El protector

El protector


Capítulo 20

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Capítulo 20

CAMI

Lo último que recuerdo es que apoyé la mejilla en el pecho de Jake mientras el agua me caía sobre la espalda. En algún momento entre entonces y ahora, debe de haberme traído a su cama. Debo de haberme quedado frita de agotamiento y de relajación. Cada vez que me he acostado con él, el sexo ha sido espectacular, pero lo de anoche en la ducha estuvo a otro nivel. Nunca había experimentado un placer así; nunca me había sentido tan necesitada y amada.

Observo el torso de Jake, que está vuelto de lado. Tenemos las piernas enredadas, medio cubiertas por las sábanas. Me sujeta con el brazo; tiene la cabeza ladeada sobre el hombro. Oigo el latido fuerte y regular de su corazón bajo mi oreja. Está dormido; no dormitando ligeramente como de costumbre, a punto de levantarse ante cualquier emergencia, sino profundamente dormido. Es la primera vez que lo veo tan relajado y en paz.

Le recorro el torso con los dedos, sin poder resistirme a la tentación de tocarlo. La incipiente barba le sombrea la cara. Tiene los labios entreabiertos y se los recorro con un dedo. Él no reacciona; sigue con los ojos cerrados. Lo observo preguntándome qué nos deparará el día.

¿Debería ir a ver a mi padre para contarle lo mío con Jake? Tal vez con una llamada sería suficiente. Aunque quizá lo mejor sea no decirle nada y fugarme con él. Cuando decidí poner una excusa y marcharme de la fiesta, sabía que esa decisión cambiaría mi vida para siempre.

Jake es probablemente el único hombre sobre la Tierra a quien no lo intimida mi padre, y eso me tranquiliza, pero al mismo tiempo me preocupa. Mi padre trata de controlar mi vida como si fuera una más de sus transacciones comerciales, y Jake se ha atrevido a interponerse en su camino. No sé cómo va a acabar esto, pero me temo que va a ser catastrófico.

No obstante, con él a mi lado me siento segura.

Suspiro y me acomodo sobre su pecho.

—Ese suspiro no me ha gustado —comenta con voz soñolienta. Abre los párpados y me mira preocupado.

—Estaba pensando en mis cosas.

Moviéndose muy lentamente, se pone de lado y baja un poco por la cama para que nuestros ojos queden a la misma altura. Me apoya la mano en la cadera, se inclina hacia delante y me da un beso en la punta de la nariz.

—Esta mañana estás increíblemente preciosa —me dice, haciéndome sonreír—. Cuéntame, ¿en qué estabas pensando?

—En mi padre. ¿De verdad crees que ordenó a Pete y a Grant que nos siguieran?

Me observa durante unos momentos y me sonríe con cariño.

—Sí, lo creo.

Frunzo los labios. Mi padre me dijo el otro día que había descubierto quién estaba detrás de las amenazas, así que sólo puede haber otra razón para hacernos seguir.

—¿Crees que sospecha que nosotros…? —Dejo la pregunta en el aire, con la mirada fija en su barbilla.

No sé cómo expresarlo. No puedo decirle que me he enamorado de él, básicamente porque aún no sé qué piensa él de lo nuestro. No sé qué siente por mí, aparte de una inmensa necesidad de protegerme, que va más allá del cumplimiento del deber. No sé si para él esto es algo serio o pasajero.

Me agarra del brazo y tira de mí hasta colocarme sobre él. No protesto, ya que mi mente empieza a perder la capacidad de razonar. Me toma las manos, se las lleva a la boca y me besa los nudillos. Es un gesto amoroso que hace que la razón se me nuble todavía más. Dijo que la última vez que había permitido que sus emociones alteraran su razonamiento las consecuencias fueron graves. No me atrevo a preguntarle qué pasó, o qué tiene que ver con eso la mujer de la foto. Es obvio que es una historia dolorosa, pero si algo tengo claro es que en algún momento la amó. Y me siento mal porque odio esa idea.

—Te guste o no, ángel, tu padre se va a enfadar. Yo estoy preparado para afrontarlo, y creo que tú también deberías hacerlo.

—Estoy preparada —murmuro aliviada al ver que tenemos ideas parecidas al respecto—. Pero, cuando dices que estás preparado, ¿a qué te refieres?

