eléctricos más fácilmente, entonces es beneficioso para la humanidad, y las ideas deben circular libremente. Los cínicos se burlarán, y es comprensible. Musk, sin embargo, está programado para actuar de esa forma y suele ser sincero —probablemente demasiado— al explicar lo que piensa.

Las personas más cercanas a Musk han aprendido a tratar con esa forma de pensar[11]. Comparten su visión y a la vez lo desafían intelectualmente para completarla. Cuando en una de nuestras cenas me preguntó si creía que estaba loco, se trataba de una prueba. Habíamos hablado lo suficiente para que él supiera que me interesaba lo que hacía. Había empezado a confiar en mí y a abrirse, pero quería asegurarse —por última vez— de que yo entendía de verdad la importancia de su misión. La mayoría de sus amigos cercanos han pasado pruebas más grandes y exigentes. Han invertido en sus empresas. Lo han defendido de las críticas. Lo ayudaron a mantenerse a flote en 2008. Han demostrado su lealtad y su compromiso con la causa.

La gente en la industria tecnológica suele comparar la determinación de Musk y su grado de ambición con los de Bill Gates y Steve Jobs. «Elon tiene la comprensión profunda de la tecnología, la actitud sin trabas de un visionario y la determinación para perseguir objetivos a largo plazo que comparten los otros dos —explica Edward Jung, un niño prodigio que trabajó para Jobs y Gates y acabó como arquitecto principal de software de Microsoft—. Posee la sensibilidad hacia el cliente de Steve y la capacidad de Bill de contratar a personas competentes en áreas que quedan fuera de su zona de confort. Uno casi desearía que Bill y Steve hubieran engendrado un hijo mediante ingeniería genética, y, quién sabe, quizá tendríamos que obtener el genotipo de Elon para ver si eso es justo lo que ha pasado.» Steve Jurvetson, el especialista en capital riesgo que invirtió en SpaceX, Tesla y SolarCity, trabajó para Jobs y conocía bien a Gates, y también describe a Musk como una mezcla mejorada de ambos. «Al igual que Jobs, Elon no soporta a los jugadores de tercera o cuarta categoría —explica Jurvetson—. Pero yo diría que es más amable que Jobs y un poco más refinado que Bill Gates.»[12]

Pero cuanto más sabe uno sobre Musk, más difícil resulta clasificarlo entre sus pares. Jobs es otro director general que dirigió dos grandes empresas que cambiaron sus industrias, Apple y Pixar. Pero ahí acaban las similitudes prácticas entre los dos. Jobs dedicó mucha más energía a Apple que a Pixar, a diferencia de Musk, que ha dedicado el mismo esfuerzo a Tesla y a SpaceX, a la vez que reservaba para SolarCity cualquier resto de energía que le quedase. Jobs era famoso por su legendaria atención a los detalles. Pero nadie, sin embargo, se atrevería a sugerir que supervisaba las operaciones cotidianas de sus empresas con el mismo celo que Musk. El enfoque de Musk tiene sus limitaciones. No es tan hábil con el marketing y la estrategia aplicada a los medios de comunicación. No ensaya las presentaciones ni pule los discursos. Improvisa la mayoría de los comunicados de Tesla y SpaceX. Es capaz de dar una noticia realmente importante un viernes por la tarde, cuando es muy probable que pase desapercibida porque los periodistas se han ido a casa a pasar el fin de semana, simplemente porque en ese momento ha terminado de redactar el comunicado de prensa o quiere empezar a trabajar en otra cosa. Jobs, en cambio, trataba cada presentación y cada aparición en los medios como algo precioso. Musk no puede permitirse el lujo de trabajar de ese modo. «No tengo días para practicar —afirma—. Tengo que hablar improvisando, y los resultados pueden ser variables.»

