Electro

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Capítulo 11

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ranquilo, tranquilo...

Aquella voz de hombre fue lo primero que Ray escuchó cuando se despertó sobresaltado y con la cabeza dándole vueltas.

—¿Dónde...? —pronunciar aquella palabra le supuso un esfuerzo sobrehumano y tuvo que darse por vencido.

—No intentes hablar, aún estás bajo los efectos del sedante.

Ray trataba de enfocar a quien le estaba hablando, pero era difícil mantener los ojos abiertos el tiempo suficiente, y la oscuridad era demasiado cómoda, demasiado perfecta.

—Has tenido suerte. Un par de horas más y habría acabado contigo.

Sintió cómo un par de dedos le sujetaban los párpados mientras el desconocido inspeccionaba sus ojos con una linterna.

—¿Recuerdas tu nombre? —preguntó el tipo a la vez que chasqueaba los dedos junto a su oído.

—Ray —se obligó a responder.

—Muy bien, Ray. ¿Cuántos dedos ves?

Él hizo un segundo esfuerzo por enfocar y comenzó a recobrar la vista poco a poco.

—¿Tres?

—Vaya, tu sistema inmunológico es fuerte. Normalmente me suelen decir un número de dos cifras.

—¿He acertado? —musitó.

—No, solo tenía uno.

Ray resopló. No entendía nada. Intentó incorporarse, pero sus músculos no respondieron. Sentía como si todo su cuerpo estuviera cubierto por una manta de piedra.

—Tranquilo, Duracell.

Solo una persona podía llamarle así.

—¿Eden? —preguntó, y recordar su voz y su nombre le provocó una descarga de energía revitalizante—. ¿Dónde... estoy?

—En el campamento —respondió ella—. ¿Cómo se encuentra?

—Todavía está bajo los efectos del sedante, pero se está recuperando muy rápido. Creo que le ha salvado el colmillo.

—¿Colmillo? —preguntó Ray, aturdido, y esta vez, cuando volvió a abrir los ojos, se obligó a no cerrarlos.

—¿Recuerdas la serpiente? Te la quitaste de encima con tanta fuerza que uno de sus colmillos se quedó dentro de tu cuello. Logan ha tenido que sacártelo.

—¿Logan?

—Logan, Duracell. Duracell, Logan.

—Me llamo Ray.

—Ya sabe cómo te llamas, idiota.

Desde luego, Eden estaba perfectamente y no había perdido ni una pizca de su particular humor, cosa que en el fondo Ray agradecía aun en circunstancias tan extrañas.

Por desgracia, haber estado inconsciente el tiempo que fuera le preocupaba sobremanera. Era la tercera vez que le ocurría en menos de una semana y con cada una de ellas la situación había empeorado sustancialmente.

—¿Y... de lo otro? —la pregunta de Eden devolvió a Ray al presente.

Poco a poco iba recuperando la vista y ya empezaba a distinguir figuras más definidas a su alrededor.

—Pues de lo otro... está sano. Completamente sano. Tiene un corazón fuerte, sin ninguna anomalía. Y los análisis de sangre no muestran nada distinto. Bueno, sí, falta de iones. Pero eso en él es lo esperable. Por lo demás, está limpia. Cero positiva, para ser exactos. En resumen, su corazón es completamente independiente.

—Entonces, ¿crees que también puede haber una cura para nosotros?

—Es pronto para decirlo. Pero me temo que no es muy distinto a los animales con los que hemos hecho pruebas, Eden. No parece haber tenido contacto alguno con baterías o electricidad.

—¿Podéis dejar de hablar de mí como si no estuviera? —intervino Ray, tras sufrir un breve acceso de tos.

Por fin podía ver con claridad. El compañero de Eden rondaba la treintena y lo único que le hacía parecer un médico era los guantes de látex que cubrían sus manos. Llevaba remangadas las mangas de una camisa abierta que dejaba al descubierto una camiseta con el logo de Nirvana. El cabello, pelirrojo, corto y con entradas, iba a juego con las pecas que cubrían sus mejillas. Y su sonrisa tranquila fue suficiente garantía para que Ray confiara en él, aunque le acabara de conocer.

—Escucha, Duracell —dijo Eden—, Logan es el único que sabe tu pequeño secreto, y por ahora necesitamos que siga siendo así.

