Darkness

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Darkness

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Salí del cuarto de baño, crucé la habitación y me dirigí a la sala. Este lugar de la casa era amplio. Las paredes eran blancas y en ellas había un par de cuadros adornándolas. Eran preciosos. Uno de ellos era de Charles Chaplin enmarcado en un cuadro de madera. Medía alrededor de sesenta centímetros y me cautivó completamente. El otro era el de una mujer de espaldas, sentada en lo que imagino será una cama (digo imagino porque el cuadro sólo capta hasta la espalda baja de ella cubierta por una sábana blanca), un poco inclinada a la derecha con la intensión de querer mostrar su perfil sin hacerlo y desnuda. Maravilloso. Me encantó tanto que me dieron ganas de dibujarlo. Sí, también dibujo aunque no seguido.

Frente a este cuadro estaba el living. Sillones blanco invierno en forma de “L”, una mesa de madera barnizada en el centro. Un mueble con un televisor encima igual que el que tiene en el cuarto y una planta a cada lado.

Frente al cuadro de Chaplin estaba el comedor. Mesa redonda de madera y cuatro sillas del mismo material.

Detrás de esto estaba la típica cocina americana (esas que son completamente abiertas y forman parte del living), con un mesón, dos sillas altas, muebles colgando de las paredes; todas del mismo tono color café ámbar. Lavaplatos, cocina a gas, refrigerador y otro mesón más pequeño con unas copas y un frutero encima. Lindo.

*******

– ¿Dónde has dormido? –Le pregunté mientras terminábamos de comer.

–En el sillón. Ni te imaginas el dolor de cuello que traigo en estos momentos. –Dijo posando sus manos en éste para comenzar a moverlo en círculos.

–Si quieres puedo masajearte la zona dolorida. –Sugerí tímida.

– ¿Haces masajes? –Detuvo el movimiento de sus manos para preguntar eso.

–Me enseñaron a hacerlos en las clases de ballet, para cuando me dé algún tirón o algo por el estilo.

–Bueno. Probaré tus manos entonces. –Dicho eso se recostó sobre el sofá y comencé con mis masajes.

 

Estaba completamente tenso, lleno de nudos. No me imagino lo que será dormir en un sillón, la verdad es que nunca lo he hecho, mis tíos se han preocupado mucho en ese aspecto; tratan de mantenerme siempre cómoda. Mi tía suele decir que una bailarina debe estar bien descansada y que para eso no hay nada mejor que dormir en una buena cama para estar sin ningún problema de dolor mientras muevo mi cuerpo al compás de la música clásica. Y tenía razón, nunca he sufrido ningún tipo de problema, salvo por los dolores que me provoca dicha danza; poner los dedos en punta y girar sobre ellos es el dolor más grande que he sentido. – Físicamente hablando–. Las zapatillas son un asco y los dedos sangran siempre. Encojo mis dedos de los pies de sólo recordarlo.

 

–Tus manos son maravillosas, Annabelle. –Dice Donald sacándome de mis pensamientos.

–No lo creo, pero al menos te sentirás mejor a como despertaste.

–Eso no se discute. ¿Podrías de una pasadita darme un masaje en la espalda?

–Claro, pero tendré que sentarme sobre ti para hacerte tal cosa.

–Haz lo que sea necesario para que sigas relajándome de esta manera.

 

Hice tal acto y me monté sobre el sentándome en su espalda baja. Paseé mis manos de arriba hacia abajo, de vez en cuando creaba círculos con mis nudillos y daba golpecitos con los lados de mis manos. Su piel era suave y se sentía increíble bajo mi tacto. Estuve así por varios minutos hasta que noté destensado el cuerpo de Donald.

 

–Listo. –Dije al terminar.

–Gracias. –Se volteó si darme tiempo para bajar de él.

 

Me tomó y quedé montada a horcajadas ahora sobre su vientre. Una vez más nuestras miradas se conectaron y mi corazón se aceleró. Sin pensarlo dos veces buscamos nuestros labios desesperadamente para unirlos. Mis manos fueron a parar a sus mejillas y las suyas acariciaban mi espalda. Sin darnos cuenta ya estábamos en la habitación. Ahora era él quien estaba sobre mí. Seguíamos besándonos y acariciándonos.

¡Dios, sus labios eran el cielo!

No sentía ganas de separarme de ellos y mucho menos desligarme de su tacto. Para cuando reaccioné estábamos despojándonos de nuestras prendas; pero cuando estaba listo para hacerme suya se detuvo.

 

–No. No puedo hacerlo. –Dijo bajándose de mí.

– ¿Por qué… por qué no? –Pregunté agitada y desconcertada.

–Porque eres una niña, y yo soy un hombre. Tus padres me meterían fácilmente a la cárcel si supieran que abusé de su pequeña niña.

–No es abuso cuando ambas partes quieren.

–Por favor, Annabelle. –Dijo casi en un inaudible susurro.

–Donald… Yo quiero esto. –Puse mi mano en su hombro para que me mirara.

– ¿Has tenido otros amantes antes? –Negué con la cabeza–. ¿Y quieres que yo sea el primero aun así sin conocerme? –Asentí.

–Nunca había sentido esto.

– ¿Siquiera has tenido pareja antes? –Volví a negar–. ¿Por qué no si eres hermosa?

–Porque nunca me sentí atraída hacia algún hombre, ni física ni emocionalmente.

– ¿Y conmigo que sientes?