En cuanto al detalle de que Musk esté guiando la industria tecnológica a nuevas alturas, como Gates y Jobs, los opinadores profesionales no se ponen de acuerdo. Para algunos, SolarCity, Tesla y SpaceX no constituyen realmente una gran esperanza para una industria a la que le vendrían bien unas cuantas innovaciones exitosas. Para otros, Musk es auténtico, la estrella más resplandeciente de una revolución tecnológica que está a la vuelta de la esquina.

El economista Tyler Cowen —que en los últimos años ha conseguido cierta fama por sus perspicaces artículos sobre el estado de la industria tecnológica y sus ideas sobre su futuro— pertenece al primer grupo. En The Great Stagnation [«El gran estancamiento»], Cowen lamenta la ausencia de grandes avances tecnológicos y la ralentización de la economía estadounidense, situación que ha acarreado una bajada de los salarios. «En sentido figurado, la economía estadounidense ha disfrutado de los frutos que cuelgan de las ramas bajas como mínimo desde el siglo XVII, ya fueran tierras gratis, gran cantidad de mano de obra inmigrante o nuevas tecnologías poderosas —escribió—. Pero en los últimos cuarenta años, esos frutos se han comenzado a agotar, y hemos empezado a fingir que aún siguen ahí. No hemos comprendido que nos hallamos en una meseta tecnológica y que los árboles están más desnudos de lo que nos gustaría creer. Ahí está el problema.»

En su siguiente obra, Se acabó la clase media, Cowen pronostica un futuro nada romántico, en el que la brecha entre los que Tienen y los que No Tienen será enorme. A su juicio, los grandes avances en inteligencia artificial tendrán como consecuencia la desaparición de muchos empleos de alto nivel. Será un entorno propicio para individuos brillantes capaces de complementar a las máquinas y de trabajar en equipo con ellas. En cuanto a las masas desempleadas… Bueno, muchos acabarán encontrando trabajo al servicio de los que Tienen, como niñeras, asistentas y jardineros. Si algo de lo que hace Musk puede cambiar el rumbo de la humanidad y dirigirlo hacia un futuro más benévolo, Cowen no ha dado con ello. Tener ideas que representen un auténtico avance es mucho más difícil en la actualidad que en el pasado, según Cowen, porque ya hemos explotado el grueso de los grandes descubrimientos. En una comida en Virginia, Cowen describió a Musk no como un inventor genial sino como alguien que buscaba llamar la atención, y ni siquiera era muy bueno en ello. «No creo que a mucha gente le importe lo de ir a Marte —dijo—. Y parece una manera muy cara de utilizar cualquier avance que se pueda obtener de ello. Después oyes hablar del Hyperloop. No creo que tenga la menor intención de construirlo. Hay que preguntarse si no se trata únicamente de hacer publicidad de sus empresas. En cuanto a Tesla, puede funcionar. Pero no deja de ser una forma de desviar los problemas. Sigue haciendo falta generar la energía. Es posible que sea menos audaz de lo que la gente cree.»

Estos sentimientos no se alejan mucho de los de Vaclav Smil, profesor emérito de la Universidad de Manitoba. Bill Gates considera a Smil un autor importante por sus trabajos sobre energía, medio ambiente e industria. Una de sus últimas obras es Made in the USA, un recorrido por las glorias pasadas de la industria estadounidense y su lamentable caída posterior. Cualquiera que crea que Estados Unidos está embarcado en una transición inteligente de la fabricación industrial a los empleos mejor pagados en tecnologías de la información debería leer este libro y echar un vistazo a las consecuencias de este cambio a largo plazo. Smil presenta numerosos ejemplos de cómo la fabricación industrial produce innovaciones importantes y crea un enorme ecosistema de empleos y habilidades técnicas en torno a estos. «Por ejemplo, cuando hace tres décadas Estados Unidos dejó de fabricar prácticamente todos los dispositivos y pantallas de electrónica de consumo, perdió también la capacidad de desarrollar y producir en masa pantallas planas y baterías avanzadas, dos productos que son esenciales para los ordenadores portátiles y los teléfonos móviles, y cuya importación a gran escala continúa aumentando el déficit de la balanza de pagos», escribe Smil. Un poco más adelante, el autor recalca que la industria aeroespacial ha sido un regalo inmenso para la economía estadounidense y se ha convertido en uno de sus mayores exportadores. «Mantener la competitividad del sector es un elemento clave en el intento de aumentar las exportaciones de Estados Unidos, y las exportaciones tendrán que suponer una gran parte de las ventas del sector porque en las próximas dos décadas el mayor mercado aeroespacial del mundo será Asia, y sobre todo China e India, y los fabricantes estadounidenses de aeronaves y aeromotores se beneficiarán de esta expansión.»

