Diablo

Diablo


Capítulo 18

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Él le había dicho más de una vez que ella se apresuraba demasiado, que se lanzaba demasiado deprisa, y que si le daba más tiempo, las sensaciones serían más intensas. Como Honoria no podía casi soportarlas tal como eran, no estaba segura de que la lentitud fuese una buena idea. Diablo estaba acostumbrado a esa lentitud pero ella no. Tampoco estaba segura de que aquel ejercicio lo afectase del mismo modo que a ella, que se sentía aturdida, con el corazón a punto de estallar.

Los labios de Diablo dejaron sus pechos y ella esperó, jadeante. Los besos se desplazaron hacia la sensible piel de su cintura.

Estaba subyugada por la novedad de las sensaciones, por el cosquilleo caliente en la piel, y él la volvió boca abajo para colocarse encima de ella. Sus labios le besaron la nuca y la espalda, de un hombro a otro, convertidos en suaves mordiscos a medida que iba bajando. Los fuegos de su pasión se habían convertido en ascuas brillantes, pero cuando él llegó a la exuberancia de sus nalgas, el deseo estalló en llamas otra vez. Honoria se retorció, jadeante. Un pesado brazo sobre la cintura le impedía moverse. Él le separó las rodillas. Honoria respiró hondo y esperó. Diablo se había tumbado a su lado, ya no estaba encima de ella. El aire frío acarició su caliente piel y Honoria deseó que él volviera a darle calor, que la penetrase.

En cambio, sintió el suave roce de su cabello y de su incipiente barba mientras le depositaba besos calientes en la parte trasera de un muslo. Rindió homenaje al punto extraordinariamente sensible de la corva, y lo repitió en la otra pierna. Honoria exhaló despacio y esperó que le permitiera ponerse boca arriba.

Al cabo de un instante contuvo una exclamación y se agarró con fuerza a la almohada. Sorprendida e incrédula, sintió pequeños y tiernos besos que subían inexorablemente por la cara interna de uno de sus muslos. Su piel vibró. Cuando los besos se aproximaron a su fuego interior, soltó un grito que la almohada ahogó.

Diablo soltó un graznido que ella sintió más que oyó. Repitió el ejercicio en el otro muslo. Honoria apretó los dientes para no gritar otra vez y su cuerpo trémulo se llenó de un deseo acuciante. Cuando él llegó al límite de su recorrido, depositando un beso más largo en una piel que los labios de ningún hombre habían tocado, ella jadeó y gritó al tiempo que sentía su lengua en la tersa y vibrante piel sólo una vez. Sólo una vez pero bastó.

Diablo parecía opinar lo mismo. Volvió a tumbarla boca arriba, aprisionándola bajo el peso de su cuerpo al tiempo que volvía a buscarle la boca con un beso ardiente, justo como ella deseaba. Honoria le pasó los brazos alrededor del cuello y se lo devolvió en un frenesí cada vez más intenso. Ella yacía con las piernas abiertas y él se había tumbado en medio. Notaba su miembro palpitante en los muslos.

De repente, Diablo se echó hacia atrás, apoyándose en las rodillas.

Honoria, aturdida, vio cómo cogía una gruesa almohada y la colocaba debajo de sus caderas. Luego, inclinándose sobre ella, volvió a besarla en la boca. Cuando se apartó, Honoria jadeaba ansiosa, con todo su cuerpo ardiendo. Notó una mano en el pecho y luego los labios que lo chuparon hasta hacerla gemir.

—Ahora, por favor… —Honoria quiso asirle el miembro pero Diablo se escabulló.

—Ten paciencia.

Lamió los duros pezones hasta que ella no pudo más. Luego sus labios bajaron hasta el ombligo dejando un rastro de besos suaves. Describió círculos con la lengua alrededor de él y luego lo sondeó con embestidas que le llenaron los ojos de lágrimas de frustración. Se retorció y alzó las caderas sobre la almohada.

—Ten paciencia —susurró él junto a la sensible piel de su estómago antes de depositar allí otro beso. Y otro, y otro más, que descendían despacio. Cuando llegó a los rizos de su vello púbico, Honoria abrió los ojos.

—¿Diablo?