–Pasión, deseo, cariño, confianza… Todo en un mismo paquete.

– ¡Maldición! –Gruñó.- Yo siento lo mismo.

–Entonces, ¿Qué te impide a poseerme?

–Tu inocencia. No quiero ser el culpable de robártela y que luego me odies por dármela sin conocerme.

–No te odiaría. –Me quedó mirando como diciendo “tú no sabes eso” –. Está bien, como digas. Al menos por favor, déjame quedarme contigo unos días más.

–Eso puedo concedértelo siempre y cuando guardemos distancia.

–Como quieras.

 

Está de más mencionar que esas palabras no se cumplieron.

Cada ocasión que se nos presentaba la aprovechábamos besándonos y dándonos caricias; incluso, dormíamos juntos en la misma cama, descubriendo nuestros cuerpo, sus manos tocándome y las mías tocándolo a él, pero no hacíamos nada más. Había pasado ya una semana y siempre se retiraba cuando esas enormes ganas de hacerme suya aparecían.

Durante estos días que estuve hospedándome en su departamento me exigió que le contara toda la historia que me llevó a parar al hospital… Mis padres, la boda, mis tíos, todo.

Compartió conmigo su odio hacia Damián; si bien Donald se drogaba de vez en cuando, en ningún momento me ofreció tales sustancias y mucho menos las ingería delante de mí.

 

–Creo que hoy es tiempo de que regrese a casa. –Comenté tendida sobre su pecho mientras estábamos en la cama.

–Será mejor, de lo contrario no dejaran de buscarte. –Mi desaparición fue a parar a las noticias, donde unos “desesperados” padres me buscaban. De esa forma fue que Donald se enteró de mi condición social. De principio creyó que me había fugado de casa de caprichosa nada más, típico berrinche de niña rica, pero en cuanto le dije toda la verdad eliminó ese pensar y me alegró que lo hiciera.

–Te voy a extrañar. –Dije acurrucándome más contra él como no queriendo separarme.

–Yo también. Y aunque no quiero que te vayas, debes hacerlo.

–Lo sé. ¿Te volveré a ver?

–Eso nadie lo sabe. –Agaché mi mirada llena de tristeza–. Vamos no te pongas así. –Besó mis labios.

–No quiero despedirme.

–No lo hagas. No es necesario que digas adiós, así al menos quedará la ilusión de que nos volveremos a ver.

–De acuerdo. –Nos besamos una vez más.

–Es hora de que nos levantemos. ¿Quieres que sea yo quien te lleve a tu casa?

–Me encantaría.

 

Y así sucedió. Nos levantamos y él enseguida me fue a dejar a casa. Primero nos cercioramos de que no había nadie cerca, así él no se metería en problemas. Una vez fuera de la casa, nos escondimos tras un árbol y me acercó a él para besarlo. Fue un beso raro, muy distinto a los millones de besos que nos dimos en su departamento.

 

–Hasta pronto. –Dijo separándose de mí.

–Hasta pronto. –Repetí. Y dolorosamente vi desaparecer a Donald Bouffart de mi vista.

4

Inmediatamente sentí un dolor en el pecho cuando ya no logré visualizarlo más. Habían pasado tan sólo unos segundos sin él y verdaderamente ya lo echaba de menos.

Me quedé sentada bajo ese árbol por arto tiempo, no quería entrar, no quería romper ese sueño que viví a su lado para volver a la lastimera realidad. Sin poder evitarlo lágrimas bajaban por mis mejillas.

¿Desde cuándo yo lloraba? Desde que me sentí vacía sin él.

 

– ¿Dónde demonios has estado? –Dijo una muy enojada voz–. Annabelle, Annabelle responde.

–No le grites a la niña ¿que no te das cuenta cómo está?

–No me digas cómo debo tratar a mi hija.

–Te lo digo porque si mal no recuerdo a TU hija la he criado yo así que le bajas el tono a tu voz inmediatamente o te vas de aquí.

–Por más que hayas sido quien la haya criado, sigue siendo de mi dependencia. Y dentro de muy poco dependerá netamente de Damián, su futuro marido.

 

Más lágrimas abnegaron mis ojos, mis sollozos se hicieron más fuertes, esas cristalinas gotas saladas salían sin control alguno y los gritos que daban mi tía y Gianine se dispersaban.

Pero eso no impedía que me sintiera torturada por las crueles palabras de mi madre.

Sin poder soportarlo más me eché a correr hacia el interior de la casa y me encerré en mi habitación.

Me lancé a la cama y comencé a llorar. Mi cabeza me dolía, sentía ganas de vomitar y mi respiración estaba entrecortada.

Esa tarde ninguna presencia invadió la soledad de mi cuarto. Seguramente tía Isabella le habría prohibido a todo mundo ingresar en ella. Ella me comprendía y me apoyaba de sobre manera.

La noche llegó y yo no hacía más que dejar caer lágrimas por mis mejillas ya heladas por esas gotas. Me dormí solamente porque el sueño me poseyó sin poder evitarlo. Esa noche no pude tener más que pesadillas.

Dos lentas semanas habían pasado. Entre esos días le conté todo a mi tía. –Bueno obviando el hecho de que casi me entregué a un hombre que no conocía–. El colegio era de lo más tortuoso, estaba en temporada de exámenes y estoy segura que reprobé varios, por no decir la mayoría. Damián iba a buscarme a la casa, la tensión era notoria, ni a mi tía Isabella ni a mi tío Stefano le agradaba ese arrogante hombre. ¿Qué pensarían mis tíos de él si supieran que me ofreció pastillas? Probablemente mi tío se mancharía las manos con sangre. Se acriminaría. Para él a pesar de no ser su hija, soy su nena, la niña de sus ojos, su consentida.

