Despertar

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Capítulo 27

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Miré por la ventana del autocar mientras abandonábamos la ciudad.

—Volveremos por ellos —dijo Simon.

—Lo sé. Es que hoy… estoy baja.

—No te culpo. Pasaste una noche de mierda. Y después de eso, también un día de mierda. Y antes una semana de mierda.

Sonreí.

—Al menos es una cosa estable.

—Y sé que eso no hace que te sientas nada mejor —señaló a mi pelo—, pero si al llegar a casa de Andrew lo lavas lo suficiente, se irá.

—Tienes cierta experiencia, ¿verdad?

—¿Yo? ¡Uf! Ninguna. Yo soy un tío. Un tío-tío. No nos teñimos el pelo. Ni siquiera utilizamos acondicionador si podemos evitarlo —se pasó los dedos por el pelo—. ¿Lo ves? Totalmente natural.

—Nunca dije…

—Bueno, no sería la primera vez. Ni la centésima. Cuando un tipo parece asiático y tiene el pelo rubio, todo el mundo supone que se trata de un asunto de teñido.

—Pero tu madre era sueca.

—Exacto. Culpa a la genética, no a la química —se inclinó hacia mí y susurró—: Pero una vez sí lo teñí. Lo hice con un producto temporal, igual que tú. Y fue por una chica.

—¡Ajá!

Echó hacia atrás el respaldo de su asiento, acomodándose.

—Fue hace un par de años. Me gustaba aquella chica y ella no hacía más que hablar de ese otro tipo, si qué rubio se le había puesto el pelo en verano, si qué bueno estaba.

Solté una carcajada.

—¿Y entonces te teñiste…?

—Cállate. Era bonita, ¿vale? Compré esa historia de champú tan buena y después me pasé el fin de semana fuera, dándole patadas a una pelota con Derek. El domingo por la noche me teñí el pelo. El lunes por la mañana fui al colegio y, oye, mira qué me ha pasado por estar al sol todo el fin de semana.

—¿En serio?

—No pude reconocer que me había teñido el pelo por una chica. ¿Hasta dónde llegaría la vergüenza?

—Yo hubiese pensado que es muy dulce. Entonces, ¿funcionó?

—Seguro. Salió a bailar conmigo el fin de semana siguiente. Después volví a casa, me lavé la cabeza hasta que desapareció el color y juré no volver a hacer eso por una chica hasta conocerla lo bastante bien para estar seguro de que ella mereciese la pena.

Reí.

—Gracias —le dije después. Al verlo arquear las cejas, añadí—: Por animarme.

—Se me da bien. He tenido muchísima práctica con Derek —rebuscó en su mochila—. Tengo otra cosa más que puede animarte. O hacer que te cagues de miedo.

Sacó un cuaderno de dibujo nuevo y lo repasó por encima. Unas cuantas páginas hacia el medio y lo volvió para que pudiese verlo.

—Oye, ésta soy yo —advertí.

—Entonces, ¿se parece a ti? ¿O te dio la pista el cadáver reptando hacia ti? —me tendió el cuaderno de dibujo—. Lo dibujé esta mañana, mientras Derek estaba haciendo las búsquedas con el ordenador yo pensaba en lo de anoche.

En el dibujo, yo estaba sentada sobre mi manta con el cadáver frente a mí. A Dios gracias, no había escogido la parte en la que chillé presa de un terror mortal, sino más tarde, cuando creí que él estaba fuera, con Tori.

Yo tenía los ojos cerrados y las manos levantadas. El cadáver se levantaba, y parecía seguir mis manos como una cobra danzando ante una flauta. Todo lo que podía recordar era lo aterrada que había estado, pero en el dibujo de Simon no parecía asustada; parecía tranquila, segura. Parecía poderosa.

—Sé que no es un momento que te importase inmortalizar —comentó.

Sonreí.

—No, es superchulo. ¿Me lo puedo quedar?

