El protector

El protector


Capítulo 4

Página 8 de 41

Capítulo 4

CAMI

La torre Logan es un lugar que me aterroriza porque siempre que tengo que ir allí es porque papá va a decirme algo que no me va a gustar. No sé de qué se trata, pero sé que para mí será una intrusión en mi intimidad y que para papá será un negocio. Por eso me hace ir a su oficina, a su lugar de trabajo, el centro de su actividad comercial. Si la llamada de esta mañana hubiera tenido algo que ver con una relación normal padre-hija, me habría invitado a visitarlo en su mansión de las afueras de la ciudad y habría tenido que apretar los dientes para soportar a Chloe, su controladora esposa actual, mientras él me llenaba la cabeza de detalles sobre hombres adecuados para mí según sus estándares, que no son los míos. Según sus estándares, me convienen hombres ricos que son siempre demencialmente aburridos y a los que no les interesa nada aparte de los negocios.

Odio la sensación de tener que prepararme psicológicamente para estas reuniones con mi padre. No pienso doblegarme a sus absurdas exigencias, me da igual las que sean. No le hice caso cuando trató de obligarme a estudiar Derecho en vez de Moda, ni cuando trató de inscribirme en la Universidad de Londres y yo lo desafié matriculándome en el London College. Tampoco le hice caso cuando quiso que saliera con uno de sus socios cuando empecé con Sebastian. Todas sus esposas se han rendido a sus exigencias, incluida mi madre, pero yo no lo haré. De mí no puede divorciarse. Es mi padre y lo quiero, pero también es un abusón.

Entro en su despacho y veo a Pete y a Grant a ambos lados de su mesa. No están ahí de adorno; mi padre es un hombre de negocios despiadado que ha hecho enfadar a mucha gente en su camino hasta la cima. Como aquella vez que echó al presidente —un hombre de noventa años— de la junta directiva de una cadena de residencias de ancianos tras una opa hostil. El hombre murió una semana más tarde y, una semana después, uno de los edificios de mi padre se incendió.

O aquella vez en que el rival de mi padre en la pugna por hacerse con una cadena hotelera fue acusado de acoso sexual por una empleada, lo que hizo que tuviera que retirarse de la puja. Se rumoreó que mi padre había pagado a la empleada para que lo acusara. Nunca pudo demostrarse, aunque sospecho que él tuvo algo que ver con todo aquello. No me llevo a engaño: mi padre es un hombre cruel y despiadado.

Dirijo una sonrisa forzada a sus guardaespaldas, que me la devuelven por costumbre, y me centro en él, sentado entre ambos. Parece estar concediéndome audiencia como si de un rey en su trono se tratara.

—¡Mi estrellita! —Para un hombre de su peso, se levanta con una agilidad sorprendente y se acerca a mí antes de que llegue a la silla—. ¡Dame un abrazo!

Se lo doy, pero su entusiasmo me escama. La situación empieza a preocuparme.

—¿Qué pasa? —le pregunto mirando a Pete y a Grant.

Ambos me rehúyen la mirada; la cosa pinta mal.

—Nada, cariño.

Mi padre rompe el abrazo y me sujeta por los brazos, dirigiéndome una sonrisa afectuosa. Ha vuelto a teñirse el pelo de negro. Ojalá se rindiera y se dejara las canas sin teñir. Le darían un aspecto mucho más distinguido y no parecería que trata desesperadamente de no desentonar con su última esposa. Aunque eso es imposible, ya que esta vez se ha pasado tres pueblos casándose con una mujer más joven que yo.

Me estremezco cuando la imagen de Chloe —la esposa número tres, la causante de que le diera la patada a mi madre— se apodera de mi mente. Es una mujer muy hermosa, pero no es precisamente brillante. La pobre quiere ser mi amiga; no entiende que yo preferiría clavarme clavos en los ojos.

—Siéntate. —Mi padre me acomoda literalmente en la silla y me deja todavía más preocupada cuando no recupera su posición tras la enorme mesa de despacho, lugar donde se siente el rey del castillo. En vez de eso, coge la otra silla y se instala a mi lado, jugueteando con la aguja de oro macizo que le sujeta la corbata—. Hoy estás especialmente guapa. —Toma un mechón de mi pelo y lo acaricia mientras ladea la cabeza—. Estoy tan orgulloso de ti, cariño…

—¿Ah, sí? —pregunto con desconfianza.

