Don Juan

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VII LAS JERÓNIMAS Y DON GARCÍA

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VII

LAS JERÓNIMAS Y DON GARCÍA

La lucha del obispo don García con las jerónimas del convento de San Pablo fué épica. Toda la ciudad la presenció conmovida. Duró muchos años. En el siglo xv la vida en los convenios de religiosas era placentera y alegre. Las monjas entraban y salían a su talante. No estaba prescrita la clausura. Se celebraban en los conventos fiestas profanas y divertidos saraos. El Concilio de Trento acabó con tal liviandad. El obispo don García se dispuso a proceder severamente. Todas las monjas de la diócesis le obedecieron. Se negaron a sus mandatos las jerónimas del convento de San Pablo. Fueron inútiles imploraciones y amenazas. Pesaba sobre las frágiles monjas la decisión de un Concilio, los mandatos de varios pontífices, la conminación del obispo don García. A todo resistieron. Bonifacio VIII, en su decreto

Periculoso, había ordenado la clausura. Pío V, en su extravagante

Circa pastoralis, había ordenado la clausura. Gregorio XIII, también en su extravagante

Deo sacris, había ordenado la clausura. El obispo don García voceaba colérico en su palacio y daba puñetazos en los brazos de su sillón. A todo resistieron las tercas monjas. De la decisión tridentina se alzaron ante la Congregación de cardenales intérpretes del Concilio. Fueron vencidas. Apelaron entonces al Consejo Real. Del Consejo Real mandaron otra vez, los consejeros, la causa a Roma. Otra vez en Roma fueron vencidas. Llegaron después en súplica hasta el rey. Y fueron vencidas. Las alegaciones, pedimentos, protestas, solicitudes, recursos y memoriales de este pleito forman una balumba inmensa y abrumadora. Alegaban las monjas que "no les puede mandar el obispo la clausura, ni el Concilio, ni el Papa, por no haberla volado ni haberse guardado en sus monasterios antes de agora, ni cuando ellas entraron, y que si se guardara, por ventura no entraran, ni fuera su intención obligarse a ello".

Así hablaban las monjas de San Pablo en 1579. Fueron vencidas en la lucha; pero de la antigua y libre vida siempre quedó en el convento un rezago de laxitud y profanidad.

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