Dubai

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Tercera parte » Capítulo XXXIII

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CAPÍTULO XXXIII

La mayoría de los amigos militares de Fitz se hospedaban en el mismo hotel, el «Warwick», cuando iban a Nueva York. Algunos oficiales conocidos suyos le habían contado historias bastante jugosas respecto a sus estancias en el «Warwick». Si uno no conocía a nadie en la gran ciudad y quería pasarlo bien, lo único que tenía que hacer era acercarse al bar del hotel, por el que siempre merodeaban hermosas mujeres. Aunque, por supuesto, ése no era el motivo por el cual Fitz había elegido el «Warwick». Lo había hecho, simplemente, porque estaba muy bien situado, en el centro de la ciudad.

Se registró a eso de las 7 de la tarde y luego se dirigió al bar a tomar una copa. Había pasado una media hora cuando una hermosa mujer se acercó a Fitz y se sentó en el taburete de al lado. Observó que Fitz la miraba y sonrió. Tenía largo cabello negro. De pronto, Fitz empezó a pensar en Laylah. Jugueteó con la idea de ligar con la mujer e imaginarse que estaba con Laylah. Ya iba por la segunda copa cuando invitó a la chica a acompañarlo a beber. Ella miró hacia la puerta, expectante, y de nuevo fijó los ojos en Fitz.

—Estoy esperando a alguien —respondió para agregar, tras una pausa—: Es un hombre muy poco puntual, quizá podamos tomar un trago antes de que llegue.

La joven se acercó aún más a Fitz y se presentó, diciendo que se llamaba Lily. Hablaron de las muchas convenciones que empezaban aquella noche en Nueva York, y cuando Fitz admitió que no era miembro de ninguna convención, sino que se encontraba en la ciudad por negocios relacionados con el petróleo, Lily empezó a mostrarse más interesada.

Amargamente, Fitz se preguntaba qué estaría haciendo Laylah en aquellos momentos. En Teherán serían las 6 de la mañana. ¿Acaso se estaría despertando junto a Courty Thornwell, tal como antes lo hacía con él? Hasta aquella noche, Fitz nunca había ligado con una chica en un bar. Ya hacía mucho tiempo que no se acostaba con una mujer. Lily se mostraba muy melosa al hablarle, y sus manos tocaban a menudo las de Fitz. El hecho de que el nombre de la chica fuera Lily, tan parecido a Laylah, lo excitaba aún más. Con sólo entrecerrar un poco los ojos, podía hacer que Lily se transformara en Laylah. Finalmente, Fitz dijo:

—La verdad es que empiezo a tener mucha hambre. ¿Me acompañas a cenar? Tal vez conozcas algún buen restaurante.

Lily, cogiendo las manos de Fitz, se inclinó más hacia él.

—Me encantaría. Pero has de saber una cosa, Fitz. Soy una trabajadora, ¿me entiendes? Me pagan ciento cincuenta dólares por noche.

—¿Estaremos juntos toda la noche? —preguntó Fitz.

—Por lo menos te acompañaré hasta que te quedes dormido.

Fitz pensó por unos instantes en la propuesta y le respondió, hablando siempre en voz baja:

—Te diré lo que haremos, Lily. Digamos doscientos dólares y te quedas a desayunar conmigo. ¿Hecho?

Lily movió afirmativamente la cabeza y sonrió.

—Si a ti te parece bien, Fitz, por mí encantada.

Se metió la mano en un bolsillo de la chaqueta, sacó el billetero y extrajo un billete de cien dólares. Y lo hizo de forma tan casual, que nadie lo advirtió cuando aplastó el arrugado billete contra la palma de la mano de Lily.

—Esto es lo que nosotros llamamos anticipo, o la regalía en el momento de estampar la firma. El resto te lo entregaré cuando estemos solos. ¿De acuerdo?

—De acuerdo, Fitz —admitió Lily, suspirando y deslizando el billete en el interior de su enorme bolso.

Fitz terminó su copa, pagó, dio al encargado del bar una propina desproporcionadamente generosa y, con Lily colgada de un brazo, abandonó el «Hotel Warwick». Caminaron una manzana hasta el «Hotel Saint Regis», en la Quinta Avenida.

Fitz empezaba a sentirse algo mejor respecto al viernes por la noche, cuando los Smith le dieron a entender que Laylah no estaba enamorada de él. Lily lo ayudó a escoger la mejor cena que se podía tomar en un pequeño restaurante del sótano del «Hotel Saint Regis». La champaña era «Dom Pérignon», a cincuenta dólares la botella. Lily dijo que nunca la había tratado tan bien ningún cliente.

Al borde de la medianoche, Lily, con una risita, acercó su cara a la de Fitz y le susurró al oído:

—¿No crees que ya es hora de que volvamos al «Warwick»?

Para entonces, en la mente de Fitz, embotada por la bebida, Lily se había convertido ya en Laylah.

