Despertar

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Cuando llegaron al restaurante, la chica echó un vistazo a los Dra´hi trabajando. Kun estaba sirviendo a una pareja. Vestía vaqueros y una sudadera azul marina. Sobre sus caderas caía un delantal negro.

Xin también vestía de forma similar y estaba tras la barra. A Xinyu no lo vio e imaginó que estaba en la cocina.

Una vez Kun terminó de tomar nota se dirigió a la chica y le dio los buenos días con un beso. Después de ese gesto cariñoso la llevó a su mesa preferida, una cerca de la entrada, separada de las demás mediante una mampara de cristal y desayunaron juntos, aunque que el chico se tomase diez minutos de descanso hizo que Xin estuviera de morros todo el tiempo. Y aunque el Dra´hi le hubiera gustado estar más tiempo con Kirsten, debía volver al trabajo y su asiento fue ocupado por Clay, que ante la sorpresa de la chica le ofreció dinero.

—No puedes ir al juzgado vistiendo leggins y sudadera. Ve y cómprate algo de ropa. ¡Tienes hasta las doce!

—Pero Clay… esto es mucho dinero y ya haces demasiado por mí.

—En eso consiste la familia, pequeña. Ahora ve y elige algo bonito.

Kirsten besó en la mejilla a Clay y tras hacer un gesto de despedida con la mano a Kun, se marchó.

***

Apenas quedaban quince minutos para la hora acordada y Kirsten aún no había llegado. Clay ya se estaba preparando para la cita del juzgado y a ojos de Kun era evidente su nerviosismo. El hombre estaba en los baños, frente al espejo anudándose la corbata.

—Se te ve nervioso y no deberías, ya has hecho de padre para Xin y para mí estos años, aunque legalmente solo aparezcas como nuestro tutor.

—Ahora he de ocuparme de la educación de una chica y eso es muy diferente.

—Es muy noble lo que haces por Kirsten —confesó Kun—. Le cambiarás la vida, como lo hiciste con Xin y conmigo. Y estoy seguro de que lo harás bien. Solo necesita que la quieran y con nosotros lo hiciste muy bien. Además de tener que enfrentarte a todos los problemas que requieren unos chicos mágicos.

—La verdad es que estoy muy orgulloso de vosotros —confesó, alcanzando la chaqueta.

—¿Lo dices en serio? —preguntó el muchacho enarcando la ceja—. ¿Incluso de Xin estás orgulloso?

—Bueno, tu hermano es aún un polluelo que tiene mucho que madurar.

Los dos regresaron al restaurante y la mirada de ambos fue a la puerta cuando escucharon el sonido de unos tacones. Allí estaba Kirsten. Vestía una falda negra de pliegues con mariposas blancas y una blusa del mismo color. Sobre su brazo llevaba una chaqueta negra, que también hacía juego con los zapatos cerrados que terminaban a la altura de los tobillos. Su cambio no terminaba ahí, pues la chica también había ido a la peluquería. Llevaba el cabello liso, en lugar de ondulado como siempre.

Todos se quedaron sin habla, pues nunca habían visto a la chica tan elegante.

—Seguro que nunca llegaste a pensar que podría ser tan femenina como cualquiera de las bobas con las que tonteas o tienes sexo —añadió en dirección a Xin.

El muchacho se quedó sin habla. Pues era verdad. Nunca había visto tan elegante a Kirsten y tan femenina. Pero Clay no permitió palabras por parte de nadie más y junto a la chica abandonaron el restaurante. Cuando regresasen, ella sería Kirsten Wood.

***

Eran las dos del mediodía y había bastante trabajo en el restaurante. Aun así, Kun se había escaqueado en los baños y echó un vistazo en su teléfono móvil. No hacía mucho había escuchado hablar a unos jóvenes sobre un festival de invierno y quería saber dónde se estaba celebrando.

