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El golpe de Lucas fue suave. Estaba tan nerviosa que temblaba cuando me levanté a abrir la puerta.

Había dicho que me quería dibujar, pero no estaba segura de si eso era todo lo que él quería hacer, o si se trataba de un código para más. Erin no me dejaría oír el final si lo tenía en nuestra habitación y no conseguía que al menos me besara, aunque Lucas no me parecía el tipo de chico que por lo general tenía que parar en un beso. Un montón de chicas veían la universidad como una especie de período de exploración, y muchas estarían más que dispuestas a explorar a Lucas. Pero me había llevado más de un año avanzar hasta el sexo con Kennedy, y él era el único tipo con el que me había acostado. No estaba lista para ello con Lucas, no todavía, rebote o no.

Tomé una respiración.

Llamó de nuevo, un poco más fuerte. Dejé de pensar y abrí la puerta.

Flecos de pelo oscuro sobresalían de su gorro gris oscuro. En el pasillo poco iluminado, sus ojos adquirieron el tono casi incoloro que habían tenido esa primera noche, cuando se asomó en mi coche después de haber peleado con Buck. Se encogió de hombros, con las manos en los bolsillos delanteros, el cuaderno de dibujo bajo el brazo.

—Hola —dijo.

Di un paso atrás en la sala, sosteniendo la puerta abierta. Olivia y Rona descansaban en sus propias puertas a través del pasillo, echándole un vistazo a Lucas, mirándome a mí, viéndolo entrar en mi habitación, mientras que Erin se había ido. Olivia arqueó una ceja y miró a su compañera de cuarto.

Todo el piso sabría que tenía un chico atractivo en mi habitación en menos de cinco minutos.

Dejé que la puerta se cerrara mientras Lucas tiró su cuaderno de dibujo en mi cama y se quedó en el centro de la habitación, la cual pareció encogerse con él en la misma. Sin moverse, examinó el lado de la habitación de Erin, las paredes por encima de su cama cubiertas con fotos, las letras griegas de su hermandad por encima de las brillantes letras de su nombre. Tomando ventaja de su distracción, lo estudié: botas de vaquero, jeans gastados, sudadera gris con capucha. Volvió la cabeza para escanear mi lado de la habitación, y miré fijamente su perfil: la mandíbula recientemente afeitada, labios entreabiertos, oscuras pestañas.

Sus ojos se movieron por encima de mí y luego al portátil en mi escritorio, el que había enganchado a un pequeño conjunto de altavoces. Había creado una lista de reproducción con canciones de mi colección y la puse a tocar suavemente. Otra de las sugerencias de Erin. La había titulado OFCM, y tardíamente esperé que no inspeccionara la lista y preguntara qué significaba eso. No se lo diría, por supuesto, pero mis partes propensas a ruborizarse probablemente se incinerarían.

—Me gusta esta banda. ¿Los has visto el mes pasado? —preguntó.

Kennedy y yo los habíamos visto, de hecho, la noche antes de que rompiéramos. Ellos eran uno de nuestros grupos locales favoritos. Había estado extraño esa noche. Distante. En los conciertos, generalmente ponía mi espalda contra su pecho, con las piernas abiertas lo suficiente para dar cabida a mis pies, sus brazos cerrados alrededor de mi cintura. En cambio, había estado de pie junto a mí, como si fuéramos amigos. Después de romper, me di cuenta de que él había tomado una decisión antes de esa noche, que su reserva era evidencia de la pared entre nosotros; yo sólo no lo había notado todavía.

Asentí con la cabeza, quitando a Kennedy de mis pensamientos.

—¿Y tú?

—Sí. No recuerdo haberte visto allí, pero estaba oscuro, y había bebido una o dos cervezas —sonrió, dientes blancos, sólo lo suficientemente imperfectos como para indicar que no había sufrido la ortodoncia que yo sí. Retirando su gorra y dejándola caer sobre mi cama, puso el lápiz en su cuaderno de dibujo, antes de deslizar ambas manos por su pelo aplastado, y luego lo sacudirlo, lo que resultó en un aspecto de recién levantado.

