Daisy

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Capítulo 26

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Tyler empujó a Daisy hacia abajo con tanta fuerza que quedó prácticamente aplastada contra la silla y casi no podía respirar. Luego le dio tal tirón a las riendas de

Sombra de Medianoche, que hizo que el animal se pusiera furioso y comenzara a resoplar y levantarse sobre las patas traseras. El estallido de un disparo de rifle precedió por una fracción de segundo al zumbido de una bala.

Sombra de Medianoche relinchó, al tiempo que Tyler le enterraba las espuelas en los flancos y el caballo comenzó a bajar por el camino corriendo como loco. Un segundo disparo pasó demasiado cerca.

Tyler sacó al animal del camino, para seguir una ruta errática a través de arbustos espinosos, pinos y enebros, lo que impidió que el asesino pudiera dar en el blanco. El forajido disparó otra media docena de balas, pero seguramente lo hizo por si acaso, para ver si tenía suerte. El gigantón se fue escondiendo detrás de los árboles hasta que pudieron refugiarse al otro lado de una colina. Avanzando por el pie de esta, Tyler mantuvo el caballo al galope hasta que llegaron al campamento. El alazán de Daisy los seguía.

Cuando se bajó de

Sombra de Medianoche, se sintió demasiado débil para mantenerse en pie. Pero cuando estaba a punto de arrodillarse, vio sangre en el pecho del animal.

—¡Está herido! —exclamó Daisy.

—Es solo un rasguño —le dijo Tyler, después de revisar la herida venciendo la resistencia de

Sombra de Medianoche. Luego miró a Daisy—. Si el caballo no se hubiera encabritado, esa bala te habría matado.

Entonces Daisy se dejó caer al suelo.

—¿Crees que era un cuatrero? ¿Un amigo de los hombres que capturamos?

—No. Ese era el hombre que mató a tu padre. Me imagino que no se fue a Montana.

¡El asesino estaba otra vez tras ella! Y pensar que llevaba varios días galopando por las montañas sin ni siquiera acordarse de él.

—No debí creer en la palabra de Cochrane —dijo Tyler—. Debí saber que existía la posibilidad de que regresara. Pudo haberte matado en cualquier momento.

—Pero ¿cómo supiste que estaba ahí? Lo único que vi fue un reflejo del sol sobre las rocas.

—Conozco estas montañas perfectamente y no hay rocas que puedan reflejar así el sol. Tuvo que ser el reflejo del cañón de un rifle.

Si Daisy no hubiera visto el destello y Tyler no hubiese tirado de las riendas del caballo, ella estaría muerta.

Estaba muy nerviosa, pero también sentía una inmensa rabia.

—Tengo que averiguar quién es ese hombre y por qué está tan decidido a matarme.

—La respuesta debe de estar en Albuquerque. Te voy a llevar de vuelta. Apresúrate y empaca. Quiero llegar al pueblo antes de que oscurezca.

—No quiero ir al pueblo.

—Pero si estabas planeando ir.

—No voy a salir corriendo.

—No se trata de salir corriendo, sino de evitar que te maten. No podemos quedarnos aquí, aunque duermas en el cobertizo. Ya estuvo a punto de matarte una vez cuando estabas inconsciente. No puedo arriesgarme otra vez.

—Quisiera saber qué te da derecho a pensar que puedes decirme qué es lo que tengo que hacer —preguntó Daisy.

—Ahora no se trata de derechos —le dijo Tyler—, sino de mantenerte con vida.

—Pero yo quiero decidir cómo proteger mi vida.

—Bien, decide irte a Albuquerque.

—Eso no fue…

—Y decide quedarte en el hotel con Hen y Laurel. No confío en Guy para que te cuide.

Daisy estaba furiosa. Tyler no había cambiado ni un ápice. Todo era un engaño, una representación. Al primer suceso inesperado, volvía a comportarse como siempre. Abrió la boca para decirle que no iba a salir corriendo a Albuquerque como un conejo asustado, pero en ese momento Río entró galopando en el campamento.

—¿Qué han sido esos disparos? —preguntó.

—Alguien le ha disparado a la señorita Singleton —le contestó Tyler—, el asesino está aquí.