Me preocupa el tema, la verdad. No puedo permitir que Jake pierda el control con mi padre. Me estremezco al recordar cómo se deshizo de aquel grupo de matones.

—Va a intentar que deje de verte, pero no lo permitiré.

—¿Cómo?

Está siendo demasiado impreciso; necesito detalles si quiero estar preparada.

Alza la comisura de los labios, como si supiera lo que estoy pensando.

—No le haré daño a tu padre.

—Prométemelo.

—Te lo prometo.

—Gracias.

Enormemente aliviada, me inclino hacia él y me arrebujo entre sus brazos, sintiendo que su barba me rasca la sien.

Jake suelta un suspiro largo y suave, sujetándome por la nuca, pegándome a su pecho.

Permanecemos así, relajados, y todo es paz y serenidad, hasta que un ruido al otro lado de la puerta del dormitorio hace que su cuerpo se tense bajo el mío. Se queda inmóvil, incluso deja de respirar, y yo empiezo a apartarme, pero él lo impide manteniéndome prisionera entre sus brazos. Me contagia su actitud desconfiada y comienzo a sentir pánico.

—Jake, ¿qué pasa?

Esta vez hay más ruidos y suenan más cercanos. Jake se separa de mí a toda velocidad.

—Quédate aquí —me ordena levantándose de un salto.

Me apoyo en el cabecero y me tapo con la sábana, como si ese patético trozo de tela pudiera protegerme de lo que sea que lo ha puesto en ese estado. Tiene la mandíbula muy apretada y está temblando por la tensión. No es la primera vez que lo veo así, y siempre es porque percibe una amenaza cerca. Se agacha y, sin apartar la vista de la puerta, saca una pistola de debajo del colchón.

—¡Me cago en todo! —exclamo, pegándome más al cabecero y clavando la vista en el arma, que parece una extensión de su brazo—. Jake…

—Calla, Cami —me ordena en voz baja, amartillando el arma antes de acercarse a la puerta de la habitación.

Incluso totalmente desnudo, su aspecto es letal. Tiene la espalda y las piernas en tensión, listas para atacar. Lleva la pistola junto al muslo, con el dedo en el gatillo, lista para disparar. Se asoma un momento antes de salir y desaparece de mi vista. Me quedo en la cama, temblando, respirando con dificultad.

Una parte de mí me pide que vaya tras él; otra parte me ordena que me quede donde estoy, y otra, que salga huyendo. Me siento pequeña e inútil, aovillada en la cama, esperando en silencio a… Ni idea. ¿Qué estoy esperando oír? ¿Gritos? ¿Disparos?

—¡Joder! —oigo que brama Jake.

El corazón se me sube hasta la garganta y luego explota, dejándome sin respiración. No puedo moverme; el miedo me ha paralizado. Oigo un montón de maldiciones y algunos golpes y, luego…, se hace el silencio.

—¡Jake! —grito. Mi cuerpo recupera la movilidad de golpe. Me levanto corriendo y me olvido de taparme con las sábanas. No me contesta, y estoy al borde del colapso; no sé qué debo hacer—. ¡Jake!

La puerta se abre y doy un salto hacia atrás. Tardo unos segundos en darme cuenta de que la silueta que se recorta frente a la puerta no es la de Jake: es una mujer.

—¡Oh, perfecto, lo que faltaba! —exclama señalándome con el dedo.

Retrocedo con cautela y recojo las sábanas para taparme y afrontar un poco más dignamente lo que sea que me espera. La mujer no es muy alta, pero tiene un aspecto imponente. Lleva el pelo, moreno, muy corto y va vestida con un traje de falda y chaqueta gris, bajo la que asoma una blusa blanca. ¿Quién es?

Jake aparece tras ella. Es mucho más alto que la recién llegada; le saca la cabeza y los hombros. Parece pensativo. Esto no pinta nada bien.

—He estado a punto de volarte la puta cabeza, Lucinda —refunfuña dirigiéndome una mirada preocupada.

«¿Lucinda? ¿Quién demonios es esta Lucinda?»

—Ojalá lo hubieras hecho —replica dándose la vuelta bruscamente en un movimiento que la deja cara a cara con los pezones de Jake. Resopla y da un paso atrás para mirarlo a la cara mientras él suspira, como si estuviera cansado—, porque eso —añade, moviendo un brazo hacia atrás, en la dirección general de la cama, o en la mía— ¡hace que me entren ganas de volarme los sesos yo solita!