¿Qué está pasando aquí? Vuelvo a mirar a Pete y a Grant, pero ellos permanecen inexpresivos.

—Sabes que haría cualquier cosa por garantizar tu seguridad.

Oh, mierda. ¿Me han vuelto a hacer una foto saliendo de un local con unas copas de más? ¿Se me han visto las bragas al entrar en un taxi? Aunque miles de mujeres hacen esas cosas cada día, por desgracia para mí, a los paparazzi parece que no se les escapa ni una. Y, aunque sólo haya olido una botella de vodka, o ni siquiera eso, si salgo bizca en alguna foto, ya tienen bastante material para afirmar que voy directa a la autodestrucción. Pero esa etapa de mi vida ya la tengo superada. Es verdad que algunos días son duros, pero no hace falta que mi padre lo sepa. Ya es bastante insoportable sin esa información.

—Papá —me echo hacia delante, dispuesta a declararme inocente y a asegurarle que no pienso volver a caer en viejos vicios—, yo no…

—Escúchame un momento. —Para mi propia sorpresa y para la de mi padre, le hago caso. Me callo y dejo que acabe de decir lo que tiene que decir, porque mi sentido arácnido me dice que la cosa es seria—. Ayer recibí algo.

—¿El qué?

Suspira y me toma las dos manos en señal de apoyo. No me gusta; no me gusta nada. He visto a mi padre de muchas maneras distintas, pero ésta es nueva: está preocupado.

—Un mensaje.

—¿Un mensaje? ¿Qué tipo de mensaje?

—Uno amenazador.

Me vienen ganas de echarme a reír. Mi padre recibe amenazas todos los días. Precisamente por eso Pete y Grant lo acompañan siempre. ¿Por qué de repente esta preocupación?

—¿Y? —pregunto con indiferencia.

—Pues que te han amenazado a ti.

Me echo hacia atrás y cierro la boca con brusquedad. No necesito preguntarle más. Sus palabras y la presión de sus manos me informan de que cree que la amenaza es seria.

Empiezo a enfadarme y él lo nota. Trato de mantenerme lo más alejada posible de los negocios de mi padre. Trabajo duro, me gano un sueldo y me esfuerzo por abrirme camino por mis propios medios. Lo único que permito que me pague —y, sí, ya sé que no es poco— es mi piso. Bueno, su piso. Es suyo, pero yo insisto en pagarle un alquiler. El hecho de que el dinero salga de mi cuenta corriente y vaya a parar a otra cuenta que también está a mi nombre junto con las cincuenta mil libras que deposita cada mes es irrelevante. No he tocado un solo penique ni pienso hacerlo.

Por otro lado, mi hermanastro, TJ, trabaja para mi padre. Está metido en todos sus tratos y sigue los pasos de él en todo. Resulta evidente que se convertirá en un tiburón de los negocios, aunque de momento es mucho más agradable tratar con él; todo el mundo lo dice. Lo quiero mucho, pero somos distintos. Él disfruta siendo el hijo de uno de los hombres más ricos y poderosos de Londres; quiere formar parte de ello. Es digno hijo de su padre. ¿Por qué no lo amenazan a él? No es que quiera que le pase nada, pero me parecería más lógico.

—Escúchame, cariño. —Mi padre me está tratando con mucho cuidado, como si temiera que en cualquier momento fuera a empezar a soltar insultos y palabrotas. Y si no lo hago es porque soy incapaz de hablar. El cerebro se me ha convertido en un revuelto de neuronas. No entiendo nada—. Estoy seguro de que no son más que amenazas vanas —levanta la mano y me acaricia la mejilla con su pulgar gordezuelo—, pero igualmente he tomado medidas por precaución. No puedo permitir que le pase nada a mi estrellita.

Me lo quedo mirando a través de la niebla de confusión y shock, y lo único que me queda claro es que mi padre no cree que sean amenazas vanas en absoluto.

—Vale —convengo.