—Cuando esté acabado. Tengo que añadirle algo de color en cuanto consiga lápices —recuperó el cuaderno—. Creí que podría ser interesante hacer una especie de diario gráfico acerca de nosotros. De lo que está sucediendo.

—¿Como un tebeo?

—Intentaba evitar esa palabra, por miedo a que sonase un poco torpe. Pero, eso es, como un tebeo. Sólo para nosotros, por supuesto. Un proyecto para despejarnos la cabeza. Será más molón en el papel que cuando lo estás viviendo —le dio un largo trago a su Coca-Cola Light y después volvió a cerrar la botella, despacio—. Podrías ayudar, si quisieras. Sabes cosas sobre guiones de cine, y los de los tebeos no son muy diferentes.

—Como los fotogramas de una película.

—Exacto. No se me da bien la parte escrita. Sé que esto es una historia real, así que no necesito inventarme cosas, pero me bloqueo a la hora de escoger qué partes incluir y cuáles no.

—Yo podría ayudar con eso.

—Genial —abrió el cuaderno por la página siguiente a mi dibujo. En ella había unos cuantos bocetos primarios—. Intentaba decidir por dónde comenzar…

* * *

Durante unas cuantas horas yo hacía la trama y Simon los dibujos. Cerró el cuaderno de dibujo cuando comencé a bostezar.

—Echa una siesta. Todavía nos quedan cinco horas. Ya tendremos tiempo de sobra para trabajar en esto cuando lleguemos a casa de Andrew.

—¿Nos quedaremos con él?

Simon asintió.

—Tiene una habitación de sobra. Él vive solo; ni mujer ni hijos. Nos acogerá, no hay problema —guardó el cuaderno de dibujo y cerró despacio la cremallera de la mochila—. He estado pensando en otro asunto. Sé que no es precisamente un buen momento pero, una vez que nos instalemos, he pensado que tú y yo podríamos…

Una sombra se alzó sobre nosotros.

Simon no se molestó en mirar.

—¿Sí, Derek?

Derek se inclinó sobre el asiento, posando una mano en el respaldo para equilibrarse cuando el autocar dio un bandazo. Parecía distraído, casi preocupado.

—Pronto llegaremos a Siracusa.

—Vale.

—Tengo que comer algo, me muero de hambre.

—Claro. Pensaba que podríamos dar un brinco y pillar la cena.

—Yo no. Aquí no —como Simon parecía perplejo, Derek bajó la voz y dijo—. ¿En Siracusa?

—No creo que vayan a estar dando vueltas por la estación de autobuses.

—¿Hay algún problema? —pregunté.

—Qué va —Simon levantó la vista hacia su hermano—. Pillaré algo de comida, ¿vale?

Derek dudó. La verdad es que no parecía inquieto. Más bien desdichado. ¿Porque Simon estaba molesto con él?

Pensé en eso mientras observaba a Derek tambalearse hasta su asiento. Simon y Derek no sólo eran hermanos de acogida; eran los mejores amigos. Aunque, por el modo de hablar de Simon, resultaba evidente que tenía otros amigos, compañeros de equipo, novias… Dudaba que Derek tuviese nada de eso. Para él sólo existía Simon.

¿Por esa razón quería librarse de mí? Tenía sentido, pero no parecía la correcta. En la Residencia Lyle Derek nunca había parecido tener ninguna clase de celos por el tiempo que pasase con Simon. Derek se limitaba a apartarse y hacer sus cosas. Si alguien lo seguía era Simon.

Quizá no se sintiese celoso, sólo desdeñado.

Me preocupó tanto que, al llegar a Siracusa, me ofrecí para llevarle a Derek la comida hasta la parte de atrás, mientras Simon y Tori estiraban las piernas.

Tenía la intención de proponer que Derek y yo cambiásemos los asientos. Al llegar, Derek estaba mirando por la ventana.

—¿Todo bien? —pregunté.