La miro boquiabierta y Jake pone los ojos en blanco.

—No te cortes, habla libremente —murmura dándose media vuelta y dirigiéndose hacia una silla.

Sigue completamente desnudo, y no parece que le preocupe lo más mínimo. Y a la tal Lucinda tampoco parece importarle estar frente a ese montón de músculos desnudos.

Jake se pone entonces un bóxer y sale de nuevo de la habitación.

Ella lo sigue a grandes zancadas; su enfado es evidente.

—¡Van a rodar cabezas, Jake! ¡Esto nos va a afectar a todos en la agencia!

«Oh, oh…»

Empiezo a entender de qué va todo esto. Es una colega de trabajo y está preocupada por las repercusiones que pueda tener mi relación con Jake. No me extraña. La ira de mi padre puede poner no sólo a Jake, sino también a la agencia, en una situación muy delicada.

—Y ¿todo por qué? Porque no eres capaz de mantenerla fuera de un agujero —sigue abroncándolo—. ¡Sea el que sea! Lo mismo te da. Mientras tenga pulso y un puto agujero, ya te sirve, ¿no?

Permanezco en la cama. No me gusta nada lo que estoy oyendo, pero él no reacciona, no se lo discute. Luego se quedan en silencio y me pregunto si Jake la ha estrangulado. No me extrañaría nada. Me levanto envuelta en las sábanas y me dirijo sigilosamente a la puerta, afinando la oreja por si oigo el ruido de alguien que se ahoga. Sin embargo, cuando llego al umbral del inmenso salón, los veo inclinados sobre una mesa de despacho situada delante de un ventanal que va del suelo al techo. Están mirando la pantalla del ordenador. Los dos; Lucinda está vivita y coleando.

Toso ligeramente para que se enteren de que estoy aquí, y se vuelven a la vez. Jake me sonríe, pero Lucinda sacude la cabeza desesperada.

—Cami, ¿conoces a Lucinda? —pregunta él con sequedad, señalándola—. Es maja como ella sola.

No sé si echarme a reír o a temblar, y no tengo nada claro que pueda tratarla con la desenvoltura con que lo hace Jake.

—Hola. —Le ofrezco la mano insegura, y ella suspira y se acerca a mí.

—Un placer —replica estrechándomela.

Luego se detiene en seco y baja la vista hacia nuestras manos unidas. Frunciendo el ceño, aparta la mano y se la limpia en la falda.

Jake se echa a reír a carcajadas, pero a mí no me hace ninguna gracia. ¡Qué morro tiene!

Sin hacer caso del buen humor de Jake, Lucinda coge una revista y me la planta ante los ojos, tan cerca que no puedo enfocar.

—Si papi sospechaba algo, me temo que esto confirmará sus sospechas.

Doy un paso atrás y me fijo en la foto que hay en el recuadro lateral izquierdo de la página. Soy yo, en brazos de Jake. Es el momento en que me saca del bar como si fuera un héroe, con mi cara oculta en su pecho. Lo busco con la mirada; está junto a su escritorio, sumido en sus pensamientos.

—Deja que te lea un trozo del artículo —insiste Lucinda—: «La famosa Camille Logan, hija del magnate de negocios Trevor Logan, siempre nos sorprende. La rubia de larguísimas piernas, que ha protagonizado campañas para Karl Lagerfeld y Christian Dior, ha decidido aprovecharse de los beneficios de su trabajo, en concreto, parece estarse beneficiando a su alto, moreno y guapo guardaespaldas». —Se vuelve hacia Jake—. Ése eres tú, por cierto. —Carraspea y sigue leyendo—: «La pareja fue vista…».

—Vale —la interrumpo, molesta por cómo trata a Jake—, lo pillo.

Lucinda suelta la revista y me dirige una mirada que me recuerda a las de mi padre. Desearía abofetearla.

—¿Estás segura?

Le dirijo una mirada asesina. Sé lo que está pensando. Piensa lo mismo que todo el mundo cuando lee las mierdas que se escriben sobre mí. Todos tienen una idea preconcebida de mí, basada en las bobadas que leen. Esta mujer cree que soy una niña mimada que se ha enamorado de su guardaespaldas. Sólo una de las dos cosas es verdad, pero no tengo ganas de gastar saliva para aclararle la otra. Puede irse a tomar por saco, igual que el resto del mundo que cree que me conoce. Estoy harta de tener que justificarme todo el tiempo.

