Don Juan

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ACTO SEGUNDO » Escena I

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I

CARLOTA y PERICO

La escena representa una campiña a orillas del mar

CARLOTA: ¡Virgen Santa! ¡En buena hora estuviste tu allí Perico!

PERICO: ¡Pardiez! ¡Cómo que estuvieron en un tris de ahogarse los dos!

CARLOTA: ¿Y dices que fue la ventolera de esta mañana la que los echó al mar?

PERICO: Mira, mira, Carlota; voy a contártelo todo de un tirón, porque, como dijo el otro, los vi yo el primero. En fin, estábamos a la orilla del mar yo y Lucas el gordo divirtiéndonos en tirarnos a la cabeza bolas de arena; porque ya sabes cómo le gusta triscar a Lucas el gordo, y a mí me gusta también jugar a veces. Triscando, pues, vi a lo lejos algo que se meneaba en el agua y que venía como hacia nosotros por sacudidas. Lo veía claramente, y luego, de repente, vi que ya no venía nada. «¡Eh, Lucas! —grité— me parece que hay allí unos hombres nadando» «Vamos, vamos -me contestó-; has debido de estar en la muerte de un gato, y tienes los ojos turbios» «¡Pardiez! —dije yo—; no tengo los ojos turbios; son unos hombres» «En absoluto -me dijo ofuscado-» «¿Quieres apostar -le dije entonces- a que no estoy ofuscado y a que son dos hombres que nadan en derechura hacia aquí?» «¡Voto a sanes! —me contestó— Apuesto a que no» "¡Oh! —le dije— ¿Apuestas diez sueldos a que sí? «Van -me dijo-; y para que veas, ahí está el dinero» Yo, entonces, con la cabeza serena, tiré sobre la arena las monedas con la misma valentía con que me hubiera tomado un vaso de vino, porque yo soy atrevido y capaz de jugármelo todo. Ya sabía yo lo que hacía, sin embargo ¡Valiente necio! En fin, a los dos hombres, haciéndonos señas de que fuéramos a buscarlos, yo recogía antes las apuestas. «Vamos, Lucas -le dije-; ya ves que nos llaman; vamos pronto a socorrerlos» «No -me dijo-; me han hecho perder» «¡Vaya, vaya! Déjate de hablar», le dije para pincharle, y tanto le sermoneé, que nos metimos, al fin, en una barca; remamos columpiándonos, y, al final, pudimos sacarlos del agua, y los llevamos a casa junto al fuego, y luego se quedaron desnudos para secarse, y después llegaron otros dos de la misma pandilla, que se habían salvado ellos solos, y luego llegó Marutina, que les puso ojos tiernos. Y así sucedió por completo todo, Carlota.

CARLOTA: ¿No me has dicho, Perico, que hay uno que es mucho más caballero que los otros?

PERICO: Sí, es el amo, tiene que ser algún señor de los gordos, porque lleva oro en el traje, de arriba abajo, y los que le sirven son también unos señores, y, sin embargo, por muy personaje que sea, se habría ahogado de no haber estado allí nosotros.

CARLOTA: Espera un poco.

PERICO: ¡Oh, pardiez! Sin nosotros hacían sus diez de últimas.

CARLOTA: ¿Y está desnudo todavía en tu casa, Perico?

PERICO: No, no; todos se han vuelto a vestir delante de nosotros. ¡Dios mío!, no había visto nunca vestirse así ¡Cuántas historias y cuántos perifollos se ponen los señores cortesanos! Yo me perdería entre tanta cosa, y me quedaba embobado al verlo. Mira, Carlota: llevaban unos pelos que no se les salían de la cabeza, y se los ponían como si fuera un gorro abultado de lana. Llevaban unas camisas que tenían unas mangas donde podríamos meternos tú y yo… En lugar de calzas, llevaban una casaca tan larga como de aquí a Pascuas, y en lugar de Jubón, unos pequeños justillos que no les llegaban ni al ombligo. Y en lugar de valona, un gran pañuelo de cuello, de encaje, con cuatro grandes chorreras, que les colgaban hasta el estómago. Y llevaban también otras pequeñas valonas al final de los brazos y unos grandes embudos de pasamanería en las piernas, y, entre todo eso, tantas y tantas cintas, que eran un verdadero muestrario. Hasta en los zapatos llevaban, de la punta al talón, y eran los suyos unos zapatos hechos de una manera que yo me rompería la cabeza con ellos.

