Damian

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Capítulo 25

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Capítulo 25

Julián

Paloma entra a la habitación y cuando ve a su hija empieza a gritar.

No tengo tiempo que perder con ella, es sólo un pequeño obstáculo en mi camino.

La miro con desdén mientras llora y acaricia a Blanca.

—Eres un monstruo —solloza.

—Sal de mi camino —la muevo abruptamente.

Como una hiena se abalanza sobre mí y grita tan fuerte que me duelen los tímpanos: —¡Ella es mi niña, no dejaré que la lastimes de nuevo!

Me importa un carajo de quién es la chica. Blanca es mi mujer. Su padre me lo dio a cambio de mi lealtad y ciertamente no será una vieja prostituta que me impedirá reclamar lo que me corresponde. La agarro por el cuello hasta que golpea la pared.

—Sal del medio, estoy hasta los cojones —repito mirándola directamente a los ojos.

La perra lanza una patada hacia mi ingle, pero evito que golpee con facilidad, a pesar de esto no se rinde y salta a mi cuello clavando sus garras.

Maldita.

—La casa está rodeada, no tienes escapatoria Julián. El hombre de Blanca viene a buscarte —exclama cansada.

Saco mi arma y le pongo el cañón en el abdomen: —yo soy el hombre de Blanca. —Aprieto el gatillo. Descargo dos tiros y cuando veo que la vida cesa, la dejo caer al suelo. Si Damian Montero cree que se está quedando con lo mío, se equivoca. No voy a asistir al asalto y Taylor es una idiota si cree que me matarán por ella. Miro a Blanca y sé que no puedo llevármela conmigo, eso dificultaría mi retirada, pero volveré y entonces le haré entender quién es realmente su amo. Tengo un plan en mente, será divertido, sólo tendré que esperar a que las cosas se calmen.

Damian

Al acecho, a las afueras de Villa Cortes, verifico que todos estén en su lugar. En sólo cuatro horas Carlos logró armar un gran equipo. Él y yo seremos los primeros en entrar por la puerta principal atrayendo toda la atención, Gabriel, Adrián y otros tres hombres irrumpirán por la ventana de la izquierda, mientras que Kris liderará el ataque entrando desde la terraza de la derecha.

Sólo tengo un objetivo: encontrar a Blanca.

—A mis tres —dice Carlos en voz baja. Levanta la mano para que otros también puedan verla y comienza a contar hacia atrás con los dedos.

Mi corazón late rápido, estoy cargado de ira y adrenalina.

—Tres, dos, uno, ¡adelante!

A partir de ese momento, sólo se escuchan las ráfagas del MP7, intercaladas con gritos. Corro hacia la entrada mientras veo caer a los hombres de Cortés. Hemos estudiado la planta de la villa, pero no sabemos dónde tienen a Blanca. Estamos adentro. Alguien golpea mi brazo y deja caer mi arma, ¡maldita sea! Carlos todavía está ocupado disparando hacia el jardín. Golpeo al tipo con una patada en la cara haciéndole caer de rodillas, el hombre agarra con las manos su cabeza entumecida e intenta levantarse. Para rematarlo, le golpeo de nuevo, pero me atropella un tren de carga: un matón de al menos ciento treinta kilos me lanza contra la pared de entrada. MI hombro derecho palpita de dolor, pretendo deslizarme al suelo y sorprender al gigante con un placaje que lo hace rodar a tierra, lástima que el desgraciado es capaz de agarrarse a mi camisa arrastrándome con él. Intento poner un codo en su estómago, pero me agarra del brazo y lo usa como palanca para levantarse, apoyando su pie y todo su peso en mi rodilla izquierda.

Grito de dolor, pero la ira alimenta cada uno de mis gestos. Agarro la pistola que ahora está a centímetros de mí y vacío el cargador en él.

—Damian —Carlos llama mi atención—, ¡En la oficina de Cortés, ahora! —Me urge señalando la puerta a mi izquierda. Dejo al hombre en el suelo, sin vida y voy cojeando hasta la oficina mientras recargo el arma. Abro la puerta de una patada y finalmente encuentro a mi mariposa; está atada a un sillón detrás de un escritorio y me mira con los ojos cargados de lágrimas. Respiro hondo. ¡Gracias a Dios que todavía está viva!

—¡Damian! —exclama con voz quebrada.

El sonido me golpea el estómago, no es la voz de la mujer que amo. Sostengo la pistola con el odio que me ha convertido en hielo y la miro a los ojos preguntándole dónde está Blanca, ella finge no entender y gime: —Soy yo, ¿cómo no me reconoces?

Puta mentirosa, Blanca nunca me miraría con desconfianza. Cuando me apunta con sus faros violetas, ve todo sobre mí y no tiene miedo, esta perra tiembla y tiene razón al hacerlo.

Apunto en su dirección: —Dime dónde está o te volaré la cabeza.

La mirada de Blanca es dulce y comprensiva. En cambio, la suya es fría y esquiva. Es extraño cómo dos pares de ojos, de ese color raro, pueden contar dos historias completamente diferentes.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta Carlos, uniéndose a mí.

—Cree que soy Taylor, su gemela —gime fingiendo estar herida.

Carlos la mira y me pregunta dudoso: —¿Estás seguro?

Se relaja pensando que ha engañado a Carlos, pero yo sé cómo desenmascararla.

—Oh cariño, ¿cómo podría haber dudado de ti? —pregunto mientras con una caricia muevo su cabello liberando su cuello. Ella sonríe pensando que me ha engañado, pobre engañada, ahora será mi cañón a darle una hermosa caricia de plomo.

