Despertar

Despertar


Capítulo 13

Página 16 de 47

C

a

p

í

t

u

l

o

1

3

Comencé a correr hacia tía Lauren. Apenas había avanzado unos metros cuando la madre de Tori me bloqueó con un hechizo de sujeción. Oí vagamente que decía algo, pero no supe qué era. Tenía los oídos llenos de mis propios gritos silenciosos mientras contemplaba con la mirada fija a mi tía Lauren inmóvil, en el suelo. Al final, la voz de la señora Enright se abrió paso.

—Probablemente debería preguntarte dónde está mi queridísima hija.

—Justo aquí —dijo una voz a mi espalda.

La cabeza de la señora Enright se alzó. Tenía el ceño fruncido. Sus labios se separaron y entonces salió despedida hacia atrás, empujada por un hechizo de Tori. Yo, una vez rota mi sujeción, me agaché junto a tía Lauren, pero Tori me sujetó por el brazo.

—Tenemos que irnos —dijo.

—No. Yo…

La señora Enright se recuperó, y sus manos volaron al tiempo que lanzaba un hechizo. Tori tiró de mí, apartándome de su camino y el rayo golpeó la pared dejando un cráter renegrido.

—Tú puedes combatirla. Detenla y yo iré por el arma —propuse.

—No puedo.

Tori tiró de mi brazo. Yo me zafé de un tirón. Luego ella, murmurando un «bien», me dejó ir y después salió corriendo hasta desaparecer doblando la esquina. La madre de Tori volvió a levantar sus manos. En ese momento, una voz la distrajo:

—¡Están allí!

Lancé un último vistazo a tía Lauren y corrí.

* * *

No había manera de que entonces pudiésemos llegar a esa puerta de reparto. Pronto comprendí por qué tía Lauren nos había enviado por delante…, para poder vigilar nuestra espalda, pues quedaríamos expuestas a la vista de cualquiera de los empleados que entraban por el patio lateral, y no nos podíamos permitir causar ninguna alarma.

Nos asomamos en la esquina del siguiente edificio para echar un vistazo, vimos aquel terreno despejado, oímos voces acercándose y supimos que jamás podríamos lograrlo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Tori. No contesté.

—¡Vamos! —cuchicheó—. ¿Cuál es el plan?

Quería agarrarla, zarandearla y decirle que no había ningún plan. No podía darle vueltas a la cabeza pensando en esa idea. Mi tía podría estar muerta. Muerta. Eso era todo en lo que podía pensar.

—¡Chloe! —susurró—. ¡Apúrate! ¿Qué vamos a hacer?

Deseaba decirle que me dejase en paz, a solas, y que trazase su propio plan. Pero vi sus ojos, brillando con un temor que se estaba convirtiendo en pánico a pasos agigantados, y esas palabras se ahogaron en mi boca.

Acababa de enterarse de que Liz estaba muerta. Había visto a mi tía muerta, con mucha probabilidad, a manos de su madre. Ninguna de las dos nos encontrábamos en condiciones de pensar, pero alguna tendría que hacerlo.

—Tu tía dijo que el Grupo Edison no se acercaría a la entrada principal —dijo—. Si corremos hacia ella…

—Harán una excepción. O encontrarán el modo de interceptarnos. Pero… —miré a mi alrededor y mi vista se detuvo en el enorme edificio que dominaba el patio—. La fábrica.

—¿Cómo?

—Mantente cerca de mí.

* * *

Yo sabía de dos puertas, la salida de emergencia por donde escapamos el sábado por la noche y la entrada principal por la que Derek había irrumpido. Las puertas frontales estaban más cerca. Mientras nos aproximábamos a ella susurré dirigiéndome a Liz, pidiéndole que corriese por delante de nosotras y reconociese el terreno. Si alguien se acercaba, silbaría.

La puerta se abría en una hornacina. Me lancé a ella como un rayo, pegándome a la pared mientras Liz se colaba a través de la entrada. Salió un segundo después.

—Hay un puesto de guardia fijo al frente —dijo—. Lo distraeré. Tú abre la puerta apenas una rendija y espera a oír mi silbido. Sabes de algún lugar para esconderte, ¿verdad?