—Tiene que irse a Albuquerque —le dijo Río a Daisy—. No puede regresar hasta que ese hombre esté muerto.

—Eso es lo que le he dicho, pero ella no quiere irse.

—¿Acaso quiere que la maten? —preguntó Río, casi enfadado—. ¿Quiere partirnos el corazón y dejar a Jesús sin trabajo?

Daisy se preguntó por qué su vida tenía que parecer un melodrama. Nada de aquello le pasaría jamás a Adora.

—Siempre tendrás tu trabajo.

—No lo tendré si usted se muere. El señor Cochrane comprará el rancho como ha comprado todos los demás. Y a ese señor no le gustamos ni Jesús ni yo. No nos dará trabajo.

—¿Por qué querría el señor Cochrane estas tierras? —preguntó Tyler, que se sintió súbitamente interesado en el asunto.

—Quiere la tierra de todos —dijo Río—. Ya tiene las de Córdova, creo que también tiene las de Greene. La señorita Daisy es la última.

—Bueno, pues yo no me voy a morir —dijo Daisy—, y tampoco voy a vender mis tierras. Jesús y tú tendréis trabajo todo el tiempo que queráis.

—Bien, entonces Váyase para Albuquerque.

—Eso no quiere decir…

—Sí, eso hará —dijo Tyler—. ¿Por qué no la ayudas a empacar? Prepararé los caballos —añadió, mientras hablaba distraídamente, como si tuviera los pensamientos en otra parte.

—No me voy a ir —exclamó Daisy.

—No sea tan tonta —gritó Río—. Váyase con él. Él se asegurará de que nadie le haga daño.

—Pero yo puedo cuidarme sola.

Río la miró con una expresión que solo podría calificarse de paternal.

—¿De qué sirve cuidarse tanto si va a estar sola?

Daisy iba a comenzar a protestar, pero cerró la boca.

—Váyase con él. Deje que él la cuide. Lo hará muy bien. Y usted podrá cuidarlo a él.

—Él no me necesita. Todo lo hace mejor que yo.

—Aparentemente sí. Pero por dentro es como un niño asustado y solo. No va a dejar que nadie más lo ayude. Solo usted.

—Tyler no le tiene miedo a nada.

—Le tiene miedo a que los demás puedan hacerle daño. Lo sé. Lo he estado observando. Parece como si estuviera representando un papel.

—¿Y por qué habría de hacer eso?

—Porque él quiere que usted se case con él.

—Si Tyler realmente ha cambiado, si…

—Un hombre como él no puede cambiar —dijo Río—. Él es así y no va a cambiar nunca. La mujer que se case con él debe aceptarlo como es.

—Es arrogante y dominante. Y ya tuve suficiente ración de eso.

—Es dominante porque se preocupa por usted.

—Entonces tendrá que aprender a demostrarlo de otra manera.

—Será mejor que usted aprenda a dejar que un buen hombre la cuide. Si no, terminará vieja y sola.

Daisy estaba asombrada por la vehemencia de las palabras de Río. Estaba todavía más perpleja cuando se fue y la dejó sola recogiendo sus cosas. Sintió un fogonazo de rabia. Se suponía que Río era su amigo. No tenía derecho a ponerse del lado de Tyler.

El buen viejo no entendía por qué ella necesitaba ser libre. Ningún hombre parecía entenderlo. Todos parecían pensar que ella debía elegir un marido y entregarle a él su vida. Bueno, pues ella no podía hacerlo. Amaba a Tyler. El simple hecho de pensar en la noche de amor que pasaron juntos hacía temblar los cimientos de su resolución, pero no iba a capitular. Había esperado toda la vida por esta libertad. No se iba a rendir.

—Pensé que las mujeres eran hábiles haciendo el equipaje.

Daisy salió de su ensimismamiento y vio que Tyler la estaba mirando. Él ya estaba listo y ella no había hecho nada.

—Estaba pensando.

—Puedes pensar cuando lleguemos al pueblo.

Daisy comenzó a reunir sus cosas y a ponerlas dentro de las alforjas que Tyler le alcanzó.

