Despertar

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—Cuando pensé que podía aspirar a una vida mejor, además de centrarme en el atletismo para conseguir una beca, me apunté a varias clases para mejorar mi historial académico, como arte o lengua de signos. Aunque eso ahora da igual —susurró la chica. Alzó las manos y las llamas se convirtieron en dos esferas enormes que surcaron el cielo hasta evaporarse—. Mis deseos de una vida normal ya no tienen sentido.

Kun tomó su mano y ambos tomaron asiento en el suelo, con la espalda apoyada en una caña de bambú. Ninguno habló; la mirada de Kirsten estaba en el cielo, en los dragones que lanzaban una y otra vez sus bocanadas intentando alcanzarlos.

Entonces llegó Xin y se unió a su silencio. Tomó asiento junto a Kun y disfrutaron de la soledad. No fue hasta minutos después cuando Kirsten habló.

—¿Y qué va a ser de vosotros ahora? —quiso saber—. Sé que debéis recuperar vuestros poderes, pero una vez los tengáis, que debéis hacer con ellos.

—¡Ir a la guerra! —respondió Xin sin miramientos—. Para eso llevamos años preparándonos.

—No es tan sencillo —le interrumpió Kun—. Es cierto que nos preparamos para luchar, pero el que recuperemos nuestra magia en breve no significa que nos vayamos a por el inmortal desde ya. Debemos familiarizarnos con nuestros poderes y ayudar en los demás planetas. Tenemos que devolverles la paz y acabar con las criaturas que abundan en sus tierras.

—Entonces —prosiguió Kirsten—. ¿Qué será lo próximo que haréis en cuanto tengáis magia?

—En cada planeta el inmortal tiene asentado a sus ejércitos. Tenemos que liberar esas tierras, debilitarlo, ganarnos aliados y hacernos más fuertes —le explicó Kun—. Aún queda mucho camino por recorrer hasta que nos enfrentemos al causante de todo este mal.

—¡Todo esto es absurdo! —le interrumpió Xin—. Que recuperemos nuestros poderes no cambiará nada; ese hijo de perra nos puede machacar cuando quiera. ¿Por qué el destino de tantas personas está en nuestras manos? ¿Qué tenemos qué hacer? ¿Acaso durante nuestro viaje encontraremos algún secreto que nos desvele como derrotarlo? No sé qué tendremos nosotros de especial para derrotarlo.

—Sois los chicos de la profecía —dijo Kirsten—. Y eso debe de contar.

—Yo también estoy asustado —confesó Kun—. No eres el único que tiene miedo, Xin, pero estamos juntos en esto.

—Pues yo estoy acojonado —murmuró Xin lanzando una mirada a su hermano—. Hasta hace poco no había dado importancia a eso de ser hijo del dragón, el haber nacido en su año. Pero una vez Kirsten me hizo ver eso, repasé la profecía y tu solo estás para protegerme. Todo el peso de esta misión recae sobre mis hombros y no sé qué hacer, ni qué pasará, ni si una vez nos marchemos volveremos con vida.

De nuevo el silencio dominó al grupo. Ya estaba oscureciendo y los dragones comenzaban a retirarse, pues en breve sería noche de Oculta y ni ellos estaban a salvo de esos engendros.

—Podría ir con vosotros —añadió Kirsten—. Os puedo ser de ayuda. Hace casi un año que manejo el fuego y mientras más seamos, mejor.

—Dirás que llevas un año quemándolo todo —bromeó Xin.

—Tú has de quedarte aquí, con Clay y Xinyu —le recordó Kun—. Ellos se encargarán de que estés protegida.

La chica se levantó y con los brazos en jarras se encaró a los hermanos.

—¡No pienso quedarme aquí ahora que sé la verdad sobre Shen! —gritó señalando hacia la pagoda—. Si no tuvo escrúpulos para entregaros a vosotros, mucho menos lo tendrá para entregarme a mí.

Kun alzó la mano y tomó la de la chica, tirando de ella. Esta vez la protegió entre sus brazos y piernas y la abrazó con fuerza.

—Créeme, no te dejaría aquí si no supiera que es seguro. A nosotros también nos costó confiar en él, pero verás que es de fiar.

—Y si las palabras de Shen te han dolido, no es nada con lo que te espera cuando la gente se encuentre contigo —le hizo saber Xin—. Eres una paria, no, algo peor. Y la gente no solo te despreciará o insultara por ser hija de quien eres, sino que intentarán matarte.

—¡Clay es mi padre! —les recordó ella.

—Lo sé, cariño —dijo Kun—. Pero tus orígenes se han propagado como la pólvora por estas tierras y si viajas con nosotros, sufrirás mucho. Lo siento, pero esta es nuestra guerra.

La chica se zafó del abrazo del Dra´hi y mal humorada regresó a la pagoda.

—Me temo que esta noche no calentará tu cama —murmuró Xin, observando el gesto de sorpresa en su cara—. Os vi la otra noche. No cerrasteis la puerta del todo y contemplé como os magreabais y sé que durmió contigo.

—Solo dormimos, Xin, nada más.

—Ya que más da —añadió el chico poniéndose en pie—. Me rindo. Es evidente que ni por asomo puedo ganarme su corazón. Descansa, mañana partimos a recuperar nuestros poderes.

Kun disfrutó de unos minutos más de soledad, hasta que siguiendo las órdenes de su hermano regresó a su habitación. Mañana le esperaba un gran día.

***

Kirsten no dejaba de dar vueltas intentando conciliar el sueño, pero le era imposible. Por la ventana circular que decoraba la estancia en ocasiones se filtraban destellos rojos, la luz que desprendían los ocultos y seguro estaban cerca buscando presas.

Finalmente regresó a la biblioteca y volvió a tomar asiento en el sofá frente a la chimenea y retomó su lectura. Leyó sobre los Ser´hi, otras criaturas como los Rocda y también sobre las ninfas, casi de lo único bello que había leído. Y cansada de tantas criaturas, retomó el herbolario que también Clay y Xinyu habían escrito y Xin ilustrado.