Asentí. El sábado, cuando estuvimos allí, Derek había abierto todas las puertas en busca de una salida y recordaba una sala de almacenamiento que sería perfecta.

Cuando Liz dio la señal de zona despejada, abrí la puerta. Tori daba saltos de impaciencia detrás de mí, a pesar de haberle pedido que vigilase si se acercaba alguien.

Liz se encontraba dentro, junto a una puerta cerrada a unos veinte pasos de distancia. El guardia estaba en pie, a su lado, con la mirada fija en el picaporte que, despacio, giraba primero en una dirección y después en otra.

Pasamos a hurtadillas. Podía oír los lejanos ruidos y golpes sordos de las máquinas, y las risas y voces de los trabajadores. No obstante, aquella sección estaba en silencio.

Alcanzamos el pasillo lateral con facilidad, mientras el guardia permanecía petrificado por ese misterioso picaporte de la puerta que se movía solo.

Liz corrió tras nuestros pasos hasta darnos alcance.

—¿Hacia dónde?

Le señalé al pasillo adjunto. Corrió a toda velocidad por delante de nosotras, dobló la esquina y silbó indicando que no había moros en la costa. Conservábamos nuestra suerte, y llegamos sanas y salvas a la sala de almacenamiento. Mientras se cerraba su puerta oímos la voz del guardia retumbando por las salas vacías.

—¡Oye, Pete, ven aquí! Tienes que ver esto. El picaporte se mueve solo. Te lo digo yo, desde que Dan se tiró de cabeza a las sierras este lugar está embrujado.

Tenía razón. El sábado por la noche yo había visto a un hombre arrojándose a esas sierras, para volver a aparecer después y lanzarse de nuevo. ¿Eso era alguna especie de penitencia? Tía Lauren había hecho cosas malas, quizás incluso cometer asesinato. Si estaba muerta, ¿iría al Infierno? ¿Estaba…?

Tragué con fuerza.

—¿Qué pasa ahora? —susurró Tori.

Miré a mi alrededor. La sala tenía el tamaño de un aula escolar y estaba llena de cajas.

—Encuentra un lugar al fondo —respondí—. Esto está lleno de polvo, lo cual significa que no entran aquí muy a menudo. Nos esconderemos en…

Liz entró atravesando la puerta a la carrera.

—¡Vienen!

—¿Cóm…?

—El doctor Davidoff y Sue. Ella os ha visto junto a las puertas.

Gracias a Tori, que ejecutó una guardia tan eficaz…

—¿Hay alguien dentro? —pregunté.

—Aún no.

—¿Quién está dentro? —quiso saber Tori—. ¿Qué está pasando? ¿Qué dijo?

Se lo conté y después abrí la puerta una rendija.

—¿Qué estás haciendo? —dijo, tirándome de la manga—. ¿Estás chiflada? ¡Cierra eso!

Le digo que se calle y habla más alto. Le digo que se mantenga atrás y me empuja sacándome a campo abierto. Le digo que vigile a nuestros perseguidores y se pone a mirar por encima de mi hombro. Abro la puerta para escuchar y quiere volver a arrastrarme dentro.

«¡Ay! El comienzo de una hermosa amistad».

¿Amistad? Tendríamos suerte si sobrevivíamos como compañeras circunstanciales.

Le dije que estaba intentando oír. La fulminé con la mirada en cuanto argumentó algo y, por una vez en la vida, funcionó. Cerró la boca y retrocedió dentro de la sala, enfurruñada y con el ceño fruncido, sí, pero en silencio.

—¿Puedo ayudarles? —sonó la voz del guardia, haciendo eco en el pasillo.

—Estamos buscando a dos chicas adolescentes —contestó el doctor Davidoff—. Creemos que han entrado aquí. Se han fugado de una residencia de terapia situada en las cercanías. Tienen quince años, una mide casi 1,70 metros y lleva el cabello corto y oscuro. La otra apenas supera el metro y medio y es entre rubia y pelirroja.

—Tiene mechas rojas —añadió Sue—. Mechas rojas teñidas.

El guardia rió entre dientes.

—Entonces se parecen a las de mi hija, sólo que las suyas son azules. La semana pasada eran púrpura.

