El protector

El protector


Capítulo 34

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Capítulo 34

CAMI

Mis oraciones han sido escuchadas. Rezar y pensar en él constantemente lo han traído hasta mí. He pensado en todo el tiempo que hemos compartido; no me he dejado ni un segundo por revivir. Era la mejor manera de pasar las horas; la mejor manera de olvidarme de la fría brutalidad de mi realidad. En cuanto oí un disparo a lo lejos, supe que me había encontrado. Unas manos asustadas me obligaron a levantarme del suelo y poco después oí la voz de Jake.

La presión del cuerpo sudoroso de mi captor contra el mío era insoportable. Notaba cómo temblaba, pero me resistía a dejarme afectar por sus convulsiones. Me obligué a permanecer inmóvil. Usé toda mi energía en mantenerme quieta, como congelada, casi sin respirar.

Porque sabía lo que Jake iba a hacer; podía oír sus intenciones en mi mente. Vi el estallido de la madera del árbol muerto en el claro del bosque. Supe sin ningún atisbo de duda que mi secuestrador estaba a punto de morir.

El pitido que resuena en mis oídos es doloroso, y el líquido caliente que me baña la cara, insoportable, pero no puedo limpiármelo. Cuando mi captor deja de sujetarme, las rodillas no me sostienen y caigo al suelo de hormigón. El aire que he estado conteniendo quiere liberarse con el impacto, pero la mordaza lo impide.

Sé que en la habitación ya sólo estamos Jake y yo —al menos, entre los vivos—, pero igualmente salto como un animalillo asustado cuando sus grandes manos me agarran y me sienta sobre su regazo.

Rápidamente me libera las muñecas. Noto que los huesos crujen aliviados y que los músculos se contraen, volviendo a la vida. Aprieto las manos y noto una sacudida de dolor en los brazos mientras él me quita la venda de los ojos. Aprieto los párpados con fuerza. La luz ambiental es demasiado intensa tras las horas que he pasado en la oscuridad más absoluta.

—¡Por Dios, Cami! —susurra acariciándome la cara con frenesí—. Abre los ojos, ángel.

Me arranca la mordaza y respiro profundamente. Los pulmones me queman, agradecidos.

Abro ligeramente los párpados. Necesito verlo, pero aún no puedo tolerar la luz. Sus fuertes muslos bajo mis hombros me confortan. No puedo hacer nada más que dejarme consolar por él. No puedo levantar los brazos, tengo la boca seca y los ojos doloridos.

A pesar de todo, creo que nunca me había sentido tan bien. Me siento en paz, segura y esperanzada. Me siento decidida. Después de lo que hemos pasado, ya nada podrá interponerse entre nosotros: ni los demonios internos de Jake, ni los enemigos ni las expectativas de mi padre. Nada.

Parpadeo varias veces y logro enfocar un poco. Jake es una nebulosa oscura que se cierne sobre mí, pero distingo la silueta del hombre al que amo.

Una sombra.

Me pongo nerviosa al no poder ver sus rasgos con claridad. Logro llevarme las manos a la cara y, con movimientos torpes, me froto los ojos para librarme de la niebla que los cubre. Los abro y lo intento de nuevo.

Lentamente, la niebla se disuelve y Jake toma forma ante mí. Veo su rostro con nitidez. Es lo más perfecto y magnífico que he visto nunca. Trago saliva y abro la boca para hablar, pero mis labios se quedan trabados, frustrándome una vez más. Hay tantas cosas que quiero y necesito decirle… Necesito que sepa que lo acepto, con sus secretos, sus errores y sus remordimientos. Tiene que saber que lo ayudaré en todo lo que quiera, que juntos lo arreglaremos todo. Pero las palabras se niegan a salir y, cuando él me apoya un dedo en la boca para tranquilizarme, dejo de intentarlo.

—Lo sé —me dice en voz baja, acariciándome la mejilla—. Ya lo sé, ángel.

Sólo puedo asentir débilmente. No me dan las fuerzas para nada más, y, cuando él me dirige una sonrisa —triste pero aliviada—, sé que me entiende.

