Dubai

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Segunda parte » Capítulo XV

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Precisamente a las seis en punto, Fitz, Laylah, Thornwell y Stakes llegaron a la casa de

Sir Harry. Una vez el viejo inglés les hizo entrar, se dedicaron a examinar el proyector de cine que habían colocado de antemano en la gran habitación delantera. A las seis y media, el jeque de Abu Dhabi aún no había llegado.

—Es un hombre muy puntual —dijo

Sir Harry, disculpándolo, para agregar—: Teniendo en cuenta que es árabe.

No bien había terminado esa afirmación, cuando se escuchó el rugido del poderoso motor de un automóvil y, a los pocos instantes, la comitiva del jeque entraba a la granja. Tres grandes «Mercedes Benz» giraron por la rotonda frente a la casa de

Sir Harry hasta que el coche que abría la marcha se detuvo abruptamente frente a la puerta de la misma. Los otros dos coches aparcaron detrás del primero. La puerta del «Mercedes» se abrió y un

jundi (así se los llama a los soldados árabes) armado saltó al suelo arenoso. Lo siguieron, de inmediato, el jeque Zayed y uno de sus consejeros. Ambos llevaban vestimentas árabes completas, con la

kuffiyah ritual cubriéndoles la cabeza. En seguida se encaminaron hacia la casa de

Sir Harry.

Fitz no pudo evitar el sentir admiración ante la real y magnífica prestancia del emir de Abu Dhabi. Era un hombre alto, de aspecto enérgico y, a pesar de sus ropas, se notaba que era un verdadero monarca del desierto. Fitz, sabiendo que la edad del monarca superaba los cincuenta años, se asombró al comprobar que conservaba la barba de color negro azabache y que su cara era joven, amplia y sin mácula. Se daba cuenta de hallarse en presencia de un gobernante que cualquier ser humano, occidental o árabe, tendría que tratar con profundo respeto deseando, en el fondo, servirlo como fuera.

Al mismo tiempo que los demás, un segundo

jundi había saltado al suelo desde el asiento delantero y se colocaba detrás del jeque Zayed. Más asociados árabes del jeque bajaron a tierra de los otros dos coches con un gracioso revuelo de

dish dashas y

kuffiyahs y, de inmediato, se unieron a su jefe.

Sir Harry se apartó de la puerta, avanzando para dar la bienvenida al monarca y tomarle una mano. Después de los saludos, condujo al jeque Zayed y a sus consejeros hacia la gran habitación delantera, que había sido preparada de antemano para que todos pudieran observar cómodamente la presentación que había elaborado Thornwell. El sofá había sido acomodado de forma que estuviera frente la pantalla y

Sir Harry lo señaló con un ademán. El jeque Zayed hizo un movimiento afirmativo y se sentó solo en el sofá, con un esplendor real, mientras los componentes de su séquito se sentaban en sillas a sus espaldas y los soldados se mantenían de guardia junto a la puerta.

Una vez se hubo colocado el séquito en torno a su monarca,

Sir Harry hizo pasar uno a uno a los occidentales para hacer las correspondientes presentaciones. El jeque Zayed pareció quedar particularmente impresionado con Laylah. Observó también a Fitz con evidente interés al enterarse de quién se trataba. Fitz habló de Abu Dhabi, en árabe, al jeque, haciendo que una sonrisa de satisfacción se dibujara en el rostro inteligente y agraciado del monarca. Fitz sabía que, antes que nada, Zayed era un beduino de corazón, un príncipe del desierto más que un árabe sedentario de ciudad. Por esto, las presentaciones y congratulaciones fueron más directas y menos floridas que como lo hubieran sido, por ejemplo, en caso de una entrevista con el jeque Rashid. Durante veinte años, antes de convertirse en emir, el jeque Zayed había gobernado la ciudad de Al Ain y la provincia del oasis de Buraimi. Por todo esto, Fitz pasó varios minutos expresando el placer y la alegría que le había producido el comprobar el gran desarrollo que había alcanzado Al Ain y, especialmente, las numerosas señales de sofisticación agraria que se hacían evidentes en todas partes. De esa forma, Zayed se sintió muy complacido. Zayed hizo señas para que llevaran una silla, de modo que Fitz pudiera sentarse a su lado y seguir platicando con él.