—Adolescentes —dijo el doctor Davidoff con una risa forzada—. Estas dos muchachas nuestras siempre andan escapándose. Ya sabe cómo son las crías. Se fugan para ver a sus novietes y comprarse pintalabios. No suponen ningún peligro, pero nos preocupan.

—Por supuesto. Les avisaré, si las veo. ¿Tienen una tarjeta?

—Estamos bastante seguros de que se encuentran aquí.

—Para nada. Ésa es la única puerta que abre hacia el exterior y he estado en mi puesto durante todo el turno.

—Comprendo pero, quizá, si pudiésemos echar un vistazo…

Chirrió una silla y me imaginé al fornido guardia levantándose.

—Esto es una fábrica, amigos míos. ¿Tienen la menor idea de cuántas normas de seguridad violaría si les permito husmear por ahí?

—Nos pondremos cascos y gafas de seguridad.

—Esto no es un edificio público. No pueden entrar aquí sin cita y acompañamiento.

—Entonces, ¿podríamos hablar con el responsable de la planta?

—Está fuera, en una reunión. Todo el día. Ya se lo he dicho, nadie ha pasado por delante de mí. Sus niñas no están aquí pero, si quieren comprobarlo, traigan a la policía y les dejaré pasar.

—Preferimos no meter a la policía en esto.

—Bien, pues van a tener que hacerlo, pues ése será el único modo de que les permita pasar.

* * *

Nos escondimos a esperar después de que el guardia los hubiese expulsado. Cada una encontró un lugar distinto y lo bastante alejado para no tener una excusa y empezar a charlar. Al principio la medida me pareció bien. Como si Tori y yo tuviésemos algo de lo que hablar. Pero, pasado un rato, incluso reñir era mejor que aquella silenciosa espera sin nada que hacer excepto pensar. Y llorar. Yo lo hice bastante, tan en silencio como pude. Había sacado tantas veces el sobre que ya lo tenía manchado de lágrimas. Quería abrirlo, pero me asustaba que cualquier cosa que pusiese dentro no fuera una explicación lo bastante buena, que no pudiese ser lo bastante buena como yo, con tanta desesperación, necesitaba que fuese.

Al final ya no lo pude resistir más. Lo abrí, rasgándolo. Dentro había dinero, que guardé en el bolsillo sin contarlo, y después desdoble la carta.

Tía Lauren comenzaba explicando cómo funcionaba la nigromancia. No todos los pertenecientes a la familia de los nigromantes veían fantasmas. La mayor parte no lo hacía. Tía Lauren no los veía. Tampoco mi madre, ni sus padres. Ben, el hermano gemelo de mi madre… Nunca supe que hubiese tenido un hermano gemelo. Tía Lauren escribió:

Ben murió mucho antes de que nacieses. Tu madre te habría enseñado fotos suyas, pero eras demasiado pequeña para comprender. Después de que ella muriese… Simplemente, no vi la razón para sacar el tema. Él comenzó a ver fantasmas cuando era un poco mayor de lo que tú eres ahora. Se trasladó a la universidad con tu madre, pero fue demasiado para él y regresó a casa. Tu madre también quería dejarlo y regresar, para poder vigilarlo, pero él insistía en que continuase en la Facultad. Yo dije que cuidaría de él, pero en realidad no comprendía por lo que estaba pasando. Murió en una caída a los diecinueve años. Nunca supimos si saltó o si iba huyendo de los fantasmas.

¿Acaso importaba? Fuera como fuese, sus poderes lo habían matado. Yo continuaba diciéndome que los fantasmas no podían hacerme daño, pero en mi interior sabía que estaba equivocada, y allí tenía la prueba. Sólo porque no puedas salir y empujar a alguien por un barranco no significa que no puedas matarlo.

Tu madre había estado buscando ayuda para Ben antes de que el muchacho muriese. Nuestra familia mantenía cierta relación con el mundo de los nigromantes y, con el tiempo, alguien acabó facilitándole un nombre de contacto para el Grupo Edison. Sólo que Ben se tiró desde el tejado un mes antes de que ella recibiese el mensaje. Más tarde yo contacté con ellos al comenzar a estudiar en la Facultad de Medicina. Si eran científicos puede que empleasen médicos; y, si yo podía ayudar a gente como Ben, entonces eso era a lo que me quería dedicar. Tu madre no estaba implicada. No en ese momento. No lo estuvo hasta que quiso tener un hijo.