Le gustaba conocer la flora de Meira, pues había plantas que eran de interés debido a sus propiedades curativas y entonces llegó a una que captó su atención.

Crecían en lagos, estanques y océanos. Tenían el aspecto de algas, pero terminaban en una esfera azul, que en realidad era una bola de viaje, aquella que había visto utilizar a Clay para abrir portales. Y no le importaba como, pero debía hacerse con una de ellas.

Y en algún momento de la noche cayó rendida. Sus sueños no fueron nada tranquilos; criaturas y los momentos vividos en Serguilia se repetían una y otra vez. Y fue gracias a Kun por quien despertó. Estaba bañada en sudor y la efímera luz de la mañana ya se filtraba por la ventana.

Muy despacio se incorporó y apoyó su cabeza en sus manos.

—¿Has vuelto a tener pesadillas? —quiso saber el Dra´hi, tomando asiento junto a ella, a la vez que le ofrecía un vaso de zumo.

—Desde que estamos aquí son peores —confesó. Tomó la bebida que le ofrecía el joven y tras dar un sorbo, alzó la vista—. ¿Ya es la hora?

Kun tardó en responder. Las ojeras que vio en su rostro, además del cansancio, afligieron su corazón e incapaz de articular palabra, asintió.

La chica regresó a su habitación para cambiarse de ropa. Eligio unos leggins negros y sudadera rosa. Y más tarde, junto a Clay, se reunía con Kun, Xin y Xinyu en el puerto. Una pequeña embarcación les esperaba y todos iban preparados para el viaje con ropas cómodas, además de capas oscuras.

La pareja se separó del grupo para despedirse. Se abrazaron y se besaron, para poco después separarse.

—No te preocupes. Estaremos bien —confesó Kun—. Y no corras riesgos absurdos en mi ausencia.

Ella río aunque no dijo nada y tras sus palabras, el Dra´hi montó en la embarcación y los vieron partir hacia las islas del este.

***

Tras horas de viaje, los Dra´hi y Xinyu llegaron a su destino y empezaron la marcha hacia la caverna. Cruzaron verdes praderas, lo cual les sorprendió pues a pesar del cielo gris bajo el que siempre se encontraba sumido Draguilia, habían crecido plantas y árboles, e incluso algunas pequeñas flores, como si estuvieran retando el poder del inmortal con su humilde aparición. Conforme iban avanzado, y por la cercanía de montes nevados, la temperatura bajaba. Tras los imponentes montes que parecían no tener fin se hallaba la Caverna de Hielo, donde permanecían sus poderes sellados desde hacía años.

Por la noche se resguardaron en una cueva en los interiores del monte. Cruzarlos iba a llevarles más de un día. La ventisca era fuerte y la nieve resbaladiza, lo que les obligaba a mantenerse a resguardo, además de mantener el lugar preparado.

En ocasiones era Xinyu quien creaba el perímetro de protección alrededor de ellos y otras era Kun, pues así lo quiso su maestro, para que se fueran acostumbrando a mantener la concentración en situaciones cruciales. Además era noche de Oculta; tenían una decena de amuletos dispuestos a su alrededor para evitar ser atacados, pero era imposible escapar de sus lamentos.

Eso hizo que Xin fuera incapaz de dormir, a pesar de ser su turno de descanso. Era Kun quien hacía la guardia, mientras que Xinyu dormía plácidamente.

Tras lanzar un amargo suspiro, el Dra´hi tomó asiento frente al fuego con bloc y lápiz en mano. Al cabo de unos minutos Kun estaba a su lado.

—¿Quién es? —se interesó al ver el rostro de Niara.

—Se llama Niara… o eso creo. No lo sé. He soñado un par de veces con ella. Dice que es de Lucilia y está atrapada en un castillo. Le prometí que la ayudaría, pero no sé si es real o no. En fin, son sueños…

—Yo no lo descartaría. Puede que vuestras mentes hayan conectado y por eso pueda comunicarse contigo —dijo Kun, tomando el bloc de su hermano y observando el resto de dibujos—. Encaja con la época medieval en la que viven los ciudadanos de Lucila, solo tienes que ver sus ropas. Y te dijo algo más, aparte de lo de estar atrapada.

—Hmm… algo muy extraño. Que era dama de Flor de Loto. ¡Nunca hemos oído nada como eso!

Kun extrajo de su mochila un mapa de Lucilia y lo contempló junto a Xin. Ambos fijaron su mirada en el castillo que recibía el mismo nombre.

—Si yo fuera tú y volviese a soñar con ella, me tomaría más en serio sus palabras. Averigua si de verdad conectáis y está pidiendo ayuda.

Tales palabras calaron hondo a Xin, que de nuevo a solas, intentó descansar. Con la mañana todos prosiguieron el camino. Solo les quedaba el descenso, pero desde las alturas podían ver praderas verdes, aguas cristalinas e incluso la caverna, a la cual alcanzaron tras una larga caminata: una estructura completamente helada que no parecía tener fin.

Los Dra´hi se detuvieron ante ella y vieron que dos antorchas ardían a ambos lados de la entrada. Las tomaron y se adentraron en ella con cautela.

***

Tras pedir permiso a Clay, Kirsten corría por el bosque de cañas de bambú. Necesitaba descargar su frustración y no se le ocurría otra manera mejor que hacerla que correr, además, de esa manera evitaba a Shen.

Su carrera le llegó hasta la costa, donde se permitió unos minutos de descanso para recobrar el aliento. Sin duda las playas de Draguilia eran de lo más bello del lugar. Sus arenas eran claras y las aguas tan cristalinas que le permitía ver mucho más allá. Y al acercarse a la orilla observó las plantas con las esferas de viaje.

