Elizabeth

Elizabeth


LA CALMA DESPUES DE LA TEMPESTAD

Página 12 de 14

El coche se incorporó a Old Brompton Road. Momento que Dominique aprovechó para adelantarlos tomando cierta distancia, los seguía por el retrovisor, deteniéndose en el lado izquierdo de la calle. Lo pudo ver claramente, era Norflok el que conducía. Llamó con el manos libres a Elizabeth.

Comprobación positiva. Sigo adelante con el plan. —Dicho esto, guardo el móvil, y se reincorporó de nuevo a la persecución de los dos agentes que eran ajenos al interés suscitado. Los siguió durante un buen rato, hasta que por fin, se detuvieron, en las inmediaciones de Putney Bridge.

Los agentes bajaron del coche. Dominique aparcó la moto a unos 150 metros de distancia. Los dos hombres se dirigían a un edificio cercano y pulsaron el interfono. La puerta se abrió, desapareciendo los policías de su vista al entrar en el edificio. Dominique comenzó a andar con paso decidido en dirección al coche, casco en mano. Había bastante gente en la calle a esas horas, no le amilano. Miró hacía atrás un segundo para ver si venia alguien en su dirección: Dos señoras. Aceleró el paso para dejar a las señoras atrás. Se acercaba a su objetivo. Al llegar a la altura del coche, se agachó para atarse mejor una de las botas. Su mano izquierda, se introdujo ávida en el guardabarros del coche durante un breve instante. Se levantó y siguió andando, lo había hecho, misión cumplida. Tomó la siguiente calle a la derecha, realizó una nueva llamada: Todo en orden. Comprueba si captas la señal. —Elizabeth dirigió el puntero del ordenador hacía uno de los programas y lo abrió. Una nueva pantalla apareció, el mapa de Londres y un punto naranja que parpadeaba.

Lo tengo. Ranelag Gardens al lado del Tamesis. Están parados. Buen trabajo.

Perfecto. Estaré ahí en quince minutos.

No, no te preocupes. Aprovecharé el día. Tengo un par de cosas que hacer en la ciudad. Nos veremos en la entrada del British Museum, tomate tu tiempo. Te llamaré yo. Cogeré un taxi.

Como prefieras. —A Dominique, no le hizo gracia la idea. Tenía pensado hablar con el a sobre lo ocurrido la noche anterior. Era la segunda vez Elizabeth esquivaba esa conversación. Su opinión, parecía que no valía nada. No son cosas que te conciernen, le había dicho esa mañana. Suspiro molesto, y se subió a la moto, saliendo a toda velocidad sin ninguna dirección en concreto en mente.

Elizabeth se subió al taxi, pero no se dirigió al British Museum, tal como le había dicho a Dominique sino que se dirigió a la oficina del Barclays en Leicester Square. El taxi, la dejo prácticamente en la misma puerta.

Entró con paso decidido, y se sentó en una de las sil as eludiendo la cola de caja.

Una empleada se le acerco —Dígame que desea.

Me gustaría conocer las condiciones para un depósito a plazo.

¿Es usted clienta?

No. Podría serlo, si las condiciones son de mi interés.

Estupendo, acompáñeme.

No. Quiero hablar con Edward Brown. —¿ Qué se habrá creído esta furcia?.

¿ Tiene usted cita? Esta ocupado en estos momentos.

No es problema, puedo esperar —¡ Lárgate de una vez, hija de perra!

Lo avisaré en un momento y te digo algo.

La chica se retira molesta, y vuelve a su mesa. Descuelga el teléfono: —Edward hay aquí una chica que quiere hablar contigo de un depósito. Esta sentada, la morena tan guapa ¿La ves?.

Edward se levanta de su sil a y echa un vistazo al piso inferior. —Si la veo. No la conozco. Sí, es guapa sí.

Pues quiere hablar contigo, un depósito ha dicho.

Ok, bajo. Dos minutos.

Edward Brown baja las escaleras con paso firme. ¿Quién sería esa chica?. Se acerca a la chica, que se levanta al verlo y le estrecha la mano. Nota como la chica lo examina de arriba a abajo.

Buenos días Edward. Encantada, Brigitte. —Le entrega una tarjeta: Brigitte Lewis presidenta fundación Lewis.

Encantado. Perdone pero no recuerdo ahora mismo. ¿No nos conocemos verdad?

No tengo el placer. Una amiga me ha recomendado, me ha dado su tarjeta. —La chica saca la tarjeta de Edward que había obtenido de la cartera de su padre, Gerard Brown.

Estupendo, un placer. Acompáñeme a mi despacho.

Ambos chicos, suben al piso superior. Elizabeth lleva una gran sonrisa en la cara, le brillaban los ojos como nunca. Entran los dos en el despacho:

Le apetece un café. —Le dice Edward antes de tomar asiento.

Sí, como no. Negro, dos terrones. —El chico se acerca a la máquina de café, y prepara dos cafés negros.

Usted dirá, Brigitte ¿Qué es lo que le interesaría de nuestra entidad?

Por favor, no me trates de usted Edward. Siento, como que me hago mayor cuando me tratan de usted.

Perdona, era pura cortesía. Estupendo. —Le sonríe el chico. La chica parecía tan amable con el.

Tutéame, con confianza Edward. Nos veremos a menudo a partir de ahora. Quiero diversificar un poco mis cuentas, incorporar otro banco. Normalmente trabajo con tres, pero uno más, no me vendría mal. Brigitte se ajusta el escote ante la mirada del chico cuyos ojos se le salían de la órbita.

Estupendo. Mi compañera me comento sobre un depósito, alguna otra cosa que necesite de nosotros.

No, empezaremos por el depósito. 500.000 libras a un año, o a mayor plazo. No importa, si es que me lo pagas bien.

Le haré la mejor oferta que tenemos. —Dice el chico, que se afloja la corbata y juega nervioso con el bolígrafo. Un depósito de medio mil ón de libras, no lo había firmado nunca.

Te podemos pagar un 2.5% a 3 años, liquidaciones trimestrales.