Era su último día en la Tierra. Ni siquiera sabía si volvería y no deseaba pasarlo trabajando. No le importaba ganarse una regañina por parte de Xinyu. Quería pasar un día especial con Kirsten y él se había sacrificado en multitud de ocasiones; por un día que Xin se llevase toda la carga no iba a pasar nada. Y tras encontrar la información, regresó al local. Para su sorpresa Kirsten y Clay ya estaban de vuelta y Xinyu había sacado champán y servido una copa para él y para Clay, mientras que para ellos un refresco.

—¡Por la familia! —añadió Xinyu—. Por nuestra familia, que hoy cuenta con un miembro más.

Todos brindaron y dieron un sorbo de sus bebidas. Entonces Kun dejó sobre la barra su delantal y tomó a Kirsten de la mano.

—Me tomo la tarde libre. Nos vemos a la noche antes de irnos a… ya sabéis donde.

La pareja salió presurosa del restaurante y corrieron por un largo tramo de la calle, hasta que Kun paró por petición de Kirsten.

—¡Basta! —suplicó, radiante de felicidad—. Me encanta correr y créeme, estoy segura de que podría ganarte, pero es imposible hacerlo con estos zapatos.

—Perdona —dijo Kun—.No puedo creer que incluso con los zapatos que llevas aún seas más bajita que yo —confesó divertido—. Solo quería alejarme del restaurante antes de que Clay o Xinyu dijeran que debía quedarme. Quiero pasar la tarde contigo y que vayamos a un festival que hay cerca, lo pasaremos bien.

A Kirsten le atrajo la idea y tomados de la mano fueron al lugar. Las tiendas de aspecto medieval estaban instaladas en una gran plaza, con algunas atracciones para los menores. Y por unas horas permitieron olvidarse de quienes eran y comportarse como una pareja común y corriente.

Contemplaron las actuaciones, visitaron cada puesto y probaron diversas comidas y postres. Se brindaron de gestos de cariño y con la caída de la tarde el frío aumentó dando paso a la primera nevada del año. Muy pocos estaban preparados para tal cambio climático, lo que provocó el cierre del festival y que sus visitantes volvieran a sus casas.

Pero Kun y Kirsten no lo hicieron. La chica reía bajo la nieve, hasta que esta aumentó y Kun la llevó hasta una estructura pentagonal que decoraba el centro de la plaza. Estaba acristalada y en su interior había algunos bancos. Era uno de los lugares preferidos por las noches para las parejas y en ese instante, debido a la nevada, nadie veía que sucedía en su interior.

Cuando la pareja entró dominada por el buen humor y las risas, Kun rodeó a Kirsten por la cintura y ella rodeó su cuello. Acabaron contra una columna, deleitándose en el sentir del uno y el otro, sus besos y caricias.

Las manos del chico se introdujeron bajo la falda de la chica hasta su trasero e izó a Kirsten que rodeó a Kun con sus piernas. Durante un instante, jadeantes, se detuvieron y se lanzaron largas miradas.

—¡Te quiero! —confesó Kirsten y al instante se arrepintió de sus palabras.

Observó la sorpresa en el rostro de Kun, quien volvió a dejarla en el suelo. Maldiciéndose por haberse confesado, se dispuso a salir de allí, pero él se lo impidió. La atrajo hacia sí, la rodeó por la cintura y con su mano libre acarició su mejilla y sus labios.

—Yo también te quiero, Kirsten y nunca me separaré de ti.

La pareja se abrazó y dieron por terminada su grata tarde. Regresaron a la mansión donde los demás ya les esperaban. Ellos solo se cambiaron de ropa, tomaron sus pertenencias y todo el grupo se reunió en el exterior.

Clay tenía en su mano una esfera azul que poco a poco iba creciendo adquiriendo el aspecto de un agujero que se comunicaba con Draguilia. Y una vez fue lo suficientemente grande, lo cruzaron.