Sin duda alguna se descalzó, subió sus pantalones y a pesar de las frías temperaturas se adentró en el agua y tomó hasta tres piedras. Con ellas en su poder regresó al bosque. Ahora solo debía encontrar una manera de usarlas, pues aunque aún quería intentar convencer a Kun para que le dejase acompañarle en su viaje, no las tenía todas consigo. Y si realmente debía permanecer en la pagoda, quería tener una manera de escapar en caso de que fuera necesario.

Sus pensamientos la habían llevado hasta una zona hasta ahora inexplorada, pues a pocos metros de ella había un templo. Su tejado estaba formado por tejas rojas y una barra lo dividía en dos, y sobre esta se encontraba un dragón de oro velándolo. Varios escalones de piedra gris daban paso a la entrada. Toda la estructura era roja; bajo el tejado había un cartel de madera con una cenefa roja alrededor, fondo negro y letras doradas, aunque Kirsten no entendía que decía. Dos columnas doradas custodiaban la puerta con dos fieros dragones tallados que enroscaban su cuerpo alrededor de unas esferas.

—¡Te estaba esperando! —dijo en susurros un encapuchado con capa blanca, apoyado en un pilar rojo—. ¡Bienvenida a Viento y Agua!

Tras observarlo mejor, la chica comprobó que quien le hablaba era el hijo del tigre.

—Eres el Tig´hi, ¿verdad?

—Me he mantenido oculto por mi propia seguridad, pero he salido porque debía ayudaros, no puedo dejar que los Dra’hi mueran, ni siquiera tú.

—¿Sabes quién soy?

—Sí, eres la hija del inmortal y ahora debemos entrar en el templo.

—¿Por qué?

—Porque es tu destino.

—¿Eso qué quiere decir?

—Quiere decir que estabas destinada a ser la hija del inmortal, a rebelarte y ayudar a los Dra’hi. Ellos son fuertes pero necesitan más personas a su lado. Eres una de ellas y solo tú puedes obtener lo que este templo guarda.

—Dime si he entendido bien. ¿Estás diciéndome que mi madre estaba destinada a ser violada por mi padre y que yo nacería y me uniría a los Dra’hi?

—Es triste, pero las cosas son así y el destino está escrito desde hace siglos, exactamente desde que nació tu padre.

—¿Acaba bien o mal?

—Yo soy de las personas que piensa que el destino se puede cambiar, y muchos somos los que estamos luchando por ello.

—Lo que quiere decir que todo acabará mal y has decidido intervenir. ¿Por qué no me dices qué ocurrirá?

—Poseo el don de la visión y además escribo lo que tú, y muchas personas más, llamáis profecías. Yo las veo y las plasmo en papel. Vi dos visiones de futuro, una buena y una mala, aunque tanto en una como en otra hay personas que tienen mucho que perder y mucho que ganar.

—Creo que prefiero no conocer qué pasa o deja de pasar. Ya he tenido bastante información con lo que me has dado. Ahora dime, ¿por qué debo acompañarte ahí dentro? ¿De verdad piensas que voy a confiar en ti sin más, por qué me hayas ayudado en una ocasión?

—El joven al que amas va a obtener su magia, pero créeme, eso no será suficiente para derrotar a tu padre. Necesitan algo más; algo que solo tú puedes coger. Tu misma, yo solo quiero ayudar.

—Te quemaré si osas causarme algún daño.

—Sé que serás capaz, ahora vamos.

Asintió y, seguida del encapuchado, se adentró en el templo. Ambos cogieron una antorcha y comenzaron a caminar por un largo pasillo dorado que no parecía tener fin.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Kirsten.

—Puedes llamarme Nad, pero no diré mi nombre completo. Tu padre ha ignorado mi existencia hasta hace unos días y mi vida ahora corre grave peligro.

—¿Y tu hermano?

—No tengo. El hijo del tigre es diferente a los demás: no tengo hermanos, solo yo llevo la marca.

Durante unos minutos ambos permanecieron en silencio caminando por el largo pasillo, hasta que se detuvieron ante una enorme puerta dorada con dos pilares situados a derecha y a izquierda; en el centro de estos había un pequeño aro compuesto por varios grabados que se podían mover formando diferentes composiciones.

Kirsten se detuvo ante ellas y fue viendo cada uno de los dibujos en silencio, moviendo las tuercas que tan solo accionaban tres grabados: un dragón, el signo del agua y una palabra china que no conocía. En silencio fue al otro pilar, que Nad estaba observando, y contempló los dibujos: un dragón idéntico al anterior, el signo del aire y una palabra china cuyo significado sí conocía: «valor».

Se detuvo en medio de los pilares y miró la pesada puerta: los dos tiradores tenían forma de dragón. Intentó abrirla, pero sin éxito. Se dirigió al pilar de la izquierda y se fijó en el dibujo del dragón. Veía pequeñas diferencias. El color de la piedra era verdoso, por lo que supuso que representaba a Kun. Se dirigió al otro pilar y giró la tuerca hasta el signo del agua, ante la mirada de incertidumbre de Nad. Volvió al anterior y movió también la tuerca hasta dejarla en las letras que representaban valor: el Dra’hi portador del elemento del agua lo domina con valor.

Un pequeño clic le hizo mirar en dirección a la puerta y observó que una de las cabezas del dragón se abría hasta enseñar sus dientes. Rió satisfactoriamente y volvió al pilar, dispuesta a unir las piezas para seguir adelante, pero se vio incapaz de moverlo; corrió al otro pilar y también le fue imposible moverlo, por lo que supo que estaba haciendo algo mal. Se dirigió al pilar de la izquierda y observó de nuevo los dibujos; no comprendía su escritura, pero solo encontraba otra palabra a la que siempre uniría con «valor»: «honor».