Creo que el hecho de ser la única que se interesó por su pasión hacia la música lo hizo sentirse más en contacto conmigo, ya que, sus tres hijos, habían optado por otro rumbo… Médico, arquitecto y uno lanzado a la vida, eran sus futuros herederos. Ninguno interesado en el ámbito musical. ¿Cómo puede alguien no amar la música? ¿Acaso son alienígenas? Lo más probable es que así fuera. La música y el ballet es lo mejor que mis tíos me han podido regalar. ¿Sería esa la mayor razón de su atracción inmediata? Pues sí. Él, músico clásico y ella, bailarina de ballet, excelente combinación, el complemento perfecto, la media naranja de cada uno.

“No hay ballet sin música; ni hay música si no existe una danza que la interprete con el cuerpo”, había dicho tío Stefano una vez.

Vaya que razón le encontré a esas sabias palabras.

*******

Ya un mes ha transcurrido y yo no volví a saber de él. Hasta el día de hoy no he vuelto a ver esos hermosos ojos azul cielo, ni había vuelto a saborear aquellos labios que me inundaron de pasión.

¿Lo extrañaba? Jodidamente.

¿Volvería a verlo? Esperaba que sí.

Terminaba mi clase de ballet y yo me alistaba para retornar a casa. Me cambié de ropa, guardé mis tutús y zapatillas y salí del estudio. Una vez afuera mi imaginación había logrado que me fallaran las rodillas. Me imaginé a Donald parado al lado de un auto, pero para cuando un bus pasó, su silueta se evaporó. Estoy volviéndome loca. –Me susurré a mí misma–. He soñado tanto con él que ya creo verlo.

Agité mi cabeza para así eliminar todo tipo de pensamiento y comencé a caminar. La casa quedaba un poco lejos. Habría tomado un taxi camino a casa pero los detesto. Prefiero mil veces andar kilómetros antes de subirme a esas cosas. ¿Soy una rara por eso? Digo, ¿Qué mujer no prefiere montarse en un taxi o subir ascensores para no cansarse? A toda aquella que le guste la comodidad. Yo no soy así. Siempre opto por lo difícil, por lo cansador. Tengo ese pensar que si las cosas no cuestan conseguirlas o alcanzarlas no vale la pena. Y yo quiero un cuerpo tonificado para el ballet y la caminata me ayuda mucho con ello. Dirán, claro ¿qué sabe una niñita que lo tiene todo? Verán, al colegio que voy las chicas son unas presumidas, arrogantes como el bastardo de Damián y amantes del dinero como mi madre. Odio esa clase de actitudes ¿Para qué comportarme igual? Sería estúpido y está fuera de mí.

Me siento en un pequeño parque que encontré. Estoy cansada y mis piernas ya comenzaban a flaquear. “Eso me pasa por ser tan terca.” –Me dije en voz alta.

 

– ¿Te estás regañando a ti misma? –Me interrumpió una voz con timbre risueño. Me sobresalté.

–Eso no es asunto su… ¿Tú? –Dije asombrada.

–Cuanto tiempo, Annabelle.

–Un mes.

–Exacto. Un mes sin ver esos ojos negros que solo tú posees.

– ¿Cómo…?

– ¿Supe dónde estabas? –Terminó la pregunta por mí. Asentí–. Llevo siguiéndote los pasos muy de cerca. –Se sentó a mi lado y enseguida mi corazón se aceleró–. ¿Me has extrañado?

–Preguntó él acercándose cada vez más.

–Como estúpida. –Rió ante mi respuesta.

–Yo también te he extrañado. Cómo nunca creí que lo haría. –La sonrisa volvió a mi rostro en ese momento–. He extrañado tu olor. –Olfateó mi perfume–. Tus ojos. –Me miró fijamente–.

Tus manos. –Las tomó–. Tus caricias. –Recorrió mi cuerpo con las yemas de sus dedos y mi piel ardió–. Y tus labios. –Susurró en mi boca–. Me han hecho falta tus besos.

–Donald… -No me dejó terminar la frase y estampó sus labios con los míos.

 

Dios, me sentí completa otra vez después de un mes. Me dejé llevar por esas calientes sensaciones. Nos miramos a los ojos y sin decir ni una sola palabra el cogió de mi mano y me dirigió a su auto. En ningún momento pregunté hacia dónde me llevaba, la verdad no me interesaba en lo más mínimo; con sólo tenerlo en el mismo lugar bastaba.

Se estacionó en un parque alejado de todo, era hermoso en realidad. Sin perder tiempo nos pegamos desesperados buscando los labios del otro. Lo necesitaba, ambos lo necesitábamos.

Silenciosamente comencé a bajar mis manos y a meterla bajo su camisa; su piel era caliente y ardió más bajo mi tacto. Él gimió y de un sólo movimiento me trasladó hacia el asiento trasero.

Mi cabeza daba vueltas. Parecía gata en celo con él. Me dejé llevar por el deseo y de manera tonta e inexperta comencé a desabrochar su pantalón y él imito mi acto.

 

–No. –Jadeó. Deteniendo mis manos.