Buen Dios. Cuando sacó el buzo con capucha por la cabeza, su camiseta blanca se subió un poco, y yo tuve mi respuesta sobre hasta qué punto se extendían los tatuajes. Cuatro líneas de escritura, demasiado pequeña para leer, serpenteaban en torno a su lado izquierdo. Algún tipo de diseño celta equilibrándolo a la derecha.

Bonus: Ahora sabía lo que Erin quería decir con abdominales deliciosos.

El buzo se unió a la gorra, y la camiseta volvió a caer en su lugar. Recogiendo el cuaderno y el lápiz, se volvió hacia mí, y noté que la tinta en sus antebrazos continuaba sobre sus bíceps y bajo las mangas cortas de su camisa.

—¿Dónde me quieres? —Más jadeante de que lo había querido, mi pregunta parecía una propuesta descarada. Guau. ¿Podría ser más obvia? Tal vez debería ir y preguntarle si quería ser mi rebote para Kennedy, sin ataduras.

Mi interior se volvió líquido por la sombra de una sonrisa, una que se estaba volviendo más y más familiar.

—¿Sobre la cama? —dijo, con voz ronca.

Oh, Dios. —Está bien. —Me moví para posarme en el borde del colchón mientras él ponía su buzo y la gorra en el suelo. Mi corazón latía con fuerza, esperando.

Me miró, con la cabeza inclinada hacia un lado.

—Mmm. Te ves muy incómoda. No tenemos que hacer esto si no quieres.

¿No tenemos que hacer qué? pensé, deseando poder preguntarle si el usarme como modelo era un pretexto, y diciéndole que si era así, ese era un pretexto no necesario. Lo miré a los ojos.

—Yo quiero.

Se metió el lápiz sobre la oreja, mirando sin convencerse.

—Mmm. ¿Qué posición sería la más cómoda para ti?

No podía decir en voz alta las respuestas que me vinieron a la cabeza ante esa pregunta, pero el rubor que se extendió por toda mi cara, como un reguero de pólvora, me delató. Colocó su labio inferior entre los dientes, y yo estaba segura de que era para contener una carcajada. ¿La posición más cómoda? ¿Qué hay de: con la cabeza metida debajo de la almohada?

Echó un vistazo alrededor de mi habitación y fue a sentarse en el suelo, contra la pared, frente a los pies de mi cama. Rodillas hacia arriba, el cuaderno en sus muslos, estaba justo como lo imaginé en clase el otro día. Excepto que él estaba en mi habitación, no en la suya.

—Acuéstate sobre tu estómago y apoya la cabeza sobre tus brazos, frente

a mí.

Hice lo que me dijo. —¿Así?

Asintió con la cabeza, mirándome como si absorbiera los detalles, o estuviera buscando fallas. Apoyándose sobre sus rodillas, se acercó lo suficiente para pasar sus dedos por mi cabello y lo dejó caer sobre mi hombro.

—Perfecto —murmuró, volviendo rápidamente a su posición contra la pared, a pocos metros de distancia.

Lo miré fijamente mientras dibujó, con los ojos yendo y viniendo de mi cara al cuaderno. En algún momento, su mirada comenzó a moverse sobre el resto de mí. Como si sus dedos rozaran mis hombros y mi espalda, mi respiración quedó atrapada en la garganta y cerré los ojos.

—¿Quedándote dormida? —Su voz era suave. Cercana.

Abrí los ojos para encontrarlo de rodillas a mi lado, sentado sobre los talones. Mi corazón aceleró el ritmo de nuevo con su cercanía.

—No. —Había dejado el cuaderno y lápiz en el suelo detrás de él—. ¿Has... terminado?

Negó con la cabeza ligeramente —No. Me gustaría hacer otro, si no te importa.

