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Capítulo 16

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Capítulo 16

—Sí, Inspector Jefe… el día 3 de noviembre de 2014…un accidente de tráfico, colisión de una moto que se saltó un semáforo con un taxi, un Skoda Octavia en la calle Sierra del Cadí, a las 2:34 entró la llamada por el 112. Se acercaron para la zona dos ambulancias del Samur, un coche de Policía Municipal, uno del CNP y un coche de bomberos para excarcelar al taxista, que nada más colisionar se estampó contra otro coche que estaba aparcado.

Perteguer escuchaba atentamente el comunicado del operador de la Sala del 091 sin dejar de anotar en una hoja de papel arrugada y reutilizada hasta la saciedad. Después miró a Samir y levantando el pulgar de su mano izquierda hacia él sonrió complacido mientras sujetaba el teléfono móvil entre su hombro y su oreja.

—¿Tenemos en el informe de la actuación qué patrullas acudieron a la llamada?

—Sí… —La voz del operador retumbaba hasta distorsionarse por el altavoz del coche, por lo que Samir bajó un poco el volumen de la emisora—… se lo mando al correo de comisaría…

—Por cierto… ¿se sabe qué pasó con el motorista y el taxista?

Hubo unos segundos de silencio en los que Perteguer imaginó al operador de radio consultando el parte de aquel accidente en el ordenador. Finalmente su voz volvió a sonar por la emisora policial.

—Trasladados los dos al Doce de Octubre, el taxista con molestias en la espalda y el motorista con fractura abierta de fémur, pronóstico reservado. Supongo que ya estarán los dos curados hoy en día.

—Mira, —convino Samir—… me alegro…

—Por cierto, Inspector —añadió el operador de la radio emisora—… estoy viendo en el calendario que ese día le correspondía trabajar a mi turno así que es probable que el coche patrulla del Cuerpo Nacional de Policía que acudió a aquella llamada de emergencia esté esta noche de servicio… Espere que se lo confirmo.

—Sí por favor, estamos a la espera.

De nuevo se hizo el silencio en el coche, y los dos policías emplearon los dos minutos escasos que el operador tardó en contactar con los patrulleros intervinientes en consultar mensajes en sus respectivos teléfonos móviles. Finalmente, confirmó que aquellos estaban trabajando en aquel mismo instante.

—Están de servicio, jefe.

—Pregúnteles si podemos hablar con ellos, muchas gracias.

—Recibido.

* * *

La voz del operador de sala viajó unos kilómetros más al sur hasta llegar a un coche patrulla Citröen rotulado de azul oscuro, abollado en todo su lateral derecho y tuerto de un faro, el delantero izquierdo, y que daba vueltas a una velocidad mínima por una barriada de casas bajas separadas por callejuelas estrechas y en algunos tramos laberínticas.

—A ver… Patrulla 44 de Puente de Vallecas para Central.

La llamada directa sacó del estado de vigilancia-letargo en el que el copiloto había caído en los últimos minutos, tras la enésima vuelta al circuito de calles vacías y deficientemente iluminadas que formaban su sector, y que por suerte o por desgracia, se encontraba aquella noche en una tediosa calma chicha. Agarró el micrófono de la emisora y carraspeó antes de soltar un lacónico: «Adelante para Puente 44».

—Sí… —continuó el policía de la emisora—… Pregunto si pueden entrevistarse con Policía Judicial de Cervantes que les solicita un punto en el Estadio del Rayo Vallecano.

Los dos patrulleros se miraron intrigados y el conductor asintió, mientras daba muy despacio un giro de ciento ochenta grados al coche en una inmensa avenida pero totalmente desértica a esas horas, y se dirigía al lugar especificado por la emisora.

—Recibido, estamos en la otra punta, pero vamos para allá.

En apenas unos minutos el Citroën Picasso azul marino se encontró con el Seat León amarillo enfrente mismo del Estadio de Vallecas. Los dos investigadores, se encontraban fuera del vehículo apoyados en el capó del coche. Perteguer saludó a ambos y tras las presentaciones de rigor, consultó su arrugada hoja llena de garabatos y anotaciones antes de preguntar a los patrulleros.