—No has cambiado ni una pizca, Tyler Randolph —dijo, enojada—. Solo estabas fingiendo, tratabas de engañarme. Y casi logras convencerme. Me imagino que tenía tantas ganas de creer que habías cambiado, que estaba dispuesta a olvidar el resto y…

—¿Y qué? —preguntó Tyler—. ¿Estabas dispuesta a olvidarlo todo y casarte conmigo?

La sola idea del matrimonio la dejaba helada. Era sinónimo de esclavitud, subyugación, dependencia. No podía hacerlo.

—No me quiero casar con nadie.

—Pero sí querrías que me quedara viviendo aquí, que te ayudara con el rancho, incluso que te hiciera el amor.

Daisy se sonrojó. No había logrado expresar sus deseos de manera tan clara, pero se imaginó que eso era lo que había estado pensando. Ella lo amaba, no quería que él se fuera, pero le daba miedo claudicar frente a él.

—Todavía no he decidido exactamente qué es lo que quiero. Las cosas están cambiando muy rápido.

—Las cosas también han cambiado muy rápido para mí, pero sé que me quiero casar contigo —dijo Tyler—. Quiero amarte durante el resto de mi vida. Quiero despertarme todos los días sabiendo que voy a tener otras veinticuatro horas contigo. Pero cuando sé que estás en peligro, voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para protegerte. Si tengo tiempo, te daré las explicaciones del caso. Pero si no tengo tiempo, simplemente haré lo que tengo que hacer.

—No te estoy pidiendo que cambies, te amo como eres, pero no puedo casarme contigo. Por favor, dejemos las cosas así.

—No.

—¿No?

—He pasado tres años buscando oro. Supongo que puedo pasar por lo menos tres tratando de convencerte.

—Pero acabo de decir…

—Tú solo has estado aquí unas pocas semanas. Lo mismo acabas pensando que no te gusta. O lo mismo yo te gusto más.

—Nunca voy a renunciar al poder de elegir —declaró Daisy.

—Todos renunciamos a él en algún momento. La diferencia está en cuándo lo hacemos y por quién. Por el momento, tú me lo has entregado a mí.

—No te lo he entregado. Tú lo tomaste.

—No, tú me lo diste.

Daisy quería discutir un poco más, pero Tyler no le dio la oportunidad de hacerlo. Amarró las alforjas y las cosas de dormir al caballo, les dio a Río y a Jesús una buena cantidad de instrucciones, la ayudó a montar y partieron hacia Albuquerque.

Durante todo el camino, Tyler habló sobre el tiempo, las posibilidades de que hubiera buenos pastos el próximo verano, el número de vacas que iban a parir, el número de terneros sin marcar que había que atender en el otoño, la cantidad de años que iba a tener que esperar para tener un grupo grande de novillos para vender, los precios que podrían fijarse, los mejores mercados, cómo llevar el ganado hasta allá, el número de vaqueros que iba a tener que contratar, las características que debía tener un buen capataz, el tipo de casa que podía funcionar mejor, el lugar donde podía cavar zanjas para controlar posibles inundaciones e irrigar el suelo… Disertó sobre tantos asuntos prosaicos como kilómetros recorrieron.

Entretanto, Daisy estuvo todo el camino dándole vueltas a la manera de probarle a Tyler que realmente quería mantener su libertad frente a todos los hombres. Todavía estaba tratando de dar con una solución, cuando llegaron al pueblo y desmontaron frente al hotel Post Exchange. Acababan de entrar en el vestíbulo, cuando Daisy oyó que el conserje le hablaba.

—Estaba a punto de enviar a alguien a su rancho, señorita Singleton. Su tío y su primo de Nueva York están aquí.

Daisy se quedó clavada en el suelo sin poder creerlo, mientras Guy se acercaba a saludarla acompañado de dos hombres desconocidos. Aunque nunca antes lo había visto, supo que el hombre mayor era su tío. El parecido con su padre era increíble. El muchacho apuesto que lo acompañaba debía de ser su hijo. Aparentemente, la belleza caracterizaba por lo menos a una rama de la familia Singleton.

—Estaba a punto de ir al rancho a buscarte —dijo Guy con una enorme sonrisa—. Tu tío y tu primo llegaron, tal y como habías dicho.