¡Estaban de vuelta! Los Dra´hi regresaban a Meira e iban en compañía de la hija de Juraknar.

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La Oculta era visible desde cualquier lugar de Lucilia, y Lizard y Daksha no habían tenido más remedio que esconderse con la aparición de la luna, debido a los ocultos. Asolaban cada rincón en busca de presas, y ellos eran presa fácil, pero estaban preparados para hacer frente a aquellos seres. Aún les separaba unos días para llegar a Flor de Loto, aunque ya sabían por el halcón de Daksha que había caído, pero aún tenían la esperanza de que alguna de las chicas hubiera sobrevivido.

Dormían en un mugriento y abandonada castillo protegido por varios amuletos y esperaban que tal vez eso impidiera la entrada a sus enemigos, aunque muchos se arriesgaban, a pesar de que fallecían quemados al tocar los poderosos amuletos.

El brusco sonido de algo arrastrándose despertó a Lizard. Molesto por la interrupción de su sueño, se frotó con energía la cara y tras tomar una antorcha salió al pasillo. Todo estaba oscuro, parecía normal, pero aun así dio unos pasos hacia delante y escuchó un jadeo detrás de él. De su cintura extrajo un pequeño tubo de madera con una pluma roja al final de este y se giró justo a tiempo de evitar las garras de un oculto que a punto estuvo de desgarrarlo. Su pecho era rojo y peludo y brillaba con intensidad, a la vez que se movía agitadamente; le superaba en altura y poseía fuertes garras, tanto en los pies como en los brazos. Caminaba erguido como un hombre, aunque aquella bestia no tenía nada de hombre. Poseía fuertes colmillos y una enorme cabeza muy parecida a la de un lobo, y sus pies arrastraban enormes grilletes.

Lizard tomó el pequeño tubo de madera y lanzó la aguja que había en su interior al pecho rojo de la bestia haciéndole caer al instante. Escuchó más jadeos tras él e intuyó que habían encontrado la forma de destruir los amuletos. Desenfundando la espada, pensó que iba a ser una noche muy larga.

***

A Niara le dolía todo el cuerpo, aunque lo que más le sorprendía era el hecho de haber sobrevivido a la destrucción de la cúpula y al hundimiento del castillo al interior de un precipicio. Arrastrándose salió de los escombros que la inmovilizaban y fue caminando entre los restos. Debería buscar un lugar en el que pasar la noche y con el día intentaría salir de allí. Tambaleándose se dirigió al lugar donde apreciaba un pequeño hueco por el que estaba segura de que podía llegar a colarse, pero un estruendo tras ella la paralizó. Se dio la vuelta y bajo los escombros vio a aparecer a quien los había traicionado, el Manpai, que ahora tenía la forma de hombre, quien tras verla corrió a por ella.

Niara se adentró en el pequeño hueco, pero sus caderas quedaron aprisionadas y la garra del Manpai le agarró el tobillo y tiró de ella, sacándola de inmediato. Con su pierna libre le asestó un golpe en su peludo rostro y volvió a adentrarse en el hueco. Desde su interior escuchó unos gruñidos que no tardó en reconocer: los ocultos.

Nerviosa avanzó por el estrecho hueco y encontró una pequeña tablilla roja con un sol dibujado en ambos lados. Lo recogió y se lo colgó alrededor de la garganta: ese objeto le protegería y continuó su camino. Avanzó por el pasillo hasta llegar a una habitación. Una vez allí colgó el amuleto del manillar de la puerta.

La estancia no era muy grande y estaba vacía. De las paredes caían tapices y en el centro de la sala había una vela. El agua comenzaba a colarse por debajo de la puerta y aquello no tardaría en inundarse, por lo que tendría que llegar a un piso más alto. Pero antes quería contactar con alguien.

