Despertar

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Libro Primero » Capítulo 22

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En la habitación oculta de un remoto corredor del palacio, Ezasper Jorn, Embajador ante los Thraish, encendió el fuego en la estufa de porcelana e invitó a su huésped a que acercase una silla al calor.

—Me alegro de que el invierno haya terminado —comentó al acercar las manos a la estufa—. Uno no logra encontrar absolutamente nada en el invierno.

Su robusto cuerpo estaba envuelto en una pesada capa, y tenía las grandes orejas cubiertas por una gorra. De todos modos temblaba, y sus enormes manos tocaban prácticamente la superficie de la estufa.

Ezasper Jorn nunca entraba en calor, incluso durante el verano polar temblaba. En invierno permanecía casi inmóvil. Llevaba cumpliendo sus deberes de funcionario durante muchos años, en su mayor parte por la virtud de no decirles nada a los Thraish y de mostrarse conforme con todo lo que ellos le decían. Esto carecía de importancia, ya que nunca se había emprendido acción alguna siguiendo una recomendación suya; y, de hecho, casi nunca las hacía. La función del Embajador se cumplía de un modo inofensivo, y toda la Cancillería se sentía satisfecha por eso.

—De algún modo debemos averiguarlo —dijo Koma Nepor con los labios fruncidos.

Ser Jefe de Investigaciones era una posición cuyas tareas no estaban muy definidas, pero implicaban por lo general expectativas muy grandes y a veces inefables. Koma cumplía su papel con un instintivo reconocimiento del misterio unido a una mente curiosa y persistente. El misterio que le preocupaba en ese momento era la desaparición de animales entre las manadas de

weehar y de

thrassil en la Cancillería. Podía haber ocurrido en el otoño, tal vez. No durante el invierno, cuando las criaturas permanecían ocultas en las profundidades del hielo. Quizás a principios de la primavera, al llegar los primeros deshielos y cuando los pastos se tornaran verdes.

Las manadas supervivientes permanecían en pequeños grupos bajo la vigilancia de Shavian Bossit, Señor Mantenedor de la Casa. Generaciones atrás, había percibido la peligrosa tentación que presentaban las grandes manadas para los voladores vagabundos, suponiendo que algunos de ellos violasen el pacto volando al norte de los Dientes. Tanto entonces como ahora consideraba que lo mejor hubiese sido matar a los animales que quedaban, y, de ese modo, eliminar toda posible tentación.

Sin embargo, al Protector del Hombre le agradaba comer carnes rojas de tanto en tanto y el general Jondrigar, que cumplía con cada deseo del Protector como si hubiese sido una orden bajo pena de muerte, se ocupó de conservar las manadas. De vez en cuando, el Protector recibía su carne asada y sus chuletas, cuidadosamente aumentadas con ciertos cereales y hierbas. Los hombres que comían los animales nativos habían aprendido a prepararlos o a correr el riesgo de una pasmosa pérdida de inteligencia. En Costa Norte la relación entre lo que comía y lo que era comido resultaba más cercana que en muchos otros mundos, o al menos eso decían las historias. Por ejemplo, estaban aquellos alimentos que permitían a los voladores conservar sus alas, mientras que otros los hubiesen confinado a una vida terrestre; o los alimentos que permitían vivir mucho tiempo a los de la Cancillería, mientras que otros los hubiesen condenado a una temprana y breve idiotez. Por ese motivo, los voladores comían lo que necesitaban para conservar sus alas, y los dirigentes de la Cancillería, cuando cenaban

thrassil asado, lo acompañaban de granos leguminosos; lo cual muy pronto no podrían hacerlo si seguían faltando tantos animales.

—Bormas Tyle ha investigado el informe y está seguro de que han desaparecido algunos de los animales —informó Ezasper—. Le ha hablado de ello a Tharius Don, puedes estar seguro de eso. Bormas actúa como le place la mayor parte del tiempo, pero no es negligente en sus deberes como comisionado. Y Bossit no olvidará el asunto, también puedes estar seguro. —Sus brazos fláccidos se extendían hacia la calidez de la estufa, y su rostro abolsado estaba enrojecido por el calor—. Simplemente, han

desaparecido.

