Drive

Drive


9

Página 11 de 36

9

—Me acerco aquí delante a buscar algo de comer —dijo Blanche—. He visto un Pizza Hut ahí mismo, y me muero de hambre. ¿Te gusta la de salchicha y doble de queso?

—Sí, claro —respondió él, de pie junto a la puerta, frente a una de aquellas ventanas correderas de aluminio que parecen inevitables en todos los moteles. El ángulo inferior izquierdo se había salido del marco y notaba el aire caliente que se colaba desde fuera. Estaban en una habitación de la segunda planta que daba a la carretera, de la que solo los separaba la galería corrida, la escalera y unos metros de estacionamiento. El motel contaba con tres salidas. Una rampa conectaba con la autopista, más allá del aparcamiento. Otra se encontraba al final de la calle.

Lo primero que haces, en una habitación, un bar, una ciudad o un apartamento, es revisar y memorizar las salidas.

Antes, cansados de carretera, con los cuerpos tensos de tantas horas en el coche, habían visto una película en la tele, una de un atraco inverosímil rodada en México con un actor que tuvo su momento de gloria antes de caer por culpa de la droga, y que había acabado haciendo papelitos de estrella invitada en películas como aquella, de bajo presupuesto, pasto de la fama barata de la prensa rosa.

A Driver le maravillaba el poder de nuestros sueños colectivos. Todo se había ido a la mierda, ellos dos se habían convertido en perros fugitivos, y ¿qué hacían? Se sentaban a ver una película. Un par de escenas de persecuciones, y Driver juraría que era Shannon quien iba al volante. No se le veía, claro, pero era su estilo inconfundible.

«Tiene que ser Blanche —pensó Driver, de pie junto a la ventana—. Si no, por qué iba a estar ese Chevy en el aparcamiento».

Ella había sacado un cepillo del bolso y se encaminaba al baño.

Oyó que decía «Qué…».

Y, a continuación, el disparo amortiguado.

Driver entró, sorteó su cuerpo, vio al hombre de la ventana, y entonces resbaló con la sangre y cayó en el plato de la ducha, rompiendo la mampara de cristal y abriéndose una brecha en el brazo. Aquel tipo seguía tratando de liberarse del marco de la ventana. Pero ahora levantaba el arma de nuevo y la apuntaba contra Driver que, sin pensar, cogió un trozo del vidrio roto y se lo lanzó. Se le clavó de lleno en la frente. Afloró una carne rosada, la sangre se le metió en los ojos, y soltó la pistola. Driver vio la navaja junto al lavabo. Y la usó.

El otro hacía esfuerzos por echar la puerta abajo a patadas. Aquello era lo que Driver no había dejado de oír, sin darse cuenta de lo que era, aquel golpeteo repetitivo. Y lo consiguió cuando él entraba de nuevo en la habitación: justo a tiempo para la segunda descarga de la pistola. Aquel bicho podía medir tal vez medio metro y se disparó como un cabrón, causando más dolor a su brazo. Driver se veía la carne, el músculo y el hueso.

Aunque no es que se quejara.

* * *

Sentado con la espalda apoyada en la pared de un Motel 6, al norte de Phoenix, Driver veía la sangre que avanzaba hacia él. Le llegaba el ruido del tráfico de la autopista. Alguien lloraba en la habitación de al lado. Se dio cuenta de que llevaba un rato conteniendo la respiración, prestando atención, por si oía alguna sirena, el murmullo de personas congregándose en la escalera o abajo, en el aparcamiento, el rumor de pasos al otro lado de la puerta, y aspiró una gran bocanada del aire de la habitación, enrarecido por el olor de la sangre, la orina, las heces, la pólvora, el miedo.

El neón lanzaba sus destellos sobre el hombre alto y pálido que había quedado junto a la puerta.

Oyó el goteo del grifo de la bañera.

Y también oyó otra cosa, un arañazo, un golpeteo. Tardó en darse cuenta de que se trataba de su propio brazo, que se agitaba involuntariamente; con los nudillos repicaba en el suelo, que arañaba con los dedos, porque contraía la mano.

El brazo colgaba ahí, ajeno a él, inconexo, como un zapato abandonado. Driver le ordenó que se moviera. Nada.

De eso ya se preocuparía más tarde.

Se giró para mirar la puerta abierta. Tal vez ya está, pensó. Tal vez no venga nadie más, tal vez ya haya terminado. Tal vez, por ahora, tres cuerpos sean suficientes.

Ir a la siguiente página

Report Page