Encendió la vela, tomó asiento frente a ella y cerró los ojos. Su hermana siempre le decía que debía concentrarse en los poderes de su mente, no solo en los activos; pero reconocía que hacer temblar la tierra era mucho más divertido que sentarse horas y horas frente a una vela para contactar con alguien. Aun así debía hacerlo, era la única forma de salir con vida de los restos del castillo. Durante años su hermana lo había intentado con los Dra’hi, pero había sido imposible. Según Laysa, el contacto sería más fácil si las personas fueran afines entre sí.

Respiró hondo y pensó en los Dra’hi. No sabía cómo eran, así que pensó en algo relacionado con ellos: el precioso dragón que les había bendecido. En su mente apareció el dragón dorado y de pelaje azul; el dibujo fue haciéndose más claro y apreciable, hasta que lo vio grabado en el pecho de un joven.

—¡Dra’hi! —dijo—. ¡Dra’hi! —volvió a repetir—. Necesito tu ayuda; por favor, despierta.

No conseguía que despertara de su agotado sueño, así que posó sus trasparentes manos sobre su rostro. Todo su cuerpo ardía al contacto con el joven Dra’hi y él no dejaba de moverse y fruncir el ceño. Se dejó caer encima y se fusionó con él, y ambos aparecieron materializados en un espacio blanco.

—Dra’hi, necesito tu ayuda.

—¿Qué ocurre? ¿Dónde estamos?

—Es un lugar donde podemos hablar. Tu cuerpo no se ha movido de la cama. Pero ahora escúchame. Me llamo Niara y soy una de las cinco damas de Flor de Loto. Soy dama de la tierra y la única superviviente. Vivo en Lucilia, en el castillo llamado Flor de Loto. Estoy aprisionada en su interior; los ejércitos del inmortal nos atacaron. Por favor, tienes que ayudarme a salir de aquí.

—Te ayudaré, solos debes aguantar. Partiré a Lucilia, mi hermano y yo llevamos mucho tiempo queriendo ayudar a todo habitante de Meira —confesó—. Soy Xin.

—No olvidaré tu nombre, ni tampoco tu promesa. Espero que nos veamos pronto —confesó—. Por favor, no te demores.

Rompió la conexión y se vio de nuevo en la sala que comenzaba a inundarse. Miró hacia la puerta y el amuleto que había colgado brillaba con intensidad. Los ocultos habían dado con ella. Comenzó a caminar por la sala, observando los tapices: cada uno de ellos daba a un lugar diferente, aunque ahora no recordaba exactamente adónde. Solo quería llegar hasta el piso superior, no bajar, pues la planta inferior estaría inundada. La puerta comenzaba a ceder y en ella apreciaba ya las garras de los ocultos. Tiró del tapiz del centro de la pared de la derecha y comenzó a escalar un pasadizo, pensando que, con un poco de suerte, habría acertado. De momento no bajaba, sino que subía, como pretendía.

Siguió arrastrándose hasta que, agotada, descansó uno segundos. El ruido de algo arrastrándose la obligó a salir de atolondramiento y mirar tras de ella, pues una luz roja comenzaba a llenar todo el espacio. Siguió reptando por el angosto pasillo, hasta que le fue imposible seguir avanzando. La caída había hecho que parte del castillo se viniera abajo y ahora no tenía salida: los ocultos no tardarían mucho en dar con ella y, o bien se la comerían, o la convertirían en uno de ellos; no sabía cuál de las dos opciones sería peor.

De pronto una mano se cerró sobre su pie y con fuerza golpeó al oculto que la había agarrado, provocando que resbalara. Algo dolorida, se giró en el estrecho túnel y posó sus manos en la tierra, esperando el regreso de su enemigo. No tardó en percibir cómo el pasillo se volvía de un rojo luminoso, e, impaciente, esperó a ver el peludo cuerpo del ser y cuando tan solo les separaban unos centímetros, posó las manos en la tierra provocando un gran temblor, sin pensar en las consecuencias. El suelo se abrió y ambos cayeron al agua.