—Mi Blanca tiene una mariposa en el cuello ... Tú no, Taylor —murmuro apuntando con la pistola en su sien.

Ella deja que su cabeza retroceda y estalla en una risa áspera.

Me gustaría pulverizarle el cráneo.

—Dime. Dónde está. Está. Mi. Blanca —murmuro entre dientes. —Si la hubieran lastimado, quemaré esta casa hasta los cimientos, no me detendré hasta que la última persona involucrada deje de existir.

—¿”Tu” Blanca? —dice burlándose—, qué iluso que eres ... Ella nunca fue tuya, pertenece a Julián.

—¡Ella es tu hermana carajo! ¿Cómo puedes aceptar que alguien la lastime?

En un momento cambia de expresión, su rostro se desfigura por la ira: —¡Ella sólo es un ser insignificante que no merece respirar el mismo aire que yo respiro!, ¿porque nadie lo entiende? —grita histérica.

Juego terminado. Apunto mi semiautomática en su frente, pero ella se mueve rápidamente, las cuerdas se le resbalan mientras saca una pistola de debajo de la silla.

Taylor y Blanca son dos gotas de agua, pero sólo en superficie. Es Taylor quien no merece respirar el mismo aire que Blanca, es más, ella no merece respirar nada. Aprieto la mandíbula con desprecio. Se disparan dos tiros, pero sólo uno llega al blanco, el mío. Me tiembla la mano, titubeo un momento, pero recupero el control.

También maté a su hermana, ¿podrá alguna vez perdonarme por todo lo que le he hecho?

Miro a Taylor hundida en la silla, con la sangre corriendo por su rostro como un velo funerario.

—¡Damian! —Carlos me vuelve a llamar al orden. Lo miro, pero estoy en otra parte.

—Tengo que encontrarla —digo cuando paso junto a él. Deambulo por la villa como un robot, busco a Blanca por todas partes y escucho gritar su nombre desde arriba.

Subo corriendo las escaleras como si la muerte me pisara los talones. La primera habitación que encuentro tiene la puerta abierta de par en par. Desde el umbral, veo a Gabriel junto a una cama, una figura diminuta atada, tan tumefacta que resulta irreconocible, sobre mantas cubiertas de sangre. Mis piernas se ponen pesadas, mi corazón se ralentiza como si estuviera listo para detenerse por completo.

—Blanca! —grito corriendo hacia ella.

La toco, pero no da señales de vida, miro su rostro desfigurado y dejo de respirar.

—Tenemos que llevárnosla —Gabriel se apresura, liberándola.

Conmocionado por el estado de mi mariposa, acaricio su cabello y le susurro: —Quien te hizo esto, pagará con su vida.

Gabriel intenta levantarla, pero lo alejo abruptamente: —No la toques. Yo me ocuparé de ella.

Me frunce el ceño: —Soy el último pariente sobreviviente suyo, es mi responsabilidad —declara autoritario.

La tomo en mis brazos sosteniéndola cerca de mí: —¡Ella es sólo mía! —afirmo terminante mientras salgo de la habitación. Bajo las escaleras sin apartar los ojos de Blanca—. Nadie te lastimará más, te lo prometo —susurro.

Ella vuelve a la vida, tiembla y se queja, tengo que llevarla al hospital lo antes posible.

Salgo de la villa sorteando algunos cadáveres y veo los rostros familiares de Adrián y Carlos.

—Necesita un médico —digo alarmado—, de inmediato.

Carlos abre la puerta trasera del auto y mira por encima de mi hombro viendo que Gabriel se acerca.

—No puedes ser tú quien la lleve al hospital, deberías dar demasiadas explicaciones, deja que Gabriel se encargue. Dirá que la villa ha sido atacada y será creíble cuando la policía la visite —explica.

—No es posible, adonde ella va voy yo —protesto deslizándome en el auto con ella en mis brazos.

—Damian escúchame: no puedes ir con ella, piénsalo. ¡Gabriel es su familiar! Creo que es la solución más convincente.

Intento cerrar la puerta, pero él la bloquea. Nos observamos, mi mirada está llena de ira, la de él tranquila.

—Ella es todo lo que tengo, no la voy a dejar sola —me quejo.

Carlos suspira ruidosamente: —Te entiendo, pero este no es el momento para gruñir alrededor del hueso. Hay que dejar que las cosas se calmen —insiste mientras Gabriel se pone al volante.

Observo con la mirada, primero a uno y al otro. ¿Cómo podría dejarla? Quiero cuidarla, si está así también es culpa mía.

—Escúchame, le diré que la salvaste, ella te buscará en cuanto se recupere —comenta Gabriel para tranquilizarme.

Sostengo su mirada y pienso que cada minuto que paso discutiendo es un minuto perdido, Blanca necesita cuidados.

—Me llamarás en cualquier momento para decirme cómo está —ordeno colocando a Blanca en el asiento.

—Tan pronto como haya noticias, te lo haré saber —responde.

Acaricio su cabello y la beso en la frente susurrando: —Mi amor —antes de salir del auto.

—No fue una petición, Gabriel —recuerdo mientras me acerco a su ventana, pero él me ignora y acelera alejándose con mi mujer.

Nunca me había sentido tan indefenso como en ese momento.

—Tenemos que irnos antes de que llegue alguien —dice Adrián, caminando hacia la puerta.

Mi mente está llena de pensamientos, no puedo quitarme de la cabeza la imagen de ella en ese estado. No poder estar a su lado me mata.

Pronto volveremos a estar juntos e intentaré ser el hombre que se merece. Ahora sólo tengo que poner mi vida en orden y prepararme para darlo todo.

 

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