– ¿No qué? –Mi pregunta salió con una notable voz entrecortada.

–No puedo permitir que tu primera vez sea en la parte trasera de mi auto.

–No me importa el lugar. –Me estaba comportando como una libertina. ¡Maldición y no lo era! Pero con él perdía los estribos.

–A mí sí me importa. –Dijo incorporándose en el asiento–. Me alaga que quieras que sea yo el primero. Créeme que me siento honrado.

–Donald… –Dije avergonzada.

–Tú me estas ofreciendo tu inocencia, al menos permíteme hacer que sea especial. –Mi pecho se inflamó y lágrimas empezaron a acoplarse bajo mis ojos.

–La persona es quien lo hace especial, no el lugar. –Comenté firme–. Quiero ser tuya.

¡Reclámame como tal!

–Nena. –Murmuró contra mis labios acariciando mi mejilla–. Te reclamé como mía ese día que te encontré en el asfalto. –Mi pulso se aceleró.

– ¿Entonces? –Me miró exigiendo que siguiera hablando–. Sácame de aquí Donald, llévame a tu departamento y hazme el amor. Termina con tu reclamo.

– ¿Estás segura Annabelle? –Asentí–. Después no se podrá volver el tiempo atrás. Si te poseo hoy, mañana dejarás de ser una niña y pasarás a ser una mujer… Mi mujer. –Mi corazón se aceleró al escuchar ese “mi mujer”.

–Estoy segura que eso es lo que quiero.

–De acuerdo. –Sus ojos brillaron de lujuria y los míos de ¿Amor? Es lo más probable.

 

¿Cómo podía alguien anhelar, desear tanto una persona a los minutos de conocerla? No tengo idea. Encima esas ganas en vez de desvanecerse aquel día que dejé de verlo hace ya un mes, se han intensificado.

Arreglamos nuestras ropas, nos acomodamos en nuestros respectivos asientos, me lanzó una mirada como preguntándome ¿Estás lista? Yo con el brillo de mis ojos le respondí que lo estaba, y me sacó de allí.

No sé si eran nervios lo que crecía dentro de mí. Tal vez era ansiedad, curiosidad, ¿Miedo a lo desconocido? No, con Donald sentía de todo menos miedo. Él brindaba confianza y con nuestras manos entrelazadas firmemente, me demostró que cuidaría de mí.

Una vez aparcados fuera de su edificio, salimos rápidamente del auto y corrimos ansiosos hacia el departamento número treinta y luego a su habitación.

Él se sacó su camisa y yo quedé anonadada mirando hacia la cama.

 

– ¿Estás bien? –Preguntó tomándome de la cintura y apegando su torso a mi espalda.

–S-sí. –Susurré tartamudeando.

–No te obligaré a nada, Annabelle. -¿Por qué me gustaba tanto mi nombre en sus labios?

Nunca dejaba a nadie llamarme Annabelle, odiaba tal nombre y que Donald lo pronunciara, eliminó todo ese odio.

–Yo quiero hacer esto. Ya te lo he dicho.

–Has convivido conmigo tan solo una semana, pasó un mes sin vernos y aun así no has cambiado de opinión. ¿Por qué?

–Porque… yo…

– ¿Me quieres? -¿Lo quería? No. Era algo más. ¿Lo amaba? Profundamente. Sin embargo no se lo diría, no ahora, no hoy. Eso solo provocaría que él salga huyendo. Tener a una niña de dieciséis años, ofreciéndose descaradamente a que la haga suya, ya es mucha responsabilidad–. Dímelo Annabelle, ¿Me quieres?

–Sí. –Susurré agachando la mirada.

–Bien. Porque yo también te quiero. –Me volteó para quedar de frente a su rostro y besó mi cuello.

 

Lentamente iba deslizando de mis brazos mi chaqueta hasta lanzarla lejos, luego cogió de mi remera y la levantó hasta despojarme de ella e hizo lo mismo con mis jeans dejándome solamente cubierta por la aburrida ropa interior. Él hizo lo mismo hasta quedar a la par conmigo. Y me besó.

Nos tumbamos en la cama y comenzó el juego.

Caricias.

Mordidas.

Besos.

Jadeos.

Suspiros.

La habitación estaba en llamas y eso que aún no me hacía suya ni nos desnudábamos completamente. Aunque no pasó mucho tiempo para que esto último se efectuara.

Ya una vez sin prenda alguna entre nosotros empezó a estimularme. El deseo se incrementó pero así mismo aumentó mi miedo.

 

– ¿En serio quieres esto? –Preguntó con voz ronca debido al deseo.

–Más que nada. –Susurré yo con el mismo tono de voz.

– ¿Y por qué esa mirada de pánico y duda?

–Tengo duda de saber si me va a doler o no y es esa misma razón que me provoca pánico.

–Dolerá, Anna. –Afirmó-. Trataré de ser delicado para que no sea tan fuerte el dolor.

–Gracias. –Acarició dulcemente mi mejilla, fijó sus ojos en los míos y sentí su glande explorar en mi entrada.