—Todos los líderes árabes nos sentimos complacidos y orgullosos al ver la forma en que os dirigisteis a vuestros compatriotas para hablarles de los judíos —empezó diciendo Zayed—. Por supuesto, en América no tienen la más remota idea de lo que sucede en esta parte del mundo. La ciudad de Jerusalén es tan sagrada para los árabes como lo es para los judíos y los cristianos.

—Por supuesto que comprendo esa situación, Su Alteza —dijo Fitz—. Mi más profundo deseo, al igual que el de muchos norteamericanos inteligentes, es el de que se pueda llegar a un rápido arreglo que sea beneficioso a la vez para el mundo árabe y para los judíos.

Fitz se daba cuenta de que, tal vez, se arriesgaba demasiado al señalar que la solución al problema debía otorgar una satisfacción a los israelíes. De todos modos, no podía ignorar el sentimiento de culpabilidad que lo embargaba, sabiendo como sabía que el motivo por el cual los árabes le brindaban tantas atenciones y le hacían tantos cumplidos no era más que un enorme malentendido. Cada vez que un líder árabe sacaba a colación el hecho de que Fitz había sido expulsado del Ejército de los Estados Unidos por haber salido en defensa de la causa árabe contra los judíos, Fitz se sentía descorazonado.

Zayed calibró por un instante la última afirmación de Fitz, finalmente, asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Sí, hay que descubrir una solución que satisfaga a ambas partes. Pero, en el pasado, los norteamericanos se han mostrado muy benignos con los israelíes, al tiempo que se han dedicado a fustigar sin tregua la causa árabe. Esto nos ha causado un gran resentimiento, es algo que no puede gustarnos. Creo, personalmente, que ha hecho una afirmación muy válida y profunda que, según todos sabemos, tuvo enorme impacto a lo largo y a lo ancho de vuestro país. Me refiero, por supuesto, a sus palabras relativas a la histeria de los judíos. Ése es el problema.

Fitz no estaba de acuerdo con Zayed, pero no tenía nada que ganar y sí mucho que perder si trataba de poner las cosas estrictamente en su lugar. Por lo tanto, decidió no hacer nada al respecto y, en cambio, lanzarse de lleno al problema que lo había llevado hasta allí.

—Mi amigo Harcourt Thornwell, procedente de los Estados Unidos, ha venido a vuestro país con el propósito específico de discutir la falta de simpatías y la ausencia de ecuanimidad con que los asuntos árabes son tratados por la Prensa norteamericana, que desprecia vuestra causa y apoya a los judíos. Mi amigo Thornwell piensa que tiene una solución para ustedes, Alteza, y permitidme señalar que estoy de acuerdo con él. Pienso que lo que pretende deciros puede llegar a ser, quizá, la más importante sugerencia que un norteamericano puede hacerle a un líder árabe hoy en día.

Zayed le echó una ojeada a Thornwell y sacudió la cabeza en su dirección. Thornwell, que se encontraba de pie a pocos pasos del jeque, habló en inglés, diciendo:

—Majestad, es un placer y un honor para mí poder discutir con vos mis ideas respecto a la forma de solventar los problemas árabes ante la opinión pública de los Estados Unidos.

Fitz tradujo la afirmación al árabe, haciendo un pequeño cambio:

—Mi compatriota,

Mr. Thornwell, se declara honrado de poder mostraros sus ideas respecto a la forma en que el mundo árabe puede modificar los pensamientos del Gobierno norteamericano, haciéndolo más receptivo a las verdaderas necesidades de los árabes.

—Estamos listos, coronel Lodd. Por favor, adelante.

Fitz se volvió hacia Thornwell, haciéndole una indicación con la cabeza, en dirección al proyector de cine. De inmediato Courty se dirigió hasta donde estaba el aparato, y la presentación dio comienzo. La atención de todos los árabes se vio capturada desde la primera imagen de la película, que mostraba a la ciudad de Jerusalén en una gran toma a distancia, desde el aire. La narración se hacía en árabe.

—Ésta es Jerusalén, la ciudad sagrada de las tres mayores religiones del mundo hoy en día: el cristianismo, el judaísmo y el Islam.

La cámara hacía un

zoom hasta un primer plano de la Cúpula de la Roca. El jeque Zayed y los otros árabes contuvieron el aliento ante las excelencias de aquellas maravillosas fotografías.