—¿Qué vais a hacer conmigo?

—Pues abrirte el pecho y sacarte el corazón para comérnoslo, evidentemente... —replicó Eden. Después sonrió—. ¿No es eso lo que esperas de nosotros?

Ray, tras unos instantes de indecisión, se atrevió a sonreír aliviado al comprender que estaba de broma.

—Eden me ha dicho que andas buscando un complejo en el que crees que hay más gente como tú. —Ray asintió—. ¿Y dices que está hacia el este? Porque, créeme, conocemos bien ese terreno y por allí no hay absolutamente nada.

—Es que está bajo tierra —explicó el joven, mientras se incorporaba y notaba la sangre circular por sus extremidades.

—Comprendo.

Ray se palpó el cuello y noto la gasa y el esparadrapo que le cubrían la herida. Aún no podía creerse que de todos los animales de la faz de la tierra le hubiera tenido que morder el que más miedo y repulsión le provocaba.

Mientras Logan y Eden se alejaban unos pasos para discutir algo sobre las existencias médicas con las que contaban, Ray aprovechó para situarse. Se encontraban dentro de una tienda de campaña bastante amplia, con un arsenal médico repartido en cajas, cajones y rudimentarias mesas con ruedas. Aquello, dedujo, debía de ser el hospital del famoso campamento. Para él, era como encontrarse en el decorado de una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial.

«Dos noches».

El recuerdo vino a su mente de pronto. Ray le había prometido a Eden que solo pasaría dos noches en el campamento antes de que esta le acompañara al complejo. Después ella le guiaría, pero, ¿realmente la necesitaba?

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó Ray, interrumpiendo la conversación de los otros dos.

—Llevas aquí medio día, más o menos —aclaró Logan.

—O sea, que en día y medio nos vamos al complejo —confirmó Ray con los ojos clavados en Eden.

—Iremos al complejo cuando estés bien.

—¡No! Me dijiste dos noches. Y dos noches serán. Mañana al mediodía me marcharé. Con o sin ti.

Eden le sostuvo la mirada con una fiereza salvaje y los músculos en tensión, conteniéndose para no decir o hacer algo que pudiera tener peores consecuencias. Por suerte, Logan se acercó a ella, le puso una mano sobre el hombro y dijo:

—Ya habrá tiempo de discutir esto más tarde. Ahora que te encuentras mejor, podríamos enseñarte el campamento, ¿te parece?

Una parte de Ray deseaba quedarse en aquella tienda, protegido, y olvidarse del exterior y de ese nuevo mundo al que no sabía si llegaría a acostumbrarse alguna vez. No obstante, la curiosidad terminó venciéndole y aceptó la invitación del médico.

El joven se puso en pie con ayuda de Logan y Eden, después tomó su camiseta y se vistió. Antes de que salieran de la tienda, Eden le encasquetó un brazalete en el antebrazo similar al que llevaban ellos, con las mismas luces verdes parpadeantes.

—Tienes que pasar desapercibido —explicó, y salieron de aquella tienda justo cuando entraba una mujer de pelo rizado que Logan le presentó como Kara.

En cuanto puso un pie fuera, Ray tuvo que cubrirse el rostro con las manos hasta que logró que su vista se acostumbrara a la imperiosa claridad. Observó entonces que el campamento estaba situado en el claro de un bosque repleto de pinos. Una inmensa muralla hecha a base de troncos de madera rodeaba y protegía el conjunto de tiendas y a las personas que vivían en ellas. Eden no había exagerado: eran una multitud los que habían decidido abandonar la mencionada Ciudadela para irse a vivir al bosque.

A primera vista, Ray calculó que debía de haber medio centenar de tiendas algo más pequeñas que la que acababan de abandonar desperdigadas por el inmenso claro, aparte de otras carpas más grandes, como la del hospital, que supuso que serían de trabajo.

—¿Sorprendido? —preguntó Eden con una leve sonrisa de orgullo y satisfacción.

Ray no pudo ocultar su cara de asombro. La gente paseaba, charlaba animadamente o se entretenía en sus quehaceres con una calma y una seguridad contagiosas. El chico caminaba junto a Eden y Logan sin poder evitar sentir cierta envidia por no formar parte de algo así. Mientras sus guías devolvían los saludos, él intentaba mantener el ritmo e ignoraba las miradas de suspicacia y extrañeza que le dedicaban sin ningún pudor los que se cruzaban en su camino.