El pequeño sonido de un clic le confirmó que había acertado en sus pensamientos y siguió uniendo las piezas; movió la tuerca hasta el dragón y corrió al otro pilar, donde primero eligió el dibujo del aire y al instante la supuesta palabra «honor»: el Dra’hi portador del elemento del aire lo controla con honor.

Se oyó un segundo clic y las puertas comenzaron a abrirse.

Entonces vieron metros y metros de pilares de oro repartidos hasta llegar a una plataforma dorada; después volvían a aparecer centenares de pilares hasta una segunda plataforma donde ardía un fuego azul; en el interior se hallaban dos espadas suspendidas.

Kirsten dio unos pasos hacia delante y no apreció fondo bajo los pilares, aunque algo rojo que subía la hizo asomarse más. Nad la agarró del hombro y la apartó bruscamente. Ambos contemplaron durante segundos la lava que había emergido del fondo de la habitación y que bajó tras unos segundos.

—¡Cuenta! —ordenó Nad a Kirsten.

Ella lo hizo sin comprender el porqué de aquella petición y dejó de hacerlo cuando la lava volvió a emerger del fondo durante algunos segundos.

—¿Cuánto has contado? —preguntó Nad.

—Cuarenta, ¿y tú?

—Cuarenta y dos. Escúchame, solo tenemos esos segundos para llegar hasta la siguiente plataforma. Procura no caer o si no ya sabes qué encontrarás en el fondo. Sé rápida y mira dónde pisas; algunos pilares son un engaño, seguro que cuando los tengas cerca lo advertirás.

Kirsten, nerviosa, esperó hasta que la lava comenzó a descender. Enseguida saltó al primer pilar. Nad pronto comenzó a sacarle ventaja, saltando de pilar en pilar con bastante agilidad; ella, sin embargo, iba más lenta, pero se obligó a acelerar el paso cuando sintió que las suelas de sus zapatillas comenzaban a deshacerse. Se detuvo a dos metros de distancia y recordó la advertencia de Nad: algunos podían ser falsos, y ella juraría que los tres que tenía ante ella lo eran. Hasta ahora solo había pisado pilares dorados con el signo del agua y el aire en la parte superior; pero los que tenía delante llevaban la marca del fuego. Saltó al ver que la lava comenzaba a subir y que pronto la quemaría; el pilar cedió y, a punto de caer, se agarró a la siguiente, que, como había supuesto, también se desmoronaba. Se subió a él con rapidez, tomó impulso y se lanzó a la plataforma, desde la cual Nad la ayudó a subir antes de que la lava la consumiera. Descansaron durante unos segundos y tras recuperar el aliento comenzaron a saltar hasta alcanzar la segunda plataforma.

Suspendidas encima de un pilar había dos espadas, protegidas por un extraño fuego azul. Eran alargadas y rectas; una tenía la empuñadura azul y la otra verde, y ambas iban protegidas en fundas oscuras con el dibujo de un dragón dorado grabado.

—¡Tómalas! —dijo Nad.

—Me quemaré, ¿acaso no ves el fuego? —preguntó incrédula.

—¡No te quemarás, tú controlas el fuego, es tu elemento!

—Según ese mismo razonamiento, si Kun se cayese al agua no se mojaría. Lo que dices no tiene sentido.

Nad no pudo evitar reír ante las palabras de la joven y su desconfianza.

—Escúchame, Kirsten, solo serán unos segundos lo que tardarás en coger las armas, por eso el fuego no te quemará, porque es tu elemento y durante unos segundos tú misma podrás controlarlo. ¿O quizás tus manos no se han puesto rojas y has controlado las llamas y no te has quemado? Pero solo porque ha sido durante un tiempo muy limitado. Pero no empuñes las armas; solo sus dueños pueden hacerlo. Golpéalas para sacarlas de ahí.

Gruñó un poco, se remangó e introdujo las manos en el fuego azul. Pudo comprobar que Nad tenía razón: no se quemaba, es más, le producía una agradable sensación de cosquilleo. Con rapidez las golpeo y logró sacarlas del fuego. Entonces Nad se agachó junto a las espadas y con sumo cuidado ató un trozo de tela a la empuñadura y otro a la parte baja y las cargó a su espalda.

—No te entretengas, tenemos que salir —la apremió y tras sortear los obstáculos, volvieron al exterior—. Los Dra´hi aún tienen mucho que aprender. Cuando recuperen sus poderes no han de valerse de ellos siempre, pues les agota muchísimo y para ello están las armas, espadas especiales con el mismo elemento que ellos utilizan. Yo tengo estas dagas —añadió mostrándole las armas—, y me son de gran ayuda cuando me encuentro exhausto. Solo tengo que incrustarlo en la tierra y provoco grandes temblores.

—Gracias, se lo haré saber —dijo la chica, dispuesta a marcharse, pero antes quería hacerle una pregunta—. ¿Hay mucha gente que quiera matarme?

—¿Perdona? —murmuró el Tig´hi—. ¿Qué quieres decir?

—Ya se sabrá que el inmortal tiene una hija con el mismo poder y no he sido bien recibida en la pagoda por el monje que vive allí y no me agrada quedarme con él. Pero Kun y Xin me han dicho que no soy una persona bien recibida en Meira.

—Me temo, Kirsten, que tienen razón. No te conocen y crees que eres como el inmortal y por lo tanto puedes prolongar su dolor mucho más.

—Entonces será mejor que me quede aquí —murmuró apenada—. Quería marcharme junto a Kun y Xin en su viaje, ayudarlo, pero dadas las circunstancias es evidente que seré una carga.

—Es cierto que si viajas con ellos, complicarás el viaje. Lo sabes, no eres bienvenida, pero no te recomiendo que te quedes en un lugar, pues eso puede facilitar a tu padre el llevarte junto a él. Debes moverte, Kirsten, eso hará más difícil que seas capturada, pues todo hechizo puede romperse —explicó—. Habla con los Dra´hi cuando les entregues las espadas, hazle saber cuánto te he dicho. Estás destinada a ser su compañero, a formar parte de ellos, pero si aun así se niegan, entonces viajarás conmigo.