A Daisy se le pegó la lengua en el paladar. Jamás tuvo la esperanza de tener noticias de su familia, y mucho menos de que se desplazaran hasta Nuevo México.

—Lamento que nos haya costado tanto tiempo venir —dijo el tío—. No vimos el aviso en el periódico. Un amigo nos contó que lo había visto.

—Tuvimos muchas dificultades para encontrarte —añadió el primo.

—Walter se separó de la familia hace años —explicó el tío—. No supimos de él en mucho tiempo. Lamento decir que, en su momento, ni siquiera supimos que tu madre murió.

—No pensé que vinierais —logró decir Daisy finalmente. Pensó que debía estar actuando como una idiota, pero estaba demasiado perpleja para actuar con normalidad.

—Pues claro que vinimos —dijo el tío—. ¿Pensaste que dejaría a mi única sobrina en un sitio como este? Tu prometido nos contó que has estado viviendo en una tienda de campaña durante el último mes. Querida, no puedes seguir así.

Saber que Guy les había dicho a sus familiares que seguían comprometidos hizo que Daisy recuperara la compostura.

—Rompí el compromiso hace algunas semanas —le contó a su tío—. Como el rancho es mi única propiedad, no tengo más remedio que vivir allí. He estado tratando de compensar un poco la negligencia de papá. Tengo un grupo de gente ayudándome. He venido al pueblo para contratar a alguien que me construya una casa nueva.

—Tú no tienes que vivir en el rancho —dijo Guy—. Ellos quieren llevarte a Nueva York. Eres rica. Tu abuelo te legó su dinero.

—Solo una parte —corrigió el tío. Luego miró a Tyler—. Es mejor que nos retiremos a un salón, lejos de los oídos de extraños.

—Él es Tyler Randolph —dijo Daisy—. Me ha estado ayudando con el rancho.

El tío suavizó su expresión.

—El joven Cochrane me contó que usted rescató a mi sobrina de los hombres que querían matarla. No puedo expresarle lo agradecido que le estoy. Me encargaré de recompensarlo debidamente.

Daisy se sonrojó de vergüenza.

—Tyler no quiere una recompensa.

—Es normal que no se atreva a insistir en eso, pero con seguridad apreciará el dinero.

—La señorita Singleton tiene razón —dijo Tyler—. Ahora los dejaré solos para que se conozcan —añadió y se dirigió a la recepción—. ¿Mi hermano está? —preguntó.

—Entró con los niños hace un rato.

Tyler regresó a donde estaba el grupo.

—Daisy se va a quedar con mi cuñada. Ella estará aquí en una hora.

—Ya hice arreglos para el alojamiento de mi sobrina.

—Eso es muy considerado por su parte, pero usted no sabía que no iba a haber necesidad de ello —dijo Tyler, con una sonrisa en los labios pero una actitud firme y adusta.

—Ella es bienvenida en nuestra casa —dijo Guy—. Es más apropiado que un hotel.

Daisy se sintió como si estuviera en el centro de un circo de tres pistas.

—Prefiero quedarme con Laurel —dijo—. Todas mis cosas están aquí. —Después de romper el compromiso, había enviado todas las cosas al hotel. No quería que Guy pensara que iba a cambiar de opinión.

—Querida, ¿crees que es mejor quedarte con una extraña? —preguntó el tío.

—Si se trata de eso —dijo Daisy, irritada por la presión que sentía a su alrededor—, vosotros sois más extraños. Laurel y yo somos amigas.

—Pero solo es una amiga reciente —intervino Guy—. Conoces a Adora desde hace años. Está deseando que te quedes con ella.

—Bueno, pues no lo haré —dijo Daisy—. ¿Por qué no vas y le dices a Adora que me encantaría verla esta noche? Mi tío y yo tenemos mucho de que hablar.

Daisy vio que Guy no quería que lo excluyeran de la conversación y estaba tratando de encontrar una excusa para quedarse.

—Mi madre querrá que todos vengan a cenar.

—Otra noche será —dijo Daisy—. Después de cabalgar tanto, estoy cansada.

Finalmente, a Guy le tocó retirarse.

