Denise

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ISABEL PISANO » Blois, 2 de abril de 1955, 9.30 a.m.

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Blois, 2 de abril de 1955, 9.30 a.m.

Roxanne entra en la sala y se dirige a los vestuarios para ponerse el uniforme. No ha visto a Hugo, pero él sí a ella: el hombre la sigue y abre la puerta con violencia al tiempo que la mujer retrocede hasta el tocador y echa mano de algo que dejó allí días antes...

Cuando el dueño del negocio avanza sus caderas hacia las de Roxanne, la mujer alza un brazo y en segundos él se encuentra la lama de una navaja presionando su nuez, hundiéndola. El corte es superficial, pero sangra en abundancia.

—¿Qué prefiere usted? —pregunta Roxanne con los ojos inyectados en sangre, como un vampiro a punto de morder su presa—, ¿el corte de la yugular o no volver a molestarme nunca? —Él da unos pasos atrás, espantado, y enjuga con un pañuelo la sangre del cuello.

—¡Demente, estás loca de manicomio! ¡Te denunciaré! ¡Te haré encerrar por el resto de tu vida! —Pero todo es un farol, y lo sabe mientras retrocede sin atreverse a darle la espalda.

Roxanne ya no es un cordero sino un lobo dispuesto a comerse todo el rebaño y de un solo salto propio de los espectros de la noche, con el cabello crespo desmelenado y los ojos desorbitados, se lanza hacia Hugo Langlois, que tiene la sensación de que ante sí se encuentra un espectro vengador llegado del mismo infierno.

—¡Estás despedida! —grita como si pudiera hacerlo, como si fuese una opción, y siente frío cuando el diabólico animal que vive en Roxanne acerca su navaja a la garganta por segunda vez y dice con voz ronca e irreconocible:

—¡No pienso dejar este trabajo de mierda, porque mi madre y yo lo necesitamos! No quisiera verme obligada a denunciar la violación de la que fui víctima, en la gendarmería, para que lo sepa toda la provincia. Y para que se entere de una buena vez, hay un hombre en el cementerio de Blois que está viendo crecer las margaritas desde abajo, porque al igual que usted también había agotado mi paciencia.

Hugo Langlois no necesitaba más para saber que era cierto: en caso de pelea, a esa mujer no le temblaría el pulso. Retrocede aterrado y pálido como la cera.

Le vienen a la mente sus hijos, el pequeño Peter y Dantón y Lucila, ya en la universidad: el primogénito es el orgullo de la familia. Imagina la decepción de su esposa, mujer pía que se ocupaba siempre de los demás, sin pensar nunca en las necesidades de su marido.

También le pasan por delante todos los abusos que había cometido con la muchacha y sintió algo parecido al remordimiento.

—Puedes quedarte... —recula—, y te aseguro que nunca más te pondré un dedo encima —dice temblando y en voz casi inaudible.

Roxanne aún tiene la navaja manchada de sangre entre las manos y lanza una carcajada espeluznante:

—De eso no tengo la menor duda.

Los cortes de navaja en la garganta han logrado despertar al fantasma de la culpa, y en adelante él viviría mirando siempre para atrás.

Mas el hombre propone y el diablo dispone: la pasión de monsieur Hugo por Roxanne era una enfermedad que nunca se curaba del todo, y es sabido por la mayoría que cuando la enfermedad recrudece, no hay ya cura para el paciente.

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