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A Nathair le recorrió un escalofrío al escuchar la susurrante voz tras él. No podía creer que Juraknar le hubiera descubierto, aunque admitió que se lo había buscado por hacer algo tan arriesgado. Debía hacerle frente y se sorprendió al encontrarse con su amigo encapuchado apoyado en la pared.

—¡Chico, tu cara es un libro abierto! —dijo divertido—. Estoy seguro de que pensabas que sería el inmortal.

—¡Dioses, Naev! —exclamó—. Me has dado un susto de muerte. ¿Qué haces aquí? Pensé que te ibas a Aquilia.

—He vuelto porque voy a darte unos consejos que te irán muy bien. Además, debes ayudarla —dijo señalando a Aileen—. Ahora escúchame: apártale el pelo.

Con suavidad apartó los cabellos que caían alrededor del rostro de Aileen, dejando al descubierto unas orejas puntiagudas. Nathair no había visto nada parecido hasta entonces. Sintió deseos de tocarlas, pero no lo hizo, solo miró a su amigo en busca de respuestas y de por qué su interés en mostrarle las orejas de la chica.

—Ya sé que es una ninfa —afirmó Nathair—. Princesa y ninfa del agua.

—Debes impedir por todos los medios que tu hermano y el inmortal vean sus orejas. ¿Comprendes?

—¿Por qué?

—Su padre, el rey del mundo de las ninfas, fue asesinado hace semanas por el inmortal. Sus consejeros han sabido que la princesa ninfa es la única capaz de portar la Lanza de la Serenidad y van tras ella. El inmortal fue al Bosque Azul en busca de la princesa, pero no la encontró; como sabes, lleva meses aquí. Cuando despierte quiero que vayas a la biblioteca, a nuestro pequeño escondite. Allí hablaremos largo y tendido. Una cosa más: ¿ves el cuarzo?

—Sí.

—¿De qué color está?

—Hmm... gris claro, aunque yo diría que parece más oscuro que la última vez que lo vi.

—El cuarzo representa su vida. Este lugar la está matando. En realidad es tu hermano quien la está matando. Ha aguantado mucho durante estos meses. Cuando salgáis del castillo y atraveséis Dientes de León, tú mismo podrás ver cómo el cristal recupera el rosa de antaño. Debes sacarla de aquí o morirá.

—No querrá irse sin la lanza.

—No te preocupes, cuando despierte y hable conmigo cambiará de idea.

Nathair vio desaparecer a su amigo con agilidad entre los oscuros pasadizos y, con Aileen en sus brazos, emprendió la marcha intentando recordar el camino. Por nada del mundo querría acabar en otra habitación, y mucho menos en la de su hermano o Juraknar. Tras largos minutos caminando y descorriendo con cuidado tapices de habitaciones vacías, dio con la suya. Posó a Aileen en su cama y la dejó sola unos segundos.

***

La suave seda se deslizaba por su cuerpo. Llevaba puesto un ajustado vestido azul con una ligera cola que ondeaba debido al aire del Bosque Azul. Volvía a estar en casa. Sus alas se movían radiantes y volaba a través de verdes árboles. Gracias a ella, a su padre y a las demás ninfas, el Bosque Azul era un precioso lugar en el que vivir. Voló hasta que llegó al centro del bosque, donde las casas parecían de cristal y se encontraban en lo alto de las copas de los árboles. En el centro había un lago de cristalinas aguas donde las tres lunas se veían reflejadas. La leyenda decía que cuando las tres se reflejaran en el lago era el momento de pedir deseos, ya que entonces serían concebidos.

Cientos de veces había pedido un deseo, siempre el mismo: la paz para su pueblo y los demás habitantes de Meira; pero hasta ahora no se había cumplido. Con el transcurrir de los años comprendió que nada se cumplía por mucho que lo deseases, había que trabajar y esforzarse para lograrlo.