A Smil le preocupa la creciente incapacidad de Estados Unidos para competir con China, y sin embargo no considera que Musk y sus empresas puedan contrarrestar esa decadencia. «Como historiador de los adelantos tecnológicos, entre otras cosas, Tesla no me parece más que un juguete de exhibición poco original y demasiado publicitado —me escribió Smil—. Lo último que necesita un país en el que cincuenta millones de personas deben recurrir a cupones de alimentos y que cada mes aumenta su deuda en ochenta y cinco mil millones de dólares es cualquier cosa que tenga que ver con el espacio, especialmente los viajes de placer para millonarios. Y lo del tubo de transporte no es más que un truco de embaucadores que no saben más que física de parvulario y se dedican a publicitar un Gedankenexperiment muy viejo […] Hay muchos estadounidenses con inventiva, pero Musk no es uno de ellos.»

Se trata de comentarios duros y sorprendentes teniendo en cuenta algunas de las cosas que Smil loa en su último libro. Dedica muchas páginas a mostrar el impacto positivo que la integración vertical de Henry Ford tuvo en el avance de la industria automovilística y la economía estadounidenses. También escribe bastante sobre el auge de las «máquinas mecatrónicas», o máquinas que dependen en gran medida de la electrónica y del software. «En 2010, los controles electrónicos de una berlina típica requieren más líneas de código que las instrucciones que se necesitan para manejar el último avión de propulsión a chorro de Boeing —escribe Smil—. La fabricación estadounidense ha convertido los automóviles modernos en máquinas mecatrónicas extraordinarias. La primera década del siglo XXI ha aportado innovaciones que van desde el desarrollo de nuevos materiales (estructuras de carbono en aviación, nanoestructuras) hasta la electrónica inalámbrica.»

Entre quienes lo critican, hay una tendencia a menospreciar a Musk como un soñador frívolo, tendencia que deriva principalmente de una falta de comprensión sobre las tareas en las que se ha embarcado. La gente como Smil parece que ha leído algún artículo o ha visto un programa de televisión que menciona sus proyectos de viajar a Marte, e inmediatamente lo meten en el mismo saco de los turistas espaciales. Sin embargo, Musk raramente menciona el turismo, y desde el primer día ha construido SpaceX para competir en el aspecto industrial del negocio espacial. Si Smil cree que el que Boeing venda aviones es algo indispensable para la economía estadounidense, entonces debería mostrarse entusiasmado por lo que ha conseguido SpaceX en el mercado de los lanzamientos comerciales. SpaceX fabrica sus productos en Estados Unidos y ha realizado avances espectaculares en tecnología aeroespacial, en materiales y en técnicas de fabricación. No costaría mucho argumentar que SpaceX es la única esperanza de Estados Unidos para competir con China en el próximo par de décadas. Y en cuanto a las máquinas mecatrónicas, SpaceX y Tesla han sentado un precedente en la combinación de electrónica, software y metal que sus rivales aún se esfuerzan por igualar. Por último, todas las empresas de Musk, incluida SolarCity, han sacado un partido extraordinario a la integración vertical y han logrado un control interno de todos los componentes que no tiene parangón.