—Voy a llevarte a casa —me informa con suavidad mientras me toma en brazos—. ¿Puedes sujetarte?

Aunque me cuesta un gran esfuerzo, logro rodearle el cuello con los brazos y aferrarme mientras él se levanta del suelo.

—No mires —me ordena suavemente mientras se da la vuelta.

Veo un cuerpo tendido en el suelo con los brazos en cruz. La horrible visión del charco de sangre que se extiende alrededor de su cabeza no me detiene. Lo miro a la cara. Tiene los ojos abiertos, igual que la boca.

—No lo conozco. —No sé de dónde sale esa frase que mi mente confundida elige para que sea la primera que puedo pronunciar.

Jake suelta una mano, manteniéndome bien pegada a su pecho con la otra, y me apoya la palma en la mejilla para que recline la cabeza.

—Chisss… —susurra, y mi cuerpo empieza a mecerse al ritmo de sus largas zancadas mientras me saca de allí.

Le miro el cuello y oigo su corazón, que late acompasadamente bajo mi oreja. Él mira al frente. Su cara parece serena, pero está apretando los dientes.

Cuando salimos al exterior, hundo la cara en su pecho para protegerme de la claridad. Inspiro hondo por la nariz, disfrutando de su aroma mezclado con el aire fresco. El trayecto hasta su coche es largo, pero no parece cansarse. No me suelta ni afloja el paso. Parece un robot, programado para no desfallecer nunca.

Me deposita en el asiento del copiloto con delicadeza, y me da tiempo para que me acostumbre a la nueva postura. De repente ha empezado a dolerme todo. Abre la guantera, saca un pañuelo de papel y comienza a limpiarme la cara, quitando todos los restos de sangre y suciedad. Me sujeta la barbilla con dos dedos y me levanta la cara para limpiarme el cuello.

—No lo toques —me avisa cuando ve mis intenciones.

Bajo la mano y la dejo en el regazo. Él me coloca el cinturón de seguridad y aprovecha para besarme en la frente antes de retirarse.

Cierra la puerta y, un instante después, está ya sentado tras el volante. Con la misma rapidez, pone el coche en marcha, se saca el teléfono del bolsillo y hace una llamada.

—La he encontrado —le anuncia a alguien, me imagino que a Lucinda—. Hay dos cuerpos en la vieja fábrica Warston, junto a la carretera A505. —Avanza un poco por el desvío pedregoso y da media vuelta de dos rápidas maniobras—. Informa a Logan de que está bien. —Guarda silencio, escuchando, y me dirige una mirada rápida—. Tengo uno de sus teléfonos.

Frunzo el ceño, tratando de entender la conversación, pero no lo consigo.

—Sea quien sea, no creo que tarde en llamar —afirma Jake.

Estoy confusa. ¿Sea quien sea? ¿No acaba de matarlos a todos?

—Nos vemos allí. —Cuelga y me mira—. ¿Estás bien?

—¿Qué teléfono? ¿Quién va a llamar? —pregunto, de nuevo preocupada.

—No lo sé —admite Jake—. Tu padre no ha sido del todo honesto con nosotros. —Lo dice con cautela, como si no quisiera darme muchos detalles—. Ha elegido ocultarnos parte de la información.

—¿Qué parte?

—La parte de las amenazas y de quién está detrás de ellas; una información que nos habría sido muy útil para encontrar a quien las envió.

—Y ¿por qué ha hecho eso? —continúo perpleja—. ¡Prescindió de tus servicios! ¡Dijo que se había ocupado de todo y que ya lo había resuelto! ¿Por qué hizo algo así si sabía que yo aún estaba en peligro?

No lo entiendo. Ni siquiera la manía que le tiene a Jake me parece una razón de peso. Su comportamiento ha sido de lo más irresponsable.

Él aprieta la mandíbula con más fuerza, sin disimular lo enfadado que está. Sospecho que coincide conmigo en esto.

—Estaba desesperado —declara, y yo suspiro.

Sigo sin entender por qué papá insistió tanto en separarme de Jake, en vez de aceptarlo y de alegrarse al verme segura a su lado. Tengo la sensación de que ha jugado con mi vida. ¿Cómo ha podido hacer eso? ¿Mi propio padre?