—¿Qué te hace pensar que confío en ti lo suficiente como para poder viajar en tu compañía?

—Porque sé que puedes confiar en mí —murmuró el Tig´hi, apartándose la capucha unos segundos, dejando que la chica viera su rostro—. Espero que guardes mi secreto, sabes cuánto hay en juego.

—¡Te lo prometo, Nad! ¡Tú secreto está a salvo! Y si Kun y Xin se niegan a que viaje con ellos, me marcharé contigo.

Tras despedirse, Kirsten regresó a la pagoda llevando consigo las espadas. Allí, dominada por el entusiasmo le relató a Clay todo lo que había vivido y lo especiales que eran esas armas y como ayudarían a Kun y a Xin en su viaje.

El hombre acogió de buena gana las noticias, aunque le disgustó que la chica hubiera corrido tales riegos y que además hubiera confiado en el Tig´hi. Es cierto que habían recibido ayuda de él, pero eso no significaba que fuera su aliado.

Aun así, a pesar de la regañina, nada alteró el ánimo de Kirsten. Estaba feliz e intuía, que a pesar de las circunstancias, todo iba a salir bien. Y siguiendo la rutina de los últimos días, se refugió en la biblioteca. Por supuesto no había hablado a Clay sobre los cristales que había recuperado del mar. Ahora solo esperaba encontrar en el libro la manera de utilizarlos.

Se acomodó en el sofá y durante horas se sumergió en la lectura de los misterios que le escondía Meira. Pero su tranquilidad se vio interrumpida al sentir el agitar del aire; como si alguien hubiera abierto la puerta dejando entrar una ventisca.

Asustada miró tras ella y quedó horrorizada por lo que vio. A poco más de dos metros se estaba abriendo un vórtice e iba directo a Serguilia, a un nido de Deppho. Al menos había una veintena de ellos y en el fondo había una persona. No llegaba a ver nada, pues iba oculto por una capa negra. Y cuando alzó la mano Kirsten sintió que algo tiraba de ella, como una cuerda invisible y salió volando por los aires hasta caer junto al vórtice. La chica se giró y se agarró a la pata del sofá, pero la fuerza invisible seguía tirando de ella e iba arrastrando también el mobiliario. Ya tenía medio cuerpo en el nido; las criaturas iban ascendiendo hacia ella y desesperada gritaba pidiendo ayuda mientras luchaba por no ser arrastrada a Serguilia.

18

Sin esperanza (Niara)

Las frías temperaturas provocaban que Niara no nadase todo lo veloz de lo que era capaz, pero la presencia del oculto le hizo esforzarse al máximo y comenzó a sumergirse, encontrando con sorpresa un cuchillo, pues habían caído a lo que no hacía muchas horas era el salón. Lo tomó y se lo clavó en el ojo a su enemigo. Luego nadó hasta la superficie, recuperó el aliento y volvió a sumergirse. Era capaz de reconocer bajo el agua los pasillos y la estructura del hogar que le había sido impuesto desde que, a la edad de cuatro años, la arrancaron a ella y a su hermana de sus padres.

No tardó en encontrar el lugar por el que se quería adentrar, los tapices que cubrían los pasadizos habían desaparecido, dejando al descubierto las entradas que muy poca gente conocía. Nadó hacia el pasillo que daba a la biblioteca situada en el ala este, en una de las torres en forma de pétalo, la más alta de todas.

Nadó hasta que distinguió una luz parpadeante de una antorcha al fondo del pasillo. El agua no había llegado allí, por lo que inspiró aliviada cuando sus pulmones pudieron respirar y descansó unos segundos. La antorcha daba otro aspecto al pasadizo y a la estructura destrozada; en realidad, parecía como si aquella parte del castillo no hubiera sufrido ningún daño.

La biblioteca era una de las salas más escondidas de todo el castillo, solo se podía acceder por tres lugares secretos que únicamente ellas cinco conocían. La estancia era pequeña, pero acogedora. Había una chimenea de piedra al fondo y, tanto a derecha como a izquierda, varias repisas llenas de pesados y antiguos ejemplares; frente a la chimenea, dos divanes, y al fondo de la sala, dos mullidos sofás algo gastados debido a los cientos de veces que las cinco habían ocupado aquel lugar.

Arrastró uno de los divanes hasta la puerta para impedir que el oculto entrara y el otro lo llevó hasta el ventanal, situándolo bajo el tirador con objeto de que otros pudieran irrumpir por la terraza.

Se hizo un ovillo y se abrazó a sí misma. Daría lo que fuera por encender la chimenea, pero el fuego llamaría la atención y los ocultos no tardarían en irrumpir en la biblioteca por la terraza. El sueño comenzó a vencerla y en su cansada mente empezaron a aparecer imágenes de su niñez, sucesos que creía olvidados y de los últimos acontecimientos, cuando, de repente, todo cambió y se vio en un espacio blanco frente al Dra’hi.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Xin impaciente.

—¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has podido contactar conmigo?

—No lo sé; me quedé dormido frente al fuego y era incapaz de olvidarme de ti, quería saber qué ocurría.

—Estoy bien, de momento. Los ocultos dieron conmigo, pero hasta ahora me he librado de ellos. Cuando llegue el amanecer estaré a salvo: hoy es la última noche de Oculta.

—Con el amanecer sal de donde estés, ve a un lugar seguro.

—Eso no va a ser tan fácil —dijo apenada—. Creo que estoy atrapada; mi castillo se está inundando, ha caído al interior de un cráter. Aunque me libre de los ocultos no podré con el agua, la marea me arrastrará, estoy muy cansada.

—Creo que dijiste que eras... algo, por favor, refréscame la memoria.

—Soy una dama de Flor de Loto, controlo la tierra: puedo provocar terremotos, que la tierra se abra, pero nada más. Eso no me ayudará a salir del castillo, moriré aprisionada.