Para hacerse una idea de hasta qué punto la labor de Musk puede acabar siendo importante para la economía estadounidense, hay que pensar en la máquina mecatrónica dominante en los últimos años: el smartphone. Antes del iPhone, Estados Unidos era el farolillo rojo de la industria de las telecomunicaciones. Los teléfonos celulares y los servicios móviles verdaderamente atractivos estaban en Europa y Asia, mientras que los consumidores estadounidenses se tenían que conformar con equipos anticuados. La aparición del iPhone en 2007 lo cambió todo. El dispositivo de Apple imitaba la mayoría de las funciones de un ordenador y añadía algunas capacidades nuevas con sus apps, sensores y localizadores. Google saltó al mercado con su software Android y los teléfonos que lo acompañaban, y Estados Unidos se convirtió en la mayor potencia de la industria de la telefonía móvil. Los smartphones fueron revolucionarios en la integración simultánea del hardware, el software y los servicios. Era una combinación que encajaba como un guante con las capacidades de Silicon Valley. El auge del smartphone llevó aparejado un inmenso estallido industrial que convirtió a Apple en la empresa más valiosa del país y le permitió que miles de millones de sus ingeniosos dispositivos se esparcieran por todo el mundo.

Tony Fadell, el antiguo directivo de Apple al que se atribuye la llegada al mercado del iPod y el iPhone, describe al smartphone como un ejemplo representativo de una especie de superciclo en el que el hardware y el software han alcanzado un punto de madurez crítico. Los componentes electrónicos son buenos y baratos, y el software es más fiable y sofisticado. La combinación de ambos da como resultado la materialización de ideas que hasta hace poco parecían cosa de ciencia ficción. Google tiene sus vehículos de conducción autónoma y ha adquirido docenas de empresas de robótica mientras sigue intentando combinar el código y la máquina. Nest, la empresa de Fadell, tiene sus termostatos inteligentes y sus alarmas de incendio. General Electric tiene sus motores a reacción llenos de sensores programados para informar proactivamente sobre posibles anomalías a los mecánicos humanos. Y una horda de empresas emergentes ha empezado a combinar dispositivos médicos con software potente, para ayudar a las personas a monitorizar y analizar su cuerpo y diagnosticar enfermedades. Se ponen en órbita satélites minúsculos en lotes de veinte, y en lugar de tener asignada una tarea fija durante toda su vida útil, como ocurría con sus predecesores, se pueden reprogramar sobre la marcha para realizar una gran cantidad de operaciones comerciales y tareas científicas. Zee Aero, una empresa emergente localizada en Mountain View, tiene a mano un par de antiguos empleados de SpaceX y está trabajando en un nuevo tipo de transporte secreto. ¿Llegarán los automóviles voladores? Quizá.

Para Fadell, el trabajo de Musk es la máxima expresión de esta tendencia. «Se podía haber limitado a construir un automóvil eléctrico —comenta—. Pero añadió cosas como el empleo de motores para activar los tiradores de las puertas. Está uniendo la electrónica de consumo y el software, mientras el resto de las empresas automovilísticas se preguntan cómo lo ha logrado. Ya sea con Tesla, o con SpaceX tomando cables Ethernet e instalándolos en el interior de las naves espaciales, estamos hablando de una combinación entre la técnica de fabricación del viejo mundo y la tecnología de consumo de bajo coste. Se unen ambas cosas y se convierten en algo nunca visto. De repente se produce un cambio absoluto. Es una función escalonada.»