—Hola chicos, gracias por acercaros y perdonad que os haya sacado de vuestra ruta… quería preguntaros si recordabais un accidente en el que prestasteis asistencia en la madrugada del tres de noviembre del año pasado…

Los dos uniformados se miraron y el conductor, a la postre más veterano, repitió para sí la fecha antes de preguntar a Perteguer.

—¿Dónde?

—Aquí. —Perteguer señaló hacia el estadio de fútbol—. A dos calles, en la calle Sierra del Cadí, un taxista contra una moto…

—¡Ah, sí! —habló el conductor aunque ambos patrulleros asintieron a la vez— sí recuerdo, jefe… el taxista se comió a la moto que se había saltado el semáforo. El chaval voló unos metros y se rompió la pierna por dos partes…

—Cierto… cierto… joder —el otro policía uniformado confirmó con vehemencia las palabras de su compañero—… el chaval hasta que perdió la consciencia pegaba unos alaridos de dolor… como para no acordarme…

—¿Os hicisteis cargo de la llamada?

—No, jefe… —continuó explicando el copiloto—… nosotros íbamos por la Albufera de ronda cuando escuchamos el comunicado por la emisora… nos acercamos y cuando llegamos ya estaba Samur y Policía Municipal. Les preguntamos si necesitaban ayuda y dijeron que ya tenían la calle cortada y habían avisado a bomberos, porque el taxista se había estampado contra un coche aparcado y no había manera de sacarle del coche… el taxista estaba consciente pero con la cara ensangrentada, le había saltado el airbag y todo pero no parecía correr peligro…

—… El de la moto si que tenía peor pinta… —continuó el otro, el conductor del radiopatrulla—… cuando llegamos nosotros el Samur estaba inmovilizándole y hasta que lo sedaron o se desmayó estuvo gritando como un desesperado.

—¿Y qué hicisteis vosotros?

—Pues poca cosa al estar allí los municipales y el Samur, jefe… enseguida salió una llamada de una persecución por la nacional tres.

—Como cada noche… —añadió el conductor.

—Sí, la pira de aluniceros de cada noche… y los municipales dijeron que no nos preocupáramos que ya se hacían cargo del accidente… Lo comunicamos a la emisora y nos fuimos para la persecución.

—¿Y cayó? —Perteguer esbozó una sonrisa como si aquello le recordara viejas aventuras.

—Sí jefe, sí cayó. —El conductor de la patrulla esbozó una sonrisa de satisfacción—… Esa vez no se escaparon…

—Otra cosa es que les pusieran en libertad en el juzgado al día siguiente… —Aunque el que habló esta vez fue el copiloto, los dos patrulleros asintieron casi a la vez con gesto de desaprobación—… te juegas la vida para trincarles y cuando lo haces al día siguiente están en la calle… como siempre… parece que los jueces están a otra cosa por lo que debe ser…

—Como siempre… —insistió el más veterano de los dos—… y la noche siguiente… a volver a robar… pero bueno… supongo que es ley de vida…

—Enhorabuena por vuestro trabajo en cualquier caso. —Convino Perteguer—. Las leyes y lo otro, ya no nos incumbe… Una última pregunta: os sonará un poco raro pero… ¿en qué año habéis nacido?

—En mil novecientos ochenta y tres, jefe… ¿por?

—En el ochenta y siete, el dieciséis de mayo…

Primero respondió el conductor y después el copiloto. Perteguer sonrió y palmeó los hombros de ambos a modo de despedida.

—Nada. Una pregunta estadística. Da gusto ver a patrulleros jóvenes en la calles. Buen servicio, chicos…

—A sus órdenes, jefe…

Los dos policías uniformados subieron al coche patrulla y se alejaron del estadio de fútbol. Cuando el Citröen se vio reducido a un diminuto punto de luz azul en la lejanía, los dos investigadores se introdujeron en su propio vehículo.

—Yo creo que podemos descartarles. —Samir anotó un par de frases en su libreta de tapas de cuero negro—. Y mira que me alegro.

—Totalmente. —Asintió Perteguer—. Ahora a hablar con los bomberos, el Samur y los municipales…

—¿Ahora?

Perteguer miró su reloj y asintió ante la queja de Samir.

—Tienes razón, Samir. Toca descansar al menos esta noche.

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