—No si yo puedo evitarlo. ¿Dónde estás? ¿Cuándo crees que el agua inundará la sala en la que te encuentras?

—Días, quizás. Estoy en una de las torres más altas, pero el castillo está algo inclinado, por lo que creo que tendré más posibilidades de aguantar. Desde la ventana puedo ver el cráter e intentaré llegar a tierra firme cuando los ocultos se hayan marchado. Quizás con una cuerda y algo con lo engancharla conseguiré llegar; pero aun así temo que los ejércitos del inmortal me esperen en los alrededores.

—Procura aguantar. En breve me encontraré en Lucilia —confesó Xin—. Y te sacaré de ahí…, Niara, ¿esto es cierto? ¿Eres real? ¿No son sueños normales?

—No Xin, no son sueños. Soy real y me alegro mucho de haber contactado contigo. Intentaré aguantar hasta que llegues, pero si para entonces he caído, prométeme que harás lo posible para conseguir esa fantasía, esa fábula que muchos conocemos como paz —le pidió ella.

—Resiste. Lo haré, la profecía se cumplirá y tú podrás verlo —dijo con decisión, sin poder evitar observar a la joven: vestía un desgastado y mojado vestido y sobre su pecho lucía el dibujo de una flor de loto marrón. Le parecía un color extraño, pero aun así no dijo nada. Al mirarla a la cara vio tristeza y un gran dolor. Sus rubios y rizados cabellos caían alrededor de su rostro blanco, que mostraba grandes ojeras bajo unos tristes ojos verdes. Su boca temblaba, quizás porque estaba empapada o tal vez por miedo. Xin prestó atención también a los rasguños que tenía en la cara. Era muy diferente a Kirsten, aunque no físicamente, a pesar de que Niara gozará de más formas femeninas. Sin embargo, esta parecía necesitar apoyo, no independencia, y no se mostraba tan descarada como Kirsten.

—¡Con esto sabrás dónde estoy! —dijo. Muy cerca de él, notó su calidez y se sentía extraña. Sacudió la cabeza y se obligó a olvidar aquellos extraños pensamientos. Le entregó una cadena plateada con un colgante en forma de flor de loto de cristal que él se puso alrededor de la muñeca, como pulsera—. Todas las damas nacemos con él. Lo mismo que en ti apareció la marca, nosotras nacemos con el colgante. Es raro, lo sé, pero tampoco es muy normal tener la marca de un dragón sobre el pecho.

—Supongo que sí —dijo, y sonrió.

—El brillo de la flor se irá apagando conforme te alejes de mí, pero recuperará su luz cuando estés cerca; entonces sabrás dónde estoy.

—¡Estaré allí cuanto antes!

—Gracias, Xin.

Tras estas últimas palabras, la conexión se rompió y ella volvió a encontrarse sola en la biblioteca. Se abrazó para darse calor y aguantar hasta la mañana para encender el fuego. Finalmente, se sumió en un pesado sueño lleno de recuerdos que ahora tenían más sentido.

***

Ella y su hermana Laysa jugaban en el establo. Vivían en Naisa, una población muy cercana a Flor de Loto. Por alguna razón que desconocían, no sabían la historia de las cinco mujeres que allí vivían, y eran de las pocas niñas que no habían visitado el castillo. Según decían los aldeanos, era un honor ser recibidas por las damas, cinco chicas jóvenes que vivían allí con toda clase de lujos y servidumbre.

A Niara y a Laysa no les importaban los lujos, solo las pequeñas yeguas que su padre había comprado, aunque en secreto admitían que le gustaba el signo de la flor. Ellas mismas llevaban un colgante de cristal con dicha forma. Su madre les repetía una y otra vez que nunca, por lo que más quisieran, se lo mostraran a nadie, aunque en secreto ambas se lo habían enseñado a varias niñas de la aldea. En muchas ocasiones sus padres les habían quitado los colgantes diciendo que les traerían desgracias, y por mucho que los escondieran, rompieran o los lanzaran al océano, al día siguiente un nuevo colgante igual que el anterior aparecía de la nada, cayendo en su pecho.

Un día volvían a su casa después de haber dado de comer a los animales cuando oyeron unos alarmantes gritos. Pensaron que no debían entrar en casa y ambas se ocultaron bajo la ventana que daba a la cocina, desde donde pudieron escucharlo todo.

—¡Sé que nacieron con los colgantes! —gritó el hombre—. Lo habéis ocultado durante ocho años, que son los que tiene vuestra hija mayor, y cuatro menos la menor. Seréis castigados por vuestra traición. Las niñas deben ir al castillo y ocupar el lugar que les pertenece. Ayer mismo murieron dos chicas, deben remplazarlas.

—Pero señor —interrumpió la madre de las niñas, una mujer bajita y gordita con pelo rizado y rubio—. Son niñas, dejad que crezcan como tales.

—Ellas son nuestra única esperanza de vivir en un mundo donde la oscuridad no nos sumerja. Hace unas semanas llegaron al castillo tres trillizas cuando las anteriores chicas murieron en el ataque. Lo siento, pero me llevo a las niñas.

—¡No voy a permitirlo! —gritó el padre—. Son mis hijas y no se enfrentarán al inmortal. Si Lucilia se sume en la oscuridad me importa un rábano, mis hijas se quedan en su casa.

—O me llevo a las niñas por las buenas y solo recibiréis un pequeño castigo, o por las malas, y nunca más las volveréis a ver.

—¡Son mis niñas! —gritó la mujer lanzándose contra el hombre—. No me las quitarás.