Con mí afirmación, dijo: —Ponte de espalda.

Me di la vuelta lentamente, temerosa de que fuera capaz de ver mi corazón martillando a través de mi delgado suéter. Tomó el papel y el lápiz del suelo y se levantó. Mirando hacia abajo, dejó que sus ojos vagaran por sobre mí, y me sentí vulnerable, aunque no en peligro. Sabía muy poco acerca de él, pero había una cosa que sentí de manera inequívoca: seguridad.

—Voy a arreglarte, ¿si te parece bien?

Tragué saliva —Uh... seguro —Mis manos apoyadas sobre mis costillas, mis hombros estaban encorvados casi hasta mis oídos.

¿Qué, no es así como quieres que me ponga? Apenas contuve el jadeo nervioso que burbujeó ante el pensamiento.

Sus dedos rodearon la muñeca más cerca de él, y subió mi brazo por encima de mi cabeza, inclinado como si hubiera sido echada hacia atrás.

Tomando la mano opuesta, extendió mis dedos por encima de mi abdomen, se sentó, me miró un momento, y luego la movió, también, sobre mi cabeza, cruzando mis muñecas, como si estuviera atada. Luché por respirar con normalidad. Imposible.

—Voy a mover tu pierna —dijo, sus ojos fijos en los míos, esperando a que asintiera. Con sus manos sobre mi rodilla, la inclinó, dejándola a ras contra el colchón.

Tomó la libreta y pasó la página. —Ahora, inclina un poco tu rostro hacia mí, la barbilla hacia abajo, eso está bien. Y cierra los ojos. —Luché por permanecer relajada, sabiendo que durante el tiempo que escuchara su lápiz a través de la página, no me iba a tocar. Me quedé inmóvil, los ojos cerrados, escuchando el susurro del lápiz sobre papel, roto por el suave pasar de su dedo, untando una línea o una sombra.

Desde el portátil en mi escritorio, mi bandeja de entrada sonó, y mis ojos se iluminaron. Sin pensarlo, me levanté sobre los codos.

¿Landon? Pero no había manera de que pudiera comprobarlo.

Lucas me estaba observando muy de cerca. —¿Tienes que ver eso? — Landon había hecho caso omiso a mi correo electrónico toda la tarde, cuando en el pasado había respondido con tanta rapidez que estaba probablemente mimada. Pero Lucas estaba sentado en mi habitación. Junto a mi cama. Me recosté, regresando mis brazos a su posición anterior, y negué con la cabeza. No cerré los ojos esta vez, y él no me lo pidió.

Volvió a dibujar, concentrándose en mis manos un buen rato, y luego mi cara. Me miró a los ojos, de ida y vuelta entre la intensa examinación y su dibujo. Cuando miró mi boca por mucho tiempo —dibujando, mirando, dibujando, mirando— quise acercarme, agarrar su camiseta, y tirar de él hacia mí. Mis manos se apretaron involuntariamente y su mirada se movió de regreso.

Con los ojos ardiendo, me miró. —¿Jacqueline?

Parpadeé. —¿Sí?

—La noche que nos conocimos; no soy como ese tipo. —Su mandíbula estaba rígida.

—Sé e. —Él puso un dedo sobre mis labios, con una suave expresión.

—Así que no quiero que te sientas presionada. O abrumada. Pero, sí. Absolutamente quiero besarte, ahora. Mucho.

Pasó su dedo sobre mi mandíbula y por mi garganta, y luego en su regazo.

Lo miré fijamente. Finalmente comprendiendo que estaba esperando una respuesta, dije:

—Está bien.

Dejó caer el cuaderno en el piso y el lápiz lo siguió, su mirada nunca dejó la mía. Mientras se inclinó sobre mí, sentí una mayor conciencia de cada parte de mi cuerpo tocando una parte del suyo, el borde de su cadera presionó la mía, su pecho se deslizó contra el mío, sus dedos trazando el camino desde mis muñecas a los antebrazos y enmarcando mi cara. Me mantuvo en ese lugar, sus labios cerca de mi oído. Cuando besó el punto sensible, mi respiración se estremeció — Eres tan hermosa —susurró, moviendo su boca a la mía.