Las sensaciones que la recorrían no se parecían a ninguna que hubiera experimentado antes. Eran más intensas, más fuertes. Al primer beso siguieron muchos más y ella contuvo un grito al tiempo que lo agarraba por el cabello.

—¡Oh, Dios! —exclamó cuando los labios de él rozaron su sexo. La repentina descarga de sensaciones bastó para derretirle la mente—. No… —gimió, sacudiendo la cabeza.

—Ten paciencia —repitió él.

Sus labios volvieron a la cara interna de los muslos, levantándola al tiempo que seguía descendiendo, colocando las corvas de Honoria en sus hombros.

Aturdida más allá de lo indecible, ella sintió el cálido aliento de Diablo acariciar sus vibrantes pliegues. Era incapaz de hablar, iba a morir de excitación, de un placer tan intenso que resultaba aterrador. Se agarró convulsivamente a las sábanas, inspiró con fuerza y sacudió la cabeza con vehemencia.

Diablo fingió no notarlo. Apoyó sus labios sobre los suaves pliegues, calientes e hinchados, acariciándola íntimamente. Su recompensa fue un ahogado sonido gutural. Encontró el botón palpitante, ya hinchado y erecto, y lo lamió con delicadeza, describiendo círculos con la lengua. El silencio que siguió no lo sorprendió. Oyó su respiración jadeante y sintió la tensión que la embargaba. Como siempre, Honoria se precipitaba, y él se propuso refrenarla para llevarla a un plano en que pudiera degustar su experiencia, saborearlo todo en vez de volar hacia el clímax.

Repitió las caricias una y otra vez hasta que ella se familiarizó con cada sensación. Su respiración se volvió más lenta y profunda y su cuerpo se distendió. Gimió levemente y se retorció, pero sin prisas. Honoria flotaba con todos los sentidos agudizados, plenamente receptiva a los placeres que él le enseñaba.

Sólo entonces, desplegando toda su maestría, la introdujo en lo que faltaba por llegar. Siguió acariciándola con los labios y la lengua y ella se notó ascender. Honoria subió una y otra vez hasta el cielo y una y otra vez él la trajo de nuevo a la tierra. Sólo cuando vio que ya no podía resistir más, cuando su respiración se había vuelto tan jadeante que todo su cuerpo clamaba pidiendo liberación, sólo entonces la dejó volar libremente, sintiendo las manos que apretaban su cabello y después se relajaban a medida que el éxtasis la invadía. Diablo la saboreó, degustando sus jugos y dejando que su aroma lo embriagara. Cuando la última oleada de temblores remitió, alzó la cabeza despacio.

Le abrió los muslos y se situó entre ellos. La penetró con una poderosa y lenta embestida, sintiendo su suavidad caliente y mojada, abierta para acogerlo, dispuesta a ser enteramente suya.

Estaba relajada, del todo abierta, y él se movió en su interior hundiéndose con fuerza, y sin sorprenderse de que al cabo de unos instantes ella se moviera y, con los ojos entrecerrados brillando, se uniera a la danza. La miró hasta que supo que Honoria estaba con él. Entonces cerró los ojos, echó la cabeza atrás y se perdió en ella.

La explosión que los arrancó de este mundo fue la más fuerte que él había experimentado nunca, tal como pensaba que iba a ocurrir.

Diablo despertó horas más tarde. Honoria estaba dormida a su lado, con el cabello enmarañado sobre la almohada. Se permitió una sonrisa, una sonrisa de conquistador, y bajó de la cama.

En la salita las velas aún ardían. Con el cuerpo caldeado por los recuerdos recientes, caminó de puntillas por la habitación hasta el botellero que había ante la ventana. Allí habían dejado vino y refrigerios. Se sirvió un vaso, bebió la mitad de un trago y levantó la tapa de la bandeja. Hizo una mueca y volvió a bajarla. Tenía hambre, pero no de comida.

Justo cuando pensaba en eso, oyó un sonido a sus espaldas. Se volvió y vio que Honoria salía, parpadeando de la habitación. Envuelta en uno de sus batines, con la mano protegiéndose los ojos, lo miró bizqueando.

—¿Qué haces?