—¿Cómo me has encontrado?

Él sonríe con la vista fija en la carretera.

—Te lo dije, ángel. —Busca mi mano, que continúa en mi regazo, y la aprieta—. Siempre te encontraré.

Sonrío y me relajo en el asiento, devolviéndole el apretón de manos. Llevo toda la vida tratando de ser independiente, resistiéndome ante todos los que intentaban arrebatarme esa independencia. Pero por Jake renunciaría a todo en un instante. Si tuviera que elegir una cosa u otra, me quedaría con él, pero sé que no tendré que elegir, lo que me hace amarlo mucho más. He encontrado a alguien que me ve como soy. Alguien que me anima y que siempre estará conmigo, pase lo que pase, sin juzgarme, sin ponerme condiciones. Sin tratar de obtener nada a cambio, excepto mi amor. Es suyo, incondicionalmente suyo. Lo sé, igual que sé que su amor es mío para siempre.

—¿Adónde vamos? —le pregunto.

—A casa.

—¿Dónde es «casa»?

—¿Dónde quieres que sea? —Me mira de reojo, manteniendo el gesto inexpresivo.

—Tú eres mi hogar ahora —le respondo—. Dondequiera que estés, está mi hogar. —Me da igual el sitio.

Él asiente y vuelve a centrarse en la carretera. Ladeo la cabeza para observarlo durante todo el trayecto. Tiene aspecto de haber bajado a los infiernos. Está despeinado, sudado, con la barba crecida y los ojos cansados.

—Te quiero —le confieso, pensando que tiene aspecto de necesitar oírlo—. Puedes contar conmigo para lo que necesites.

Él me mira de reojo, pero no dice nada; sólo sonríe.

No me doy cuenta de dónde estoy hasta que Jake aparca y apaga el motor. Sólo entonces dejo de contemplar su perfil.

—¿La oficina de papá? —pregunto sorprendida—. Dijiste que ibas a llevarme a casa.

Sé que dije que mi hogar estaba en cualquier lugar donde estuviera Jake, pero no pensaba en esto.

—Es sólo una pequeña escala técnica. No me hace ninguna gracia traerte aquí, pero no pienso perderte de vista ni un momento.

Sale del coche y lo rodea para ayudarme a bajar. Empiezo a temblar. No pensaba que fuéramos a venir aquí; no estoy preparada para ver a mi padre. Ahora no.

Abre la puerta y me ayuda a salir.

—Jake, ¿por qué tenemos que hacer esto ahora? —le pregunto alzando la vista hacia el edificio—. No puedo…

—Eh. —Me hace callar apoyándome un dedo en los labios—. Te prometo que no discutiremos y que no tratará de apartarte de mí.

¿Cómo lo sabe? Estamos hablando de mi padre. ¿Es que aún no ha escarmentado?

—No me parece…

Me apoya la palma entera.

—Confía en mí, ángel.

Confiar en él, claro. Podría pasarme la vida buscando y no encontraría una razón para no hacerlo. Me ha protegido siempre, en todo momento. Me ha protegido de mi padre, de mi ex…, de sus secretos.

Asiento y miro hacia las grandes puertas de cristal, preparándome mentalmente para enfrentarme a la última persona sobre la Tierra a la que quiero ver ahora mismo. Todo lo que ha pasado es culpa suya; de su egoísmo, de su obsesión con el poder y la victoria a todos los niveles.

Pero esta vez ha perdido; ha perdido algo muy importante para él: me ha perdido a mí.

—Vamos.

Jake me atrae hacia sí y me acompaña, a pasos pequeños, adaptándose al ritmo que necesite. Pero no necesito ir tan despacio; acabo de decidir que quiero quitarme este trámite de encima cuanto antes.

Curiosamente, el guardia de seguridad ni se inmuta cuando ve que Jake se salta el control y me lleva directamente a los ascensores. Barbara, la paciente ayudante de dirección de mi padre de toda la vida, tampoco cuestiona mi inesperada visita ni la presencia del hombre que me acompaña cuando pasamos ante su mesa. Y Jake no llama a la puerta de mi padre cuando llegamos ante ella, sino que se limita a darle un empujón. Frunzo el ceño al darme cuenta de que la madera está rota. Jake me agarra con más fuerza cuando vemos a papá.