 

Sin darme tiempo ni de pensar se hundió en mí. Dolía. Demonios, demasiado. Solté un grito desgarrador y enterré mis uñas en su espalda. Para cuando comenzó el vaivén de sus caderas una lágrima rodó por mi mejilla, mi mentón temblaba y creí que moriría de dolor. Me aferraba fuertemente a sus caderas, a su espalda, a sus hombros. Él ahogaba mis gritos/gemidos con sus labios. Besándome posesivamente. Sus embestidas aumentaban el ritmo a medida que transcurría el reloj. Jadeaba y gemía en mi oído. ¿Se habrá dado cuenta de lo mal que yo lo estaba pasando? Lo dudo. Sus movimientos y gritos guturales me decían que él estaba excitado. Disfrutando de la unión de nuestros cuerpos. Dios, quería que terminara. Tras unos agonizantes quince minutos le dio fin a este acto sexual explotando en mi interior.

Salió cuidadosamente de mí y yo automáticamente me puse en posición fetal dándole la espalda. ¿Habrá notado que lloré mientras me hacía el amor? Aun lloraba. El dolor punzante fue terrible. Él trató de abrazarme y yo me aparté.

 

– ¿Sucede algo?

–No quiero que me toques. –Dije con la voz cortada.

– ¿Por… por qué? –Preguntó preocupado rozando mi hombro.

–Te dije que no me toques. –Me levanté de un salto de la cama arrastrando la sábana conmigo. Tanía las piernas temblorosas. Una mancha de sangre fue lo que vi a continuación–.

¿Qué… qué me has hecho? –Pregunté horrorizada.

–Te hice mía. Eso es lo que querías, lo que ambos queríamos.

– ¡Dijiste que serias suave, que cuidarías de mí y me has hecho daño! -Grité –Yo… Yo… Lo siento.

–No me importa. No quiero que me vuelvas a tocar. –Recogí mi ropa del suelo y me fui al cuarto de baño a vestir.

–Annabelle. –Gritaba Donald al otro lado de la puerta–. Annabelle ábreme por favor. –Solo abrí la puerta una vez que estuve completamente vestida. Crucé la habitación sin mirarlo y salí del lugar.

 

Corrí y corrí, mientras más gotas salinas salían de mis ojos. ¿Habré exagerado?

Rotundamente. Pero el dolor punzante y la sangre en las sábanas me hicieron actuar de esa manera.

Llegué a la casa y agradecí que sólo estuviera nani en ella. Le grité desde la entrada que había llegado y subí a mi habitación. Me puse a pensar en lo experimentado recién, en nuestros cuerpos unidos, en la suavidad de su piel, el dolor al entrar en mí. Recordé sus ojos, llenos de preocupación y desconcierto al gritarle que no me volviera a tocar y se me congeló el corazón. Ahora, él nunca más querría saber de mí.

*******

–Tía, ¿Puedo hacerte una pregunta? –Dije mientras ella peinaba mi cabello preparándome para mi presentación de baile.

–Claro, cariño.

– ¿Cómo es perder la virginidad? –Pregunté tímida–. Digo, ¿Qué se siente?

– ¿A qué viene tu pregunta?

–Curiosidad nada más.

–Bueno. La primera vez nunca es buena. Hay mucho dolor de por medio, trauma, sangre.

– ¿Sangre?

–Sí. Cuando uno se entrega por primera vez a alguien, sangras. Eso demuestra que ya has dejado de ser una niña. – ¡Tonta! Dijo mi voz interior.

– ¿Y eso es normal?

–Por supuesto nena. Tal vez te asuste lo que te acabo de decir pero, no tendrías por qué.

¿Me estás preguntando todo esto debido a que te casarás?

–Emm sí, es por eso.

– ¿Estás segura que es por eso?

– ¿Por qué otra cosa sería?

–Dímelo tú.

–Sólo es eso tía, de verdad.

–Te creeré. Ahora toma tus cosas, se te hará tarde. –Besé su frente y me fui.

5

– ¿Podemos hablar? ¿O saldrás corriendo otra vez? –Donald llevaba días yéndome a buscar a la academia, al colegio, a la casa. Y yo cada vez que lo veía arrancaba como una cobarde.

–No tenemos nada de qué hablar. –Dije fría y alejándome de él.

–Por favor. –Me detuvo agarrándome de la muñeca–. Necesito hablar contigo.

– ¿Sobre qué?

–Mírame. –No lo hice–. Annabelle, mírame. –Tomó mi barbilla y me obligó a mirarlo–. ¿Por qué me esquivas?

–Yo…

–Sé qué piensas que no te cuide al momento de hacerte el amor pero te dije que dolería.

Cometí el error de no preguntarte acaso estabas bien mientras lo hacíamos y te juro me arrepiento.

–Donald…

– ¿Ya no me quieres? –Sí, más que antes, pensé–. Respóndeme. ¿Ya no me quieres?

–Por favor. –Susurré.

–Por favor qué.

–Déjame ir.

–No. Eres mía, Annabelle. Te reclamé como tal. Tú me lo pediste. ¿Por qué huyes de mí ahora? –Porque me siento tonta, inmadura y… enamorada.

–Suéltame. –Pedí una vez más.

–No. –Me aferró más contra él y rozó nuestros labios. Sollocé sobre ellos–. Te he extrañado. No dejo de pensarte ¿Qué no entiendes que me haces falta?

–Déjame en paz, Donald, por favor.

–Primero respóndeme algo.

– ¿Qué cosa?

– ¿Dejaste de quererme?

–Nunca. –Al contrario.

– ¿Entonces? No me alejes. Yo… yo te quiero, Annabelle. Demasiado. Es más, creo que me enamoré de ti. – ¿QUÉ? Mi corazón dejó de latir en ese preciso momento.

