Don Juan

Don Juan


ACTO PRIMERO » Escena III

Página 7 de 36

Escena III

DOÑA ELVIRA, DON JUAN y SGANARELLE

DOÑA ELVIRA: ¿Me haréis la merced, don Juan, de querer reconocerme? ¿Y puedo esperar, al menos, que os dignéis volver la cara hacia este lado?

DON JUAN: Señora, os confieso que estoy sorprendido y que no esperaba aquí.

DOÑA ELVIRA: Si; ya veo que no me esperabais y que estáis sorprendido, en verdad, mas de muy distinto modo del que yo esperaba, y la manera de estarlo me persuade plenamente de lo que me negaba a creer. Me admira mi necedad y la flaqueza de mi corazón al dudar de una traición que tantas apariencias me confirmaban. He sido harto benévola, lo confieso, o, mejor dicho, harto simple, para querer engañarme a mí misma y procurar desmentir mis ojos y mi juicio. He buscado razones para disculpar ante mi ternura la tibieza del amor que veía en vos, y me he forjado deliberadamente cien motivos legítimos de una partida tan precipitada para buscar justificación al crimen del que mi corazón os acusaba. Por mucho que me decían mis justas sospechas, a diario, y escuchaba complacida mil quimeras ridículas que os mostraban inocente ante mi corazón; mas, en fin, este encuentro no me permite ya dudar, y la mirada que me ha acogido me enseña muchas más cosas de las que quisiera saber. Me gustaría, sin embargo, oír de vuestros labios las razones de vuestra partida. Hablad don Juan, os lo ruego, y veamos con qué cara sabréis justificaros.

DON JUAN: Señora, aquí está Sganarelle, que sabe por qué he partido..

SGANARELLE (Bajo, a DON JUAN): ¿Yo? Yo no sé nada, señor, si os place.

DOÑA ELVIRA: Sea; hablad, Sganarelle. No importa de qué boca oiga yo esas razones.

DON JUAN (Haciendo señas a SGANARELLE para que se acerque): Vamos; hablad, pues a la señora.

SGANARELLE (Bajo, a DON JUAN): ¿Y qué queréis que diga yo?

DOÑA ELVIRA: Acercaos, ya que así lo desean, y decidme pronto las causas de tan rápida partida.

DON JUAN: ¿No responderás?

SGANARELLE (Bajo a DON JUAN): No tengo nada que responder. Os burláis de vuestro servidor.

DON JUAN: ¿Quieres responder, te digo?

SGANARELLE: Señora.

DOÑA ELVIRA: ¿Qué?

SGANARELLE (Volviéndose hacia DON JUAN): Señor….

DON JUAN: Sí….

SGANARELLE: Señora, los conquistadores, Alejandro y los otros mundos, son la causa de nuestra partida. He aquí, señor, todo lo que puedo decir.

DOÑA ELVIRA: ¿Accedéis, don Juan, a aclararnos esos bellos misterios?

DON JUAN: Señora, a deciros verdad….

DOÑA ELVIRA: ¡Ah, qué mal sabéis defenderos para ser un cortesano que debía estar acostumbrado a esta clase de cosas! Me da lástima ver la confusión en que os halláis. ¿Por qué no os armáis de un noble descaro? ¿Cómo no me juráis que experimentáis siempre los mismos sentimientos hacia mí; que me amáis siempre con un ardor sin igual y que nada hay capaz de apartaros de mí, excepto la muerte? ¿Cómo no me decís que unos negocios de suma importancia os han obligado a partir sin comunicármelo; que os es preciso, bien a vuestro pesar, permanecer aquí algún tiempo, y que no tenga sino que regresar allí de dónde vengo, con la seguridad de que seguiréis mis pasos lo antes que os sea posible; que es muy cierto que ardéis de deseos de reuniros conmigo, y que lejos de mí padecéis lo que padece un cuerpo separado de su alma? Así debéis defenderos y no quedaros sobrecogido como estáis.

DON JUAN: Os confieso, señora, que no poseo talento para disimular, y que mi corazón es sincero. No os diré nunca que experimento los mismos sentimientos hacia vos ni que ardo de deseos de reunirme con vos, ya que, en fin, está comprobado que no he partido más que por huir de vos, no por los motivos que hayáis podido figuraros, sino por un puro motivo de conciencia y para no creer que con vos pueda yo vivir sin pecado. He sentido escrúpulos, señora, y he abierto los ojos del alma ante lo que hacía. He reflexionado en que, para casarme con vos, os he arrebatado a la clausura de un convento, haciéndoos romper unos votos que os ligaban a otra parte, y que el Cielo está muy celoso de esta clase de cosas. Me ha invadido el arrepentimiento y he temido al enojo celestial. He creído que nuestro matrimonio no era más que un adulterio encubierto que nos atraería alguna desgracia de las alturas, y que, en fin, debería yo intentar olvidaros y daros algún medio de volver a vuestras primeras cadenas. ¿Querríais, señora, oponeros a tan santo pensamiento, atrayéndome, al reteneros así, la enemistad del Cielo, y qué…?

DOÑA ELVIRA: ¡Ah, malvado! Ahora es cuando te conozco por entero, y para desdicha mía te conozco cuando ya no hay tiempo, cuando semejante conocimiento sólo puede servirme para desesperarme; mas quiero que sepas que tu crimen no quedará impune, y que ese mismo Cielo, del que te burlas, sabrá vengarme de tu perfidia.

DON JUAN: El Cielo, SGANARELLE.

SGANARELLE: ¡Sí, es verdad; nosotros nos burlamos lindamente de eso!

DON JUAN: Señora.

DOÑA ELVIRA: Basta; no quiero escuchar más, e incluso me reprocho el haber oído ya demasiado. Es una cobardía hacerse explicar su afrenta en demasía, y todo corazón noble debe formar su juicio a la primera palabra sobre tales cuestiones. No esperéis que me desate ahora en reproches e injurias. No, no,; mi enojo no va a exhalarse en vanas palabras, y reserva todo su ardor para su venganza. Te digo una vez más: el Cielo te castigará, pérfido, por el ultraje que me haces, y si el cielo no encierra nada que puedas temer, teme, al menos, la cólera de una mujer ofendida. (Vase)

SGANARELLE (Aparte): Si pudiera sentir remordimiento….

DON JUAN (Después de un momento de reflexión): Vamos a pensar en la ejecución de nuestra empresa amorosa.

SGANARELLE (Solo): ¡Ah, a qué abominable amo me veo obligado a servir!

Ir a la siguiente página

Report Page