Despertar

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Capítulo 16

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El murciélago no estaba muerto. Estaba en… No quiero acordarme dónde. Llegado ese punto, me sentía tan agotada que no podía concentrarme y liberar el espíritu del murciélago me había llevado… un rato. Pero lo hice. Y estaba encantada de haberlo probado. Entonces ya podía relajarme; o eso pensaba.

—Deberías dormir —dijo Liz después de haberme quedado allí tendida con los ojos abiertos durante casi una hora.

Le eché un vistazo a Tori, pero aún estaba roncando; ni siquiera había rebullido desde mi regreso.

—No estoy cansada —repliqué.

—Tú necesitas descansar y yo puedo ayudar. Siempre ayudaba a mi hermana a dormir cuando ella no podía dormir.

Liz nunca hablaba de sus padres, sólo de su abuela, y en ese momento comprendí lo poco que sabía de ella.

—¿Vivías con tu abuela? Asintió.

—La madre de mi madre. No conocí a mi padre. Abuela decía que no se quedaba por allí.

Supuse, teniendo en cuenta que se trataba de un demonio, que así funcionaba la cosa.

Liz guardó silencio durante un rato, después añadió:

—Creo que fue violada.

—¿Tu madre?

—Oí cosas. Cosas que, se suponía, no debía oír. Abuela hablando con sus hermanas, amigos y, al final, con los asistentes sociales. Decía que, de joven, mamá era muy alocada. No es que fuese de verdad muy alocada. Se limitaba a fumar, beber cerveza y saltarse las clases. Entonces se quedó embarazada y eso la hizo cambiar. Envejeció. Se cabreaba. Oí cosas; creo que fue violada.

—Eso es horrible.

Subió sus rodillas y las abrazó.

—Nunca se lo dije a nadie. No es la clase de cosa que una comparte. Los chicos podrían mirarte raro, ¿sabes?

—Yo nunca…

—Lo sé. Por eso te lo he contado a ti. De todos modos, durante unos cuantos años estuvo bien. Vivíamos con abuela y ella cuidaba de mí mientras mi madre iba a trabajar. Pero entonces mamá tuvo ese accidente.

Se me congelaron las entrañas al pensar en mi madre, muerta por un coche que se dio a la fuga.

—¿Qué clase de accidente?

—La pasma dijo que estuvo en aquella fiesta, se emborrachó y cayó escaleras abajo. Se golpeó la cabeza muy fuerte y, al salir del hospital, era una persona muy diferente. No podía trabajar, por eso lo hacía abuela y mamá se quedaba en casa, pero a veces se olvidaba de darme la comida, o se cabreaba muchísimo y me pegaba diciendo que todo era culpa mía. Supongo que me culpaba porque no era feliz.

—Estoy segura de que ella no…

—Quería. Lo sé. Después lloraba, se disculpaba y me compraba golosinas. Luego a mi hermano pequeño, y comenzó a tomar drogas y ser arrestada por asuntos de robo. Lo único es que nunca fue a la cárcel. La corte siempre la enviaba a un sanatorio mental. Por eso en la Residencia Lyle temía tanto…

—Ser enviada a uno. Debería haberte ayudado. Yo…

—Tú lo intentaste. No habría importado. Ellos ya habían tomado una decisión —se quedó un rato en silencio—. Mamá intentó avisarme. A veces se presentaba en la escuela, colocada de hachís y hablando de experimentos y poderes mágicos, y diciendo que tenía que esconderme antes de que ellos me encontrasen —otra pausa—. Después de todo, supongo que no estaba tan chiflada, ¿eh?

—No, no lo estaba. Estaba intentando protegerte. Asintió.

—De acuerdo, vale ya de eso. Necesitas descansar para poder encontrar a los muchachos. Abuela siempre decía que se me daba bien hacer dormir a la gente. Mejor que con las pastillas. ¿Sabes por qué?

—¿Por qué?

—Porque puedo hablar hasta aburrir al más pintado. Y ahora, veamos, ¿de qué quieres que te hable para aburrirte hasta que caigas dormida? Ah, ya lo sé. De chicos. De macizos. Tengo cierta lista, ¿sabes? Los diez tíos más impresionantes del mundo. En realidad son dos listas con diez cada una, porque necesitaba tener una de chicos de verdad, de chicos que conocía en carne y hueso, y otra de fantasía, para los chicos de las películas y los grupos. No es que no fuesen chicos de verdad porque, por supuesto, lo eran…

* * *

Al final me dejé llevar y no desperté hasta que el rugido de un camión me hizo saltar desmadejada.

La luz fluía a través de la ventana. Consulté mi reloj. Las ocho y media. Ni rastro de Liz. ¿Estaba de patrulla, o ya se había marchado?

Tori aún parecía dormida, roncando con suavidad. Le sacudí el hombro.

—Llegó la mañana. Necesitamos ponernos a buscar la nota.

Tori abrió los ojos, farfulló que probablemente no hubiese ninguna nota, que los muchachos se habrían largado hacía tiempo y que estábamos jeringadas. Todo un solete, nuestra Victoria.