–No juegues conmigo. No de esa manera.

–No estoy jugando, nena.

–Es imposible.

– ¿Por qué? ¿Por qué nos conocemos haces dos meses, hemos estado juntos una semana como pareja y te he hecho mujer?

–Porque tengo dieciséis años, soy una niña y tú eres un hombre de veintitrés.

–No eres una niña, Anna. Eres una mujer, eres mi mujer. Por favor, amor.

–No me llames así.

–Anna, yo te amo.

–Sólo te sientes comprometido por haberme hecho mujer.

–No, no es así. Dame una oportunidad, permíteme demostrártelo. –Pegó sus ojos color cielo a los míos ¿Cómo poder negarme cuando me mira de esa manera? Pierdo fuerza cuando lo hace.

– ¿Qué quieres de mí?

–Todo. Tu presencia, tu amor, tu inocencia, tu cuerpo, todo.

–No puedo. Tengo miedo.

– ¿De qué? ¿De mí?

–No. De no poder entregarme a ti nuevamente. De dejar que el recuerdo de ese dolor punzante en mi interior me impida hacerlo.

–Déjame mostrarte que no será así. Se mía una vez más. Si sigues igual a como estas ahora… Dejare de molestarte. – ¡NO! Maldita sea yo no quería eso. Lo quería en mi vida.

Junto a mí. Dentro de mí. Él acababa de decir que me amaba ¿Por qué yo no hacía lo mismo?

–Voy a casarme ¿Se te ha olvidado eso?

–No me importa. Es más ni siquiera sé si seré capaz de permitir tal cosa.

–No puedo impedirlo. Es lo usual, tú lo sabes.

–Tu tía no lo permitirá.

–Ella no puede hacer nada, Donald, entiende. Esto es una estupidez. Separémonos ahora, será menos doloroso.

–NO QUIERO. –Me tomo en sus brazos, me aferró a su cuerpo y me devoró la boca. El beso se intensificó y gemí en sus labios.

– ¿En… en serio… me quieres? –Pregunté más que agitada.

–Te amo. No te quiero. –Siguió con el beso.

–Sácame de aquí, Donald, llévame contigo, hazme tuya una vez más. –No hubo necesidad de repetirlo.

 

Fuimos a su departamento y me hizo suya una y otra vez. Dolía al comienzo, pero a medidas que pasaba el tiempo, el dolor se transformó en placer. ¿Me había sentido alguna vez tan plena? No, nunca, salvo ahora que estaba entre sus brazos, en su cama.

La noche se había asomado, mis tíos no estarían en casa hoy y mañana le explicaré todo a nani así que las cosas se me habían facilitado para pasar la noche con él.

Me estaba haciendo el amor una vez más. Fue el paraíso. Creo que toqué el cielo con las manos. Sentir el calor de su cuerpo, la suavidad de su piel mientras él embestía delicadamente en mi interior fue una sensación inigualable. Estábamos ahí, amándonos en su cama, palpando nuestros cuerpos, disfrutando la unión de estos mismos y llevándonos directamente a un clímax que nos prometía el nirvana.

 

–Te amo. –Me decía él una y otra vez en mi oído.

–Te amo. –Solté yo con un jadeo. Él penetró más profundo al escuchar esas dos palabras.

Estábamos eufóricos, a punto de ver explotar fuegos artificiales.

–Dímelo. –Exigió–. Dime que me amas otra vez.

–Te amo.

–Repítelo. –Fue más rápido.

–Oh dios. ¡TE AMO! –Grité al momento del clímax. Nos miramos a los ojos y caímos rendidos.

 

Después de eso no supe nada más, caí en un profundo sueño. Para cuando desperté, yo estaba sobre su pecho, con uno de sus brazos rodeándome la cintura y él aun dormía. Sin hacer el más mínimo ruido me levanté de la cama, me vestí y me fui a mi casa. Claro que antes de irme le dejé una leve nota.

 

“Se me ha hecho tarde, tengo clases.

Gracias por esta hermosa noche, nunca la olvidaré Adiós… Te amo. -A”.

 

Tomé un autobús puesto que no quería atrasarme más de la cuenta, entré silenciosamente para que nadie me descubriera pero no contaba con la presencia de dos personajes.

 

– ¿De dónde vienes, Annabelle? –Interrogó mi madre.

–De casa de una amiga. –Mentí.

– ¿Qué amiga?

–Ninguna que a ti te importe.

– ¿Te estás revolcando con alguien? –Me detuve al oír esas palabras salir de su boca.

Volteé.

–No porque tú lo hagas quiere decir que yo haré lo mismo. –Dije con cólera. Una bofeteada llegó a continuación.

–No me faltes el respeto, señorita.

–No es necesario, Gianine. Con todo lo que te lo faltas tú es más que suficiente. –Iba a bofetearme una vez más pero otro brazo se lo impidió.

–Señora, por favor, ya basta. –Dijo nani–. Deje a mi niña en paz, es verdad todo lo que ella dice. Ella me había avisado que no llegaría y se me había olvidado completamente.

–Como sea. –Dijo mi adorada madre.- Vine sólo porque Damián quería verte. –Se hizo a un lado y lo apuntó.

–Ah. Tendrá que esperar, tengo que arreglarme para ir a clases de música. –Me dirigía a mi cuarto.

–No irás. –Interrumpió ella mi andar.

– ¿Cómo que no?

–Ya di aviso de que faltarías hoy y no se han hecho problema.

