Drive

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Siempre tomaba las primeras copas del día fuera de casa. Tenía dos opciones: Rosie’s, en Main, que sin coche quedaba bastante lejos, o The Rusty Nail, en la esquina. Tenía coche, pero el permiso de conducir había caducado hacía años y no quería asumir riesgos innecesarios. Rosie’s era un bar de trabajadores, y abría a las seis de la mañana. Ahí se pedía whisky o bourbon, el camarero no te preguntaba de qué marca, solo había una botella de cada. El encargado tampoco debía preocuparse de ventanas y esas cosas, porque el local se encontraba en una cueva. The Rusty Nail, que en esencia era un bar de camareras en topless, abría a las nueve. Desde esa hora hasta las tres, más o menos, cuando empezaban a llegar las chicas y la clientela cambiaba (más de una vez lo habían pillado desprevenido), lo frecuentaban los mecánicos de un taller de camiones que quedaba en la misma calle, y unos carniceros de la planta envasadora que había enfrente, muchos de ellos con sus delantales manchados de sangre. De modo que, en general, cuando las piernas no le flaqueaban demasiado y no tenía muchos temblores, prefería acercarse hasta Rosie’s.

Todos los que iban ahí a beber temprano eran habituales, pero nadie hablaba con nadie. Casi todos los días dejaban la puerta abierta apoyando en ella una silla, y cada vez que entraba alguien, las cabezas se giraban en aquella dirección e incluso, en algún caso, se alzaban ligeramente a modo de saludo, antes de que sus dueños regresaran a las bebidas. Cuando se acodaba en la barra, Benny ya le tenía la copa preparada. Ayer te echamos de menos, tal vez le dijera. Las dos primeras se las servía en vasos altos, hasta que dejaban de temblarle las manos. Esa mañana llegó más tarde que de costumbre. ¿Mala noche?, le preguntó Benny. No podía dormir. Mi viejo siempre decía que eso era por la mala conciencia, pero yo empiezo a pensar que tiene mucho más que ver con un pollo frito en mal estado.

Alguien le dio unas palmaditas en el hombro.

—Doc. Es Doc, ¿verdad?

Mejor no hacerle ni caso.

—Sí, claro, es usted. ¿Puedo invitarle a una copa?

Bueno, a lo mejor sí podía hacerle un poco de caso.

Benny le trae al tipo otra Bud y le sirve otro doble a Doc.

—Yo le conozco, hombre. Soy de Tucson. Usted era el que se ocupaba de los batos de las carreras. Hace unos años, remendó a mi hermano después de un trabajito que hizo en un banco. Noel Guzmán, ¿se acuerda? Alto y delgado. Con el pelo decolorado.

¿Cómo iba a acordarse? En aquella época trataba a muchos. «Hacía resiglos», como decían ahora, y volvió a preguntarse de dónde había salido aquella manera de hablar. «Habían montón». Hasta hacía poco nunca se habían oído esas cosas, y de pronto todo el mundo las decía.

—Ya no me dedico a eso.

—Mi hermano tampoco, está muerto.

Doc dio un trago al whisky.

—Lo siento.

—La verdad es que no estábamos muy unidos, era solo familia.

Benny había vuelto a aparecer con la botella. Para el joven habría sido difícil no invitarle también a esa otra ronda. Miró con algo parecido al horror el precio que aparecía en la pantalla de la caja, y aceptó pagar los seis dólares con un movimiento de cabeza. Benny dejó la cuenta debajo del cenicero, en la barra, a su lado.

—Salió a ver si encontraba un colmado regentado por chinos. La policía dijo que en cosa de un momento apareció el dueño, que al cabo de medio segundo ya lo tenía en el suelo al otro lado del mostrador; le cortó el suministro de sangre, que dejó de llegarle al cerebro. No era el final que imaginaba para sí mismo.

—¿Y cuándo lo es?

—No es que le sorprendiera a nadie —apuró la cerveza y se hizo evidente que quería otra, aunque vaciló, pues ello implicaría tal vez tener que invitarle a otro whisky de seis dólares.

—Esta ronda la pago yo —le dijo Doc. Benny se llevó el vaso alto, le trajo uno bajo y le sirvió el trago.

La mano de Doc, al levantarlo, ya no temblaba.

—¿Lo mismo? —Benny le preguntó al muchacho.

—Pide lo que quieras —intervino Doc.

—Otra Bud está bien.

Benny le trajo una lata. Doc hizo chocar su vaso vacío contra ella, y el joven dio un sorbo.

—Y… ¿ahora vive por aquí?