Sus labios eran cálidos y firmes, al presionar contra los míos, y cuando su lengua comenzó un ataque suave contra la línea de mis labios, los abrí. Con su lengua profundizando en mi boca, sus manos viajaron en direcciones opuestas, una hacia mis muñecas aún cruzadas, presionándolas contra el colchón encima de mi cabeza, la otra deslizándose por mi lado, escarbando en mi cintura. Me besó más fuerte, reclamando respuestas por mí parte. La cabeza me daba vueltas, y yo estaba respirando en breves ráfagas de aire como si estuviera saliendo a la superficie cada pocos segundos antes de bucear más profundo. Justo cuando pensaba que no podía tomar mayor intensidad, disminuyó la presión y chupó mi labio inferior suavemente, rozando la lengua sobre él, y luego repitió el movimiento. Me inquieté debajo de él y su lengua se deslizó entre mis labios otra vez, repitiendo su detallado examen, acariciando mi lengua, mis dientes, y paladar.

Si alguien me hubiera preguntado,

¿Cómo se compara esto con besar a Kennedy? Yo habría respondido:

¿Quién?

Cada mano de Lucas agarró una muñeca y puso mis brazos alrededor de su cuello. Respondiendo a algo que había soñado con hacer más de una vez, empujé mis manos en su pelo, desordenándolo aún más.

Él me detuvo, sentándome en su regazo, mientras apoyaba la espalda en la pila de almohadas en la cabecera de la estrecha cama, un pie aún en el suelo, y el otro debajo mí. Inclinándome hacia atrás. Sostuvo mi cabeza, besando un camino por mi cuello y el escote en V de mi camiseta. Mi cabeza cayó hacia atrás mientras jadeaba y traté en vano de formar un pensamiento racional.

Sus manos se desplazaron debajo de mi camisa deslizándose a lo largo de las costillas, recorriendo las copas de mi sujetador de satén, con las yemas de los dedos rozando el escote aumentado por mi posición. Empujando el dobladillo de la camisa por encima de mis pechos, movió los labios a los lugares donde sus dedos habían estado, y pasó la lengua a lo largo de la línea de piel justo sobre el borde de mi sujetador.

Mis manos se apretaron en su pelo mientras sus dedos rozaron el broche frontal. ¿No me había puesto este sujetador de fácil acceso por esta misma razón? Mi cuerpo lo quería, pero mi mente protestó, al primer beso, a la sensación plena, a, ¿qué? La voz de Erin en la cabeza dijo,

¡Saca el infierno fuera de él! Y ahogué una inoportuna risa. Lucas levantó la cabeza y arqueó una ceja hacia mí.

—¿Cosquillas? —preguntó, incrédulo.

Yo estaba totalmente horrorizada, y no podía imaginar una tragedia más grande en ese momento que tener pechos sensibles a las cosquillas, además de tener el más estúpido sentido del humor en el planeta. Me mordí el labio, tratando de no volver a reír, pensando,

Oh Dios mío. Negué con la cabeza.

Su mirada se enfocó en mis dientes, sujetos en mi labio inferior.

—¿Estás segura? Porque es eso, o encuentras mis técnicas de seducción... chistosas.

Ladré otra risa, incapaz de contenerla, y él negó con la cabeza mientras me acomodaba en su regazo, con mi pecho medio desnudo, y mortificada. Saqué mi mano de su cabello y la lancé sobre mi imprudente boca.

Luego, sonrió. Detrás de mi mano, le devolví la sonrisa, rogándole en silencio que no me hiciera reír de nuevo, porque justo debajo de la superficie, el ataque de nervios reprimido se preparaba para amotinarse.