Eso esta bien. Incluye algo más aparte del café.

Tengo pastas de té si quieres. —El chico se ríe y abre un cajón con una sonrisa. Saca una cajita metálica con varias pastas de té. Me haces el día si la aceptas, bueno al menos la semana. Es  nuestra mejor oferta ¿Qué me dices?¿La aceptas?.

La chica coge una de las pastas. —No me refería a pastas de té. 2.5%, el café, las pastas de té y una copa contigo después de trabajar ¿Qué te parece?. ¿Mejor así?. Me gusta tener amistad con mis agentes bancarios. Confianza, ya sabes. El cheque lo tienes asegurado, con un poco de suerte me convences para algo más—. Dice Brigitte guiñándole ellojo.

¡Trato hecho! Por supuesto. —¡Menuda sorpresa! Esta tía es un cañón piensa Edward, una copa conmigo.... bufff una, dos, las que quieras. Esperaba que su imaginación no le estuviese jugando una mala pasada y no se refiriese a otro depósito.

La chica abre el bolso, y saca un cheque, escribe su nombre y la cantidad. Edward esta atento a ver que cifra pone: 500.000 libras, 500.000 libras sus ojos como platos. ¡Ole! ¡Ole! Menuda forrada.

¡Tengo un filón! pensó.

Necesitas algo más. —La chica le guiño un ojo al chico.

El pasaporte por supuesto. —Le sonrió. ¿De donde habrá salido esta tía? pensaba Edward ¿Le estarían gastando una broma o qué?

Sí, lo olvidaba. Se lo entrega y el joven saca una fotocopia. —Elizabeth lo examina de arriba abajo indiscretamente. El chico se incomoda un poco, le estaba mirando el culo— ¿Cuándo tomamos esa copa juntos?—. Le dijo. No la iba a dejar escapar ahora. Si quiere guerra, la tendrá.

No sé, cuando quieras. ¿Ahora te va bien?

No puedo salir hasta las cinco.

Estoy segura que puedes ir a ver a una clienta que te va a entregar un cheque de 500.000 libras.

Sí, supongo que sí. No firmamos muy habitualmente esas cantidades, si te soy sincero.

Lo sé. Prepara los papeles, y llámame al móvil en veinte minutos. Estaré por aquí cerca – Perfecto te doy mi móvil personal, por si cualquier cosa. —El chico apunta su teléfono personal en el reverso de una de las tarjetas.

Gracias, ves, eso me gusta. —La chica se levanta, Edward le ofrece la mano. ella lo mira como molesta y la rechaza. Dejando al chico con la mano estirada enfrente de ella. Se acerca a él, y le da un beso en la mejilla— No seas tan tímido. Me recuerdas a alguien—. Edward se pone como un tomate, incapaz de devolverle el beso. Observa a través de la ventana del despacho que nadie los haya visto.

Buff, perdona. No alcanzó a decir nada más. Se quedo de pie sin saber que decir y la chica salió de su despacho.

Llámame, te espero. No tardes. —Le dijo antes de cerrar la puerta.

Miró a través de la ventana a ver si es que era cosa de sus compañeros. Pero no. Todo parecía normal. Esa tía iba en serio. Con las prisas, no se dio cuenta que se había dejado el cheque sin firmar. Vió como la chica abandonaba la oficina. Se pusó a preparar los papeles con premura.

En otro lado de la ciudad. El agente Norfolk conducía con su compañero Joe Smith. Habían acudido a hablar con un informador en un asunto de menudeo de drogas. Era una operación importante. Trataban de desmantelar una banda que estaba introduciendo grandes cantidades de una droga que estaba causando estragos en la juventud de Londres: La Metaanfetamina. Un chico de color, de unos 25 años, extremadamente delgado y vestido con ropa deportiva iba en el asiento de atrás. Se dirigían a las inmediaciones de la estación de Earl's Court. El chico salió primero del coche, apeándose a cuatro manzanas de la estación. Le jodía hacer lo que iba a hacer, pero solo pensaba en salvar su culo.

Había sido detenido con más de medio kilo de hachís y doscientas dosis de éxtasis, así como ochenta gramos de metaanfetamina. Tenía un buen marrón encima, la policía estaba muy interesada en saber quien le suministraba la meta. Una plaga que se estaba extendiendo por Londres en los últimos meses y parecía imparable. Se la iban a dejar pasar si le ponían en bandeja su contacto, convirtiéndose de esta forma en un colaborador. Un vil soplón. Era una oferta muy buena para él, no la podía rechazar. Le podían caer tres años fácilmente y ya tenía antecedentes. No tenía otra salida, si es que quería evitar la cárcel.

Sólo tenía que acudir a hablar con su contacto, reunir pruebas, llevar el micro.... delatarlo, vamos. Solo el pensar lo que iba a hacer, le provocaba nauseas. Por un instante, pensó en meterse en la estación y darse a la fuga. Desaparecer por una temporada. ¿A dónde demonios podría ir? La policía lo atraparía tarde o temprano, y no poseía más que 576 míseras libras. Su adicción a la coca, lo estaba llevando a la ruina. Solo ganaba para mantener su vicio.

Leroy, que es así como se llamaba el chico, se apoyó en la pared cerca de la estación de Earl's Courth. Se puso su visera, esa era la señal. Echó un vistazo a ver si veía a alguien conocido. No había nadie. ¿Dónde demonios se había metido todo el mundo? Por un momento, pensó lo habían visto con los dos maderos.

Los dos agentes vestidos de paisano estaban dentro de un 24 horas, tomándose un café. Se sentaron en una de las pequeñas mesas desde donde podían ver al chico. Este seguía apoyado en la pared de la estación mirando a todos lados, nervioso. Dominique entró en el 24 Horas, sentándose, como si tal cosa, junto a la mesa de los dos policías. Les dio la espalda, quería saber que es lo que estaba pasando allí. Quizás tuviese ocasión de adelantar trabajo.