Él no puede disimular la sorpresa. Su hija, a la que llama sin esconderse su «rebelde cable de alta tensión», acaba de aceptar sus medidas de protección sin protestar. Pero, aparte de la sorpresa, también veo alivio en su cara, y eso sólo acentúa la gravedad de la situación.

—Buena chica —me dice dándome un cariñoso beso en la frente antes de hacerle un gesto a Pete—. Que pase.

Frunzo el ceño y miro al guardaespaldas, que asiente con su ancho cuello antes de salir del despacho.

«¿Que pase? Que pase ¿quién?»

—¿De qué va todo esto? —pregunto enderezando la espalda en la silla al tiempo que mi padre rodea la mesa y se hunde en la suya.

No me responde y empieza a teclear en su iMac muy concentrado.

—Grant, que el coche esté preparado dentro de media hora.

—Sí, señor. —Grant se pone en marcha, saliendo sin mirarme y sin dirigirme la palabra y dejándome a solas con mi padre.

No recuerdo la última vez que estuve a solas con él. Siempre está acompañado, o por sus matones o por la boba de su nueva esposa.

Me reclino en la silla y observo al hombre que está al otro lado de la mesa tratando de entenderlo, pero no puedo. Todo su estrés y su preocupación parecen haberse evaporado.

—Papá, ¿podrías…?

La puerta se abre entonces y me vuelvo a mirar. Pete casi cubre todo el umbral. No tiene el ceño fruncido, pero poco le falta. ¿Qué demonios le pasa?

Pete entra en el despacho.

—Señor —murmura antes de echarse a un lado dejando a la vista…

A un hombre.

La boca se me seca al instante. La lengua se me queda más seca que el desierto, así que no puedo pronunciar las palabras que se quedan pegadas a ella: «Y ¿éste quién coño es?».

Los ojos se me iluminan con una mezcla de placer y curiosidad. Vaya, vaya, este hombre es impresionante. Es altísimo y tiene unos músculos macizos bajo el traje, pero sin ser corpulento. Tiene las piernas algo separadas, lo que le da un aire fuerte, poderoso. ¡Joder, es delicioso!

Abro la boca deseando recuperar la saliva. Trago continuamente sin poder apartar los ojos de su atractiva cara. Tiene la mandíbula cubierta por una incipiente barba oscura, a juego con su pelo corto, que no lleva peinado a la moda, excepto en las sienes, donde ya asoman las canas. Y qué ojos. Son marrones, pero muy muy oscuros, y me están dirigiendo una mirada tan intensa como la mía. Me revuelvo en la silla y mi mente me grita que le diga algo. Aun así, no puedo, porque la única parte de mí que funciona es la que me permite admirar el espectacular espécimen de hombre que adorna el umbral de la puerta del despacho de mi padre.

Da varios pasos con sus largas piernas en mi dirección. A medida que se va acercando tengo que elevar la cara. Sus ojos me mantienen inmóvil, hipnotizada, hasta que llega frente a mí serio y solemne. Extiende la mano y me la quedo mirando. Es muy grande.

—Jake Sharp —me dice.

Y esas dos sencillas palabras me recorren la espalda haciendo que ésta se quiebre vértebra a vértebra hasta que vuelve a recomponerse de golpe, más derecha que antes. Pero qué calor hace, ¿no?

Le doy la mano, fijándome en cómo mis delgados dedos desaparecen engullidos por los suyos, grandes y hábiles, y me embarga una sensación absurda. Mi mano se siente segura dentro de la suya. Es una estupidez, ya lo sé.

Sin embargo, no permanece allí mucho tiempo. La suelta y endereza el brazo con rapidez. Lo miro a la cara y veo que tiene el ceño ligeramente fruncido y que sacude la cabeza antes de volverse hacia mi padre.

—¿Todo listo? —pregunta sin expresión.

La presencia de este hombre es tangible. A su lado, el montón de músculos de Pete y Grant parecen ridículos.

—Cuídela.

—Está en buenas manos. —Sharp baja la mirada hacia sus grandes manos y les da la vuelta.

Siento la necesidad de agarrarlas y de recorrer cada una de las líneas marcadas en sus palmas. «En buenas manos», repito. Hasta ahora he notado lo segura que me sentía al entrar en contacto con una sola de ellas. No quiero ni imaginar lo segura que me sentiría con su cuerpo entero rodeándome.