Raro en él, no está sentado a la mesa, rodeado de aduladores, sino caminando nervioso de un lado a otro. Nunca lo había visto con un aspecto tan desastrado. Cuando se vuelve hacia la puerta y me ve, se derrumba y empieza a llorar a mares. Me quedo de piedra.

—¡Gracias a Dios! —Corre hacia mí, pero se detiene en seco antes de abrazarme y mira a Jake, como pidiéndole permiso.

Pero ¿qué demonios está pasando aquí? Maldigo en silencio a Jake cuando me suelta, dejándome al alcance de las sucias garras de mi corrupto padre.

Papá me rodea con sus brazos y me abraza como nunca antes lo había hecho. No le correspondo. ¿Cómo voy a abrazarlo? Me ha mentido. Ha hecho de todo para convencerme de que Jake no me convenía; ha llegado incluso a manipular la verdad, diciéndome que estaba casado. Eso sí, se olvidó de mencionar que su esposa había muerto. Y, para acabar de empeorar las cosas, pagó a Sebastian para que denunciara a Jake a la policía. Siempre he sabido que mi padre era implacable, pero todo esto me supera. No quiero volver a verlo nunca más.

—Camille, lo siento mucho…

Miro a Jake y me percato de que está luchando una batalla interna. Noto que quiere reclamarme y yo deseo que lo haga: soy suya.

—Quiero irme a casa —le digo. La culpabilidad y el exceso de atención de mi padre me están haciendo sentir muy incómoda.

Papá se separa y traga saliva mientras me examina de arriba abajo. Permanezco quieta y dejo que se empape con la imagen. Él es el único responsable de mi estado.

—Me alegro mucho de que estés a salvo —me comenta.

—No es gracias a ti —replico, y me cierro por completo.

Necesito salir de aquí. No pienso darle la oportunidad de descargar su culpabilidad con buenas razones. Esta vez, no, no se va a librar de su responsabilidad tan fácilmente.

Papá hace una mueca; mi comentario lo ha lastimado, pero no me da ninguna pena. Me he convertido en una mujer de hielo.

—Estrellita, por favor…

—¡No! —exclamo, sorprendiéndome a mí misma por la fuerza de mi grito.

Doy un paso atrás y Jake me sujeta y me tranquiliza, ocultando mi cara en su pecho y acariciándome el pelo.

—Llévame a casa —le ruego, y noto que su pecho se expande—. Por favor.

—Camille, te lo suplico…, necesito explicártelo.

Me vuelvo hacia mi padre y le dirijo una mirada cargada de desprecio, pero, antes de poder dedicarle mis palabras más hirientes, Lucinda entra corriendo; parece preocupada. Me mira de arriba abajo y me dirige una sonrisilla. Yo se la devuelvo, sintiéndome fatal por haberla dejado inconsciente de un golpe en la cabeza, tirada en el suelo.

Se vuelve hacia Jake, de nuevo muy seria.

—Creo que he encontrado algo —declara.

Él se tensa a mi lado.

—¿Qué?

Lucinda nos mira al uno y al otro. Me doy cuenta de que el tema es delicado. Tal vez no quiere que yo me entere, pero a estas alturas, ¿qué puede ser peor?

—Puedes hablar —la anima Jake. Me llama la atención la mirada que le dirige a mi padre. Parece que le sepa mal. No lo entiendo.

Papá se mueve de un lado a otro, incómodo.

—Hable —susurra dirigiéndose a su mesa y dejándose caer en la silla pesadamente—, ya es demasiado tarde.

Lucinda se acerca a la mesa y saca su portátil por el camino.

—Un contacto me ha dicho que Scott hizo una curiosa amistad en la cárcel.

Curiosa normalmente quiere decir significativa —puntualiza Jake, volviéndose hacia mi padre.

Su aspecto me llama la atención. Da la impresión de ser un hombre acabado; no se parece en nada al hombre que conozco.