CARLOTA: A fe mía, Perico, tengo que ir a ver todo eso.

PERICO: ¡Oh! Escúchame antes, Carlota. Tengo algo que decirte.

CARLOTA: Bueno, pues dí lo que sea.

PERICO: Mira, Carlota, tengo, como decía el otro, que volcar mi corazón. Te amo; ya lo sabes, y vamos a casarnos; pero ¡pardiez!, no estoy contento de tí.

CARLOTA: ¡Cómo! ¿Qué es lo que te pasa?

PERICO: Pues me pasa que me entristeces el alma, francamente.

CARLOTA: ¿Y cómo es eso?

PERICO: ¡Voto al Diablo! Porque no me amas.

CARLOTA: ¡Ah, ah! ¿No es más que eso?

PERICO: Sí; no es mas que eso, y ya es bastante.

CARLOTA: ¡Dios mío, Perico!; siempre dices lo mismo.

PERICO: Digo siempre lo mismo porque pasa siempre lo mismo, y si pasara siempre lo mismo, no te diría y siempre lo mismo.

CARLOTA: Pero ¿Qué necesitas? ¿Qué quieres?

PERICO: ¡Por el diablo! Quiero que me ames.

CARLOTA: ¿Es que no te amo?

PERICO: No; no me amas, y eso que yo lo hago todo para que me ames. Te compro, sin ofenderte, cintas a todos los merceros que pasan; me rompo el cuello yendo a cogerte mirlos; hago que toquen para tí los gaiteros cuando llega tu santo, y todo eso es como si diera yo con la cabeza contra un muro. ¡Mira, no está bien ni es honrado en no amar a la gente que nos ama!

CARLOTA: Pero ¡Dios mío!, si yo también te amo.

PERICO: ¿Me amas con buen talante?

CARLOTA: ¿Y cómo quieres que lo haga?

PERICO: Quiero que lo hagas como se hace cuando se ama como es debido.

CARLOTA: ¿Y no te amo como es debido?

PERICO: No. Cuando ama uno de veras se nota enseguida y se hacen mil carantoñas a las personas a las que se ama de verdad. Mira la Tomasa cómo está entusiasmada con su joven Roberto; está siempre a su alrededor mimándole, y no le deja nunca tranquilo. Siempre tiene que gastarle alguna broma o que darle algún tantantaán al pasar, y el otro día, que estaba él sentado en unescabel, fue ella, se lo quitó y le hizo caer cuan largo es al suelo. Así es como se nota que se ama a la gente; pero tú, tú no me dices nunca nada; estás siempre parada como un leño, y aunque pase yo veinte veces por delante de ti no me meneas ni para atizarme el menor golpe o para decirme la menor cosa. ¡Por Satanás! Eso no está bien, después de todo; tú eres demasiado fría con la gente.

CARLOTA: ¿Y qué quieres que yo le haga? Es mi carácter, y no puedo cambiarlo.

PERICO: No hay carácter que valga. Cuando siente uno amistad por la gente, se lo demuestra uno siempre de algún modo.

CARLOTA: En fin, yo te amo todo lo que puedo, y si no estás contento, no tienes más que ir a buscarte otra.

PERICO: ¡Vamos; eso ya es algo, pardiez! Si no me amases, ¿me habrías dicho eso?

CARLOTA: ¿Por qué vienes a trastornarme la sesera?

PERICO: ¡Maldita sea! ¿Qué te he hecho yo? No te pido más que un poco de mimo.

CARLOTA: Bueno; déjate de cosas, y no me apures tanto. Ya llegará todo de pronto, sin pensarlo.

PERICO: Chócala entonces.

CARLOTA (

Dándole la mano): Bueno; ahí va.

PERICO: Prométeme que procurarás amarme más.

CARLOTA: Haré todo lo que pueda; pero eso tiene que venir por sus propios pasos. Oye, Perico: ¿es ése el Señor?

PERICO: Sí; ahí está.

CARLOTA: ¡Ah, Dios mío, qué guapo es y qué lástima hubiera sido que se ahogase!

PERICO: Vuelvo al momento; me voy a echar un trago para quitarme un poco el cansancio que tengo

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