—Si me disculpas —le digo—, tengo que ir a limarme las uñas.

Furiosa, me doy la vuelta y me voy.

Suelto las sábanas sobre la cama y me voy a la ducha, resistiendo la tentación de darle un puñetazo al marco de la puerta. Estoy tan rabiosa que casi echo humo por las orejas.

«¡Cómo se atreve, joder…!»

Abro el grifo y me froto con rabia, tratando de librarme del enfado y del rencor. Jake se dedica a meterla en agujeros. En cualquier agujero. Ella cree que yo soy un agujero más para él. Aprieto los dientes con furia.

Cuando salgo de la ducha, debo de estar reluciente, pero sigo sintiéndome sucia. Cojo una toalla y me seco hasta que mi piel protesta. Miro por el ventanal que da a los muelles, y el nudo que tengo en el estómago cada vez se retuerce más. Me cago en mi padre, ¡me cago en todo!

—¿Ángel? —La voz de Jake penetra despacio en la nebulosa de mi mente, pero no lo miro. Prefiero fingir que estoy ocupada recolocándome la toalla y aguantándola con los brazos.

—¿Se ha largado ya Cruella?

—Sí —responde pensativo—. ¿Por qué estás tan enfadada?

Dejo de lado el paisaje londinense y me vuelvo hacia él, pero no disfruto de las nuevas vistas.

—No quiero ser un agujero cualquiera para ti. —Juro que no pretendía decirlo en voz alta, pero las palabras se me escapan y ya no puedo retirarlas. Su historial sexual no es asunto mío y, aunque pensara que lo era, tampoco quería sacar el tema.

Su cara refleja el momento en que cae en la cuenta de qué va la cosa. Cierro los ojos, muerta de vergüenza.

—Ah, era eso —murmura, y oigo el sonido de sus pies descalzos acercándose.

Me odio por lo que he dicho, porque he sonado posesiva e insegura, y no quiero dar esa imagen. Ni siquiera ante Jake; ni siquiera aunque realmente siento que lo necesito.

Me pone un dedo bajo la barbilla y me obliga a mirarlo a los ojos.

—Mírame.

Los abro a regañadientes y compruebo que me está dirigiendo una mirada cariñosa, lo que me hace sentir aún peor. Me comprende tan bien…

Sonríe antes de decir:

—No voy a negarlo. No me siento orgulloso de ello, pero me he tirado a muchas mujeres.

—Calla. —Aparto la vista. No soporto la idea de otras mujeres disfrutando del placer que me da a mí.

—No pienso callar. —Me sujeta el mentón con firmeza, indicándome en silencio lo que quiere. Me cuesta mucho, pero lo miro a los ojos—. Cuando no podía distraerme trabajando, no me quedaba otra salida. Eran mujeres sin rostro, ángel… —Se inclina hacia mí, apoya su rasposa mejilla en la mía y me susurra al oído—: Pero a ti te veo.

Suena demasiado sincero como para estar mintiendo. Noto su sinceridad en cada poro de su piel. Pero ¿qué hay de la mujer de la foto? Es evidente que significó algo. Y no es una mujer sin rostro. Tiene una cara bien visible en esa fotografía. Aunque, personalmente, prefiero no ponerle cara. Prefiero actuar como si nunca hubiera existido.

Suspiro, asiento y me prometo no volver a pensar en ella. Lo abrazo por la cintura y aprieto con fuerza.

—Mucho mejor.

Jake me levanta en brazos y me lleva al dormitorio. Pierdo la toalla por el camino. Me deja sobre la cama y me besa por todo el cuerpo hasta llegar a los labios. Me acaricia y me venera; su boca consume la mía mientras sus dedos descienden hacia mis muslos y un montón de sensaciones se despliegan en mi vientre.

—Creo que deberíamos quedarnos en la cama todo el día —susurra con la boca pegada a la mía. Luego me besa la oreja y me mete la lengua dentro.

Los sonidos apagados y las sensaciones que me despierta su cálido aliento hacen que me olvide de cualquier rastro de enfado, preocupación o celos. Su sugerencia me parece perfecta. Cuanto más tarde en enfrentarme a mi padre, mejor. Hasta que llegue ese momento, dejaré que Jake me encienda… Todo el día, toda la noche…, eternamente.