—He aquí la cúpula de la Roca, una de las más hermosas mezquitas del mundo, sagrada para todos los árabes, que adoran este lugar donde, según la leyenda musulmana, el profeta Mahoma ascendió a los cielos a lomos de un blanco corcel llamado

Buraq, que era su preferido.

En silencio, la cámara siguió recorriendo la maravillosa mezquita. La habitación muy pronto se electrificó con la tensión de los árabes, que no podían arrancar sus ojos de lo que mostraba la pantalla.

Para sí mismo, Fitz decía y repetía, perfecto Courty, perfecto. Realmente sabes cómo montar un artículo de propaganda. Abruptamente, la escena cambió en la pantalla, surgiendo en la misma un montaje sobre la Guerra de los Seis Días. Cada secuencia era comentada por un extracto de la información brindada por las cadenas de televisión «NBC», «CBS» o «ABC». Cada secuencia iba acompañada por la voz del anunciador norteamericano, que explicaba lo que sucedía. Luego la voz del presentador norteamericano decrecía en volumen y una voz árabe llenaba el espacio, traduciendo lo que antes dijera el presentador norteamericano.

Aunque los varios informes de los corresponsales de las cadenas de televisión demostraban ser levemente proisraelíes, Fitz tenía la impresión de que a Courty se le había ido un poco la mano en las traducciones, que sonaban mucho más antiárabes y proisraelíes que los originales. De hecho, Fitz tenía la sensación de que los corresponsales habían tratado por todos los medios de mostrarse lo más objetivos que les fuera posible en sus informes. Luego vinieron las escenas de atrocidades y las descripciones de lo que los árabes habían hecho con los soldados israelíes capturados, cómo los habían torturado, y golpeado hasta matarlos, y ejecutado sumariamente mientras los israelíes habían trasladado con vida a los árabes capturados, llevando a hospitales a los heridos y tratando de curarles sus heridas. Esto hizo que el auditorio prorrumpiera en los esperados gritos de protesta.

—No. No es verdad. Mentira —gritaban los espectadores árabes.

Abruptamente, la cúpula de la Roca volvía a la pantalla. Y los murmullos de desaprobación de Zayed y su séquito se acallaban. Con la mezquita llenando la pantalla, una voz árabe decía:

—¿Y, en justicia, a quién pertenece la ciudad de Jerusalén?

Zayed y su séquito prorrumpían en gritos, cada vez más fuertes:

—Al Islam. Es voluntad de Alá que Jerusalén pertenezca al Islam.

Los árabes que observaban la presentación siguieron emitiendo gritos indignados. La voz del presentador, a su vez, seguía hablando.

—¿Por qué en Estados Unidos existe el sentimiento de que Jerusalén y Palestina son la herencia legítima de los judíos? El Gobierno de los Estados Unidos, siendo como es un cuerpo de hombres electos, refleja la opinión de la mayoría del pueblo norteamericano. Todos los hombres que prestan servicios en el Congreso, que junto al Presidente de los Estados Unidos gobierna los asuntos de la nación, así como traza las líneas de su política exterior, es elegido por el pueblo de los Estados Unidos, cada miembro de ese congreso ocupa un escaño gracias a los votos emitidos por los habitantes de determinada zona del país. El Presidente, a su vez, es elegido por todo el pueblo norteamericano. Y esos hombres, si quieren ser elegidos, tienen que ser un reflejo de la opinión de la mayoría. ¿Y cómo se forma la opinión, el pensamiento, los deseos de los habitantes de los Estados Unidos? En su mayor parte, la opinión de los norteamericanos es formada por la Prensa libre de Estados Unidos, es decir los grandes periódicos. Las cadenas de Televisión con sus noticiarios y, habiendo ochenta millones de americanos en las carreteras con sus automóviles todos los días, también las estaciones de Radio a las que escuchan forman la opinión del pueblo en general. Echemos una ojeada a lo que los periódicos de Estados Unidos dicen actualmente a los americanos respecto a los problemas del Oriente Medio.

Con esas palabras, se proyectaba un montaje de los principales periódicos norteamericanos junto a

Time, Newsweek y otras influyentes publicaciones, al tiempo que el presentador traducía algunos fragmentos específicos de sus artículos y editoriales. Las traducciones extraídas de los editoriales eran notoriamente proisraelíes y antiárabes, por lo que causaron gran consternación entre los atentos espectadores nativos.