En otro lado de la ciudad, Elizabeth abrió su ordenador portátil, fue directamente al programa del gps. Lo abrió, el punto se había movido estaban en Earl's Court muy cerca de la estación. Parecía que funcionaba muy bien su nuevo juguete. ¿Viviría allí el agente Norfolk o estaba aún trabajando? 16.25 de la tarde, trabajando pensó.

Leroy seguía fuera de si, apoyado en la pared. El tiro de coca que se había metido nada más levantarse, no había sido la mejor idea para permanecer allí parado durante tanto rato. No sabía ya como ponerse.

Escucho un silbido, miró a su alrededor. No vio a nadie, pero ese silbido le era familiar. Lo había oído antes. —

¡Aquí, tu caraculo!—. Esa voz casposa de mujer es la de Pamela pero ¿Dónde esta? No la veo. Levantó la cabeza, allí estaba. Pamela la noche, una odiosa puta entrada en carnes y pasada de años, lo saludaba desde una ventana en el edificio de enfrente.

La conocía bien, siempre estaba en la zona de la estación, se dedicaba a hacer pequeños favores a los camellos a cambio de dosis de crack y a algún cliente incautó, que no tenía demasiados reparos. Clientela de su calaña. Podía ver su boca podrida desde alií ¡Vamos, sube negrito que lo vas a pasar bien!—. Leroy la miró con despreció. Ni lo sueñes, guarra.

Su semblante cambió a los pocos minutos, volvió a oír un silbido. En esta ocasión era Joao, su camellos, el que le interesaba a la policía. El portugués detrás de la puta, le indicaba con un gesto que subiese. Estaba sin camiseta, parecía desnudo. ¿De verdad se tiraba a la Pamela? Eso es caer bajo, muy bajo. Nunca le había caído bien Joao, solo acudía a él por que le suministraba la meta. No era fácil de conseguir, la suya era la mejor. Tirarse a Pamela tenía tela, era repugnante. Le dio asco.

Le jodía entregar a alguien de esa manera, pero ese tío era un puto cerdo. La idea no le pareció tan mala, a fin de cuenta,s salvaría su culo y entregaría a una escoria. Entró dentro del edificio ante la atenta mirada de Norflok y Smith. Dominique seguía sentado cerca de ellos, simulando que escuchaba música en el mp3.

Quería darle una sorpresa a Elizabeth.

En otro lugar, un pub, Elizabeth estaba saboreando un Gin Tonic mientras esperaba por Edward. El teléfono empezó a vibrar:

Soy Edward. Estoy listo. ¿Dónde estas?

En el pato mareado. ¿Tomamos algo aquí?

Mejor fuera del barrio, si no te importa. Solemos tomar algo juntos al salir de trabajar, preferiría no coincidir con mis compañeros. Le he dicho al jefe que iba a tu oficina para llevarte los papeles.

Cogeré el coche, ¿Te recojo?

Estupendo. Salgo.

En tres minutos estoy ahí. Hasta ahora.

Edward con el portafolio en mano con los papeles preparados para firmar, entró en el garaje. Al rato, un esplendido Toyota deportivo color rojo, que su padre le había regalado el año pasado, salió a la plaza en dirección al cercano pub. Elizabeth entró en el deportivo.

¿Qué tal?, ¿A dónde vamos?

¿Conoces el Belgravia? Me gusta ese lugar, dice la chica.

No. ¿Dónde queda?

Pimlico.

Bien, no esta lejos entonces. —El chico acelera y desaparecen ambos entre el tráfico.

Norfolk salió apresurado del bar, entrando en la estación de Earl's Courth, mientras su compañero permanecía dentro del 24 horas pagando las consumiciones. Delante de Norfolk, con paso rápido Leroy y Joao, que se dirigieron a la linea verde del tubo, en dirección Edware Road, realizaron un cambio en Paddintong.

Leroy había visto al agente Norfolk siguiéndolos. Entró en el mismo vagón que ellos. Al menos podríais ser más discretos, bastardos. Se sintió sucio, más incluso que Joao. No le quedaba otro remedio, tenía que hacerlo. Le asaltaban las dudas al pensar si podía confiar en la palabra de esos dos policías. Sería para siempre un soplón, un confidente, un mierda.

Se pasaron a la línea roja en Nothing Hil Gate, apeándose en Sheperd's Bush. Norfolk le envío un mensaje al agente Miles que esperaba en el coche, instrucciones. Leroy y Joao se adentraban en el degradado barrio.

Pasaron por debajo del puente del tren, varios drogadictos que venían de recoger suministros saludaron a Joao. Norflok los seguía a bastante distancia, sabía de sobra a donde se dirigían.

Se detuvieron ante la puerta de un edificio que parecía abandonado. Un cartel que deseaba Happy Christmas, del cual colgaba un papanoel, a pesar de ser el mes de abril, les daba la bienvenida. Una cámara enfocaba al rel ano. No había interfono, Leroy, miró hacia la cámara e hizó un gesto como de ¿A qué  esperas? La puerta se abrió, ambos desaparecieron de la vista de Norfolk que continuo andando dejando atrás la puerta.

A los pocos minutos, su compañero aparcó el coche en el callejón contiguo. Norfolk volvió sobre sus pasos y entró en el coche. No era nada discreto, pero tenían que estar cerca si es que querían oír la conversación.

Leroy llevaba un micro cuya grabación usarían como prueba. Norfolk vió por el espejo a un hombre que pasaba andando con un casco de moto en su mano. El hombre miró de soslayo al coche sin detenerse.

Leroy y Joao siguieron el largo pasillo enmoquetado que parecía no tener fin. Al final del mismo, una escalera. No era la primera vez que Leroy iba a ese lugar, nunca le había gustado. Todo el barrio sabia era un sitio de trapicheo, y no se andaban con miramientos. La policía, parecía que les importaba un carajo.

Llevaban operando hacia al menos dos años con total impunidad, y les iba muy bien.