—Mmm…

Dejo la mente en blanco y mi cuerpo se inflama gracias a sus caricias. Sentir sus labios sobre mí, su cuerpo frotándose contra el mío…, es delicioso. Noto que su polla crece pegada a mi muslo.

—Dios, ángel, nunca me sacio de ti…

¡Pum!

—¡Jake! —La voz de Lucinda, seguida de un fuerte golpe, nos arranca del estado de euforia en que estábamos entrando, como si nos hubieran tirado un cubo de agua helada por encima.

Él gruñe y se levanta de un salto, dejándome abandonada.

—Pensaba que se había ido… —murmuro cabreada.

—Se había ido.

—¡Jake! —Lucinda vuelve a gritar, exasperada.

—¡Joder, ¿qué pasa?! —le devuelve el grito, dirigiéndose hacia la puerta.

Me vuelvo de lado. Esa mujer me cae cada vez peor. Si ha vuelto con otra revista llena de cotilleos, se la voy a meter por el culo. A no ser que Jake se me adelante.

Suspiro frustrada y me como a Jake con los ojos mientras se aleja, pero el deseo se convierte en preocupación cuando veo que se detiene en seco en el umbral y se le tensan todos los músculos del cuerpo.

Me levanto a toda prisa y corro a su lado para ver qué le ha llamado la atención. Cuando estoy a punto de llegar, él retrocede y choco contra su espalda. Echa un brazo hacia atrás, para impedir que siga avanzando.

—¿Qué ocurre? —le pregunto, tratando de ver más allá, sin pensar siquiera en que estoy desnuda—. ¡Jake! —Me abro camino con dificultad, pero él me retiene a su lado. Puedo ver, pero no puedo salir de la habitación—. ¡Oh, Dios mío! —Contengo el aliento mientras mis ojos bailan de un lado a otro, asimilando la escena al completo. O, mejor dicho, intentándolo.

No lo consigo.

Jake me agarra con más fuerza, pegándome a él. El contacto con su piel es electrizante.

—¿Qué coño pasa aquí? —pregunta con la vista fija en un punto.

En mi padre.

Está de pie junto al sofá. Parece preocupado, pero decidido. Me está mirando, pero no baja la mirada de mis ojos. El corazón me da un vuelco y me aferro a Jake como si temiera que mi padre se me fuera a llevar de aquí a rastras. Tal vez tenga que hacerlo, porque no pienso irme voluntariamente.

—Capullo inmoral —replica mi padre, dirigiéndole a Jake una mirada cargada de desprecio—. Confié en que la mantuviera a salvo y se ha aprovechado de ella.

Cierro los ojos y noto que me deshincho por dentro.

—No se ha aprovechado de mí —protesto con los dientes apretados, sintiendo que el enfado vuelve a apoderarse de mí, con más fuerza que antes—. Soy una mujer adulta que decide lo que hace con su vida.

—Calla, Cami —susurra Jake, lo que me hace abrir los ojos.

Alzo la cara y veo que sigue fulminando a mi padre con la mirada. Parece estar a punto de abalanzarse sobre él, y parte de mí desearía que lo hiciera.

Miro a mi alrededor, porque mi padre no ha venido solo.

Lucinda, flanqueada a lado y lado por Pete y Grant, parece más incómoda que preocupada.

—¿Cómo ha sabido dónde vivo? —le pregunta Jake a Lucinda.

Ella niega con la cabeza.

—Antes ya me has apuntado con la pistola —dice—. No me apetecía que me aplastaran este par de bestias. —Mira con rabia a Pete y a Grant y añade—: Deben de haberme seguido.

—Si piensas que puedes engañarme, estás muy equivocada —me reprende mi padre—. Vístete. Te vienes conmigo.

—No —replico sin pensarlo. No me iré; nunca.

—No me provoques, jovencita.

«¿Jovencita?» Pero ¿cuántos años cree que tengo? Le planto cara, algo que nunca me ha costado mucho. El problema es que nunca lo había visto tan enfadado como ahora. Sin embargo, lo único que consigue es reforzarme en mis intenciones. Me coloco detrás de Jake, pero sigo pegada a él.

—Tendrás que sacarme de aquí a la fuerza.