El presentador enumeró la circulación de los distintos periódicos que iban apareciendo en pantalla y señaló que la circulación era el poder de los periódicos para crear corrientes de opinión, lo cual era muy importante porque podía causar, y de hecho causaba, grandes cambios en la política seguida por los miembros electos del Gobierno de los Estados Unidos, que vivían pensando permanentemente en las elecciones más próximas.

De esa forma se estudiaron el

New York Times y el

Washington Post, a los que siguió

Newsweek, y luego los noticiarios de las cadenas de la «NBC», la «CBS» y la «ABC», que aparecieron uno tras otro en pantalla.

Y la voz del presentador decía:

—He aquí algunos de los medios de comunicación más influyentes del mundo hoy en día. Todos son propiedad de judíos y, por tanto, reflejan el punto de vista judío en el problema de Oriente Medio.

Otros periódicos diarios y semanarios, al igual que estaciones de Radio y Televisión desfilaron por la pantalla y, al ser traducidas sus posturas y su papel por el presentador, causaron un tremendo impacto en la audiencia. Al final del montaje, el presentador dijo, sencillamente:

—He aquí el motivo por el cual Norteamérica está a favor de los judíos. Las naciones árabes han sido, tradicionalmente, favorables a Estados Unidos. Hemos enviado a nuestros hijos a las Universidades americanas y ellos han regresado demostrando enorme simpatía y respeto por sus amigos norteamericanos. Sin embargo, los norteamericanos no nos corresponden en este aspecto. Hay, por supuesto, muchas respuestas para estas diferencias. Si queremos, podemos castigar a Estados Unidos, decretando más embargos petrolíferos, pero con eso no resolvemos nuestro problema fundamental, que no es otro que éste: ¿Cómo podemos hacer para que los norteamericanos entiendan nuestros problemas y acepten nuestras opiniones? ¿Cómo podemos hacer para que Norteamérica se defina a favor de los árabes? ¿Cómo podemos hacer para que los norteamericanos se den cuenta de que un importante sector del Islam, los palestinos, han sido expulsados de sus hogares y sus tierras, habiéndoles sido quitadas todas sus posesiones y habiendo sido forzados los palestinos a vivir, en los últimos veinticinco años, en campos de concentración como éstos?

En la pantalla aparecieron varias fotos de los centros de refugiados palestinos ubicados en el Líbano, en Siria, en Jordania y en la península del Sinaí.

Ahora la presentación ya estaba a punto de finalizar. En la pantalla apareció una toma del rey Faisal de Arabia Saudí, la cual provocó un profundo impacto en la audiencia. El rey Faisal no es tan sólo el más rico de los gobernantes árabes del petróleo, sino que también es una especie de líder espiritual de los seiscientos millones de musulmanes que hay en el mundo, puesto que en su reino están situadas dos ciudades sagradas del Islam, como son La Meca y Medina. Éste fue un pensamiento que surgió de inmediato a la mente de los árabes que miraban con toda su atención lo que se veía en la pantalla.

Al tiempo que la cámara se movía enfocando al rey Faisal cada vez más de cerca, la voz del presentador señalaba:

—El rey, que tiene sesenta y cuatro años, quiere poder orar, antes de morirse, en la tercera de las grandes ciudades sagradas del Islam, Jerusalén. Quiere orar en la cúpula de la Roca. Y quiere andar por allí, y andar sin poner el pie en un territorio que se encuentre en poder de Israel. ¿Qué posibilidades tiene el rey de cumplir su sueño?

La audiencia prorrumpió en murmullos en momentos en que la escena donde aparecía Faisal se difuminaba para dar paso a una toma amplia de la ciudad de Jerusalén. Luego la cámara se aproximaba otra vez a la mezquita de la Cúpula de la Roca.