Subieron al primer piso. el olor a marihuana inundaba la estancia. Tres jóvenes con pinta de estudiantes sentados a la mesa con la única iluminación de una vela. Estaban montando un buen jaleo mientras fumaban marihuana y tomaban cerveza. Iban bastante colocados para la hora que era. Latas de cerveza vacías por todas partes. Leroy y Joao se los quedaron mirando. Los tres chicos se cal aron al verlos, pensando se podían meter en un problema. El aspecto de Joao y Leroy los asustó. La clientela del local podía ser peligrosa, más peligroso era fumar en la calle.

Los dos hombres siguieron subiendo las escaleras hasta el siguiente piso. Entrando en la puerta que se encontraba abierta. Un hombre de color, de unos 45 años con aspecto desaliñado y rastas situado al otro lado del mostrador los saludo, parecía jamaicano. Sus ojos inyectados en sangre, completamente rojos.

Detrás de él, 6 televisiones donde se apreciaban las imágenes de las cámaras. Una para la entrada, varias en las escaleras, en una se veía una terraza, y otra ofrecía una panorámica de la calle principal, en la restante, sonaban a bastante volumen vídeos musicales de música reggae. Un porro gigantesco en las manos del hombre.

Joao lo saludo – Malcon. Un colega, Leroy. ——Nos hemos visto alguna vez en Brixton. ¿Verdad hermano?—.

Le dice el rastafari. —Sí, en el Jamm creo. Hace tiempo de eso—. Dijo Leroy estrechándole la mano y dándole una larga calada al porro que le ofrecían.

—Dame de lo nuevo, del bueno. —Dijo Joao . El hombre saco una pequeña caja de cartón de debajo del mostrador y le dió una de las numerosas bolsitas a Joao. Este la recogió y pasaron a una habitación vecina.

El único mobiliario de la pieza era un deshilachado y sucio sofá de tela-sobre el que había un edredón y una almohada, una mesa metálica y una vieja y ruidosa nevera. Un póster de Peter Tosh, decoraba una de las paredes. Joao abrió la nevera, sacando un par de botellas de cerveza, y vació el contenido de la bolsa.

Esto es la bomba. Pura tío, te da un subidón que la vas a flipar —Empezó a machacar la metaanfetamina con maestría, haciendo dos enormes rayas.

Si es tan buena como dices, no me hará falta tanta. —Dijo Leroy, que ya se sentía muy cargado para lo que estaba haciendo. Se hizó un rulo con un bil ete de 20 libras. Aspiró con fuerza y se metió la tercera parte de la raya que le había preparado.

Joao se rió enseñándole los pocos dientes que le quedaban – ¡Como quieras! De toda maneras estas las pagas tú —. Sin darle tiempo a que Leroy dijese nada, se metió su raya y lo que le había quedado a Leroy —Joder tío, es la bomba. ¡Ostia!.

¡Sí, esto es bueno tío!. Mola. —Contesta Leroy sorprendido por el cañonazo recibido en su cabeza, justo lo que su clientela necesitaba.

Te lo dije, te va a gustar.

¿Cuánto me va a salir?

Por 10.000 libras te doy 150 gramos.

Eso es muy caro tío.

66 el gramo.

Pero si lo vendo a sesenta ahora. ¿ Estas flipando o qué?

Lo vendemos a cien libras aquí colega. El que la quiera, que la pague. Te lo sacaran de las manos, el que la prueba ya no quiere otra cosa. Si no te mola así, pues la cortas tu mismo.

Joder, tengo paralizada toda la cara. —Bebió un trago de la cerveza, mientras se tocaba nervioso una y otra vez la cara, la tenía totalmente insensible.

Te lo dije. ¿Te lo encargo o no? La puedes tener para este fin de semana si quieres.

¿Cuánto me puedes traer?

¿Qué pasa no te valen 150 gramos?

Un amigo me ha encargado para llevar a Newcastle si encontraba algo bueno. Tiene pasta gansa.

¿Qué me das por 30.000 libras? ¡Oye que pasa!, ¿Esto de la cara no se va o qué?.

Joao se escojona de risa. —¿Ya quieres que se te vaya? Te va a durar un buen rato. Por 30.000 libras: Tres veces 150 gramos. ¿No se te dan las mates?

Se me dan y bien, quiero medio kilo y sin tocar. Esos 50 gramos serán mi comisión. La misma que esta aquí, no me líes. ¿Podrás?

Joao le da la mano – ¡Joder como se lo monta el negrito!. ¿Qué pasa? ¿Es qué te quieres hacer de oro a mi costa? Esta noche te llamaré. ¡Junta la pasta colega!

Dame una prueba, quiero llevarle un gramo.

Ok 100 libras amigo y la raya corre por mi cuenta.

Leroy coge la cartera y saca dos billetes de 50 libras. Entregándoselos a Joao que se los arrebata literalmente de la mano. Salen de la habitación y vuelven al mostrador.

En esos momentos, Dominique se situaba en la puerta con el Happy Christmas. Miró hacia la cámara. El rastafari lo ve desde el mostrador abriéndole la puerta. Dominique avanzaba por el pasillo en dirección a las escaleras, paso a la altura de los tres estudiantes . Uno de ellos le indicó con el dedo que era arriba, Dominique sin mediar una palabra con ellos, subió al siguiente piso.

Pudo oír la música y a los tres hombres hablando. Leroy y Joao lo vieron llegar con su semblante decrepito.

No le prestaron gran atención, otro yonqui. El rasta le dijo – Tu eres nuevo ¿Qué quieres?.

Una cerveza. —Los tres se troncharon de la risa—. Esto no es un puto bar tío. ¿Qué quieres?—. Le repitió el rastafari mirándolo desafiante hinchando el pecho.

Una cerveza. —Repitió, si cabe, de una manera todavía más lenta. Señalando con el dedo la botella de cerveza que llevaba en la mano Leroy.

Venga tío ábrete de aquí. ¿Quieres bronca o qué?. —Le dijo Joao. El rasta metió la mano debajo del mostrador. Dominique fue más rápido y sacó su pistola con silenciador, de un lateral de su chaqueta, y le metió un tiro en toda la frente. El Rasta cayó hacia delante quedando su cuerpo suspendido en el mostrador. Las cámaras se llenaron de sangre.