¿Quién es Jake Sharp? Mis músculos se relajan; noto que me estoy fundiendo con la silla. Puede que empiece a visitar a mi padre más a menudo si este hombre forma parte de su plantilla.

Tal vez sea el sustituto de Pete o de Grant. Tal vez se haya dado cuenta de que necesita a alguien ágil y rápido a su lado en vez de a dos moles musculadas. Tal vez…

Dejo la idea a medias cuando me percato de lo que ha dicho mi padre: «Cuídela».

Me levanto con tanta brusquedad que pierdo el equilibrio y me tambaleo hacia Sharp, chocando contra su fuerte torso. Él no parece notar el impacto. Permanece sólido y estable. Lo único que se mueven son sus brazos, que me sujetan para que no me caiga.

—Cuidado —murmura sosteniéndome con delicadeza hasta que recobro el equilibrio—. ¿Está bien? —pregunta mirándome sin expresión.

Inmediatamente echo de menos el calor de su amplio pecho. Es el hombre más perfecto que he visto nunca, y eso es decir mucho teniendo en cuenta que he compartido sesiones de fotos con un montón de chicos guapísimos. Pero es que él es un hombre, un hombre de verdad, grande, fuerte, maduro. La camisa blanca y almidonada y la corbata gris anudada a la perfección no pueden contener la energía primitiva que brota de su cuerpo.

«¡Oh, Dios mío!»

Trato de recobrar la compostura y me vuelvo hacia mi padre.

—¿Qué has querido decir con eso de «Cuídela»?

—Lo he contratado para que te vigile —responde. Sharp carraspea y mi padre se apresura a expresarlo de otra manera—: Será tu guardaespaldas durante un tiempo. Es el mejor en lo suyo.

—¿Pe… perdón? ¿Él…? —Señalo con el brazo en su dirección y, cuando choco con su bíceps de acero, doy un paso atrás. Joder, este hombre es como un Action Man—. ¿Es mi guardaespaldas?

—Sí. —Mi padre asiente con decisión.

—No. —Me echo a reír y, a continuación, miro a Sharp—. No se ofenda.

—No me ofendo —replica él tan tranquilo, como si este pequeño drama familiar fuera lo más normal del mundo.

Aparto la vista. No puedo mirarlo demasiado rato por miedo a arder por combustión espontánea.

La cara de mi padre se crispa por primera vez desde que he llegado.

—Camille Logan, esto no es negociable. He contratado a Sharp para que te proteja. ¡No te portes como una niña malcriada!

—No soy una niña, soy una mujer —repongo calmada, aunque me muero de ganas de gritar—. Tengo una agenda muy llena. Tengo sesiones de fotos firmadas, entrevistas concertadas…

Mi padre resopla con el desprecio que usa siempre cuando hablamos de mi carrera.

—¿Tienes que ir a ponerte guapa para la cámara?

—Entre otras cosas. También tengo una reunión con unos inversores interesados en mi colección de moda —le explico controlando el malhumor—. Debo poner la empresa en marcha y crearme una reputación aparte de la de modelo.

—Camille, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —Mi padre suspira—. Esa atontada de tu amiga y tú estáis perdiendo el tiempo. Ya hay un montón de marcas de moda en el mercado.

Aprieto los dientes. Es inútil; no lo entiende.

—Pues no vendrá de una, ¿no te parece? —Miro de reojo al hombretón que sigue a mi lado—. No creo que al señor Sharp le interesen los detalles de mi insignificante carrera.

Él también me mira de reojo.

—Yo estoy aquí para lo que haga falta.

—¿Qué tal se le da caminar por la pasarela? —le pregunto muy en serio. Me interesa ver cómo reaccionaría en ese tipo de ambiente—. Tal vez podría contratarlo para una campaña. —El leve movimiento que hace al alzar la ceja me da la información que necesito. Bien.

—Tal vez podría darme unas clases prácticas, ya que es una experta en la materia —replica.

—¿Lo dice en serio?

—¿Y usted?

Me cuesta no abrir la boca, sorprendida. Se está burlando de mí. ¿Ah, sí? Vale, pues yo también sé hacerlo.

—Haga una pose.