—La fuerza de las armas por sí misma nunca conseguirá que se cumpla el objetivo del rey Faisal, que es el mismo objetivo en que sueñan todos los árabes: Palestina para los palestinos. El Islam necesita el apoyo de los Estados Unidos si quiere alcanzar ese noble objetivo. Asegurarse el apoyo de los Estados Unidos requiere un programa tendente a reeducar a la mayoría del pueblo americano, que no es judía. Sin embargo, la minoría judía controla todo lo que los norteamericanos leen en sus periódicos, todo lo que ven en sus programas de Televisión, todo lo que escuchan en las emisoras de Radio mientras conducen, todos los días, su coche, de casa al trabajo y del trabajo a casa. No es necesario que esas condiciones persistan en Estados Unidos. El mundo árabe, si trabaja de acuerdo con norteamericanos que simpaticen con su causa y sus objetivos y que, además, tengan vasta experiencia en el mundo de los medios de comunicación de los Estados Unidos, pueden ganar para sí la opinión de los estadounidenses y, por lo mismo, la opinión de sus líderes. El medio para llegar a esto es emplear la vasta riqueza del petróleo comprando importantes medios norteamericanos de comunicación. En este mismo momento, y a través de hombres de negocios estadounidenses, podríamos comprar una de las tres grandes cadenas de Televisión de aquel país. También hay que tener en cuenta que podríamos comprar las suficientes acciones como para ejercer el control del

New York Times, especialmente si dicho periódico sufre otro de esos bajones cíclicos que debilitan la estructura económica de los órganos de Prensa. También es posible que pudiéramos comprar la revista

Newsweek o la revista

Time, o incluso la revista

Life, que en estos momentos atraviesa una difícil coyuntura económica. También nos sería posible adquirir estaciones independientes de Radio y Televisión en distintos lugares de los Estados Unidos, abarcando prácticamente la nación entera. Se trata, simplemente, de un problema de dinero, y dinero es lo que poseemos en tal abundancia que anonada la imaginación incluso de los hombres de negocios norteamericanos más ricos, más poderosos y más influyentes, se trate de banqueros o de consejeros de inversiones.

La voz del presentador siguió diciendo:

—En Estados Unidos todo está a la venta, pero los norteamericanos que podrían comprar este tipo de redes de comunicación, no tiene el dinero necesario para hacerlo. Ellos no pueden adquirir los medios de comunicación que os hemos mostrado en esta presentación. Nosotros, los árabes, podemos y debemos poseer, mediante los servicios de nuestros amigos norteamericanos, la más poderosa red de comunicaciones que haya existido jamás en la historia de la Humanidad. Luego de haber conquistado los medios de comunicación americanos, podemos lanzarnos a la conquista de los medios de comunicación de Europa occidental y a los de todas aquellas zonas del mundo donde existe hoy en día la libertad de Prensa. La voz del Islam puede y debe ejercer su influencia en el mundo. Escuchad atentamente lo que tienen que deciros estos amigos norteamericanos que os han ofrecido este documental.

Música árabe, con la Cúpula de la Roca en imagen, se prolongó por unos diez segundos dando fin a la proyección. Thornwell y John Stakes, que lo habían ensayado todo durante aquella misma tarde, se encontraban de pie junto a la llave de luz y la habitación quedó iluminada de inmediato. Los árabes seguían sentados en un estado de semishock después que las luces habían sido encendidas. Fitz hizo que Harcourt Thornwell se acercara al jeque Zayed, que a su vez les indicó a ambos que tomaran asiento.

—Una presentación verdaderamente impresionante —dijo Zayed—. ¿Cuánto costaría llevar a efecto el plan en su totalidad?

Fitz tradujo la pregunta para Thornwell, que se quedó pensando por unos instantes, sonrió y dijo:

—Dile que si tiene que preguntar cuánto cuesta eso se debe a que no puede hacerse cargo de la inversión.

—Alteza —tradujo Fitz—,

Mr. Thornwell dice que no hay forma de daros un precio específico relativo a este proyecto. Lo que sí señala y afirma es que podéis muy bien haceros cargo de las inversiones si así lo deseáis. Me dirijo a vos, Alteza, pero, por supuesto, también a los demás líderes del Islam.

El jeque se volvió hacia Thornwell dedicándole una sonrisa astuta y calculadora. Sacudió enérgicamente la cabeza para demostrar que comprendía. Luego se volvió a dirigir a Fitz.

—¿Ya habéis hablado con Faisal sobre este plan? —preguntó.

—Iremos a ver al rey Faisal muy pronto, Alteza. Si fuéramos a verlo teniendo ya vuestra aprobación, nuestra postura se fortalecería enormemente. También tenemos planeado ir a ver al jeque Isa de Bahrain, al jeque Jhalifa de Qatar y al jeque Sabah de Kuwait.

—He oído decir que Rashid se ha mostrado muy favorablemente impresionado con vuestro plan —indicó Zayed.