Doc asintió.

—¿Y a qué se dedica?

—Estoy jubilado.

—Hombre, cuando le conocí ya lo estaba.

Doc se encogió de hombros e hizo un gesto para que le sirvieran otra copa. En ese caso Benny fue más generoso, porque se estaba acabando la botella y le echó todo el whisky que quedaba en ella. Aquello le hizo acordarse del combustible enlatado Sterno. Una vez, de niño, se había ido por detrás de la casa, se había internado entre pacanas y setos y, después de una noche metido en su saco de dormir del ejército, en el que no se podía dormir, trató de freír un poco de beicon con una lata de Sterno y solo consiguió cocinarse el pulgar.

—El caso es que tengo un plan buenísimo.

Sí, claro. Los tipos como aquel venían a verte al bar, te conocían, o eso decían, siempre tenían un plan buenísimo y querían contártelo.

—Espero que no sigas los pasos de tu hermano.

—Bueno, las cosas son así, hay familias de médicos, otras de abogados…

El muchacho se quitó un zapato, echó hacia atrás la plantilla y sacó dos billetes de cien dólares, que dejó en la barra. Una parte la reservaba como fianza, para evitar que lo acusaran de mendicidad, para sobornos, o simplemente por si acaso. Se trataba de una vieja costumbre de expresidiario.

Doc miró los billetes.

—¿Cómo te llamas, chico?

—Eric. Eric Guzmán. Considérelo un anticipo.

—¿Crees que vas a necesitar en breve de servicios médicos?

—No, yo no. Yo tengo cuidado. Es solo por previsión.

Qué coño, tal vez la vida entera de aquel muchacho fuera un absurdo. Era imposible que la cerveza le hubiera hecho tanto daño. La Bud no, desde luego, y menos en el par de horas que había tardado en bebérsela. Doc levantó la vista y se fijó en sus pupilas dilatadas. Ah, claro, ya lo entiendo todo.

—Me gusta prever. Si me pasara algo, ya sabría dónde acudir, ¿no le parece?

Aquel niño no tenía ni idea. Ya nadie tenía ni idea. Se condenaban ellos solos. Todos. A la vista de todos, se metían en lo que fuera, con tal de ir contra el sistema.

Doc sufrió otra media hora a Eric Guzmán antes de poner una excusa, levantarse del taburete y regresar a casa. Tiempo más que de sobra para que el chico le propusiera su plan. Iban a dar un golpe en una tienda de electrónica en Central, pero que quedaba casi en las afueras, en un punto donde la calle perdía actividad y donde casi todo eran almacenes y demás. En la tienda organizaban una liquidación especial de fin de semana, y Guzmán suponía que el domingo habría bastante dinero en efectivo. Los guardias de seguridad tendrían unos ciento diez años. Ya había reunido a todo el equipo, solo le hacía falta alguien que llevara el coche.

Miss Dickinson ya estaba esperando a Doc, y se quejó cuando lo vio aparecer por la calle. Había entrado por la puerta, haría un año, más o menos, una tarde en que la tenía abierta, y desde entonces nunca había dejado de darle comida. Era un cruce, aunque tenía más de rusa azul que de otra cosa. Le faltaba media oreja izquierda y dos dedos de una pata.

—¿Cuántas veces van ya hoy, Miss D? —le preguntó.

Sus visitas puntuales le resultaban sospechosas. Creía que hacía rondas de casa en casa por todo el vecindario. Pero abrió una lata de atún y la dejó en un rincón, para que ella pudiera comérsela sin tener que arrastrarla por toda la casa, cosa que haría de todos modos cuando estuviera vacía.

No había recogido lo de la noche anterior. Tiras de tela ensangrentada, gasas, cuencos con agua oxigenada y Betadine. Lejía, agujas de coser de acero inoxidable, botellas de alcohol.

Se alegraba de poder ser útil de nuevo.

Cuando todavía estaba recogiéndolo todo, Miss Dickinson se terminó el atún y se acercó a ver qué estaba haciendo. Arrugó la nariz al oler la lejía y los desinfectantes, y se alejó al momento del agua oxigenada y el Betadine, pero mostró gran interés por las telas empapadas en sangre, por el algodón y las gasas. Trataba de sacarlas de los cuencos y cubos de plástico donde él los iba echando.

Su nuevo paciente iba a regresar el viernes para hacerse una revisión. Doc le había dicho que le preocupaba el riesgo de infecciones. Ahora se preguntaba si una posible infección no sería el menor de los peligros a los que se enfrentaba. Debía alertar a su paciente de Eric Guzmán.

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