Silicon Valley ha estado buscando un heredero del papel de Steve Jobs como fuerza dominante y guía de la industria tecnológica. Musk parece el candidato más factible. Desde luego, es el hombre del momento. Los fundadores de empresas emergentes, los directivos veteranos y las figuras legendarias suelen señalarlo como la persona que más admiran. Cuanto más conocida es Tesla entre el público general, más crece la reputación de Musk. Si el Modelo 3 obtiene un éxito de ventas, Musk se habrá convertido en ese raro animal capaz de rediseñar una industria, interpretar los deseos de los consumidores y actuar en consecuencia. A partir de ahí, sus ideas más extravagantes empezarán a verse como algo inevitable. «Elon es una de las pocas personas que a mi juicio ha conseguido más cosas que yo», afirma Craig Venter, el hombre que descodificó el genoma humano y se dispuso a crear formas de vida sintéticas. Venter tiene la esperanza de trabajar en algún momento con Musk para crear una impresora de ADN que se enviaría a Marte. En teoría permitiría que los primeros colonos del planeta fabricaran medicamentos, comida y microbios útiles. «Creo que la teleportación biológica es lo que hará posible colonizar el espacio —asegura Venter—. Elon y yo hemos estado hablando de cómo podría funcionar.»

Uno de los más fervorosos admiradores de Musk es uno de sus mejores amigos: Larry Page, cofundador y director general de Google. Elon duerme de vez en cuando en casa de Page, que ha pasado a formar parte de su rutina de alojamiento rotativo. «Es una especie de sin techo, lo que no deja de tener gracia —cuenta Page—. Te puede mandar un correo electrónico diciendo: “No sé dónde pasar la noche. ¿Puedo ir a tu casa?”. Aunque todavía no le he dado una llave ni nada por el estilo.»

Google ha invertido más que ninguna otra empresa tecnológica en algunos de los proyectos más ambiciosos (y algo disparatados) de Musk: automóviles que se conducen solos, robots, e incluso la convocatoria de un premio en efectivo para llevar de forma barata una máquina a la Luna. La empresa, sin embargo, funciona bajo un conjunto de restricciones y expectativas asociadas al hecho de tener decenas de miles de empleados y estar constantemente bajo el escrutinio de los inversores. Esto hace que Page a veces sienta envidia de Musk, que se las ha arreglado para que sus empresas estén sustentadas en ideas radicales. «Si piensas en Silicon Valley, o en las corporaciones destacadas en general, está claro que no suele faltarles el dinero —explica Page—. Si tienes tanto dinero, que muy posiblemente donarás y no podrías gastar totalmente aunque quisieras, ¿por qué entregas tu tiempo a una empresa que en realidad no se dedica a nada de valor? Por eso Elon me parece ejemplar. Dice: “Bueno, ¿qué podría hacer por este mundo? Resolver el problema de los automóviles y el calentamiento global, y convertir a los humanos en una especie multiplanetaria”. La verdad es que se trata de objetivos fascinantes, y ahora tiene empresas para tratar de alcanzarlos.

»Además, esa postura acaba aportándote una ventaja competitiva. ¿Por qué vas a trabajar para un contratista de Defensa si puedes trabajar para un tipo que quiere ir a Marte y va a mover cielo y tierra para conseguirlo? Es posible definir un problema de forma que sea realmente bueno para el negocio.»

En un momento dado empezó a circular una cita de Page en la que decía que quería dejarle todo su dinero a Musk. Aunque la cita no era completamente exacta, tampoco iba totalmente desencaminada. «No le voy a dejar mi dinero ahora mismo —dijo—. Pero Elon argumenta de forma bastante convincente la necesidad de crear una sociedad multiplanetaria, simplemente porque, de lo contrario, todos vamos a morir, lo que me parece que sería muy lamentable por todo tipo de razones. Creo que es un proyecto factible, y los recursos necesarios para establecer una colonia humana permanente en Marte son relativamente modestos. Lo que trataba de decir es que es una idea realmente interesante.»