Movió sus semitransparentes alas y cruzó el lago dando pequeños saltos. Se detuvo ante la torre de cristal que era hogar de su padre y de ella. Era de forma cilíndrica, con ventanas circulares y terminada en punta. Brillaba como el arco iris. Los tonos cambiaban del azul al rosa, rojo o amarillo. Su sola visión le trasmitía armonía y serenidad. Posó sus descalzos pies sobre los escalones de cristal y, sin comprender qué ocurría, se encontró en una habitación del castillo, donde vio a su padre. Estaba más blanco y delgado que la última vez. Su larga melena roja había encanecido por completo; se apoyaba en un bastón y sus ropas parecían demasiado grandes para el cuerpo del anciano en que se había convertido. Lo único que reconocía en su rostro eran sus cristalinos ojos, por lo demás, parecía que estuviera viendo a otra persona. Caminaba arrastrando pesadamente los pies por la espaciosa sala, tan solo ocupada por un pilar en el centro. Sobre este se encontraba una piedra brillante y azul de extraña forma. Su padre posó las manos sobre la roca y se iluminó. No conocía su significado, solo que era algo importante y que ella debía llegar hasta allí para saber por qué su progenitor estaba malgastando sus últimas fuerzas en tocar ese objeto.

En la sala irrumpió Juraknar acompañado de dos espectros y cuatro Deppho. Gritó pidiendo ayuda, pero por mucho que lo hizo no sirvió de nada. Su padre se encontraba solo frente al inmortal.

—Viejo, ¿dónde está tu hija?

—Nunca lo diré.

—Daré con ella. Serguilia no es muy grande y es imposible que oculte sus orejas.

Alzó su espada y atravesó el débil pecho del anciano, sin llegar a escuchar los desgarradores gritos de Aileen.

—Acabad con todo —ordenó el inmortal.

Los Deppho se lanzaron contra el cuerpo del anciano y los espectros comenzaron a incendiar todo cuanto les rodeaba.

Aileen, horrorizada, cerró los ojos sabiendo que jamás sería capaz de olvidar la destrucción de su pueblo ni el asesinato de su padre.

***

La despertó su propio grito y sintió que la aprisionaban e inmovilizaban. Con los ojos inundados en lágrimas, luchó por liberarse sin atender a razones.

—¡Aileen, soy yo!¡Nathair! —gritó queriendo hacerse oír—. ¡Abre los ojos!

Al ver que no reaccionaba, le sostuvo la cara para que dejara de gritar y le mirase.

—¡Estabas soñando! Tranquilízate, voy a apartarme.

Asintió, incapaz de hablar, y enseguida dejó de sentir su peso encima de su cuerpo y lo vio sentarse junto a ella en la espaciosa cama. Desde su llegada al castillo siempre había imaginado que su padre estaba muerto, pero se le hacía más duro saberlo.

—Le mató. He visto el pasado, a veces puedo hacerlo. Jur... el inmortal mató a mi padre y dejó que los Deppho devorasen su cuerpo antes siquiera de que se convirtiese en hojas marchitas.

—Lo sé, lo siento.

—¿Por qué lo sabes? ¿Has sabido todo este tiempo que mi padre estaba muerto? —inquirió enfadada.

—No, lo he sabido hará menos de una hora. Cuando perdiste el conocimiento alguien nos descubrió. Por un momento pensé que era el inmortal, pero era Naev, un gran amigo mío. Cuando era niño temía a mi hermano; él es tres años mayor que yo y sus palizas siempre han sido muy violentas, a pesar de que solo se trataba de entrenamientos. Un día que me perseguía por haberle quitado una pieza de fruta y me oculté en la biblioteca. Una de las paredes era falsa y al apoyarme caí por un pasadizo. Cuando dejé de rodar me encontré con un encapuchado. Hicimos un trato: él dejaba que me escondiera allí a cambio de que le llevara comida. A partir de entonces nos hicimos grandes amigos y me enseñó a leer y a escribir. Juraknar no quería que supiéramos leer, ya que la lectura fomentaba el pensamiento libre: ya sabes por la historia de guerreros que se revelaban a sus líderes, pero hace unos meses, Naev y yo nos separamos. Él se fue a Aquilia, pues dijo que las cosas iban a cambiar y debía empezar el contraataque. Prometió seguir en contacto conmigo y hoy le he visto. Quiere que vayamos a verle. Tiene que hablarnos sobre la lanza y algo más.

