Diablo

Diablo


Capítulo 15

Página 28 de 48

Diablo la miró a los ojos, extrañamente brillantes, y se preguntó si los sonámbulos sufrían algún tipo de fiebre. Tal vez estaba delirando.

—El carruaje quedó convertido en astillas, y el eje también. —Diablo no sabía cómo tranquilizarla—. ¿Y quién podría querer matarme? —Pero esa pregunta no la tranquilizaría en absoluto.

Honoria se debatió en sus brazos y se incorporó.

—¡Pues claro! —Lo miró con ojos desencajados—. Tolly quería avisarte. Quienquiera que intente matarte tuvo que matar antes a Tolly.

Apesadumbrado, Diablo cerró los ojos y, cuando los abrió de nuevo, la sentó en sus rodillas y la sujetó por la cintura. La miró a los ojos.

—Creo que estás sacando unas conclusiones precipitadas debido a tu pesadilla. Si quieres, podemos hablar de esto por la mañana, cuando puedas juzgar los hechos a la serena luz del día.

Pese a su estado de conmoción, Honoria notó el espíritu de rebeldía que había en ella. Alzó la barbilla y luego la inclinó. Volvió la cabeza y la apoyó de nuevo contra su pecho.

—Como quieras —replicó.

Diablo decidió esperar a que su arrogancia cediera. La estrechó entre sus brazos.

Honoria miró las llamas saltarinas. Volvió a pensar en la certeza que acababa de descubrir y le pareció muy coherente, por más que él se negara a verla. Era un Cynster, se creía invencible. Honoria no tenía intenciones de discutirle ese punto, pero no estaba dispuesta a cambiar de idea. Quizás a la luz del día, sus «hechos» no se verían tan sólidos, pero no iba a negarlos.

Su vida, su objetivo, habían cobrado la claridad del cristal. Sabía, con absoluta convicción, lo que tenía que hacer. Él la había desafiado a que afrontara su miedo más profundo. En esos momentos, el destino la desafiaba a que afrontase su verdad más profunda, la verdad de lo que sentía por él.

Le daría lo que le pidiese, todo lo que le pidiese y más. No permitiría que nada ni nadie se lo arrebatase. Honoria era de Diablo, pero Diablo era de ella, y eso nada podría cambiarlo.

La última vez que la muerte se había abatido sobre sus seres queridos, ella no había podido hacer nada por evitarlo. Ahora no se quedaría al margen, no permitiría que ningún mortal le arrebatara lo que era su destino.

Su certeza y su convicción eran totales. El anterior estado de confusión había pasado. Se sentía calmada y con las emociones controladas. Concentrada. Consciente.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó con ceño.

—Cuando hay tormenta siempre tienes episodios de sonambulismo —respondió él tras dudar un instante.

—¿Siempre? —Entonces recordó la noche de la muerte de Tolly—. ¿En la cabaña también?

Diablo asintió.

—Pues hay algo que no cuadra —dijo ella—. Hace ya ocho años del accidente y en las noches de tormenta siempre he despertado en la cama de las muchas casas en que he vivido. —No había sido sólo cuando la muerte violenta había rondado cerca, como en la cabaña o con el accidente de Diablo. Honoria confirmó mentalmente sus suposiciones. Si era la presencia de la muerte lo que le provocaba pesadillas, que la sacaban de la cama, entonces esa mañana la muerte había acechado a Diablo.

—Esta noche has caminado en sueños —dijo él—. Eso es lo único que importa. Me quedaré hasta que te duermas.

Con los ojos clavados en las llamas, Honoria arqueó las cejas. Y pensó en eso con más detalle, con un detalle cada vez más salaz. Luego hizo una mueca. Los músculos de Diablo estaban tensos, pero no de pasión.

Levantó la cabeza y miró su rostro, todo ángulos duros y austeros planos. Alzó una mano y con un dedo le recorrió la delgada mejilla.

—Supongo que no tienes pensado llevarme a la cama, ¿verdad?

—No. —Diablo encajó la mandíbula y las llamas bailaron en sus ojos.

—¿Por qué no?

—Porque estás alterada y turbada. Y porque todavía no has tomado la decisión —respondió él mirándola a los ojos.

—Ya no estoy alterada —dijo Honoria volviendo la cabeza hacia él—. Y ya he tomado una decisión.

Diablo respingó. Con los dientes apretados, la incorporó y la sentó en sus rodillas.

—No voy a llevarte a la cama porque tienes miedo de los relámpagos.

—Eso es ridículo —espetó ella mirándolo airada.

La expresión de Diablo no era alentadora y ella sintió un vacío calido y tierno en su interior.

—Olvídalo. Serénate y quédate quieta.

Honoria lo miró asombrada, emitió un ruidito de disgusto y volvió a apoyarse en su pecho.

—Duérmete —dijo Diablo.

Ella se mordió la lengua. En el invernadero, lo había sorprendido. Después del accidente, los cuidados que le había prodigado habían sido demasiado. Él no cometería el error de dejarla que lo tocarse de nuevo, y sin eso, Honoria no tenía ninguna posibilidad de que el cuerpo lo hiciese cambiar de idea.

El calor que la rodeaba le había distendido los músculos. Segura y a salvo, decidida a persistir, cayó en un apacible sueño.

A la mañana siguiente despertó en la cama. Parpadeó y estuvo a punto de creer que lo ocurrido la noche anterior no había sido más que un sueño. Entonces vio la manta doblada a los pies de la cama y sus recuerdos se volvieron más claros.

Con un gruñido de irritación, se sentó y apartó el edredón. Había llegado el momento de tener una larga conversación con el obstinado duque de St. Ives.

Vestida de acuerdo con las circunstancias, bajó a la sala del desayuno y comprobó que él ya había salido, al parecer por asuntos de negocios. No se lo esperaba hasta poco antes de la cena, tras la cual la acompañaría al Teatro Real.

Sin embargo, esa noche Honoria vio frustrados sus planes, ya que él había invitado a su palco a unos amigos que estaban de paso en la ciudad. Los Draycott eran encantadores y locuaces. A sugerencia de Diablo, los acompañaron de vuelta a Grosvenor Square para discutir mejor unas reparaciones que tenían que hacerse en su propiedad.

Esa noche no hubo tormenta.

A la mañana siguiente, Honoria se levantó temprano, dispuesta a hablar con Diablo largo y tendido, pero este ni siquiera apareció. Desayunó en la biblioteca, con la protectora compañía de su criado.

Al anochecer Honoria había perdido la paciencia. No sabía por qué él la evitaba pero el comportamiento de Diablo no le dejaba alternativa. Para ganarse su completa atención, podía recurrir a una táctica infalible y no veía razones para no utilizarla.

Ir a la siguiente página

Report Page