—¡Pete! —exclama mi padre, indicándole con un gesto de la mano que venga a buscarme. ¿En serio?

Jake retrocede, haciéndome retroceder con él.

—Si le pones la mano encima, te mato —murmura con una calma engañosa, ya que noto la ira que le recorre las venas como un veneno letal.

Pete se detiene indeciso. Muy prudente por su parte. He visto lo que Jake es capaz de hacer con sus propias manos. Lo he visto entrar en una espiral destructiva y convertirse en un loco agresivo que ha liquidado a cinco tipos del tamaño de los gorilas de mi padre como si nada. Pete no le iba a durar nada.

—Jake —interviene Lucinda en tono de advertencia.

—Escúchela, Sharp —le aconseja mi padre dando un paso adelante—. ¿Vale la pena perder el trabajo por un revolcón sin importancia? ¿Perder la credibilidad? Retírese ahora que está a tiempo. Mi Camille es demasiado buena para usted, y lo sabe.

Me quedo boquiabierta al oír las palabras que salen de boca de mi padre. ¡Será egoísta y mezquino!

—Y ¿qué pasa con la seguridad de su hija? —repone él—. ¿La pondría en juego sólo por esa patética necesidad de controlarla?

—Yo sé lo que le conviene a mi hija. A partir de este momento deja de ser asunto suyo. Aléjese de ella y no arruinaré su vida. —Papá ladea la cabeza y alza las cejas, observando a Jake con atención.

—¿Por qué haces esto? —le pregunto, más cerca de perder los nervios a cada nueva amenaza que sale de sus labios.

Él me mira y veo un punto de compasión en su cara redonda y enfadada.

—Porque te quiero, Camille. Todo lo que hago es porque te quiero y quiero lo mejor para ti.

—¡Y ¿cómo demonios vas a saber tú lo que es mejor para mí?! —grito temblando de frustración y desesperación—. Ya vas por el tercer matrimonio. Lo único que te interesa es llevar una mujer trofeo colgada del brazo. Sólo quieres un par de tetas firmes, y cuando empiezan a caer las sustituyes por otras. Quieres a alguien que no te discuta y que acepte el dinero que le das. No quieres lo mejor para mí; ¡quieres lo mejor para tus jodidos negocios!

—Y ¡¿crees que para él no eres un trofeo?! —brama papá, señalando a Jake—.

Eres una muesca más para un hombre que se escuda en su orgullo después de que lo echaran del SAS.

Doy un paso atrás, dolida por el golpe bajo de mi padre. ¿Lo ha estado investigando?

—No sabes nada de él.

—Lo suficiente.

—¡¿Cómo te atreves?! —chillo—. ¡No tienes ningún derecho a decirme a quién puedo ver y qué puedo hacer!

Jake se vuelve y me empuja hacia la habitación. Me agarra la cara con las dos manos y me da un beso en la frente.

—Chisss…

La ternura y la compasión con que me trata derriban mis últimas defensas y me desmorono. Me echo a llorar, sujeta a sus antebrazos.

—Cálmate —me susurra.

Me abruma su capacidad de autocontrol. Sé que es un hombre torturado por la culpabilidad. Sus padres murieron a manos de terroristas, civiles inocentes en medio de una guerra. Necesitaba hacer algo para luchar contra sus asesinos. Es injusto quitarles mérito a sus esfuerzos por defender su país, por mal que acabaran las cosas.

—No sabe de qué está hablando —sollozo mientras él me estrecha entre sus brazos—. No lo escuches; es un cabrón odioso.

—Quiero que te vistas —me dice, llenándome la cara de besos—. Tú vístete; yo hablaré con él.

—No —me niego en redondo—. No te escuchará; sólo échalo —le pido con la respiración entrecortada por las lágrimas.

Jake me alza un poco la cara y me mira con adoración.

—¿Confías en mí, ángel? —me pregunta, sorprendiéndome.

De todos modos, respondo sin dudarlo:

—Más que nada en el mundo.

Él asiente, traga saliva y me suelta. Se dirige a la silla, coge unos vaqueros y se los coloca. Luego se pone una camiseta y unas botas en los pies. Sin decir nada más, sale de la habitación y cierra la puerta.

Y yo me quedo ahí, luchando contra el terror que quiere apoderarse de mí. No puedo evitarlo; tengo miedo de no volver a ver a Jake nunca más.

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