¿Había planeado tener hijos después de lo que le sucedió a su hermano?

Tía Lauren, como si estuviese contestando mi pregunta, escribió:

Chloe, tienes que comprender que es como cualquier otro desorden genético. Es un riesgo que aceptamos. Si tenemos a una niña y ella posee ese poder, entonces nos encargaremos de tratar el asunto. Aunque tu madre no iba a correr ese riesgo. No después de lo de Ben. Quería adoptar pero, con tu padre, eso no era una opción. Había… Cosas del pasado. Las agencias no lo consideraban un padre adecuado. Tu madre se sentía desolada. Quería tener hijos con toda su alma. Buscó otras alternativas, pero costaban dinero y, en aquellos tiempos, tus padres vivían en un agujero infestado de ratas en el centro de la ciudad. Cada céntimo que ganaban lo invertían en el nuevo negocio de tu padre. Entonces le hablé de un gran adelanto del Grupo Edison. Un equipo había aislado a los genes responsables de conferir poderes a los nigromantes. Nosotros, probando la carga potencial de ese código genético y el padre humano propuesto, podíamos determinar la probabilidad de que el fruto de esa unión produjese un nigromante. Jenny se mostró muy impaciente. Yo realicé las pruebas en ella y en tu padre… Y era casi seguro de que cualquier hijo que tuviesen sería un nigromante. Intenté convencerla de que considerase otra opción, quizá la inseminación artificial con otro padre biológico, pero se encontraba tan cansada y tan deseosa que no tuvo energía para contemplar otras alternativas. Ella, además, sospechaba que yo intentaba interferir entre tus padres, pues a mí no me parecía el hombre adecuado para su vida. No nos hablamos durante casi un año. Después la llamé para darle la más sorprendente de las noticias. Un avance realizado aquí, en el laboratorio. No podíamos darle un hijo que no fuese un nigromante, pero podíamos anular los peligros que mataron a su hermano. Podría tener un hijo que hablase con los muertos según sus condiciones.

Sin embargo, el asunto no había funcionado de ese modo, como bien sabía yo. Al comenzar a ver fantasmas de un modo tan repentino, tía Lauren se dijo que no pasaba nada malo. Yo no era uno de los fracasos… Sólo necesitaba tiempo para adaptarme a mis nuevos poderes. De todos modos, el Grupo Edison había insistido en que acudiese a la Residencia Lyle y ella estuvo de acuerdo, aún con la esperanza de que descubriesen que me encontraba bien, para que después me pudieran decir la verdad.

Siguió creyéndolo hasta que supo que levanté zombis en la Residencia Lyle. Con todo, se dijo que eso estaba bien; nosotras nos ocuparíamos del asunto. El grupo le había prometido que no importaba lo que sucediese; yo no sería asesinada. Un nigromante no era peligroso, le dijeron, así que no había razones para exterminarme.

Ella, todavía preocupada, comenzó a indagar en busca de respuestas, como había hecho yo, y descubrió lo mismo que yo había descubierto: que le habían mentido. Al parecer, habían mentido respecto a un montón de cosas, según decía, aunque no pensaba entrar en detalles.

Eso fue lo que hizo que para mí todo cambiase, Chloe. Sé que es espantoso admitir cómo sólo fui consciente de mis errores cuando peligraba la vida de mi propia sobrina. Hasta entonces hice lo que me parecía correcto; el bien mayor y todo eso. Pero, al hacerlo, olvidé mi juramento médico y su primer precepto: no causar daño. Lo causé, y estoy segura de que pagaré el precio, pero no permitiré que tú lo pagues conmigo. Por esa razón tengo que sacarte de aquí.