—Compartió celda con Vladimir Sochinsky.

Me quedo igual; ese nombre no me dice nada. O eso es lo que creo.

Papá abre mucho los ojos.

—¿Sochinsky? —repite—. Sochinsky era el nombre de soltera de la madre de TJ. Vladimir era su hermano mayor.

Y, como si lo hubiera conjurado con esas palabras, TJ entra en la oficina.

—¡Oh, Dios mío, estás a salvo! —Se abalanza sobre mí, haciéndome tambalear con la fuerza de su abrazo—. ¡Madre mía, Cami, estaba tan preocupado…!

Un instante estoy entre los cálidos brazos de mi hermano y, al siguiente, dejo de estarlo. Jake me ha arrancado de su lado y le está dirigiendo a TJ una mirada asesina.

—¿Dónde estabas? ¿Cómo sabías que Cami había desaparecido? —le pregunta con desconfianza.

—Mi padre me llamó. —TJ mira a su alrededor.

Sé lo que Jake está pensando; tengo que hacerle cambiar de idea. ¡Es imposible! ¡TJ me quiere!

—No, Jake —le advierto, soltándome.

—Ni se le ocurra ir acusando a la ligera —me llega la voz disgustada de mi padre a mi espalda. De pronto, Jake nos hace girar y vuelvo a encontrarme de cara a él—. ¡TJ es una persona íntegra y leal!

—Me disculpará —replica Jake con los dientes apretados, volviendo a dar rienda suelta a la ira—, pero su familia no me despierta mucha confianza.

Papá se vuelve hacia mí.

—TJ nunca haría algo así —murmura—. ¡Es mi hijo…, es el hermano de Camille!

—¿Cómo? —pregunta TJ exasperado—. ¿Alguien está sugiriendo que he secuestrado a mi propia hermana para pedirle rescate a mi propio padre? Y ¿cómo es posible que a alguien se le haya ocurrido semejante estupidez?

—Porque —interviene Lucinda, avanzando hacia TJ y observándolo con atención. No me gusta nada que sospechen de mi hermano. ¡Qué locura!— el hombre que secuestró a Camille, y que yace ahora en el suelo de una fábrica con una bala en la cabeza cortesía de Jake, compartió una celda en Borstal con tu tío.

TJ parece sorprendido.

—¿Mi tío? —susurra mirándome.

Da la impresión de estar perplejo, aturdido. No ha vuelto a ver a su madre desde que papá se divorció de ella y ganó la batalla por la custodia de TJ. Ella regresó a Rusia.

—Vladimir Sochinsky, el hermano mayor de tu madre —sigue acusando Lucinda, buscando una reacción en él—, ha estado haciéndole chantaje a tu padre.

—Trató de ponerse en contacto conmigo —admite TJ, llevándose una mano al pecho y apretando—. Le dije que no la necesitaba. —Mira a papá, su ídolo, y se desinfla—. Le dije que papá y yo estábamos bien y que no la necesitábamos para nada. No he vuelto a saber nada de ella desde ese día.

—¿Cuándo fue eso? —lo interroga Jake.

TJ sacude la cabeza confundido.

—No lo sé. Hará… unos tres meses.

—¿Cuándo recibió la primera amenaza? —le pregunta Jake a mi padre.

—Hace dos meses —responde—. Su hermano siempre me odió, pero no tengo ni idea de cómo consiguieron esas fotografías.

—Es obvio que lo estaban siguiendo, Logan, buscando cualquier cosa que pudieran usar contra usted. Es posible incluso que le tendieran una trampa. —Jake le dirige una mirada acusadora—. Y usted les dio lo que querían.

«¿Lo que querían? ¿Qué querían?»

TJ me dirige una mirada arrepentida.

—Ha sido culpa mía.

Papá se levanta de la silla, se dirige hacia su hijo y lo abraza. Es una imagen muy extraña; es la primera vez que lo veo abrazar a mi hermano. Siempre ha sido muy estricto con él; lo ha tratado con dureza para prepararlo contra los ataques del mundo.

—No es culpa tuya, hijo. Todo es culpa mía. Elegí mal, cometí errores. He cometido errores terribles.