—Tal vez debería hacerte cosquillas y acabar de una vez —pareció reflexionar sobre la idea.

—Por favor, no —dije, alarmada. Como la mayoría de la gente, yo no era un espectáculo atractivo cuando me hacían cosquillas. Lo sabía, porque mi tía había filmado a mi imbécil primo mayor haciéndome cosquillas hasta un retorcido y suplicante desastre en mi undécimo cumpleaños. Mi cara se había vuelto de un color escarlata llena de manchas, un hilo de saliva por la comisura de mi boca, y los sonidos de protesta que pronuncié fueron casi inhumanos.

—¿No?

—No. Por favor, no.

Suspirando, sacó mi mano de enfrente de mi cara y la apretó contra su pecho, inclinándose hacia delante con rapidez y besándome. Noté que cuidadosamente había tirado mi camisa hacia abajo, aunque eso no le impidió acariciar con sus dedos a través de mi abdomen, debajo de ella, o palmear mis pechos a través del sujetador, su pulgar acariciando un pezón mientras su boca se movía con la mía, dejándome aturdida. Sobre mi mano, su corazón latía al mismo ritmo que el mío.

Olvidé todo acerca de reír.

* * *

Tenía los labios sensibles y hormigueantes. El tocarlos trajo ráfagas de pegajosos recuerdos —sus manos, y lo que habían hecho en conjunto con su boca— los locos besos, y las pocas palabras que había pronunciado.

—Eres tan hermosa.

Quería ver los bocetos, así que me los mostró. Eran buenos. Sorprendentemente buenos. Se lo dije y gané una sonrisa.

—¿Qué vas a hacer con ellos? —pregunté, más tarde

—Rehacerlos en carboncillo, probablemente.

Esperé por más —¿Y luego?

Se encogió de hombros en su sudadera con capucha y miró hacia mí. — ¿Clavarlo en la pared de mi dormitorio?

Mis labios se separaron, pero no tenía ni idea de qué decir

—¿La pared del dormitorio?

Sus ojos volvieron al cuaderno, pasó hacia el segundo dibujo.

—¿Quién no querría despertar con esto?

Esa declaración tenía noventa y nueve por ciento de posibilidad de significar lo que parecía sugerir, pero no estaba lo suficientemente segura como para responder, por lo que no dije nada. Cerró el cuaderno y lo colocó en el estante cerca de la puerta. Tomando mi barbilla en su mano, frotó el pulgar por el labio inferior, cuidadosamente.

—Ah, mierda —Retiró la mano y miró sus dedos—. Me olvidé de cómo se ven mis manos después de que dibujo. —Miró mi camisa—. Quizás tengas pequeñas marcas de color gris... en todas partes.

Suponiendo que ahora tenía labios grises y posiblemente débiles rayas grises a través de mi abdomen y las curvas superiores de mis pechos, no se me ocurría qué decir más allá de: —Oh.

Cerró los puños, poniendo uno debajo de mi barbilla para levantarla de nuevo y utilizando el otro para acercarme más.

—No te preocupes, nada de dedos —Arrastrando mi cuerpo contra el suyo, me besó, apoyando su espalda contra la puerta de mi habitación. En esta posición, no había escondido lo que su cuerpo quería de mí. Me apreté contra él. Gimió en mi boca y arrancó la suya de la mía, respirando con dificultad—. Me tengo que ir ahora, o no me voy a ir.

Este era el momento para que dijera

quédate, pero no pude. Kennedy pasó por mi mente, diciendo algo parecido no hace mucho tiempo. Aún más loco era el pensamiento de Landon, y un posible correo electrónico esperándome. Ninguna de esas cosas debería importar. No en este momento.

Lucas se enderezó y se aclaró la garganta. Besando mi frente y la punta de mi nariz, abrió la puerta. —Hasta luego —dijo, y desapareció.