En palabras del propio Page: «Las buenas ideas son siempre una locura hasta que dejan de serlo». Es un principio que ha intentado aplicar en Google. Cuando él y Sergey Brin empezaron a plantearse en voz alta la posibilidad de desarrollar una forma de buscar textos dentro de los libros, todos los expertos a quienes preguntaron dijeron que sería imposible digitalizar todos los libros existentes. Los cofundadores de Google decidieron hacer cuentas para averiguar si era físicamente posible escanearlos todos en un período de tiempo razonable. La conclusión fue que sí, y desde entonces, Google ha escaneado millones de ejemplares. «He aprendido que la intuición no funciona muy bien en lo relativo a cosas de las que uno no sabe mucho —cuenta Page—. Tal como lo explica Elon, uno siempre necesita comenzar por los principios básicos de un problema. ¿Cuál es la física implicada? ¿Cuánto tiempo se necesitará? ¿Cuánto costará? ¿Cuánto lo puedo abaratar? Es necesario poseer ciertos conocimientos de ingeniería y física para juzgar lo que es posible e interesante. Elon es excepcional porque no solo tiene esos conocimientos, sino que además sabe de negocios, de organización, de liderazgo y de cuestiones administrativas.»

De vez en cuando, Musk y Page conversan en un piso secreto de Google en el centro de Palo Alto. Está en uno de los edificios más altos de la zona y tiene vistas a las montañas que rodean el campus de la Universidad de Stanford. Page y Brin celebran reuniones privadas en aquel piso y tienen un cocinero de guardia que prepara comida para los invitados. Cuando Musk está presente, las conversaciones suelen derivar a lo absurdo y lo fantástico. «Recuerdo que en cierta ocasión Elon planteó la posibilidad de fabricar un avión a reacción eléctrico con despegue y aterrizaje vertical —recuerda George Zachary, empresario de capital riesgo amigo de Musk—.

Larry dijo que el avión debería poder aterrizar en pendientes nevadas, y Sergey dijo que tenía que ser capaz de amarrar en el puerto de Manhattan. Entonces empezaron a hablar de construir un avión que estuviera siempre circundando la Tierra, al que uno se subiría para viajar con increíble rapidez. Creí que todos estaban de broma, pero al final le pregunté a Elon: “¿Vais a hacer eso de verdad?”. Y él contestó: “Sí”.»

«Supongo que es nuestro pasatiempo —explica Page—. A los tres nos divierte hablar de cosas disparatadas, y se nos ocurren ideas que al cabo del tiempo resultan factibles. Repasamos cientos y miles de posibilidades antes de dar con las más prometedoras.»[13]

A veces, Page habla de Musk como si fuera un tipo único, una fuerza de la naturaleza capaz de lograr en el mundo de los negocios cosas que otros ni siquiera intentarían. «Pensamos en SpaceX y Tesla como algo tremendamente arriesgado, pero creo que Elon las habría hecho funcionar en cualquier circunstancia. Está dispuesto a pagar un precio personal, y creo que eso pone las cosas bastante a su favor. Si lo conoces en persona, no es difícil mirar hacia atrás, al momento en que puso en marcha las empresas, y afirmar que sus posibilidades de éxito superaban el 90 %. Ahora tenemos una prueba única de que si algo que otros consideran una locura te apasiona realmente, puedes tener éxito. Y miras a Elon y dices: “Bueno, quizá no sea suerte. Lo ha hecho dos veces. No puede tratarse exclusivamente de suerte”. Creo que eso significa que, en cierto modo, ese éxito puede ser reproducible. Al menos, él puede reproducirlo. Quizá tendríamos que ponerlo a trabajar en más cosas.»

A ojos de Page, Musk es un modelo a imitar, una figura que debería replicarse en una época en que los empresarios y los políticos ponen sus miras en objetivos irrelevantes y cortoplacistas. «Como sociedad no creo que hayamos acertado a la hora de decidir lo que realmente importa hacer —afirma Page—. El sistema educativo no es el adecuado. Cualquiera debería tener una formación amplia en ciencias e ingeniería. Cualquiera debería poseer alguna formación en cuestiones de liderazgo, y algunos conocimientos en administración de empresas, o al menos saber cómo gestionar y organizar las cosas y conseguir fondos. Creo que la mayoría de la gente no es capaz de hacerlo, y eso supone un gran problema. Los ingenieros suelen estar formados en un área muy específica. Si eres capaz de pensar a la vez en varias disciplinas, piensas de forma diferente y puedes soñar con cosas mucho más disparatadas. Todo esto tiene una gran importancia para el mundo. Así es como se progresa.»