Creo que voy a desmayarme de la impresión. ¿Mi padre admitiendo que ha cometido errores? No me lo puedo creer.

—¿Qué errores, papá? —indago—. ¿Qué usaron contra ti?

Se separa de mi hermano tras plantarle un beso en la coronilla y se vuelve hacia Jake.

—¿No se lo ha contado?

—No tengo intención de volverla contra su padre. De eso ya se ha encargado usted solo.

—¿Qué? —insisto mirándolos a los dos.

—Tomé una mala decisión que les dio munición —musita papá vencido—. Y la usaron contra mí.

—¿Qué mala decisión? —le digo volviendo la cara hacia Jake, que se ha movido para situarse a mi lado. ¿Por qué tengo la sensación de que se ha acercado tanto porque piensa que puedo necesitar su apoyo?

—Sacaron unas fotografías. —Papá suspira y se revuelve incómodo—. Unas fotografías comprometidas.

—¿Unas fotografías de qué?

Miro al resto de las personas que hay en el despacho. Jake parece incómodo; Lucinda también. TJ da la sensación de estar totalmente desconcertado.

—De mí… y una mujer. —Me oculta algo. El sudor que le cubre la frente y su negativa a mirarme a los ojos me lo dejan muy claro.

—¿Quién es esa mujer? —insisto con una rabia que ya ha empezado a apoderarse de mí sin necesidad de esperar a conocer toda la verdad.

—Una mujer joven.

—¡Suéltalo todo de una vez! —le grito, dándole un manotazo en el brazo a Jake cuando trata de calmarme—. ¡Deja de dar vueltas y dímelo de una jodida vez!

—Tenía quince años… —susurra avergonzado—, pero yo no lo sabía.

TJ ahoga una exclamación mientras mira a su ídolo con repulsa. Yo me doblo sobre mí misma.

—Me chantajearon… Al principio pensé que podría apañármelas solo, pero la situación se me fue de las manos y contraté a Sharp para que te protegiera. Era lo único que me importaba, estrellita, tu seguridad. Pero él empezó a indagar y a acercarse a la verdad. ¡No podía consentirlo! No quería que nadie se enterara.

«Ya. O sea, que lo único importante era mi seguridad. Y entonces, ¿por qué prescindió de los servicios de Jake? ¿Es que no se oye? ¡Qué mentiroso! Lo único que le preocupa es su reputación, su negocio y su dinero.»

—Tengo que salir de aquí. —Miro a Jake para que se dé cuenta de mi desesperación. No quiero oír nada más—. Por favor —le ruego.

Lo sabía. Jake lo sabía, pero no puedo enfadarme con él. No puedo culparlo por ocultármelo. Él sólo pretendía protegerme. Después de todo lo que había tenido que pasar por culpa de mi padre, no quería que encima tuviera que cargar con la vergüenza.

Él asiente, pero en ese instante empieza a sonar un teléfono.

Con el ceño fruncido, rebusca en sus bolsillos y saca un aparato que no conozco, de aspecto barato.

—Número desconocido —anuncia mirando a Lucinda.

—No por mucho tiempo —apunta ella.

Coge el teléfono y acepta la llamada, pero no dice nada. Alza un dedo para indicarnos a todos que permanezcamos en silencio. Escucha y, al cabo de un rato, sonríe.

—Tiene acento ruso —dice en voz muy baja. Se acerca a la mesa y enchufa el móvil al portátil con un cable.

Jake abre la puerta y hace que todo el mundo salga del despacho para que Lucinda pueda trabajar tranquilamente. Después de cerrarla, pasa junto a mi padre y me levanta en brazos. Le rodeo la cintura con las piernas y así es como me lleva hasta los ascensores. No se detiene ni siquiera cuando papá se acerca y trata de apartarme de él. No lo consigue. Jake me agarra con tanta fuerza como yo me sujeto a él. Jake se libra de mi padre con facilidad y decisión y yo me aferro a él como si fuera todo lo que me queda en la vida. Porque así es como lo siento.

Jake es fuerte.

Jake es de fiar.

Él es mi protector.

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