—¿Cómo es?

—Pues te va a ser difícil de creer, pero nunca le he visto el rostro. Siempre va oculto bajo una capa y no deja ver casi ninguna parte de su cuerpo. Habla en susurros, por lo que deberás abrir bien el oído, pues no le gusta que le pregunten las cosas dos veces. Habla muy bajo por temor a que le reconozcan, así que limítate a escuchar con atención. Sobre su rostro te diré que no sé por qué lo oculta, pero supongo que Juraknar le busca. Será un rebelde, o un mago, un hechicero, ya que tiene mucho poder. Una vez intenté apartarle la capa sin que se diese cuenta, pero me descubrió y me dijo que su rostro estaba deforme y que nunca más lo hiciera, así pues no hagas preguntas al respecto —añadió poniéndose en pie y tendiéndole la mano—. Pero antes de reunirnos con él voy a ir a la despensa a por algo de comida. No tardaré.

Una vez que Nathair se fue, Aileen cerró con rapidez la puerta, deseando que el Ser´hi estuviera de vuelta cuanto antes, pues por curioso que pareciera, con él se sentía a salvo.

***

Nathair se fue deslizando entre las sombras del castillo como si de un espectro se tratara. Sabía que aquella fortaleza era su hogar, pero como iba a robar una gran cantidad de comida prefería pasar desapercibido. Aunque aún debía pensar la excusa que le daría a Juraknar para explicar su salida del castillo.

El sonido de voces discutiendo le hizo detenerse; se ocultó tras una columna y prestó atención. Reconoció la voz del inmortal, pero la otra era irreconocible. La conversación era interesante y alarmante.

—¡Te aseguro que ellos no han sido! —gritó una sobresaltada y ronca voz—. Los estoy vigilando como me ordenaste y no saben nada de la Lanza de la Serenidad.

—No hará más de una hora que alguien ha intentado derribar el muro que la protege —dijo el inmortal—. Incluso ha estado a punto de conseguirlo, ha caído uno de los ladrillos.

—Pues te digo que los Dra’hi no han sido, no han hecho ningún movimiento desde que llegaron a la pagoda —dijo el hombre de la voz ronca.

Nathair, arriesgándose a ser descubierto, se deslizó hasta una columna más cercana para ver mejor al desconocido. Acababa de descubrir que los Dra’hi tenían un traidor entre los suyos. Aguzó la vista, pero lo único que vio fue a un hombre encapuchado del que ni siquiera podía ver el rostro.

—¿Qué planean?

—Ir a la caverna para recuperar sus poderes y hacer frente al destino que se les marcó desde su infancia.

—¿Y mi hija?

—Bien. Ella y el mayor de los Dra’hi parecen muy unidos; al parecer, este intenta meterse entre sus piernas, pero sin ningún éxito. Ya sé que si eso ocurriera tus planes para ella se irían al garete. Pero los chicos se marcharán y ella se quedará en la pagoda. Podrás recuperarla sin problemas.

—Muy bien, eso haré; pero aprovecharé cuando los Dra´hi no estén. Seguro que la dejarán en la pagoda cuando vayan a la caverna, y entonces asaltaré. Tenme avisado de sus movimientos; ya me es difícil deshacerme de los Dra’hi sin sus poderes, como para detenerlos con ellos. Por cierto, ¿has averiguado algo del Tig’hi?

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