No obstante, después de lloriquear por no haber cogido caramelos de menta para el aliento, cepillo para el pelo y no poder tomar un desayuno, se levantó y me ayudó.

Habíamos estado buscando durante una media hora cuando Tori, lo suficientemente alto para que pudiese oírla cualquiera que pasase por delante de la ventana, dijo:

—En esta ciudad los grafiteros disfrutan de muchísimo tiempo libre.

Me apresuré a acercarme a ella para callarla.

—¿Grafiteros?

Señaló con un gesto las pilas de embalajes de los alrededores y comprendí a qué se refería. Un embalaje de cada pila estaba marcado con una pintada.

—La tienda de mi padre lo sufre todos los meses, pero nunca le han hecho uno con esta calidad.

Señaló hacia casi el más oculto entre las sombras. Mientras los demás eran las típicas pintadas, con apodos y símbolos, aquel era un boceto, dibujado con rotulador negro, de un muchacho adolescente con la huella de una garra tatuada en la mejilla, blandiendo las zarpas de lobezno.

Sonreí.

—Simon.

Cuando Tori me dedicó una mirada confiada, le dije:

—Es de Simon.

—Esto… No. Es un chico con una garra tatuada en la mejilla.

—Es obra de Simon. Es uno de los personajes de su cuaderno de historias.

—Ya lo sabía.

—Ayúdame a levantar el cajón. No se movió.

—¿Por qué?

—Porque la nota estará debajo.

Aparté el cajón superior moviéndolo yo sola.

—¿Por qué iba a poner…?

Como sabía con seguridad, bajo el cajón había un trozo de papel doblado. Ambas nos lanzamos a cogerlo. Gané yo.

Simon había dibujado tres viñetas. En la esquina superior izquierda, a modo de saludo, había un fantasma. La del medio contenía un gran boceto de Arnold Schwarzenegger en su papel de Terminator. El tercero era una firma, un relámpago envuelto por la bruma. Junto al dibujo alguien había garabateado con letras de casi tres centímetros de tamaño: 10 A.M.

Tori me la quitó de las manos y le dio la vuelta.

—Entonces, ¿dónde está el mensaje?

—Justo aquí —respondí, señalando una viñeta tras otra—. Dice: «Volveré, Chloe. Firmado: Simon».

—De acuerdo, es que es un poco raro. ¿Y esto qué quiere decir?

—Pues habrá sido Derek, asegurándose de que supiese cuándo regresarían.

—¿Sólo una vez al día?

—Corren un gran riesgo cada vez que se cuelan aquí. De todos modos, la hora no es lo importante de verdad. Si recojo el mensaje, Derek me olerá y podrá seguir mi rastro.

Arrugó la nariz.

—¿Como un perro?

—Qué guay, ¿eh?

—Pues, no —puso mala cara—. Así que no bromeaban con lo de que era un hombre lobo. Eso explica muchas cosas, ¿no crees?

Me encogí de hombros y consulté mi reloj.

—Sólo tendremos que esperar una hora, así que… —renegué entre dientes, haciendo que Tori enarcase las cejas con gesto de simulada sorpresa.

—No podemos dejar que los chicos regresen —añadí—, no con una patrulla del Grupo Edison haciendo guardia.

* * *

No había una patrulla del Grupo Edison haciendo guardia. Había dos. Envié a Liz a comprobar todos los puntos de entrada posibles. A su regreso señaló cuatro: La entrada principal, la puerta de reparto de la fachada, la puerta de reparto de la zaga. Y toda la valla circundante.

Dudaba que Derek volviese a saltar la valla. Quedaría expuesto en un sitio donde cualquiera podría verlo. Si estuviese en su lugar, escogería los mismos puntos de entrada que el Grupo Edison eligiese la jornada anterior… La puerta trasera.

No obstante, al mismo tiempo sabía muy bien que yo no conocía a Derek lo suficiente para adivinar su estrategia con cierta consistencia real. Por tanto, tuvimos que dividirnos y cubrir las tres entradas. Yo necesitaba situarme cerca de Liz para que ella pudiese comunicarse conmigo. Eso significaba que Tori se ocupaba de la zona trasera. Sólo podía rezar para que de verdad se acordase de vigilar.

* * *

A las nueve y media estábamos en posición. El patio de la fábrica se encontraba al borde de la zona residencial; un vecindario de casas más antiguas, incluyendo la Residencia Lyle, situada a una manzana de distancia. Derek y yo habíamos seguido ese camino el sábado por la noche, cuando escapamos, y todavía me acordaba de la disposición general. Las calles corrían de norte a sur, con el patio de la fábrica en el extremo meridional.

Mi punto de vigilancia estaba frente a la fábrica, al otro lado de la calle, bajo una de la últimas casas, el paso del garaje estaba vacío y las ventanas oscuras.

Me acurruqué bajo el cobertizo vigilando la puerta frontal de reparto, preparada para silbar a la primera señal de los chicos. A las diez menos cuarto, un todoterreno ligero pasó frente a la fábrica marchando a paso de tortuga: era el mismo vehículo del que Derek y yo habíamos escapado el sábado por la noche.