Tanto Niara como Laysa observaron el forcejeo de su madre con el hombre; este vestía armadura de la guardia de Flor de Loto y su cabellera era negra y grasienta, pegada a su alargado y pálido rostro. Aunque la lucha no duró mucho; ambas vieron como su madre retrocedía, para al momento caer al suelo. Y su padre no hizo nada, se quedó estupefacto, sorprendido y ellas, ya no veían a su madre, a no ser que entrasen en la casa y fueran descubiertas. Entonces hubo otro forcejeo; ambos hombres hablaban y un gesto de dolor se dibujó en el rostro de su padre.

—¡No! —gritó Niara enfurecida.

El suelo comenzó a temblar bruscamente y grandes grietas comenzaron a abrirse en el suelo de la cocina. El guardia saltó por la ventana evitando caer por la grieta que Niara había provocado. Sus padres, sin embargo, cayeron al vacío, a una oscura grieta que se iba abriendo más y más y acabaría tragándose a las dos niñas.

Laysa se vio obligada a actuar con rapidez y, tras tomar a su hermana de la mano, la alejó de allí. A una prudente distancia vieron cómo la casa fue tragada por la grieta. Corrieron al establo y una vez allí montaron a Bianca, la yegua que su padre les había regalado no hacía mucho.

Laysa tomó el control de las riendas y se alejaron todo lo que pudieron de la pequeña población. Cabalgaron el resto del día y toda la noche iluminadas por solo dos de las tres lunas, ambas crecientes. Dentro de algunos días la Oculta estaría asomando en los cielos, y ahora que su casa se había destrozado, se preguntaban dónde se esconderían de los ocultos. Habían oído cuentos sobre ellos: o bien se tragaban el alma del atacado y este se moría dolorosamente o se convertía en uno de ellos.

Las seguían. La noche era oscura y los árboles impedían a Bianca cabalgar con rapidez. Escuchaban detrás el ruido de pasos rápidos a cuatro patas. Quizás fuera el guardia que les seguía, pero parecía algo mucho más pesado. De repente, no pudieron reprimir un grito cuando una sombra cayó del cielo, creyendo que algunas de las bestias de la zona habían dado con ellas, pero se equivocaron. Era el hombre que había estado hablando con sus padres.

—¡Niñas, tenéis que ir al castillo! —dijo—. No diré a nadie que tú —dijo señalando a la menor—, mataste a tus padres. En el castillo estaréis a salvo. Si no lo hacéis, estoy segura de que vuestro pueblo os dará la espalda, sois un peligro.

—¡Iremos! —respondió Laysa decidiendo por las dos.

El hombre las guío a través del bosque hasta un negro caballo, las ayudó a subir y emprendieron el viaje sumidas en un pesado silencio.

A Niara le era imposible apartar el recuerdo de sus padres cayendo al vacío por algo que ella misma había provocado. Cuando se ponía furiosa, la tierra siempre temblaba; su padre le pedía con paciencia que se tranquilizara, si no algún día tendría que lamentar heridos. Ese día había llegado, y la muerte de sus progenitores había sido la causa de descontrol.

En unas horas llegaron a su nuevo hogar, el castillo Flor de Loto. Su estructura era bonita, la cúpula de cristal le daba un aspecto mágico. Pero las niñas tenían la sensación de que iban a una prisión, en lugar de a su nuevo hogar.

Les asignaron habitaciones separadas y allí conocieron a las demás damas, tres mellizas que no se parecían mucho entre ellas.

Pasaron los años y Niara llevaba sumida en el silencio desde su llegada y muy pocas veces hablaba. El servicio del castillo creía que había perdido el habla, aunque entre las enormes paredes todas las noches escuchaban sus gritos de pena.

Laysa era la única que comprendía a su hermana y con la que única que hablaba. No la culpaba por la muerte de sus padres, pero su pérdida de control siempre permanecería en su conciencia. El hombre que había acudido a su casa aquel día la venía chantajeando desde hacía años: hablaría de lo ocurrido si no lo convertía en consejero. Niara no tuvo más remedio que pedir a su hermana que lo hiciera. No hacía mucho que aquel hombre había matado a Laysa —y casi lo había logrado con ella—, porque al parecer Juraknar le había pagado para que lo hiciera.

***

Despertó sobresaltada y con recuerdos que creía olvidados. Entumecida y helada, se puso en pie y caminó hasta el ventanal. El amanecer estaba cerca, la Oculta casi había desaparecido y el cielo se apreciaba menos oscuro. Mientras lo contemplaba, se preguntaba cómo sería sentir el calor de los dos soles en su piel. Quizás, ahora que los Dra’hi estaban en Meira, pronto lo sabría: seguro que acabarían con el inmortal, el destino no podía ser tan malo para los habitantes de Meira, no podían estar condenados por la eternidad a la oscuridad... O quizás sí.

19

Salida del castillo (Nathair)

A Nathair le parecía que Juraknar estaba más impresionante que ningún otro día sentado en su trono, con la copa balanceándose suavemente en su mano.

—Nathair, no estoy de humor, así que, por favor, vuelve en otro momento.

—Solo serán unos minutos, te lo prometo, no tardaré.

—Está bien —aceptó de mala gana—. Te escucho.

—Últimamente he estado pensando en los Dra’hi. Bien sabes que mis encuentros con ellos han sido algo... desastrosos. Sé que necesito mejorar y creo que aquí no lo conseguiré, pues tus guardias temen golpearme, ya que levantarían tu furia si me hicieran daño. He oído que la mejor forma de crecer físicamente y mejorar en la lucha es salir de los terrenos del castillo. Puede que sea peligroso, lo sé, pero estoy algo cansado de oír los rumores del servicio acerca de que me parezco a mi madre. Sé que mi padre trabajaba para ti, que era de tu guardia y luchaba contra cualquiera que osara amenazarlo. Por ti sé que mi padre murió enfrentándose a las bestias, seres que con mirarlas hacen que a uno se le encoja el corazón. Ya sabes que no soy rival para Nathrach, durante años he recibido sus palizas, y quiero crecer de una vez.

—¿Quieres marcharte?

