Denise

Denise


ISABEL PISANO » Blois, 27 de febrero de 1955, 2 p.m.

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El juez Antoine Bauer escruta con la mirada a una Denise Laffont pálida como un cadáver y tan impasible como él. Intenta encontrar lo que sea para salvarla de la guillotina, pero se siente extraño: a un tiempo la odia con toda su alma por su crimen, y también la compadece. Quisiera ahuyentar la piedad que lo asedia noche y día.

«¿Estará loca?», se pregunta. Nadie ha detectado en ella esa peligrosa demencia.

Por momentos le parece tener delante a su adorada hija, aunque a diferencia de la asesina de Blois, ella siempre se rebela y ahora comprende que ha sido afortunado: así lo mantiene en guardia.

«¿Cómo es posible?», se pregunta Bauer. El amor más intenso, más profundo y no comparable con ningún otro es el amor materno. ¿Qué cosa falla en Denise Laffont, qué grave enfermedad si no es la enajenación ha atacado su cerebro? Aunque no lo parece, es seguro que su enfermedad es un peligro para ella y para los que la rodean.

¿Por que quién no se fiaría de ese ser angelical?

Ella proseguía hablando, ya que Bauer le había pedido todos los detalles que rodearon el asesinato:

—Y confieso además que el día 15 de octubre del mismo mes en cuyo día 1 había arrojado a Claudine al Canal Ille Rance, y antes de ahogarla en la lejía, la precipité de nuevo en las aguas del Orgue, que la arrastraron. La vi pasar por la desembocadura del depósito y fue entonces cuando pedí auxilio.

»Hubo una intensa búsqueda que duró horas, y en un banco de arena, allí estaba mi pequeña, aterida de frío y llorando, pero viva. Había sido un milagro, Dios, quería hacerme saber que no estaba de acuerdo con que yo, su propia madre, fuese quien intentase hacerle daño.

Bauer estaba desconcertado, ese relato no parecía el de alguien fuera de sus cabales; es más, seguía un recorrido lógico.

Y la pregunta que se hizo Denise le aclaró al juez la sospecha de que estaba ante una mujer coherente y lúcida con respecto al asesinato cometido. Nada ni nadie sería capaz de librarla de la guillotina.

Denise seguía explicándose:

—Usted se preguntará ¿por qué?, ¿por qué lo hice? Creo que se trataba de amor, de obediencia ciega, de acatamiento, aunque ya no lo sé. Mi amante André Lavoise me pedía la prueba de mi sumisión, el sacrificio más grande que una madre pueda hacer...

Y ahí empezó para Antoine Bauer el más espeluznante y perverso relato que hubiese escuchado en toda su vida.

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