Una cerveza. —Repitió Dominique y le sacó de las manos la suya a Joao. Mientras le apuntaba a la frente. Sus ojos completamente abiertos, parecía que se le salían de las cuencas.

¡Joder! ¡Ostia cabrón!. Lo has matado. —Dijo Joao tartamudeando.

Sacaros la camisa, los dos. Venga de rodillas, mirando a la pared, a ver que tenemos aquí. —Dijo Dominique que de un empujón estrelló a Leroy contra la pared.

Los dos chicos se sacan la camisa ipso facto. El micro pegado al torso de Leroy era más que evidente.

¿Qué coño es eso?. —Le dice Joao mirando al micro sorprendido— Un puto soplón. Lo que me imaginaba—. Dijo Dominique.

¡Jo puta!. —Grita Joao. Leroy estaba temblando de miedo. Ese tío no era policía. ¿Quién coño era?.

Hoy toca limpieza. —Dijo Dominique mientras le arranca el micro de un tirón a Leroy y lo aplasta con el pie. Los dos policías escuchaban todo desde el coche. El ruido del micro aplastado chirría a un volumen ensordecedor dentro del coche, fue lo último que oyeron. Salieron del coche a toda prisa, no sin antes, llamar a la comisaria y solicitar refuerzos.

Un primer disparo atraviesa la frente de Leroy que cae al suelo sin vida-Yo no soy soplón tío. ¡Soy de los buenos!. —Dice Joao que se había meado por los pantalones al ver caer a Leroy muerto a su lado.

Yo de los malos. —Un nuevo disparó. El cuerpo de Joao en el piso, sin vida.

Dominique revisa las cámaras a la vez que se metía todo el dinero que podía de la caja y parte del contenido de las cajas. Lo que parecía ser cocaína, speed, la meta. Los dos policías estaban ya en la puerta tratando de abrirla a empujones. Les facilitó la entrada pulsando el botón.

El tiempo corría en su contra, en menos que canta un gal o, aquello estaría plagado de policías. Los dos policías, al ver que su delator corría peligro decidieron actuar sin esperar por los refuerzos. La situación pintaba muy mal para Leroy. Sin saber, que ya era demasiado tarde para el chico.

Subieron las escaleras a toda prisa, con las pistolas en la mano. Los tres estudiantes de pie asustados. Algo estaba pasando que e iba a peor. Arriba les indicaron, salieron despavoridos escaleras abajo una vez los dos policías subieron al piso superior.

Los policías llegaron a la puerta que daba acceso a la habitación del mostrador. Estaba cerrada en esa ocasión. Norfolk gira la manilla y abré la puerta de golpe. Su compañero con la pistola en la mano en posición de disparo cubriéndole. Vieron los tres cadáveres en el suelo desde el exterior. Lo que no vieron, fue a Dominique, que estaba justo detrás de ellos escondido tras una columna. Un nuevo disparo sordo por la espalda. Norfolk vió como su compañero se desfallecía a su lado. Ahora eran cuatro los cadáveres. Se iba a dar la vuelta, sabiéndose vendido, cuando una voz con marcado acento francés le dijo: —Tira la pistola o eres el siguiente. Ahora—. ¿Quién cojones era ese tío? Se preguntaba Norfolk, se acababa de cargar a cuatro personas en los últimos cinco minutos, como si nada. Un sicario. Su experiencia como policía no le valía para nada, estaba aterrorizado.

Norfolk deposita su pistola en el suelo dándole, la espalda a Dominique. Sabiendo que sino era hombre muerto —¡Venga entra en la habitación!, ¡De rodillas contra la pared al lado del negro!. A la mínima te vació el cargador—. Le mete un empujón y el policía golpea su cara contra la descorchada pared. El francés recoge su pistola, y bebe de un trago la cerveza que había dejado en el mostrador. Dominique inspecciona de nuevo las pantallas. La salida trasera, el patio. Mira por la única ventana de la habitación. Ve unas escaleras que dan acceso al patio desde una de las habitaciones del piso de abajo.

El policía estaba temblando, esperando en cualquier momento un tiro de gracia.

¿Por qué has ido a Howard Road 17 en Oxford?. —El policía estaba tan nervioso que no sabia a lo que se refería el francés.

¿Oxford?

¡Howard Road 17 Oxford!. —Repite Dominique Habla ahora o estas muerto como el resto.

Sí. Recuerdo estuve en Oxford, por el secuestro de Gerard Brown. No fue por drogas.

¿Qué es lo que os l evo allí? Suéltalo de una vez, no tengo todo el día – El policía se dio cuenta de que aquello no tenía nada que ver con drogas. ¿Qué tendría que ver ese hombre con Gerard Brown?

Una pista, fue una pista lo que nos l evo allí. Una madera que se encontró en el bosque donde dejaron el coche de Gerard Brown.

Explícate o te disparó ahora mismo.

Era mejor seguir hablando, sus compañeros estaban en camino —Ponía Gerard Brow 17 Ho. Una dirección inacabada. Registramos más de 50.000 viviendas que coincidían con las reseñas. Gerard Brown supuestamente lo escribió, la dirección donde lo retenían.

Sólo eso, ¿Algo más?.

No te lo juro. El Johnny esta muerto.

¡No esta muerto!. Ni lo va a estar. —Un disparo atravesó la cabeza de Norfolk que cayó desplomado en medio de un charco de sangre.

Dominique bajo al piso inferior, entrando en la habitación donde habían estado los estudiantes. En lugar de ellos, vio solo una gran nube de humo. La puerta que daba acceso a la terraza estaba cerrada con candado.

Uso su última bala para abrirla de un disparo. Saliendo al exterior, se puso el casco y saltó el muro que lo separaba del callejón. ¡El coche, tenía que recuperar el GPS como fuese!. Se acercó al coche y lo recogió apresurado, dándose la vuelta y saliendo por el otro lado del callejón. Pudo oír las sirenas de la policía que venían en esa dirección desde la calle principal, de hecho, tres compañeros acababan de acceder al interior del edificio.

