Drive

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El segundo y el tercer trabajo con el marido de Irina fueron bien. La bolsa de gimnasio que guardaba en el armario, debajo de los zapatos y la ropa sucia, engordó.

Luego llegó el cuarto.

Todo empezó sin problemas. Todo en su sitio, todo a su hora, según lo planeado. El blanco era un negocio modesto, local, dedicado al pago de cheques y al adelanto de nóminas. Se encontraba al fondo de una calle que había sido comercial en la década de los sesenta, junto a un cine abandonado con carteles de películas de ciencia ficción dobladas y thrillers extranjeros en los que aparecían viejas glorias del celuloide americano. Al otro lado de la calle asomaba una casa de empeños que abría cuando le daba la gana y que, por tanto, no se molestaba en colgar ningún cartel con las horas de apertura. El verdadero negocio se hacía por la puerta trasera. El ajo, el comino, el cilantro y el limón de una tienda de faláfeles que había cerca aromatizaban la zona.

Habían llegado a las nueve, que era cuando abrían. Levantaron las persianas metálicas y, a continuación, abrieron las puertas. Allí solo trabajaba personal contratado, gente que ganaba el salario mínimo y que no prestaba atención ni nada le importaba una mierda, en realidad, y el jefe no llegaba nunca hasta pasadas las diez. A aquella hora, incluso si había alarma, lo más probable era que la policía quedara atrapada en algún embotellamiento.

Pero, por desgracia, la policía llevaba un tiempo montando guardia frente a la casa de empeños, y un agente, que debía de estar mortalmente aburrido, miraba por casualidad el Check-R-Cash cuando el equipo de Standard entró. A él le gustaba la hispana que atendía tras el mostrador.

—Vaya, mierda.

—¿Qué pasa? ¿Ya no te quiere?

Les dijo a los demás lo que ocurría.

—¿Y ahora qué hacemos? —aquello no tenía nada que ver con el caso que investigaban.

Como DeNoux era el agente de mayor graduación, la decisión le correspondía a él. Se pasó la mano por el pelo corto, gris.

—¿Vosotros estáis tan cansados como yo de este trabajo de precisión? —les preguntó.

¿Cansados de comer mierda? ¿De pasarse el día entero asándose en el furgón? ¿De mear en botellas? Cansados era poco.

—Capto el mensaje. ¡A la mierda! Vamos a por ellos.

Driver vio que los comandos salían por la puerta trasera del furgón y cargaban contra el Check-R-Cash. Como sabía que todos miraban al frente, se escurrió por detrás del Dumpster. Estuvo fuera del coche, que dejó en marcha, apenas unos segundos, los suficientes para pinchar las cuatro ruedas del furgón. Luego aparcó delante del establecimiento. Dentro se oían disparos. Habían entrado tres. Salieron dos, él levantó el seguro y se montaron en el asiento trasero, se agacharon y empezaron a disparar desde el aparcamiento. Uno de los dos que salieron estaba herido de muerte.

Ninguno de ellos era Standard.

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