Dune

Dune


Libro segundo: Muad’Dib » Capítulo 35

Página 42 de 66

El ruido de innumerables voces descendió a medida que los demás veían la conversación y escuchaban lo que se decía.

—¡En tu honor, Feyd! —gritó el Barón muy alto. Hizo bajar otra vez el estandarte, en otra señal.

Al otro lado de la arena, las barreras de prudencia habían sido bajadas, y numerosos jóvenes estaban saltando a la arena, en dirección a Feyd-Rautha.

—¿Habéis ordenado bajar los escudos de prudencia, Barón? —preguntó el Conde.

—Nadie hará ningún daño al muchacho —dijo el Barón—. Es un héroe.

Los primeros jóvenes alcanzaron a Feyd-Rautha, lo levantaron sobre sus hombros y lo llevaron en triunfo alrededor de la arena.

—Esta noche podría pasear desarmado y sin escudo a través de los barrios más pobres de Harko —dijo el Barón—. Le ofrecerían hasta el último pedazo de su comida y el último sorbo de su vino por el honor de su compañía.

El Barón se levantó trabajosamente de su silla, y ancló su peso en los suspensores.

—Confío en que me disculparéis. Hay algunos asuntos que requieren mi inmediata atención. Los guardias os escoltarán hasta el castillo.

El Conde se levantó a su vez e hizo una inclinación.

—Ciertamente, Barón. Participaremos de buen grado en la fiesta. Nunca… ahhh… hummm… hemos visto una fiesta Harkonnen.

—Sí —dijo el Barón—. La fiesta —se volvió, y salió del palco rodeado por sus guardias.

Un capitán de la guardia se inclinó ante el Conde Fenring.

—¿Vuestras órdenes, mi Señor?

—Esperaremos… hummm… a que la gente se haya… ahhh… dispersado —dijo el Conde.

—Sí, mi Señor —el hombre hizo una inclinación y retrocedió tres pasos.

El Conde Fenring se volvió hacia su Dama, hablando en su lenguaje personal codificado en susurros.

—También lo has visto, por supuesto.

—El muchacho sabía que el gladiador no estaba drogado —dijo ella en la misma lengua susurrante—. Ha tenido un momento de miedo, sí, pero no de sorpresa.

—Estaba planeado —dijo él—. Todo el espectáculo.

—Sin la menor duda.

—Esto huele a Hawat.

—Completamente —dijo ella.

—Le he pedido al Barón que elimine a Hawat.

—Ha sido un error, querido.

—Ahora me doy cuenta.

—Los Harkonnen podrían tener un nuevo Barón dentro de muy poco.

—Si ese es el plan de Hawat.

—Esto requiere un atento examen, es cierto —dijo ella.

—El joven será más fácil de controlar.

—Para nosotros… después de esta noche —dijo ella.

—¿No anticipas ninguna dificultad en seducirlo, mi pequeña clueca?

—No, mi amor. ¿Has visto cómo me ha mirado?

—Sí, y ahora comprendo por qué nos es indispensable esa línea genética.

—Exactamente. Y es obvio que necesitamos ejercitar sobre él un control completo. Implantaré en lo más profundo suyo las frases prana-bindu que lo doblegarán a nuestra voluntad.

—Nos iremos lo más pronto posible… apenas estés segura —dijo él.

Ella se estremeció.

—Realmente. No quiero dar a luz a un hijo en este horrible lugar.

—Piensa que todo lo hacemos en nombre de la humanidad —dijo él.

—La tuya es la parte más fácil.

—Pero hay algunos antiguos prejuicios que he tenido que vencer —dijo él—. Son cosas primordiales, ya sabes.

—Mi pobre querido —dijo ella, y palmeó su mejilla—. Sabes que es el único modo seguro de salvar esa línea genética.

—Comprendo perfectamente lo que estamos haciendo —dijo él con voz seca.

—No fracasaremos —dijo ella.

—El sentimiento de culpabilidad empieza con el miedo a fracasar —recordó él.

—No habrá ningún sentimiento de culpa —dijo ella—. Una hipno-ligazón en la psique de Feyd-Rautha y su hijo en mi seno… y podremos irnos.

—Su tío —dijo él—. ¿Has visto alguna vez a alguien tan retorcido?

—Es terriblemente feroz —dijo ella—, pero el sobrino podría ser peor aún.

—Gracias a su tío. Cuando pienso en ese muchacho y en lo que podría haber sido con otra educación… la de los Atreides, por ejemplo.

—Es triste —dijo ella.

—Hubiéramos podido salvarlos a los dos, al Atreides y a éste. Por lo que he oído decir, el joven Paul era un muchacho admirable, una combinación perfecta de herencia genética y educación. —Agitó la cabeza—. Pero es inútil derramar lágrimas por la aristocracia en desventura.

—Hay una máxima Bene Gesserit al respecto —dijo ella.

—¡Tenéis máximas para cualquier cosa! —protestó él.

—Esta te gustará —interrumpió ella—. Dice: «No consideres muerto a un ser humano hasta que hayas visto su cadáver. Y, aún entonces, piensa que podrías equivocarte».

Ir a la siguiente página

Report Page