Había tres últimos párrafos más. En el primero de ellos decía que si estaba leyendo esta carta era porque no había logrado huir conmigo, y lo comprendería si la dejaba atrás. Si moría asesinada, ése sería el precio que habría de pagar. Y si se la llevaba el Grupo Edison, yo no debía ir a buscarla. Yo tendría que seguir y encontrar a Simon y a su padre, Kit. Había investigado los archivos del Grupo Edison y estaba convencida de que ellos no tuvieron nada que ver con su desaparición, pero eso era todo.

También me dijo que me asegurase de llevar mi colgante… Siempre. Recordé cuán rápida había sido en recuperarlo cuando llegué a la Residencia Lyle sin él. En la carta no contaba muchas cosas de él, sólo que se suponía útil para mantener a los fantasmas a raya. Sin embargo, no lo hacía. O a lo mejor sí estaba funcionando y, en caso de perderlo, comenzaría a ver muchos más fantasmas y mis poderes se desbocarían sin control.

El siguiente texto trataba sobre mi padre. Él no sabía nada, ni siquiera que yo era una nigromante. Por lo tanto, si yo escapaba y ella no, debía mantenerme alejada de él.

Después llegó el párrafo final. Compuesto por tres oraciones más.

Ella quería un hijo con todas sus fuerzas, Chloe. Y tú eres tan maravillosa como ella se había imaginado. Tú eras el centro de su universo.

Las lágrimas me ardían en los ojos, inflamando ese dolor nunca-curado-por-completo. Tomé una respiración profunda y agitada, doblé la carta y la guardé en mi bolsillo trasero.

* * *

Habíamos pasado allí más de una hora cuando Liz entró corriendo con noticias nuevas.

—No está muerta. Tu tía. Está bien.

A juzgar por el nerviosismo plasmado en el rostro de Liz, alguien llegaría a pensar que era su propia tía quien había sobrevivido. No importaba que tía Lauren formase parte del grupo que la había asesinado. Todo lo que le importaba era que aquella nueva noticia me reconfortase. Al contemplar su rostro resplandeciente comprendí que, por mucho que lo intentase, jamás llegaría a ser una persona tan desinteresada como Liz.

No obstante, mi alivio fue cortado de raíz por una nueva preocupación. ¿Qué le harían a tía Lauren entonces, cuando nos había ayudado a escapar? Pensar en eso me hizo recordar a otra traidora. Rae.

Había confiado en ella. Había respondido por ella ante los muchachos, los había convencido para que le permitiesen unirse a nosotros y ella nos había vendido.

Rae fue quien insistió en que los chicos no iban a regresar. Fue ella quien sugirió que acudiese a tía Lauren, quien me había convencido cuando dudé.

Recordé la noche que huimos, tumbadas en nuestras camas intentando dormir. Ella se había mostrado muy impaciente respecto a sus poderes, pero en absoluto preocupada por lo que se extendía ante nosotras. Entonces por fin supe por qué no se había preocupado.

Tía Lauren dijo que Rae creía de verdad estar ayudándome. La traición como un amor sin paliativos, obligándome a tomar el sendero escogido para mí, segura de que ella tenía razón y que yo, simplemente, era demasiado testaruda para verlo.

En ese momento, tanto ella como tía Lauren estaban atrapadas por el Grupo Edison. Una vez se extinguiese el resplandor de su nueva vida, Rae vería las grietas, aunque las obviase hasta darse cuenta de la verdad. Esperaba que no lo hiciese. Rogué porque ambas se limitasen a resistir y hacer todo lo que el Grupo Edison quisiese hasta que yo pudiese regresar. Y yo pensaba regresar.

* * *

Al final Liz apareció para decirme que el doctor Davidoff y su equipo habían abandonado, convencidos de que Tori y yo logramos salir a hurtadillas por la entrada principal y ya llevábamos mucho tiempo fuera. Dejaron atrás a un guardia vigilando algún posible lugar oculto, por si acaso aparecía Derek siguiendo mi rastro.

A las cinco sonó el silbato marcando el fin de la jornada laboral. A las cinco y media el edificio estaba vacío. Aun así esperamos. Pasaron las seis, pasaron las siete…

—Ya debe de haber oscurecido —susurró Tori, acercándose a mí reptando.

—Es el ocaso, no la oscuridad. Les daremos otra hora.

Nos fuimos a las ocho.

Ir a la siguiente página

Report Page