Diablo levantó el vaso.

—Yo también tomaré —dijo ella, cerrándose el batín con una mano.

En el jardín de abajo todo estaba silencioso y quieto. Desde más allá, seis pares de ojos expectantes miraban la ventana de los aposentos de la duquesa, enmarcados en cortinas de gasa. Seis hombres vieron a Diablo alzar el vaso a modo de brindis. Los seis se quedaron sin aliento al ver que Honoria se unía a la celebración. La idea de que estaba ocurriendo en aquella estancia tan iluminada les disparó la imaginación.

Conteniendo el aliento, vieron cómo Honoria, envuelta en un batín, con el cabello como una aureola alrededor de la cabeza, tomaba el vaso de Diablo y bebía. Luego se lo devolvió y él lo apuró. Lo dejó sobre el mueble y abrazó a su esposa. Los seis vieron que su primo y su esposa se daban un largo y apasionado beso. Cuando terminó, cinco de ellos se removieron incómodos y luego volvieron a quedarse quietos, paralizados, al ver que Honoria se quitaba el batín, dejándolo caer. Su silueta se fundió de nuevo con la de Diablo, con las manos alrededor de su cuello mientras él reanudaba el beso.

El silencio llenó los campos, ni siquiera ululaban los búhos. Diablo y Honoria, una sola sombra, se alejaron abrazados de la ventana.

—¡Dios! —La exclamación asombrada de Harry lo decía todo.

—¿No pensarás que Diablo se ha casado sólo para asegurar la sucesión? —Richard jadeaba.

—Por lo que parece, la sucesión no está en peligro. Si han llegado tan lejos en cinco horas, para San Valentín anunciarán el nacimiento del heredero y nosotros ganaremos la apuesta.

—No estoy muy seguro de que Diablo, hace cinco horas, empezase de cero —graznó Veleta.

Cuatro cabezas se volvieron hacia él.

—¡Ja, ja! —Lucifer se volvió hacia su hermano—. En ese caso, yo también apostaré. Si ha empezado con ventaja, tres meses son más que suficientes para que lo consiga.

—Cierto —dijo Gabriel mientras emprendían el regreso hacía la casa. La observación había resultado de lo más reveladora—. Dada la reputación de Diablo, es justo pensar que no tenemos que preocuparnos de aceptar apuestas en contra del día de San Valentín como límite para la concepción del heredero.

—Yo creo —intervino Richard— que no debemos permitir que nuestras damas se enteren de la apuesta. No les gustaría nada.

—¡Más cierto aún! —Replicó Harry—. Las mujeres tienen una visión tergiversada de lo que es realmente importante en la vida.

Veleta los vio alejarse y luego alzó los ojos hacia las ventanas iluminadas del ala este. Al cabo de un momento se fijó en las ventanas a oscuras del gran dormitorio que había al final del ala. Inmóvil, pensó en lo que eso significaba y esbozó una sonrisa. Se volvió para marcharse pero se quedó paralizado. Sus ojos, acostumbrados ala penumbra, distinguieron la silueta de un hombre que avanzaba despacio por el campo, camino de la casa.

Pero el sobresalto de que había sido presa se disipó. Con las manos en los bolsillos, echó a andar.

—¿Qué tal Charles? ¿Tomando un poco de aire fresco?

La robusta figura se sorprendió y volvió la cara hacia él. Luego asintió con la cabeza.

—Exacto —dijo.

Veleta estuvo a punto de preguntarle si había visto la exhibición ducal pero, dada la propensión de Charles a las disertaciones, cambió de idea. Mientras andaban juntos de regreso a la casa, le preguntó:

—¿Vas a quedarte unos días?

—No —respondió Charles—. Mañana regresaré a la ciudad. ¿Sabes cuándo tiene previsto regresar Sylvester?

—No tengo ni idea pero me sorprendería que fuera antes de navidad. Las navidades se celebrarán aquí, como siempre.

—¿De veras? —En la voz de Charles había sorpresa—. Así pues, Sylvester quiere desempeñar el papel de «cabeza de familia» en todos los aspectos.

—¿Y cuándo no ha querido?

—Cierto, muy cierto —asintió Charles con expresión vaga.

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