Lily miró a Fitz, sonrió y vio cómo sacaba la billetera y extraía dos billetes de cien dólares —de un fajo bastante voluminoso—, con los que pagó la cuenta, incluyendo una buena propina. Luego se marcharon, subieron las escaleras y regresaron a la Calle Cincuenta y Cinco. Era una agradable noche otoñal. Recorrieron la manzana que separaba la Quinta Avenida de la Sexta y penetraron en el «Hotel Warwick». Subieron a la habitación de Fitz, en el piso veintiocho. Era un espléndido dormitorio, con una gran cama de matrimonio. Fitz se alegraba al pensar que no tendría que pasar la noche solo en aquel lugar.

Lily cerró la puerta con llave, mientras Fitz se dirigía al teléfono y pedía que le subieran una botella de champaña y dos copas. Luego se volvió hacia Lily.

—Laylah, será igual que en Bandar Abbas, todo se repetirá.

—Haré cuanto pueda, Fitz —respondió Lily—. ¿Dónde queda Bandar Abbas?

—En Irán, en el golfo Pérsico, junto al estrecho de Ormuz.

Fitz cogió a la chica entre sus brazos y la besó. Lily abrió los labios, y su lengua buscó la boca de Fitz. Éste se metió la mano en el bolsillo y le entregó otro billete de cien dólares.

Lily volvió a besarlo.

—Ahora, Fitz, estaré un rato en el cuarto de baño. ¿Te portarás como un chico bueno y paciente?

—Por supuesto, Laylah. Estaré aquí, esperándote. Y la champaña también habrá llegado para cuando regreses.

Lily cogió su enorme bolso de mano y penetró en el cuarto de baño, cerrando la puerta tras ella. Una vez se hubo cerrado la puerta, Fitz se quitó la chaqueta y sacó de ella la billetera y, con ésta en una mano, miró a su alrededor. Abrió unos cuantos cajones y los volvió a cerrar. Finalmente, levantó la colcha que cubría la cama, luego el colchón, metió la billetera en el centro de la cama, y dejó caer de nuevo el colchón. Instantes después sonó el timbre de la puerta y Fitz se encaminó a abrir. Era un camarero, que traía una botella de champaña y dos copas. Fitz le dijo que entrara y le señaló la mesilla de noche. El camarero depositó la bandeja sobre la mesilla y entregó a Fitz la nota; él la firmó y agregó una generosa propina. Luego, sonriendo, devolvió la nota al camarero, quien le dio reiteradamente las gracias y, haciendo reverencias, se retiró. Fitz cerró la puerta y empezó a desnudarse.

En paños menores, se acercó a la mesilla de noche, cogió la botella de champaña e hizo saltar el corcho. Vertió el líquido burbujeante en las dos copas de champaña y se bebió un largo trago. Lily salió del cuarto de baño con un camisón de dormir cortísimo y transparente.

Entrechocaron las copas.

—Me ha parecido una excelente forma de terminar la noche. No volveremos a cenar juntos hasta que vayas a visitarme a Dubai.

Mientras bebían champaña, Fitz siguió hablando.

—En un par de años habré ganado un millón de dólares y podré comprar un cargo de embajador por esta zona. ¿No quieres convertirte en mi embajadora?

Fitz extendió los brazos y Lily se le acercó, apretando su cuerpo contra él.

—Por supuesto que sí —dijo.

La chica deslizó los dedos hasta los calzoncillos y los desprendió, de modo que Fitz se encontró desnudo ante la chica. Lily se quitó la frágil negligée y se mostró desnuda ante Fitz.

Fitz le pasó los brazos en torno al cuerpo a la chica y la arrojó a la cama. Lily era Laylah.

—Oh, Laylah, te quiero —gritó, cayendo en un sueño pesado.

Más tarde, sin tener conciencia del paso del tiempo, se fue despertando, sintiendo que lo sacudían. Ya completamente despierto, notó que alguien agitaba el colchón sobre el cual yacía. Luego se dio cuenta que la chica metía una mano bajo el colchón. Reconstruyendo, de pronto, lo ocurrido la noche anterior, comprendió que no era la cabeza de Laylah la que se encontraba al nivel del colchón, que no era el brazo de Laylah el que hurgaba debajo. Se trataba de Lily. Había disfrutado una pequeña fantasía. Ahora todo había terminado. Lily había sido Laylah, pero ahora volvía a ser Lily. Fitz la miró sonriendo.

—¿Qué haces, Lily?

—¡Hola, Fitz! Te has despertado, Espléndido. Estaba tratando de despertarte para darte las buenas noches. Ya no necesitas que siga contigo, ¿verdad?

Fitz pensó en Laylah. Quería mucho a Laylah, la deseaba. Pero Lily ya había dejado de ser Laylah.

—No, supongo que no. He disfrutado mucho contigo, de veras.

Lily retiró la mano de debajo del colchón y golpeó a Fitz en los hombros con la otra mano.

—Porque si deseas que me quede, Fitz —dijo—, estás en tu derecho.

—Gracias, Lily. Supongo que no. Quiero darte las gracias, porque de veras me has ayudado mucho.

En ese mismo momento Fitz se percató de que Lily estaba completamente vestida. Se dio cuenta que había tenido una gran idea escondiendo la billetera exactamente en mitad de la cama, bajo el colchón. Pero, de todos modos, no le molestaba que la chica hubiera intentado hacerse con su dinero. Después de todo, una prostituta es una prostituta. Y además, Lily le había hecho mucho bien.

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