Dark

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Capítulo 1

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Empieza, siempre, en las sienes, una palpitación casi imperceptible al principio, y en el momento preciso en que la reconoce, ese latido empieza a crecer hasta que siente que la cabeza le va a estallar y la vista se le nubla y la distancia entre él y los objetos que lo rodean vacila y el brazo que extiende hacia el teléfono tarda en llegar y el número del servicio médico de urgencia no aparece en la lista que sin embargo sabe que ha incorporado a la memoria del teléfono. Pero no es solo la cabeza. El pecho replica el palpitar de las sienes, el tórax se estrecha y las costillas oprimen algo que solo se le ocurre llamar corazón, no puede respirar y por la boca abierta no entra el aire. Sale a la puerta de calle, impulso que a la mañana siguiente le parecerá ridículo, no quería que lo encontrasen muerto cuando derribaran la puerta días después de no verlo, y está sentado en el umbral ante la vereda cuando llega el médico, es decir que finalmente logró dar con el número de teléfono que parecía inhallable, y pudo hablar para pedir auxilio, y en ese instante recuerda que en otras ocasiones el electrocardiograma nunca detecta huella de infarto, ni siquiera de preinfarto, y que solo meses más tarde, cuando se resigna a seguir la indicación de su médico a no volver a llamar al servicio de urgencia que solo atina a darle un somnífero tan fuerte que lo deja estúpido parte del día siguiente, solo entonces oirá hablar de ataque de pánico al aceptar ponerse en manos de otro médico cuya especialidad siempre le infundió desconfianza, psicólogo, psicoanalista, psiquiatra, cómo confiarle su alma a alguien que no haya leído a Dostoievski o a san Agustín, pero acepta de todos modos obedecer a su dictamen y someterse a un psicofármaco que muy pronto abandonará para buscar y hallar remedio en las palabras, más bien en el hecho de escribirlas apenas se anuncia la crisis, de ponerlas en cierto orden. Acude al cuaderno o a la pantalla y escribe algo que uno o dos días más tarde podrá parecerle desechable, o al contrario, lo sorprenderá revelándole que ha descendido a una oscuridad relegada, y comprueba no sin vergüenza que había elegido suprimirla, que nunca se habría atrevido a convocarla fuera de esas noches de espanto, en ese estado que otros llaman de normalidad y él ya ha entendido que es la solapada censura a la que ha cedido su vida cotidiana.

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