—Tal vez algún día —contesta en voz baja, enderezando la espalda.

Aprieto los labios mientras busco algo inteligente que decir en mi mente alborotada.

—Creo que quedaría muy bien con falda.

—Me han dicho más de una vez que tengo buenas piernas.

Mis ojos —malditos sean, los odio— deciden entonces que es un buen momento para mirarle las piernas. Las tiene largas y fuertes, con unos muslos impresionantes. Bajo la vista al suelo con rapidez. ¿Cómo me he metido en esto?

Vuelvo a mirar a mi padre.

—Ni quiero ni necesito un guardaespaldas que aparezca de manera intempestiva en los sitios.

Él cambia de postura y se aclara la garganta.

—No aparecerá de manera intempestiva —me asegura mirándome a los ojos—, estará siempre ahí.

Por un momento me parece que este hombre está disfrutando con la situación.

—¿Siempre?

—Las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. —Creo distinguir un brillo perverso en su mirada que me entran ganas de borrar—. Seré su sombra.

Finjo que sus palabras no me afectan y me vuelvo hacia mi padre de nuevo, resistiéndome al potente chute de deseo que me recorre las venas y me dificulta moverme y hasta pensar.

—No voy a permitir que invadas mi intimidad —le digo con tranquilidad, cogiendo el bolso—. No voy a dejar que me ordenes lo que tengo que hacer.

—¡Ah, no, de ninguna manera! —grita mi padre, pero yo ni siquiera pestañeo. A él se le está acabando la paciencia, pero a mí también.

No sé qué se me pasó por la cabeza cuando dijo que había tomado medidas para velar por mi seguridad, pero desde luego este espécimen de hombre no. Tal vez un chófer, o tener que quedarme en casa por las noches. Sí, eso, un toque de queda. ¡Puedo soportar un toque de queda!

Pero ¿a él? Lo miro de reojo y aparto los ojos rápidamente al ver que él hace lo mismo. ¿Tenerlo pegado las veinticuatro horas del día? No, de ninguna manera.

He trabajado con muchos hombres y todos ellos tenían que esforzarse mucho para transmitir intensidad en las fotos, pero Sharp la exuda de manera natural. Lo de este hombre va más allá de la masculinidad; es difícil de soportar. Y está…, ¡joder, está buenísimo!

—Me niego a que uno de tus esbirros me siga a todas partes.

Me vuelvo y me dirijo hacia la puerta al tiempo que oigo un aviso en el móvil y el gruñido de frustración de mi padre. Sin dejar de caminar, rebusco en mi enorme bolso, saco el teléfono y veo que tengo un mensaje de Heather:

Sebastian está en la ciudad.

El corazón se me para en el pecho y mis pies se niegan a seguir andando. Me quedo observando las palabras, como aguardando a que cambien de posición y formen otro mensaje. Pero, tras leerlo por quinta vez, siguen igual de terroríficas. Esto no me puede estar pasando.

¿Mi ex ha vuelto? Eso son malas noticias, espantosas.

Justo ahora que empezaba a recuperarme. Me ha costado lo que nadie sabe volver a ser la Camille de antes, y ahora Sebastian ha regresado y la estabilidad que tanto me ha costado recobrar vuelve a tambalearse. Noto que los ojos se me empiezan a llenar de lágrimas, y lo odio. Respiro hondo y comienzo a repetirme que ahora soy más fuerte, pero en ese momento todas las piezas encajan.

Me giro hacia mi padre y lo tengo claro. Él ya sabe que Sebastian está en la ciudad. Todo este numerito del guardaespaldas no es más que un elaborado plan para mantenerme lejos de él.

Me río por dentro. Desde luego, creatividad no le falta. No es que me extrañe que sea tan retorcido; es su estilo. Y, claro, así tendrá a alguien que lo mantendrá informado de lo que hago y dejo de hacer en todo momento.

Aprieto los dientes y fulmino a mi impresionante padre con la mirada. ¿Por qué no confía en mí? ¿Acaso cree que iré corriendo a lanzarme a los brazos de Seb y que dejaré que me meta un gramo de coca por la nariz?

—No me conoces en absoluto, ¿no? —le echo en cara antes de irme, esta vez de verdad.

Ir a la siguiente página

Report Page