Al cabo de un rato, dieron la vuelta y Logan comentó:

—Como ves, las carpas principales, la médica, el taller, la que utilizamos de despensa o las de investigación, están situadas en el centro del campamento, rodeadas por las tiendas-vivienda. De ese modo están más protegidas.

—¿Las de investigación?

El hombre asintió.

—El principal objetivo de este campamento es dar con una batería que no dependa de fuentes externas para recargarse y nos suministre energía ilimitada. Ahora lo verás —añadió apartando la tela que hacía las veces de puerta de una de las carpas y los invitaba a pasar.

Allí había tres mesas repletas de chatarra, placas solares, cables y herramientas donde cuatro personas trabajaban sin apartar la vista de sus respectivas labores y sin advertir su presencia.

—Aquí experimentamos con las baterías e intentamos construir nuevas versiones mejoradas que puedan recargarse automáticamente sin tener que modificar nada.

Ray se fijó en una de las placas que estaba manipulando una mujer.

—Energía solar, ¿no?

—Es lo más factible, sí. Pero tenemos un pequeño problema... —dijo Logan mientras salía de la tienda—. Es prácticamente imposible encontrar placas que no estén marcadas por la Ciudadela. Todas las que existen las tienen ellos.

—Así que no nos queda más remedio que construir las nuestras —sentenció Eden.

—¿O sea que ibas en serio con lo de los jabones?

—Vaya, ¿hay algo que no te haya contado Eden? —preguntó Logan, dedicándole a la chica una mirada de reproche.

—¿Qué? ¡Pensaba que no sobreviviría! —respondió, y luego le guiñó un ojo a Ray.

El interior de la siguiente carpa era bien distinto. Se trataba de un pequeño y completo laboratorio, aislado del exterior por plásticos que protegían las neveras, microscopios y demás artilugios con los que los científicos del campamento investigaban.

—Eden y otros buscadores se encargan de traernos los elementos que nos hacen falta para construir nuestras placas. El jabón líquido es clave porque a través de él extraemos el hidróxido de potasio para generar las células solares. Esta carpa, en concreto, está destinada a ello.

—¿Y funciona? —preguntó Ray mientras salían de vuelta al exterior—. Quiero decir que si habéis conseguido que alguna batería funcione con energía solar.

—De momento, hemos llegado a crear placas que duran de dos a tres meses. Lo cual es todo un avance. El problema está en que tardamos una media de cuatro meses en crear cada una —explicó Logan mientras se reía—. Así que todavía nos queda un largo camino por recorrer.

Ray se quedó en silencio durante un rato, reflexionando sobre la situación a la que se enfrentaba cada mañana aquella gente viviendo en una constante carrera contrarreloj por seguir con vida. ¿En qué clase de mundo se había despertado?

De pronto, advirtió algo.

—Sois... todos muy jóvenes, ¿no? —preguntó—. No he visto a nadie que supere los cuarenta años por aquí.

—Sí —respondió Eden—, el mayor de este campamento es Ferguson, y cumple treinta y ocho el mes que viene.

Logan asintió.

—Ten en cuenta, Ray, que desde que abandonamos la Ciudadela nos arriesgamos a tener que sobrevivir a veces extrayendo la energía de las pilas de un mando de televisor. Y que un corazón de treinta años es más fuerte y puede soportar situaciones límite mejor que uno de cuarenta. Es... como bucear: unos pulmones sanos y jóvenes van a aguantar más tiempo bajo el agua que unos más maduros.

—Lo que quiere decir Logan es que vivir por nuestra cuenta supone jugarnos la vida a diario. Y que solo podemos arriesgarnos los más jóvenes...

—¡O los que tenemos un corazón de hierro! —exclamó una voz grave a sus espaldas.

—Estabas tardando en aparecer... —dijo Eden antes de acercarse al tipo que acababa de aparecer para darle un abrazo.

—Ya decía yo que me pitaban los oídos.

—Ray, este es Ferguson —dijo Logan.

—Puedes llamarme Gus.

