Drive

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Alzó la vista y vio las bolsas de suero intravenoso, seis, que colgaban sobre la cama. Debajo, una serie de émbolos que debían ajustarse cada hora, más o menos. En uno de ellos ya sonaba una alarma.

—¿Qué? ¿Otro maldito visitante?

Driver había hablado con la jefa de enfermería, que le había dicho que ya no habría más visitas. Y también le dijo que su amigo se estaba muriendo.

Doc levantó una mano temblorosa y señaló la bolsa de suero.

—Mira, he llegado al número mágico.

—¿Qué?

—En la facultad de medicina siempre decíamos que cuando te meten seis catéteres torácicos y seis intravenosas, estás listo. Llegados a ese punto, ya es cuestión de tiempo.

—Te vas a poner bien.

—Bien es el nombre de un pueblo al que ya ni siquiera voy de visita.

—¿Quieres que llame a alguien? —le preguntó Driver.

Doc hizo como que anotaba algo en el aire. Sobre la mesa había una libreta. Driver se la alargó.

—Es un teléfono de Los Ángeles, ¿verdad?

Doc asintió.

—Mi hija.

Las cabinas estaban en el vestíbulo, y desde una de ellas Driver marcó el número.

«Gracias por ponerse en contacto con nosotros. Su llamada nos importa. Por favor, deje su mensaje».

Dijo que llamaba desde Phoenix, que su padre estaba grave. Dejó el nombre del hospital y su propio número de teléfono.

Cuando volvió, ya había empezado la telenovela en español. Un joven apuesto y sin camiseta luchaba por salir de una ciénaga, mientras se arrancaba sanguijuelas de las piernas musculosas.

—No contestaba nadie —dijo Driver—. He dejado un mensaje.

—No llamará.

—A lo mejor sí.

—¿Y por qué habría de hacerlo?

—¿Porque es tu hija?

Doc meneó la cabeza.

—¿Cómo me encontraste?

—Me fui a tu casa. Miss Dickinson estaba fuera y, cuando abrí la puerta, entró a toda prisa. Vosotros dos teníais costumbres fijas. Si ella estaba ahí, tú debías estar ahí también. Empecé a llamar a puertas, a preguntar. Un chaval me dijo que los servicios médicos se te habían llevado.

—¿Diste de comer a Miss Dickinson?

—Sí.

—La muy puta nos tiene bien adiestrados.

—¿Puedo hacer algo por ti, Doc?

Miró por la ventana. Negó con la cabeza.

—Se me ha ocurrido que te vendría bien —le dijo Driver, alargándole una petaca—. Trataré de localizar a tu hija.

—No tienes por qué hacerlo.

—¿Te importa que vuelva a hacerte otra visita?

Doc levantó la petaca para beber y volvió a bajarla.

—Tampoco habrá ya mucho motivo para eso.

Driver había llegado casi a la puerta cuando Doc le llamó.

—¿Qué tal tienes el brazo?

—El brazo está bien.

—Yo también lo estaba —dijo Doc—. Yo también lo estaba.

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