–Tal vez a mi si se me haga problema.

–Lo que tú quieras aquí no importa. –Escupió ella–. Te quedarás en casa a hablar con tu prometido. Punto final.

–Maldición. –Murmuré para mí–. Al menos permíteme ir a cambiarme de ropa.

–Sí, hazlo. Ponte ropa decente aunque sea una vez.

–No estés molestando, Gianine. Yo me visto como quiero.

–No es esta ocasión. Te he comprado algo y quiero que lo uses. Está en tu cama.

 

¿Les confieso algo irónico? Si bien soy bailarina clásica y toco instrumentos clásicos, soy toda una rockera para vestirme. El famoso dicho de “Las apariencias engañan” es totalmente cierto, yo soy prueba viviente de ello. Por eso mamá odia todo de mi closet, dice que mi manera de vestir no es digna de alguien de mi clase social. Varias veces la descubrí tratando de tirar mi ropa a la basura pero se lo impedí.

Realmente es molestoso tenerla acá en casa de mis tíos, encima con ese bastardo al que llama “mi prometido”.

 

– ¿Te pasa algo? –Preguntó él mientras estábamos paseando por tal hermoso jardín como es el jardín de mi tía.

– ¿Te ha gustado verla golpearme?

– ¿De qué hablas?

–De lo cobarde que has sido. La viste abofetearme, insultarme y con ganas de volverme a abofetear y tú no hiciste nada.

–Es tu madre.

– ¿Y el hecho de que así sea te ha impedido oponerte? Sabía que eras un poco hombre pero no estaba consciente del nivel.

–No hables así de mí, Annabelle.

– ¿O qué? ¿Me vas a poner una mano encima igual como lo hizo ella?

–Seré tu esposo para hacer de ti lo que se me plazca.

– ¿Y eso implica poner tus sucias manos sobre mí para castigarme? Lamento ser una adolescente decidida y con carácter. Tú te metiste en esta situación, así que ahora te aguantas. No soy una mujer que se deje persuadir, ni dominar. ¿Tú quieres ser mi futuro esposo? Bueno. –Me respondí a mí misma sin dejarle a él responder–. Así como estás tan dispuesto a arruinarme la vida con tu más que irritante presencia, no te queda de otra que aguantar que yo te la joda a ti.

–Deberás cambiar ese carácter tuyo que posees. Y yo me encargaré de eso te lo aseguro.

Ahora termina de comer.

–No tengo hambre. –Dije a secas. Me levanté del lugar y me dirigía al interior de mi casa–.

Es tarde, deberías irte ya. –Dije volteándolo a ver. Escuché como lanzaba un gruñido y me fui de ahí dejándolo solo.

6

Dos meses más han pasado. Donald y yo estamos juntos; claro que a escondidas. Me he vuelto una mentirosa profesional desde que estoy con él. Les miento a todo el mundo… a mis tíos, diciéndoles que me quedaré en casa de alguna compañera; le miento a nana, ocultándole mi noviazgo con Donald; y le miento a Damián. Mientras él esta tan ocupado preparando, buscando, y escogiendo lugares para la ceremonia en compañía de mi madre; yo estoy en casa de Donald amándonos de todas las maneras.

*******

Estaba alistándome para una clase más de ballet, tenía presentación a fin de mes y estaba más que ansiosa porque Donald iría a verme. Siempre me decía que le encantaría saber cómo bailo y todo eso y; por vergüenza, jamás le permitía ir, pero ya llevamos alrededor de cuatro meses juntos en total así que debo dejar la cohibición de lado.

Todo ha marchado muy bien, nadie sospecha nada de nosotros y mucho menos notan algo raro en mí, aunque la verdad, es que yo si me siento extraña. Hace un poco más dos meses, he comenzado a sentir malestares: mareos, náuseas, cansancio y uno que otro momento de vomito en el baño.

¿A qué se debe? En realidad no lo sé.

¿Me habré contagiado de algo? No lo creo.

Hay días en los cuales estoy concentradamente danzando y me viene un mareo tan enorme que me provoca desmayos. –Debe ser el estrés–. Dice mi vocecita interior. Además no me he estado alimentando bien debido a que quiero que mi presentación salga perfecta y el traje me quede impecable.

Recordé dicha presentación y me puse a bailar quitando todo pensamiento de mi mente.

La clase concluyó bien, excelente me atrevo a decir y Donald pasó por mí al final de ésta como solía hacerlo diariamente.

Estábamos hablando de cosas triviales mientras él fumaba su cigarro. El olor era un tanto asqueroso y dejaba el aire más que pesado pero, el simple hecho de que él lo provocara, me hacía aceptarlo.

 

– ¿Algún día me llevarás a esos lugares donde tocas con tu banda? –Le pregunté mientras me servía un vaso de jugo.

–Me encantaría pero eres menor de edad, nena, y en esos sitios no puedes entrar.

– ¿Te molesta eso?

– ¿Qué cosa?

-Andar con una bebé.

–No digas tonteras, Annabelle. Yo estoy contigo porque quiero. Nadie me obliga a estar a tu lado, y nada me impide dejarte.

– ¿Qué quieres decir?

–Lo que escuchaste… me refiero a que si estoy contigo es porque te amo, sin importar la edad que tienes. Si bien me gustaría salir contigo, llevarte a mis presentaciones y poder visitarte libremente; me conformo con esto, con tenerte en mi vida, aunque eso signifique llevar una relación a escondida de los tuyos.