Era bien sabido que Zayed sentía gran respeto por Rashid. Zayed estaba muy al tanto de la forma en que Rashid había levantado Dubai sin gozar de ganancia ninguna por petróleo. Incluso así, Dubai y Abu Dhabi eran enemigos naturales, por el simple hecho de ser vecinos, y hubo una época en que Rashid y Zayed se divertían atacándose mutuamente. Sin embargo, en la actualidad trabajaban juntos. Cuando se descubriera petróleo en Dubai, la nación de Rashid se convertiría en un Estado mucho más rico que ahora, y Rashid, ya en el presente, era un factor muy importante en las decisiones del mundo árabe.

—Creo que nos habéis mostrado un objetivo altamente importante para el Islam. Debo entender que

Mr. Thornwell, aquí presente, se haría cargo de la dirección del programa en los Estados Unidos.

Fitz hizo la correspondiente traducción y Thornwell asintió con la cabeza.

—Este programa que sugerís, causaría gran controversia en los Estados Unidos, sobre todo si se supiera al detalle lo que

Mr. Thornwell tiene planeado. ¿Es ése el motivo por el cual

Mr. Thornwell ha preferido que no aparezca su foto ni se mencione su nombre en la presentación de la que hemos sido testigos recientemente? —preguntó Zayed.

Luego se dedicó a estudiar atentamente la expresión de Thornwell, al tiempo que Fitz traducía la pregunta. De hecho, lo que el jeque quería saber era algo que había intrigado profundamente a Fitz cuando le proyectaron el documental por primera vez.

Thornwell tenía una respuesta preparada por anticipado.

—Dile al jeque que yo no soy el único norteamericano involucrado en este programa. Dile que hay muchos otros expertos en comunicación, sumamente competentes y habilidosos, que trabajarán conmigo y que enseñarán esta misma película a otros influyentes líderes árabes por todo el mundo, se encuentren donde se encuentren. Esperamos mostrar esta película a todos los jefes de las Delegaciones árabes ante las Naciones Unidas. En beneficio de mis colegas, que también se harán cargo de presentar esta proyección, fue necesario no destacar a ninguna individualidad, es decir a mí, en detrimento de los demás. El motivo que nos ha llevado a obrar de esta forma es que, si me destacaran a mí netamente, los demás líderes árabes a los que se presentara la proyección pensarían que no están hablando con el número uno, y eso no sería bueno para nuestra causa —Thornwell hizo una breve pausa y preguntó—: ¿Tú te tragas eso, Fitz?

—No lo sé. Pero no importa si yo me lo trago o no. Tengo la certeza de que Zayed sí lo creerá. Los árabes tienen mucho respeto por el prestigio, que ha sido de lo que tú acabas de hablar.

Fitz tradujo la respuesta de Thornwell a Zayed, que asintió con la cabeza, aparentemente aceptándola como válida. Thornwell se inclinó ansiosamente hacia delante y se dirigió a Fitz, diciéndole:

—Dile cuándo podremos conocer su respuesta. Pregúntale cuándo podremos saber con certeza que se va a convertir en uno de los principales contribuyentes para la formación de este imperio de las comunicaciones. Me gustaría que se comprometiera a entregar unos quince o veinte millones de dólares como contribución preliminar ahora mismo, así podríamos seguir adelante con nuestros planes. Explícale que la revista

Life se encuentra ahora en dificultades aún más graves que las que tenía cuando elaboramos la presentación. Dile que la «American Broadcasting Company» está pasando por graves problemas. Dile que la «American Broadcasting Company» estaba tratando de vender el paquete mayoritario de sus acciones a la «ITT», pero que el Gobierno norteamericano se interpuso y detuvo las negociaciones porque consideraban que se iba a crear una situación de monopolio. Dile también que…

—Le diré lo que me parezca adecuado —dijo Fitz, brevemente, volviéndose hacia Zayed—. Alteza, actualmente, hay en los Estados Unidos muchas gangas que no creo que lo sigan siendo por mucho tiempo.

Mr. Thornwell está ansioso por poner en marcha sus planes y por eso le gustaría saber cuándo le podréis dar una respuesta o cuándo podréis seguir negociando con él sobre este asunto.

El jeque Zayed miró a sus hombres, moviendo la cabeza en torno a la habitación. Hizo un ligero gesto y uno de sus asistentes se puso de pie. Zayed no se movió de su asiento y dijo:

—Decidle a

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