A los cinco minutos, la zona estaba infestada de policías. Dominique andaba a paso ligero en dirección a su moto que había aparcado en las proximidades del edificio en una calle perpendicular a la principal. Cada vez se oían mas sirenas. Tenía que salir de allí enseguida, torció de nuevo y cruzó la calle principal a dos manzanas de distancia del lugar. Pudo ver varios coches de policías aparcados. Se oían mas sirenas a lo lejos, venían en esa dirección. Cruzó la calle y se montó en su moto, saliendo a bastante velocidad en línea recta, alejándose de la zona.

GERARD ESTALLA

Elizabeth y Dominique emprendían camino hacia Londres en el Rolls Royce. Se dirigían hacia Victoria Station donde el francés, cogería un bus que lo llevaría a Francia. Se iba a pasar unos días de reflexión, tal como le había ordenado Elizabeth.

El hecho de que hubiese actuado por su cuenta en el caso de Norfolk, había enfadado sobremanera a su ama. Las intenciones de Dominique habían sido todo lo contrario, darle una buena sorpresa y facilitarle la labor. Quería captar la atención de su ama, que lo felicitase por ello. No lo consiguió, ni por asomo. Más bien, metió la pata hasta el fondo. Elizabeth tenía un plan muy diferente para Norfolk, Dominique se lo había frustrado además de ponerlo todo en peligro. Eso merecía un castigo ejemplar. No comprendía como el francés se había atrevido a actuar por su cuenta, bastante tenía con los últimos acontecimientos. Por lo de ahora, no lo quería ver delante por mucho que le jurase que no había dejado ninguna pista que lo pudiese identificar.

Dominique conducía con semblante más que serio el Rolls Royce. Elizabeth se había sentado en el asiento de atrás. El equipaje del francés en el maletero, su ama le había dado dinero más que suficiente para pasar varias semanas. Esperaba que lo llamase para regresar mucho antes. La dependencia que tenía de ella era desmesurada. Desde que la conoció nunca se había separado de ella más que dos o tres días y en contadas ocasiones.

Dominique aparcó el coche en las inmediaciones de la estación de Victoría, sacó su maleta. Elizabeth que se había cambiado al asiento delantero, arrancó el coche sin más, sin siquiera despedirse. El desprecio que mostraba Elizabeth hacia el francés se había convertido en total ignorancia desde los asesinatos de Earl's Courth. El hombre quedó de pie parado viendo como el coche se alejaba y desaparecía de su vista. Los últimos días apenas había podido conciliar el sueño. La nueva relación amor odio de Brigitte, Elizabeth y Gerard, lo tenían preocupado. Sabia que Elizabeth estaba tramando algo, pero no lo compartía con él.

Dominique en lugar de entrar en la estación paró a un taxi y se alejó de la zona. Elizabeth se dirigía al cementerio de Abeny Park en Hackney al norte de Londres. Entró con paso decidido, le encantaba ese lugar y no iba a perder la oportunidad de visitarlo de nuevo. Ese camposanto le inspiraba y eso era justo lo que necesitaba. La vida y la muerte se mezclaban en el entorno con armonía. Las erosionadas lápidas se cubrían de verdín y hojaresca. La naturaleza crecía salvaje alrededor de las tumbas invadiéndolas. El lugar databa de principios del siglo XVIII, el tiempo parecía que se había detenido desde entonces.

La trasladaba a otra época. Se detuvo frente a la estatua de un mujer de aspecto fantasmagórico a la que le faltaba parte de un brazo, parecía brotar directamente del suelo. Se arrodilló frente a la estatua. Separó la hojaresca dejando al descubierto parte de la antigua lápida. Dejó una rosa negra sobre la lápida, cerró los ojos unos instantes y la cubrió de nuevo con la vegetación. Anduvó durante un buen rato a través de los tortuosos caminos cubiertos de vegetación y flores en dirección a la antigua capilla que a pesar de su abandono se erguía desafiante como un espectro entre la maleza. La contemplo extasiada por la decadente belleza del desolado templo.

Se sentó sobre una de las cercanas lapidas y se puso a escribir su testamento en el ordenador. Dejaría todos sus bienes para la conservación del lugar. Ponía una única condición, que no se restaurase jamás la capilla y fuese enterrada en la entrada. El haber visto la muerte tan de cerca casi que mirándola a los ojos, la habían echo reflexionar. Por primera vez se dio cuenta que la muerte era una posibilidad real que podía ocurrir en cualquier momento por mucho que tratase enfermizamente de controlarlo todo y a todos. Tenía que estar preparada para ello.

Eran casi las once de la mañana,faltaba una escasa hora para el sepelio de Norfolk que tendría lugar en ese lugar. Quería estar presente, no podía soportar el no haber ejecutado con sus propias manos al agente que osó entrar en su casa. Al menos disfrutaría de ese momento, del sufrimiento de sus familiares y amigos. No era lo que ella había preparado pero no iba a dejar pasar la oportunidad de regocijarse un poco.

Aprovechó para hacer una llamada pendiente.

—Edward ¿Que tal? ¿Recuperado de ayer?

Hola Brigitte. Solo a medías. Estupendo.

No estuvo mal del todo ¿No?.

Creo podemos mejorarlo, ¿Que estas haciendo?

Estoy en Londres de nuevo. Tengo que hacer un par de gestiones.

¿Estas sola?

Si, he mandado a mi marido a dar un paseo. Te l amo por si nos vemos a la tarde.

Sabes que no puedo. María me esperara al salir del trabajo. Tengo lío hoy, quiere que vayamos al cine y a cenar.

No sé cuando volveré a Londres, me he quedado con ganas de ti. Invéntate algo., dile que trabajas hasta las seis y me ves de cuatro a seis. Aprovechare para hacer un par de cosas aquí.