—¿Cómo lo sabe? No llevamos un inventario, por el amor de los dioses. Son vagabundos. Los matan. Algunos de ellos mueren solos.

—Bormas dice que las dos manadas eran pequeñas, casi domésticas, y que permanecían cerca de la Cancillería. Los pastores contaron los jóvenes el último otoño y marcaron a los seleccionados para la mesa del Protector. Cuando fueron a sacrificarlos la semana pasada, sólo quedaban unos pocos animales jóvenes. Según Bormas, más de una docena de ellos han desaparecido.

Ezasper frunció el ceño.

—Lo suficiente para que uno recuerde esas viejas leyendas sobre el monstruo de los archivos, el que se come a todos los aprendices.

Nepor emitió una risita.

—Lo más probable es que se trate de voladores —le dijo—. Eso es lo que preocupa a todos en realidad. Ese Parlante se encontraba aquí justo antes de que comenzara el invierno. Por primera vez… él y sus amigos. Y no estaba ciego. Pudo ver las manadas.

—Bormas quería eliminar esas manadas hace mucho.

—Y tenía razón —reflexionó Koma Nepor—. El general debió haberlo escuchado. Bueno, si los voladores se han llevado los animales, no creo que los hayan transportado a las Talon. Entre esas rocas no hay nada para las especies herbívoras. No. Deben de haberlos puesto a pastar en alguna otra parte. Probablemente en las estepas, o en las tierras de baldío. Donde sea que estén tendremos que encontrarlos. —Se rascó en forma reflexiva mientras pensaba—. Bormas dice que debemos enviar a los Jondaritas. Le respondí que no, que sería mejor hacer que los busquen los Noor. Bormas preguntó que por qué iban a molestarse los Noor, considerando la forma en que se los ha utilizado en el pasado. A lo cual no pude replicar nada convincente, por supuesto. Sin embargo, creo que los Jondaritas no deben involucrarse. Hay demasiado espacio para conflictos indeseables. ¿No sería mejor que consultáramos con Tharius Don?

Dejó abierta la pregunta. Ambos sabían lo que significaría una consulta semejante: un discurso de una hora sobre la moralidad de la situación. De todos modos, era mejor Tharius Don que Mitiar, a quien le desagradaban las malas noticias y se desquitaba con aquellos que se las llevaban. Y mejor que Bossit, que sin duda buscaría a un chivo expiatorio para que asumiese la responsabilidad de la desaparición.

Postergaron la decisión conversando sobre cosas vagas.

—¿Y qué hay de tus investigaciones? —preguntó Ezasper—. ¿Qué cosas nuevas y notables has descubierto?

Nepor volvió a reír.

—He estado experimentando con el plaga, muchacho. Tiene… aplicaciones muy interesantes, cosas que no pienso revelarle al general Jondrigar. Oh, por las lunas, ninguno de nosotros estaría a salvo si las conociera.

Ezasper giró su ancho rostro hacia la puerta y alzó una mano.

—Cuidado, Koma. Si has descubierto algo así, ten mucho cuidado con lo que hablas. Ante quien sea.

El otro se movió con incomodidad. Nunca sabía exactamente a qué se refería Ezasper. Tal vez quería decirle que no lo mencionase en absoluto; tal vez quería decirle que sólo lo hablase con él. Algunas veces, Nepor sentía que no comprendía lo que estaba ocurriendo. Las situaciones experimentales eran muy diferentes a las personas. En un experimento, uno podía controlar lo que pasaba, o al menos las condiciones en las cuales pasaba. Los resultados podían repetirse una y otra vez. Con la gente, muy poco era controlable. Las personas actuaban de una forma bastante difícil de predecir. Parecía más sensato abandonar el tema por el momento. Sin embargo, era notable lo que podía lograrse con un rociador lleno de plaga vaciado sobre una persona viva.

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