—Entrenarme en los alrededores —le corrigió—. Intentar dominar las tierras de los Deppho, que los Manpai se subleven a mi control cuando los venza, ser incluso capaz de controlar a las bestias.

—¡Ser como yo!

Sus palabras le sorprendieron; nunca querría ser como él, pero al parecer su improvisado discurso había conseguido convencer al inmortal.

—¡Exacto! Tú mismo lo has dicho, creo que tus palabras resumen bastante bien mi discurso.

—Hmm —dijo pensativo mientras se frotaba la barba—. No hay problema, creo que es mejor que estés fuera aprendiendo a mejorar que vaguear por los pasillos del castillo. Llévate lo que quieras de la despensa y ten —dijo lanzándole una esfera azul—. Si te necesitamos haré brillar la esfera y se abrirá un vórtice por el que cruzarás y volverás a mi lado. Luego podrás continuar con tu viaje.

—Gracias —dijo tomando el objeto—. No la perderé. Pero quiero pedirte otra cosa: deseo llevarme a Aileen. Voy para entrenar, pero ya sabes que las noches son largas, frías...

—No seré yo quien te quite el placer de gozar con tu amante. Llévatela, hay cientos de chicas en el castillo, no echaremos en falta a una. Una cosa, ¿cómo son sus orejas?

—¿¡Perdón!?

—Sus orejas, ¿cómo son, puntiagudas o como las nuestras?

—Como las nuestras, normales —respondió procurando serenar su voz y que el inmortal no notase su desconcierto.

—Perfecto, puedes marcharte.

—Gracias, me voy. Si necesitas contactar conmigo estaré a tu disposición.

—Vete y vuelve hecho un hombre.

Su comentario le hirió, pero prefirió no pensar en él ni mostrar signos de molestia; su plan había funcionado y podía llevarse a Aileen consigo sin levantar sospechas de que en realidad ella era a quien últimamente había buscado. Regresó a su habitación y le agradó que Aileen no se asustara cuando entró. Se estaba dando un baño, como le había aconsejado, y podía contemplar su espalda desnuda llena de moratones, lo que le hizo enfurecer.

—¡No miraré! —dijo pasando por encima de la cama sin mirarla.

—Lo sé. ¿Qué tal ha ido?

—Bien. Ahora, en cuanto acabes, nos marchamos. Tenemos unas cuantas horas antes de que salga la Oculta y adelantaremos camino; con la luna nos ocultaremos y nos protegeremos de ellos. ¿Cómo llegaste al castillo?

—Volando, pero mis alas están muy débiles y me va a ser imposible usarlas.

—No te preocupes, iremos sobre Thunder, él es rápido. Te he conseguido algo de ropa, seguro que agradecerás llevar otra cosa que no sea mi batín. Fuera hace bastante frío y mandé hacer una capa para ti. Cuando termines te lo daré todo. El agua te sienta bien, ¿verdad? Quiero decir que es como una medicina para ti o algo parecido.

—Sí —respondió sonriente—. También lo sería el sol, pero agradezco cada segundo que estoy dentro del agua.

—En cuanto salgamos de aquí, seguro que te animas; hasta agradecerás el frío en tu rostro y salir de estas negras paredes. Olvidé una cosa; ahora mismo Juraknar me ha preguntado cómo eran tus orejas. He mentido, pero es mejor que salgamos cuanto antes y aun así, ocúltalas bien con el pelo.

—Puedes tocarlas —dijo—. Sé que llaman la atención, puedes tocarla si lo deseas.

—Prometí no tocarte, ¿recuerdas? Y yo cumplo mis promesas. Voy a dejarte la ropa a los pies de la cama.

Dejó un vestido beige y una capa blanca y esperó impaciente, hasta que ella le tocó en el hombro y pudo girarse. Entonces pudo apreciar el cambio: su cabello rojo caía mojado sobre sus hombros semidesnudos. Llevaba puesto el ajustado vestido blanco de mangas acampanadas, con un adorno en dorado que las rodeaba. La capa blanca la cubría casi por completo. Parecía totalmente diferente a cuando la encontró, vistiendo aquella áspera, sucia y desgastada ropa.

—¡Estás muy guapa!

Agachó la cabeza por el cumplido y no pudo evitar ruborizarse.

—¡Voy a cambiarme! Aunque Juraknar me deja marcharme, me ha entregado una esfera azul: si necesita mi ayuda, creará un vórtice y deberé acudir.

—Podrían descubrirnos.

—No, lo tengo todo pensado. Le he dicho que voy a entrenar por los alrededores y tú me acompañarás, ya sabes: noches frías...

—¡Comprendo! —interrumpió.

Alzó la vista y miró al joven. Le daba la espalda y estaba semidesnudo, solo llevaba puestos los pantalones. Podía apreciar la diferencia con su hermano. En su espalda vio la herida que ella le había provocado y varios moratones negros que parecían ser muy dolorosos. En aquel momento se puso la camisa y ya no pudo llegar a ver más de su amoratada espalda. Vestía el traje ceremonial, aunque no se colocó en la cintura el fajín verde, sino que dejó caer la camisa libremente. Vio la pequeña esfera y observó cómo se la colocaba en la cintura del pantalón

—Juraknar cree que voy a imponer mi control sobre las bestias, a dominar a los Deppho, que los Manpai me veneren, en fin, cosas de esas: convertirme en un hombre. No ocurrirá nada si nos ven por otras zonas, prácticamente es la excusa que le he dado. Ahora vamos al establo.

La cogió de la mano y cargó con su zurrón al hombro. Se puso una capa negra y prácticamente arrastró a Aileen por los pasillos. Quería evitar encontrarse con su hermano, pues a él quizás le sería más difícil engañarle que a Juraknar.

Cuando salieron de los interiores de la estructura y pudieron respirar el gélido aire, comenzaron a rodearlo en dirección al establo, casi vacío, sino fuera por cinco caballos.

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