Si quieres puedo decirle que me voy a comer con un cliente. Solo podré disponer de una hora y media, no más. Tengo ganas de verte de nuevo, me vendría bien una escapada.

Estupendo. Reservare un hotel cercano a tu oficina, luego te mando un mensaje diciendo la hora exacta.

Perfecto. Se buena.

Lo soy. Tengo algo especial para ti. —Colgó el teléfono.

A la chica se le ilumino la cara. Le encantaba Edward Brown, era un chico estupendo. Le había sorprendido gratamente, necesitaba de alguien que levantase su ego. ¿Quien mejor que Edward? Por un lado el chico era un encanto, disfrutaban como leones en la cama, y lo que era más importante, le iba a dar una lección al engreído de su padre. Le iba a demostrar quien era la que llevaba las riendas. Tenia unas ganas locas de ver la cara que se le quedaría cuando se enterase de su nuevo amante. Se iba a portar como un corderito de nuevo. Volvería a encauzar las aguas que parecía últimamente se habían revuelto bastante.

El cementerio al rato, poco a poco, se fue llenando de gente. El sepelio de Norflok tendría lugar en breves minutos. La zona se lleno de familiares, amigos y un nutrido número de policías, al menos había 150 personas. Elizabeth se juntó a ellos, iba vestida para la ocasión totalmente de negro, llevaba su vestido preferido con un sombrero del que colgaba una redecilla que ocultaba parcialmente la cara.

El entierro tuvo lugar entre los llantos de la mujer e hijos. Elizabeth observaba la cara de todos ellos, los rostros de dolor. Se recreaba en ellos, ese insolente había invadido su privacidad como nunca nadie se había atrevido anteriormente. Le estaba bien merecido, pero le parecía poco. De buena se había librado. Al fin sabía el motivo de su visita, no era otro que el traidor de Gerard Brown.

Pudo ver a Moles, y al comisario Thompson. No tenían muy buena cara, sobre todo el inspector Moles. En persona le pareció despreciable, no era digno de el a, insignificante. Le hizo gracia el pensar que la sociedad confiaba en ellos para capturarla, inocentes.... Varios de sus compañeros cargaron el féretro y lo introdujeron con satisfacción para ella en las profundidades de la fosa.

No pudo evitar una sonrisa y una muesca de satisfacción. No se pudo controlar, se cubrió la cara para disimular mientras su esposa caía de rodillas al suelo llorando. Patético, reservar vuestras lágrimas que muchos de vosotros os juntareis de nuevo. Se recreaba en el sufrimiento de los que le rodeaban tratando de grabar sus caras de dolor en su mente. Observó con detenimiento a Thompson parecía fuera de sí, como si fuese a estallar en cualquier momento. Así me gusta comisario cabreate un poco.

Tuvo que abandonar el lugar antes de que le diese un ataque de risa. Se alejó del ritual con renovadas energías y puso dirección a la oficina de Edward Brown. Eso iba a ser todavía mejor, necesitaba seguir con su plan. Un nuevo golpe maestro que iba a consumar.

En el cementerio el entierro termino. Todos estaban desolados, fuese quien fuese el autor de los asesinatos lo iba a pagar muy caro se decía a si mismo el comisario Thompson que era el compañero más afectado. No podía soportar perder a dos más de sus hombres. El era el máximo responsable, tres bajas en menos de un mes era una tragedia de proporciones bíblicas para él. Apartó a Moles a un lado en el camino hacia el coche:

Tenemos que hablar. —El tono no le gustó a Moles. Sabía que le iba a decir algo que con lo que no estaría de acuerdo.

Dime Comisario.

Este caso lo vas a llevar tú. No quiero que pase un día más sin tener aquí al responsable de estos asesinatos.

Comisario. Estoy con lo de Johnny, tratando de atar todos los cabos sueltos. No puedo dejarlo ahora.

Has echo todo lo que podías en ese caso, te viene bien una pausa. Entre todos nos encargaremos, Johnny esta muerto. Ahora esto es lo prioritario, no toleraré más muertes de los nuestros. Es cosa tuya Moles, ve y acaba con esos hijos de puta. Desmantelemos la organización hoy mismo.

Esta bien comisario. Va por Norflok y Smith—.Ambos se dan un abrazo.

Tráeme a ese asesino. Le voy a arrancar los dientes uno a uno. —Dijo Thompson que se alejo a paso rápido para meterse en un coche.

En otro lugar, Elizabeth conducía dándole vueltas a sus planes. Iba a darle una lección que no olvidaría al padre de Edward, lo iba a poner en vereda. Tenía que ser cauta, Brigitte la había echo sentir miedo por primera vez en su vida. Había visto la muerte tan cercana, lo que más le impresiono es que había sido incapaz de evitarla. Solo la intervención de Gerard pudo parar el intento de suicidio de Brigitte. Estaba viva de milagro. Se preguntaba que hubiese pasado si hubiese matado a Gerard ¿Estaría muerta ahora mismo?

Por la reacción de Brigitte estaba claro que si. Gerard y Brigitte estaban incomprensiblemente para el a enamorados. Había minusvalorado al político, la había cogido desprevenida. Eso tenía consecuencias negativas aunque su especialidad era sacar provecho de ello. Iba a poner algo más que un parche a la situación. Ahora tocaba un poco de diversión. Podía renunciar a Gerard, siempre y cuando tuviese un sustituto que lo mejorase.

Pasadas unas horas, regreso a la casa de Brigton. La presencia de Brigitte que había mantenido dormida durante todo el día se empezaba a hacer más y más fuerte. Estaba como loca por ir a ver a Gerard. Elizabeth se lo impedía, no se iba a salir con la suya tan fácilmente. Subió a ver las noticias, ignorando los ruegos de Brigitte por ir a ver al político. Brigitte no era consciente de lo que había pasado en todo el día.

—Cállate de una vez —le decía Elizabeth—. Esta bien en su celda. No te preocupes tanto por él. Ya te he dicho que no le haría daño.

Quiero verlo. Lo has dejado encerrado dos días seguidos. No estas cumpliendo el trato, esto acabará mal. Lo sabes ¿Verdad?