La presión causada por su necesidad de arreglar el mundo está pasando factura al organismo de Musk. En ocasiones parece totalmente agotado. No tiene ojeras sino surcos profundos y sombríos. En los peores momentos, tras semanas en las que apenas duerme, es como si los ojos se le hundieran en el cráneo. Su peso sube y baja a causa del estrés, y suele pesar más cuando trabaja en exceso. En cierto modo, tiene gracia que Musk pase tanto tiempo hablando sobre la supervivencia de la humanidad pero no esté dispuesto a tomar medidas sobre los efectos en su organismo de su estilo de vida. «Al principio de su carrera, Elon llegó a la conclusión de que la vida es corta —explica Straubel—. Si se acepta realmente lo que implica eso, la única conclusión a la que se puede llegar es que uno debe trabajar tan duro como le sea posible.»

Musk nunca ha sido ajeno al sufrimiento. Los chicos de la escuela lo torturaban. Su padre lo sometía a juegos mentales atroces. El propio Musk abusa de sí mismo en unas jornadas de trabajo inhumanas y llevando siempre al límite sus empresas. La idea de equilibrar vida y trabajo no tiene sentido en este contexto. Para Musk, todo es simplemente vida, y su familia encajará en ese esquema donde pueda. «Soy un buen padre —afirma Musk—. Estoy con mis hijos algo más de media semana y paso con ellos bastante tiempo. También me los llevo cuando salgo de la ciudad. Hace poco fuimos al Grand Prix de Mónaco y alternamos con los príncipes. A los chicos todo eso les parece bastante normal y no le dan mucha importancia. Están creciendo en medio de una serie de experiencias que son muy poco comunes, pero uno no se da cuenta de lo poco comunes que son hasta ser bastante mayor. Entretanto, son simplemente tus experiencias. Tienen buenos modales en la mesa.»

A Musk le preocupa un tanto que sus hijos no lo hayan pasado tan mal como él. Tiene la sensación de que el sufrimiento lo ha ayudado a ser como es y le ha proporcionado su enorme fuerza de voluntad. «En la escuela pueden tener alguna dificultad pero, en estos tiempos, las escuelas son muy sobreprotectoras —explica—. Si insultas a alguien, te mandan a casa. Cuando yo iba a la escuela, si alguien te pegaba un puñetazo y no sangrabas no se le daba mayor importancia. E incluso si había un poco de sangre, pero no demasiada, no pasaba nada. ¿Qué puedo hacer? ¿Crearles dificultades artificiales? ¿Cómo se hace eso? El mayor conflicto que hemos tenido ha sido racionarles el tiempo dedicado a los videojuegos, porque si fuera por ellos estarían jugando constantemente. La regla es que deben pasar más tiempo leyendo que con los videojuegos. Tampoco pueden jugar a juegos que sean completamente estúpidos. Hace poco se descargaron uno llamado Cookies o algo por el estilo. Se trata literalmente de dar toques a una puta galleta. Es como un experimento de primero de psicología. Les hice borrar el juego. En vez de eso tuvieron que jugar a Flappy Golf, que es como Flappy Bird pero al menos interviene algún concepto de física.»

Musk ha hablado de tener más hijos, y en este tema se adhiere a una filosofía controvertida en la que coincide con el creador de Beavis y Butt-head. «Hay algo que Mike Judge señala en Idiocracia, y es que las personas inteligentes deberían como mínimo mantener su número —explica Musk—. Evidentemente, si el vector darwiniano es negativo, mal asunto. Como mínimo debería ser neutral. Pero si las personas inteligentes tienen menos hijos en cada generación, eso será probablemente muy malo. Quiero decir que Europa, Japón, Rusia y China se encaminan hacia una implosión demográfica. Y lo cierto es que los indicadores de riqueza (la renta per cápita, la educación y la secularización) van aparejados a una tasa de natalidad baja. Existe una correlación entre esas cosas. No estoy diciendo que solo deban tener hijos las personas inteligentes, pero deberían mantener al menos una tasa de reemplazo. En cambio, muchas mujeres realmente inteligentes solo tienen un hijo, o ninguno. No puedo dejar de pensar que las cosas no pintan bien.»