Se volvió con un giro rápido, como si lo hubiese sobresaltado, después asintió y cogió la comida murmurando un agradecimiento.

Me deslicé sentándome en un asiento vacío del pasillo.

—¿Solías vivir aquí?

Negó con la cabeza y volvió a mirar por la ventana. Lo interpreté como señal de que no estaba de humor para conversaciones, pero cuando estaba a punto de proponer el cambio de asientos, dijo:

—Vivimos en casi todos los lugares del estado excepto aquí. No podemos. Hay otros… Aquí.

—¿Otros?

Bajó la voz.

—Hombres lobo.

—¿En Siracusa?

—Cerca. En una manada.

—Ah.

¿Así vivían los licántropos? ¿En manadas como los lobos? Quería preguntar, pero temía que pensase que me estaba burlando.

Así que dije:

—¿Y ése es el problema? ¿Que puedan olerte?

—Eso es —hizo una pausa y luego añadió, a regañadientes—: Somos territoriales.

—Ah.

—Eso.

Seguía mirando por la ventana. Podía ver el reflejo de sus ojos, tranquilos y distantes, perdidos en pensamientos que, resultaba obvio, no pensaba compartir. Comencé a levantarme.

—Cuando era niño —dijo, sin mirar hacia mí—. Cuando vivía en ese sitio donde te encierran, los demás eran así. Territoriales.

Volví a bajar hasta el asiento.

—Los otros hombres los… —una señora anciana se acercó por el pasillo y rectifiqué—: Sujetos.

—Eso es —entonces se volvió—. Tienen esa manada, supongo que así se llamaría, y reclamaban cosas, el recinto de arena para jugar, por ejemplo, como su territorio, y si…

Se alzó su barbilla y la mirada fue hacia la parte delantera del autocar.

—Viene Simon —dijo—. Te está buscando. Es mejor que vayas.

Iba a decir que no pasaba nada, que deseaba seguir escuchando más cosas. Las ocasiones de oír algo personal acerca de Derek eran escasas, pero aquélla ya había pasado.

—Vete tú —respondí—. Siéntate con él durante el resto del viaje.

—Qué va, estoy bien.

—De verdad, yo…

—Chloe —me miró a los ojos—. Vete. —Y después, con voz más suave, añadió—: ¿Vale?

Asentí y me marché.

* * *

Caí dormida y soñé con Derek; acerca de lo que había dicho, de lo que dijo el semidemonio sobre él, y sobre los demás ejemplares de hombre lobo. Soñé con tía Lauren en el centro, diciendo que quería a Derek abatido como un perro rabioso, y a Brady diciendo cómo tía Lauren había intentado que él culpase a Derek de la pelea.

Las imágenes y recuerdos continuaron revoloteando hasta que sentí a alguien zarandeando mi hombro. Me desperté para enterarme de que el autocar se había detenido. Derek se encontraba en el pasillo, inclinado hacia Simon, aún dormido.

Estaba a punto de preguntar cuál era el problema, cuando miré a Derek y lo supe. Sus ojos centellaban y su piel estaba perlada de sudor; el mismo que le pegaba el pelo a la cara. Podía sentir el calor de sus manos a través de mi camisa.

Me sobresalté.

—Estás…

Descarao —susurró—. Estamos a las afueras de Albany. En un bar de carretera. Tengo que pirar.

Me estiré para despertar a Simon, pero Derek me detuvo.

—Sólo quería decírtelo por si acaso no volviese. Estaré bien. Os encontraré en casa de Andrew.

Lo sujeté agarrándolo por la sudadera y su cazadora.

—Voy contigo.

Estaba segura de que argumentaría en contra, pero sólo asintió, apartando la cara.

—Venga, vale.

—Ve delante —dije—. Voy a decirle a…

Miré a Simon, pero no necesitaba que Derek me dijese que no lo despertase. Mejor decírselo a la persona que no insistiría en seguirnos: Tori. Y eso hice. Después salí volando detrás de Derek.

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