–Sé que es difícil, sobre todo por la situación en la que nos encontramos. Si bien ahora soy sólo tuya, dentro de un tiempo no muy lejano seré de alguien más y lo nuestro llegará a su fin.

– ¿Por qué estás diciendo todo esto? –Preguntó con un toque de ira en su voz.

–Porque es la realidad. Yo voy a casarme y ningún hombre aceptará llevar una relación con una mujer casada.

–Yo no soy como los demás.

–Lo sé. Pero me amas, y en cuanto ese momento crucial se lleve a cabo, comenzarás a celarme y los celos no llevan a nada bueno. Por las noches cuando yo no esté a tu lado, te preguntarás qué es lo que estoy haciendo; acaso me estaré entregando a él esa noche, o cualquier otra; comenzarás a pasarte rollos, a imaginar cosas y eso, al final de cuenta, terminará con todo lo que existe hoy.

–Vámonos de aquí. –Soltó sin más.

– ¿Qué? –Pregunté congelada.

–Lo que oíste. Vente conmigo a Estados Unidos, dejemos atrás todos estos obstáculos, creemos una vida juntos.

–Tú perdiste la razón.

–Tú me la has robado. –Agregó–. Por favor, Annabelle, arriésgate por mí, apuesta por lo nuestro. –Suplicó.

–No puedo hacerlo, no puedo dejar mis estudios a medias, mi futura carrera de bailarina de lado, no puedo dejar a mis tíos.

– ¿Estás segura que es sólo por eso?

– ¿De qué hablas?

–De que a lo mejor las constantes visitas de ese idiota han surgido efectos.

–Se más claro, Donald. –Dije al borde de perder la paciencia.

– ¿Quieres que sea más claro, mi amor? –Dijo con cierta cantidad de ironía en su voz. Yo sólo asentí–. Tal vez Damián te gusta.

– ¿Te das cuenta de la estupidez que estás diciendo? –Grité.

–No es una estupidez.

–Tienes razón, no lo es. Es una ENORME estupidez lo que acabas de decir.

– ¿Has dejado que te toque? –Escupió las palabras.

–No puedo crees lo que acabo de escuchar. –Me volteé y traté de alejarme pero él me lo impidió.

–Respóndeme, maldita sea. –Tomó fuertemente de mi muñeca izquierda.

–Me estás lastimando, Donald.

–Responde de una vez, Annabelle. –Gruñó.

– ¡NO! –Grité–. Nadie aparte de ti me ha acariciado, nadie más que tú ha sido dueño de mi cuerpo. No puedo tan siquiera digerir tus palabras. –Me solté de un solo tirón de él al borde las lágrimas.

–Anna, mi amor yo…

– ¿Te das cuenta? –Lo interrumpí–. Aun no me he desposado y tú ya estás haciéndome esto.

–No… No sé lo que me pasó.

–Dudas de mí, eso es lo que pasa. ¿Piensas que me acosté con él? ¿En serio crees que lo haría?

–No lo sé.

–Piensa lo que quieras.

 

Me disponía a irme de allí con un corazón destrozado. El hombre que amaba no confiaba en mí. ¿Acaso me creía una puta que se acuesta con todo el mundo? Dolorosamente caí en cuenta; Donald, dudaba de mí, de mi amor. Enfadada atravesé la sala de estar y un mareo invadió mi tembloroso cuerpo. Fui rápidamente al baño, me miré al espejo y me sorprendí de mi reflejo. Mi cara estaba pálida, mis ojos hinchándose a medida que caían las salinas gotas de ellos, rojos, debido a ese acto. Mi cuerpo temblaba por los constantes escalofríos de lo recorrían, un fuertísimo dolor en el vientre hizo que me retorciera, grité, grité desgarradamente y no aguanté más… perdí la conciencia.

*******

Al momento de reaccionar me encontraba nuevamente allí… en un hospital. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy aquí? Mi cabeza me arde, mi cuerpo está brutalmente dolorido, y apenas puedo moverme.

 

–Anna. –Susurró Donald al darse cuenta de mis ojos abiertos–. ¿Cómo te sientes?

– ¿Qué hago aquí otra vez, Donald? –Su expresión se volvió seria.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– ¿Decirte qué?

–Lo del bebé.

– ¿Bebé? ¿De qué bebé me estás hablando?

–Del hijo que hospedaba en tu vientre, de tu embarazado.

– ¿Emba… embarazo? No, no es posible.

–Sí lo es.

–O sea que… ¿Vamos a ser padres? –Pregunté asustada–. No puede ser, Donald. –Grité histérica–. No puedo estar embarazada…

–Anna…

– ¿Qué le diré a mi familia? ¿A mis tíos? Dios mío. –Solté en llanto–. Mamá va a matarme y mi tía se sentirá decepcionada de mí. –Seguí diciendo, ignorando que él me hablaba.

–Anna. Mírame. –Lo hice–. No vamos a ser padres. –Dijo con la voz entrecortada y contendiendo las lágrimas.

–No entiendo. –Seguí sollozando.

–Has perdido al bebé. Ya no seremos padres. –Y dejó salir esas lágrimas amenazadoras.

–Se… Se ha… Se ha muerto. –tartamudeé.

–Lo siento mi amor. –Me abrazó–. El doctor dice que se debió a tu mala alimentación y a tu constante entrenamiento con el ballet.

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