Al contrario, te equivocas. Os tengo una sorpresa preparada que va a facilitar las cosas.

¿A qué te refieres? ¿Qué es lo que has estado haciendo?

Algo que nos conviene a las dos. Luego os contare parejita. Estoy ocupada. Déjame ver las noticias, cuando acaben bajaremos a ver a Gerard. Os dejare a solas tal como te prometí. A Dominique lo he mandado a Francia, así que te lo puedes subir a la habitación. Es en lo que hemos quedado ¿No?.

Deja de molestarme y yo no te molestare. Veo las noticias y bajo.

Yo he cumplido mi parte, cumple la tuya.

Te lo he dicho, cuando acaben las noticias a la vuestra. A mi ni me molestéis. Sois patéticos. No quiero formar parte de vuestra mediocridad. Hablaremos los tres en un rato. Venga esfúmate de una vez.

Hablaremos, cuidado con lo que haces. Sabes lo que pasará si sigues por ese camino.

Adiós.

El telediario acabo. Elizabeth se dirigió a la celda de Gerard. Eran las nueve y media de la noche. Gerard llevaba todo el día confinado en su celda, nervioso. No había visto a Brigitte desde la mañana. Habían hablado durante media hora, conocía que ambas tenían un trato y que eso beneficiaría a Gerard. Este no se fiaba en absoluto de Elizabeth, Brigitte le había comentado que confiase en ella que las cosas iban a ir a mejor, que Elizabeth respetaría el trato y que le había prohibido hacerle daño.

Gerard se temía lo peor, habían pasado más de 14 horas y estaba solo en la celda. Encerrado. Ni siquiera le habían dejado comida, lo cual no era nada habitual. Oyó que se abría la puerta de seguridad del garaje.

Alguien se acercaba ¿Dominique con comida? ¿Elizabeth? ¿Brigitte? La puerta de su celda se abrió. Brigitte salió corriendo a su encuentro. Se abrazaron.

¿Estas bien cariño?

¿Que ha pasado? He estado muy preocupado. —Le dijo Gerard nada más verla.

Lo siento, era parte del trato. Tuve que dejarla ir, ahora tendremos tiempo para nosotros. Estaremos solos, salgamos de aquí. Vamos a casa.

Salieron al exterior. Gerard se sentó en las escaleras de la casa junto con Brigitte. Necesitaba aire, tanto tiempo encerrado le había creado una sensación de claustrofobia que lo agobiaba.

Había llegado a pensar que moriría allí solo de hambre. Tal como se especulo en las noticias. Trató de tranquilizarse un poco en compañía de Brigitte. El nudo en el estomago poco a poco le iba desapareciendo.

¿Qué es lo que ha pasado? ¿Dónde esta Dominique?

Dominique no os molestará en una temporada. Lo he mandado de vacaciones. —Era Elizabeth la que hablaba.

Si nos quedaremos tú y yo a solas Gerard. —Contesto Brigitte con un tono de alegría inmenso reflejado en su voz.

¿A solas?. —Había gato encerrado, lo sabía.

Sí Gerard. Hemos llegado a un trato como te dijo Brigitte. Si cumple su parte, yo cumpliré la mía.

¿En qué consiste ese trato?. Explicarme. —Gerard no se fiaba un pelo. El estar hablando así tranquilamente con las dos a la vez le parecía cosa de locos. ¿Habría perdido la cordura?

Básicamente en que si no te hago daño a ti, Brigitte no me hace daño a mí. Intereses mutuos. Es un pacto justo ¿No crees?

No lo has respetado: He estado todo el día encerrado. Eso, es hacerme daño. ¿No es así Brigitte?

Sí. Tienes razón. Aunque no volverá a pasar, ¿Verdad Elizabeth?.

Así es, gozarás de más libertad a partir de ahora. Se acabo la celda: Dominique esta fuera, no lo necesito por una temporada. Es un gesto por impedir que Brigitte se quitase la vida. Tenemos que llevarnos bien, somos una familia ¿O no? Os estaré vigilando, eso si. Hay una cosa más; digamos un seguro. No lo toméis a mal, es necesario.

¿A que te refieres? —Contesta el político preocupado.

Es algo bueno, nos va a dar libertad a los tres. Ayudará a que las cosas cambien a mejor. Subamos al salón lo tengo en el ordenador.

Suben los tres al salón de la casa, Gerard no había estado nunca allí. El salón era bastante amplio, elegante; con una mesa de comedor de roble macizo y cómodos sofás de cuero blanco. Gozaba de unos ventanales inmensos, cubiertos parcialmente por unas cortinas blancas.

Elizabeth consulto su teléfono: tenia un nuevo mensaje. Encendió el ordenador, Gerard estaba incomodo, sabía que lo que le enseñaría Elizabeth no le iba a gustar. ¿Qué es lo que habría hecho en esta ocasión? Le costaba mantener la compostura. Disimulo inspeccionando uno de los jarrones chinos que había sobre un mueble de teka. ¿Sería verdadero? Si era así, valdría una fortuna y había al menos seis en la habitación.

Pobre Brigitte podría tener todo lo que quisiera, solo le sobraba una cosa Elizabeth, pensaba el político. Elizabeth manejaba el ordenador con soltura, lo conecto a la televisión. Le pidió a Gerard que tomase asiento y ella se sentó en el sofá de enfrente. El político se sentó visiblemente incomodo por la situación. Le vinieron a la mente los payasos ¿Qué sería lo siguiente?.

En la televisión aparecíeron unas imágenes, Elizabeth filmándose a sí misma en una habitación de hotel delante del espejo. Unas tomas de la habitación: Había una botella de Champan francés, unas rosas en el jarrón, una música relajante de fondo. Elizabeth se desnudaba con la cámara fija en uno de los muebles.

¿Qué es esto? —Dijo Gerard—. ¿Es qué pretendes calentarme?.

Ni mucho menos —Contestó Elizabeth – Ahora comprenderás.

Ir a la siguiente página

Report Page