A pesar de ser el más mayor de todo el campamento, no aparentaba tener más edad que el propio Logan. Era un hombre alto, de espaldas anchas y fuerte, como constataban los músculos que se marcaban bajo su camiseta negra. Llevaba perilla y el cabello repeinado hacia atrás. En el antebrazo lucía el mismo brazalete que los demás, y a pesar de su aspecto rudo, parecía un hombre de carcajada fácil. El fuerte apretón de manos que le propinó a Ray terminó de convencerle de que era una persona que no se andaba con tapujos.

—Un placer, Ray. ¿De qué parte del estado vienes?

—Lo encontré medio moribundo hacia el norte. Huía de un escuadrón de centinelas —habló Eden en su lugar.

—¿Qué puedo decir? Soy un chico con suerte... —contestó él con ironía.

—El exterior es un mundo aparte, chaval. Y más si vas por tu cuenta. Aquí te mantendremos con vida. ¡O lo intentaremos! —y soltó una risotada, le dio una palmada en la espalda y añadió—: Bienvenido.

—Estábamos enseñándole el campamento, Ferguson —comentó Logan mientras emprendían de nuevo la marcha—. Nos dirigíamos ahora a tu carpa.

—Gus se encarga de todo lo relacionado con la defensa del campamento —explicó Eden, caminando al lado de la torre humana—. Desde preparar a los nuevos rebeldes para la lucha hasta renovar el armamento.

—En el fondo, no soy más que un manitas —dijo Ferguson con una sonrisa pícara.

Recorrieron el campamento hasta llegar a una pequeña explanada en la que había varios jóvenes entrenando con diversas armas, entre ellas las porras con las que Eden había escapado de Bob y de los otros vigilantes.

—Aquí es donde practican mis pupilos —explicó Ferguson—. Comienzan con las porras eléctricas, muy parecidas a los aturdidores, combate cuerpo a cuerpo... Lo básico. Y acaban con mis juguetitos especiales, aunque están aún en periodo de prueba.

Señaló entonces al otro extremo de la pradera donde cuatro chicos entrenaban en un pequeño campo de simulación con peleles de plástico en cuyo pecho brillaba una luz rojiza. Cada vez que uno de los rebeldes acertaba a uno de los objetivos con las armas lanza-rayos que sostenían, la luz se apagaba.

Finalmente, entraron en la carpa que lideraba aquella posición. Se parecía más a la primera que habían visitado, aunque mucho más desordenada y con objetos mucho más grandes y aparatosos desperdigados por el suelo. Ferguson, emocionado, se dirigió hacia una de las mesas en las que había una especie de armadura para el brazo que comenzó a ponerse.

—Quitando a los lobos, infantes y cristales, aquí somos todos iguales, vivamos en la Ciudadela o en el campamento. Una descarga eléctrica y estás muerto. Lo malo es que tenemos que acercarnos mucho al enemigo para reducirlo. Incluso con las pistolas de rayos no podemos estar a más de un par de metros de distancia. Por eso, estoy intentando perfeccionar artilugios como este.

Ferguson alzó la mano entonces y les mostró el peculiar guante de hierro que se había puesto.

—Os presento el Detonador.

La coraza simulaba las articulaciones de la mano por un lado y tenía un recuadro azul con una compleja red de cristales en la palma. El guante se extendía por todo el antebrazo, donde había una placa solar y un pequeño panel táctil con información.

—Este cacharro es capaz de lanzar una descarga mortal en un radio de cinco metros. Aún está en fase de desarrollo porque quien lo lleve necesita estar totalmente aislado en goma y todavía necesitamos confeccionar esos trajes, pero...

El sonido de una campana lejana interrumpió la exhibición. El silencio que se produjo y la cara de sorpresa y preocupación que reflejaron los rostros de los rebeldes fueron suficientes para que Ray entendiera que aquel sonido no auguraba nada bueno.

Ferguson fue el primero en salir a toda prisa de la tienda, aún con el Detonador puesto. Los demás le siguieron a la carrera hasta la entrada de la muralla.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ferguson mientras se encaramaba al puesto de vigilancia.

Uno de los hombres le cedió sus prismáticos y el gigante miró a través de ellos.

—¡Abrid las puertas, rápido! —ordenó Ferguson.

—¿Qué es lo que pasa? —gritó Eden, acercándose con Logan y Ray hasta la entrada del campamento.

—Nada bueno... —sentenció su compañero. Y con el dedo señaló en el horizonte la figura de un hombre cubierto de sangre que corría desesperado hacia ellos.

 

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