Don Juan

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XIII EL DOCTOR QUIJANO

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XIII

EL DOCTOR QUIJANO

Una placa dice en el portal: "Doctor Quijano". El doctor está en su despachito. Se halla paredaño del convenio de las jerónimas. A mediodía, en la madrugada, se oye una campanita, y luego un canto ronroneante y sonoroso. El despacho tiene —en invierno— una recia esfera de esparto crudo. Frente a la mesa hay un armario con libros. Nadie puede ver los libros que tiene el doctor; el doctor no le deja 1a llave a nadie. El lecho es bajo, con viejas vigas cuadradas. Por la ventana se ve un patio en que se yerguen verdes evónimos.

Cuando penetramos en el despacho del doctor, al comenzar a hablarle en voz alta, 41 nos coge del brazo, nos aprieta un poco y exclama:

—¡Silencio! Está aquí...

—¿Quién? —preguntamos.

No vemos a nadie en la estancia.

—¡Está aquí! —repite el doctor con gesto de misterio—. Ha venido; se halla presente. Otras veces, el doctor se muestra entristecido.

—No ha querido venir —dice—. Los malandrines tienen la culpa.

El doctor recorre toda la ciudad; visita a los ricos y a los pobres; es infatigable; para todos tiene una palabra de amor. Por las noches, cuando le llaman, acude prestamente a casa del enfermo. Muchas veces, al salir de la casa de un pobre, queda sobre la mesa, en una silla, un recuerdo que ha dejado el doctor. Don Juan le acompaña algunos días en sus visitas por los barrios populares. Es bueno e inteligente el doctor Quijano; pero a nadie le deja leer los libros de su armario. Y, a veces, cuando entramos en su despacho, desprevenidos, nos hace callar de pronto y nos dice bajito:

—¡Silencio! Está aquí; ha venido...

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