Agarré el marco de la puerta y lo vi alejarse, colocando el gorro sobre su pelo despeinado. Cada chica que pasaba levantaba la mirada. Algunas se volvieron y lo observaron hasta que llegó a la puerta de la escalera, antes de girar sus cabezas alrededor para ver de dónde había venido. Me retiré a mi habitación y lo dejé a su especulación.

El correo electrónico que interrumpió no era de Landon, era de mamá, y contenía el itinerario de mis padres para su viaje a esquiar en Colorado. Un viaje de esquí al que no había sido invitada. Un viaje de esquí previsto para el único fin de semana de mitad de semestre que había planeado pasar en casa, un fin de semana de vacaciones, nada menos.

Sin embargo, me causó un gran enojo cuando abrí el correo, por dos razones. Uno, estaba totalmente decepcionada de que no estuviera el nombre de Landon en mi bandeja de entrada, y dos, me encontraba embelesada recordado el beso de Lucas; por lo tanto no me importaban ni las vacaciones, ni cómo las pasaría.

Por la tarde del domingo, estaba comiendo cucharadas de mantequilla de maní para la cena, viendo

He’s Just Not That Into You4, y diciéndome que evidentemente no era la excepción a la regla de nadie. Landon todavía no había respondido el correo, y no había oído hablar de Lucas, tampoco.

Erin debía volver en cualquier momento, y yo estaba muy ansiosa por su regreso a la habitación. La tranquilidad me deprimía y no paraba de comer.

Mi bandeja de entrada sonó y me debatí entre si pausar o no la película para revisarla. No estaba de humor para otro de los esfuerzos de mi madre por derramar su remordimiento por abandonarme en unas vacaciones importantes. Hasta ahora, había intentado la lógica

(“Era el año para ir donde Kennedy”), el chantaje emocional

(“Tu padre y yo no hemos tenido un viaje solos en veinte años”), y una invitación a regañadientes para unirme a ellos

(“Supongo que podríamos conseguirte un pasaje. Sin embargo, tendrías que dormir en el sofá o catre, porque las habitaciones están, sin duda reservadas”). No hice caso a los dos primeros y dije

No, gracias al tercero.

—¿Y ahora qué, un intento de sobornarme? Una propuesta para un viaje de compras no estaría fuera de discusión, había utilizado eso antes.

La semana pasada, había marcado un par de botas en línea, que mi sueldo de las lecciones privadas y mi asignación no cubrirían por completo.

Pausé la película y e hice click en mi bandeja de entrada.

Premio mayor. Pero no de mamá. Era de Landon.

“Jacqueline,

Me alegro de que te sintieras segura de la prueba. Siempre que tengas un borrador de tu artículo, estaré feliz de mirar por encima antes de que lo entregues. He adjuntado la hoja de trabajo para la sesión de mañana, que acabo de hacer. Si tienes alguna pregunta, házmelo saber.

LM”

Volví a leer el correo, haciendo un mohín. No había nada ni remotamente interesante en el mismo. Podría haber venido de un profesor. No puso por qué le había llevado todo el fin de semana para contestarme, cuando él generalmente lo hace un par de horas después, si no antes. No estaba bromeando sobre algo, o haciendo cualquier pregunta no relacionada con economía. Me sentí rara, como si me hubiera imaginado todo el rastro de familiaridad que habíamos desarrollado durante el último par de semanas.

“Landon,

Gracias. Voy a enviarte el borrador el sábado por la mañana. Espero que hayas tenido un agradable fin de semana.

JW”

“Jacqueline,

El sábado está bien. Voy a tratar de devolvértelo pronto, para que puedas entregarlo al Dr. H antes del descanso. Mi fin de semana fue bueno. Especialmente el viernes. ¿Qué tal el tuyo?

LM”

“Landon,

Bien. Un poco solitario (mi compañera de cuarto estuvo fuera de la ciudad durante todo el fin de semana, acaba de llegar a casa y está a punto de contarme todo), pero productivo. Gracias de nuevo por toda tu ayuda.

JW”

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