Los próximos diez años de Musk y Cía. prometen ser interesantes. Musk tiene la oportunidad de convertirse en uno de los mayores empresarios e innovadores de todos los tiempos. En 2025 es muy posible que Tesla tenga un catálogo de cinco o seis vehículos y sea la fuerza dominante en el mercado de los automóviles eléctricos. A su tasa de crecimiento actual, SolarCity habrá tenido tiempo de convertirse en un gran suministrador de energía y en líder de un mercado de tecnología solar que por fin haya cumplido sus expectativas. ¿SpaceX? Es quizá lo más interesante. Según los cálculos de Musk, SpaceX realizará vuelos espaciales semanales transportando carga y viajeros, y habrá dejado fuera de juego a la mayoría de sus rivales. Sus cohetes deberían ser capaces de dar un par de vueltas alrededor de la Luna y después aterrizar con precisión exquisita en el puerto espacial de Texas. Y ya deberían de estar en marcha los preparativos para las primeras docenas de vuelos a Marte.

Si todo esto se hace realidad, Musk, que para entonces rondará los cincuenta y cinco años, será probablemente el hombre más rico del mundo y figurará entre los más poderosos. Será el accionista mayoritario en tres empresas, y la historia estará preparándose para sonreír ante sus logros. En una época en que los países y las empresas están paralizados por la indecisión y la inacción, Musk habrá organizado el ataque más viable contra el calentamiento global, al tiempo que habrá proporcionado a la humanidad una vía de escape, por si acaso. Habrá llevado de vuelta a Estados Unidos una cantidad importante de tecnologías clave, dando ejemplo a la vez a otros emprendedores que deseen hacerse con las riendas en una nueva era de máquinas maravillosas. Como dice Thiel, es posible que Musk haya llegado hasta el extremo de dar esperanza a la gente y renovar su fe en lo que la tecnología puede conseguir para la humanidad.

Este futuro, por supuesto, no está garantizado. Las tres empresas de Musk se enfrentan a desafíos tecnológicos inmensos. Musk ha apostado por la inventiva del hombre y por que las capacidades de las tecnologías solar, aeroespacial y energética cumplan las predicciones en cuanto a precios y rendimiento. E incluso si las apuestas se decantan como Musk espera, Tesla puede tener que enfrentarse a una retirada de vehículos inesperada. Un cohete de SpaceX que transporte viajeros puede estallar (un accidente así muy bien puede hundir a la empresa de inmediato). Cualquiera de las cosas que hace Musk conlleva riesgos espectaculares.

Hacia la época en que cenamos juntos por última vez, yo había concluido que esa propensión a correr riesgos no tenía mucho que ver con que Musk estuviera loco, como él mismo se había preguntado en voz alta unos meses antes. No; simplemente, Musk parecía poseer un nivel de convicción tan intenso y excepcional que podía resultar desagradable para algunos. Mientras compartíamos unos nachos con guacamole y unos cócteles le pregunté directamente cuánto estaba dispuesto a jugarse. ¿Su respuesta? Todo lo que cualquier otro consideraría lo más querido. «Me gustaría morir en Marte —afirma—. Pero no estrellándome. Lo ideal sería ir de visita, volver a la Tierra por un tiempo y después regresar allí cuando tenga unos setenta años y quedarme allí definitivamente. Si las cosas van bien, así será. Si mi esposa y yo tenemos muchos hijos, seguramente se quedará con ellos en la Tierra.»

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