Al pasar vi a Mike en el asiento del conductor. A su lado se sentaba la madre de Tori, mirando por la ventanilla. El vehículo todoterreno continuó hasta la esquina y luego torció a la derecha, dirigiéndose hacia la parte posterior del patio de la fábrica.

Esperé hasta que se perdió de vista y me levanté de un salto. Una sombra se alzó sobre mí apenas me había movido. Mis puños salieron disparados pero, antes de recogerlos, unas manos me sujetaron, una cerrándose alrededor de mi boca y la otra rodeándome la cintura, arrastrándome hacia detrás del cobertizo.

—Soy yo —tronó una voz profunda.

Las manos me soltaron y di media vuelta. Allí estaba Derek, con todos sus más de ciento ochenta centímetros de altura. Quizá sólo fuese el sobresalto de verlo, pero tenía mejor aspecto del que recordaba. Su pelo negro aún caía lacio y su cara todavía tenía granos. Pero su aspecto parecía… Mejor.

—Me alego mucho de verte —dije, mostrándole una amplia sonrisa.

Su gruñido indicó que el sentimiento no necesariamente había de ser mutuo. Quizá debería haberme sentido un poco decepcionada, pero estaba demasiado aliviada para que me importase. En ese instante, el ceño fruncido de Derek, marca de la casa, me parecía mejor que cualquier sonrisa.

—Me alegro mucho de…

—Ya lo pillé —dijo—. Chloe, deja de dar brincos antes de que te descubran.

—Se han ido. Por esa razón… —miré a su espalda y se me borró la sonrisa—. ¿Dónde está Simon? Está bi-bien, ¿verdad? —rebusqué para sacar el estuche de la insulina—. Sé que necesita esto. Ésta era…

—Ésa era su reserva. Tiene otra en el bolsillo.

—Ah, bien. Esto… Bueno. Entonces, ¿dónde…?

—Al otro lado. Olí a Tori, así que pensé que era una trampa y…

—¡Tori! Su madre… ¡el coche! Tenemos que avisarla.

—¿Cómo dices?

Me volví haciéndole un gesto para que me siguiese. Crucé el patio corriendo como un rayo de un escondite a otro mientras me dirigía hacia el camino que tomase el todoterreno ligero. Derek intentaba mantener el paso, y sus ásperos susurros, «¡Chloe, vuelve aquí!», se mezclaban con palabrotas aún más ásperas cuando me colaba por recovecos en los que no podía entrar.

Al final, mientras corría a ponerme a salvo junto a una fila de setos, me cogió por el cuello de la chaqueta levantándome en el aire, dejándome pataleando como un cachorro.

—Conozco una ruta mejor. Me pasé aquí dos días comprobando las cosas mientras esperaba por ti —me plantó en el suelo, pero no soltó su agarre del cuello para que yo no pudiese salir disparada—. Y ahora, ¿qué es todo eso de Tori y su madre?

—No hay tiempo para eso. Sólo… Liz. Necesitamos a Liz.

—¿Liz está viva?

Dudé, recordándome cuánto se había perdido.

—No. Me refiero… a su fantasma. Yo tenía razón en eso de que estaba muerta. De todos modos, me ha estado ayudando y la necesitamos para explorar el camino.

Me zafé de su agarre y corrí hacia un hueco del seto. Me deslicé en él entrando de lado y eché un vistazo. Liz se encontraba en medio de la carretera, dos manzanas más allá. Di un silbido que creí adecuado, pero Derek suspiró, se llevó los dedos a la boca y silbó lo bastante fuerte para que me pitasen los oídos. No sabría decir si llamó la atención de Liz, pues hizo que me agachase mientras él escuchaba por si había atraído la atención de alguien más. Un momento después me dejó asomarme a un lado del seto.

—Viene —dije.

Derek asintió. Observó los patios abiertos a nuestro alrededor para asegurarse de que no había moros en la costa.

—Quieres abrir la marcha —comenté—, así que hazlo. Ella nos alcanzará.

No se movió. Me sujetó de la manga al intentar alejarme.

—Tengo que saber dónde voy a meterme.

—Hay dos guardias del Grupo Edison haciendo discretas patrullas alrededor del patio…

—¿El Grupo Edison?

—Y la madre de Tori, además del tipo que te disparó el sábado por la noche. Pero, de entre todos ellos, es a la madre de Tori a quien hay que vigilar.

—¿La madre de Tori? ¿El Grupo Edison? ¿Qué est…?

—Derek.

—¿Qué?

Levanté la vista, buscando su mirada.

—¿Confías en mí?

Para ser honesta, no tenía idea de cuál podría ser la respuesta, pero él no dudó, sólo la gruñó.

Descarao.

—Entonces, vale, sé que quieres detalles, pero no tenemos tiempo. No si Simon regresa y la madre de Tori vuelve aquí. Es una bruja y no tiene escrúpulos en emplear sus hechizos. ¿Te vale con eso?

Apartó la mirada hacia el otro lado del patio. Quizá sí que confiaba en mí, pero, para Derek, no poseer todos los detalles era como ponerle una venda en los ojos y decirle que te siguiera.

—Quédate detrás de mí —dijo, y nos marchamos.

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