—Ahora —dijo Daisy, volviéndose hacia su tío—, ¿cómo es que mi abuelo me dejó un dinero?

—Willie dijo que encontró la veta una hora después de que te fueras —le dijo Hen a Tyler—. La encontró exactamente en el lugar que le indicaste.

Tyler estaba haciendo un esfuerzo por mantener su cabeza en lo que Hen le estaba diciendo, pero le parecía extraño que su hermano pensara que él tenía tanto interés por el oro. Él ya casi se había olvidado del asunto. ¿Cómo podía pensar en eso, cuando Daisy estaba en el vestíbulo, reencontrándose con su familia y descubriendo que era una rica heredera? Ahora realmente podría ser libre. Podría regresar al este y vivir en una casa como la que quería.

Y él se iba a sentir muy mal, muy miserable.

—Ya he mandado que hagan un peritaje. Es una mina muy rica. Sugiero que la vendas, en lugar de explotarla tú mismo. Creo que te darán más de lo que necesitas para construir tus hoteles.

—¿Qué? —preguntó Tyler, que de pronto pareció volver en sí.

—¿No has escuchado nada de lo que te he dicho? Es la mayor mina de oro en la historia de Nuevo México.

—Le dije a Willie que le daría la tercera parte.

—Pero no la va a aceptar. Dijo que no había hecho nada más que cavar unos pocos metros. Aceptó una suma por haber dado con la veta y se fue a buscar su propia mina.

—¿Quién está en la mina?

—Ya es propiedad registrada y protegida. De hecho, ya hay una oferta por ella. —Hen le entregó a Tyler un pedazo de papel.

La cifra parecía tener muchos ceros.

—Nunca pensé que lo lograras —dijo Hen—. Y ciertamente no pensé que fueras a encontrar una mina tan grande. Ten cuidado. Madison tratará de convencerte de que inviertas el dinero en vías de ferrocarril.

—Hablando de ferrocarriles, ¿Río te dio el mensaje sobre Cochrane? —preguntó Tyler.

—Sí, pero no pude averiguar gran cosa. Mucha gente lo detesta, pero todos tienen que usar su banco. Nadie dirá una palabra contra él.

—Estoy convencido de que él fue quien ordenó matar al padre de Daisy. Debe de tener que ver con el paso del ferrocarril, pero todavía no lo tengo claro. Río dijo que estaba tratando de acabar con Greene y Córdova para quedarse con sus tierras. ¿Para qué está comprando acres y más acres de tierra para pastar, y por qué está dispuesto a matar por ello?

—Seguramente el ferrocarril tendrá que pagar una gran suma por pasar por esas tierras —comentó Hen.

—Pero podría obtener mucho más dinero si compra tierra en el pueblo, cerca de donde va a estar la estación.

—No entiendo por qué querría matar a Daisy. Todo estaba preparado para que ella se casara con su hijo. Así habría sido dueño de esas tierras automáticamente.

—Es que no quería matarla —dijo Tyler, que parecía haber recordado repentinamente algo—. Se suponía que Daisy no estaría en casa. Fue un accidente.

—Entonces, ¿quién está tras ella?

—El asesino, porque ella lo vio. Hoy trató de matarla nuevamente.

—Pero ya no se va a casar con Guy.

—Entonces ella está en peligro por los dos lados.

—Pero tú no puedes probar nada.

—No, por ahora, pero lo haré.

—Bien. Respecto a la mina…

—Que Madison la venda al mejor postor. Seguramente logrará un mejor precio que yo. Ahora tengo algo más importante que hacer.

—¿Tiene algo que ver con Daisy? —preguntó Laurel. Había oído toda la conversación sin hacer ningún comentario, mientras daba de comer a Harrison.

—Tiene todo que ver con ella.

—Bien —dijo Laurel sonriendo—. Ya era hora de que entraras en razón.

—Entonces, eres una joven muy rica —le dijo Laurel a Daisy. Estaban tomando café en la sala de estar de Laurel.

Daisy estaba un poco mareada, después de la conversación con su tío.

—Parece que mi abuelo estaba seguro de que mi padre iba a despilfarrar el dinero, así que me lo dejó a mí.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Mi tío quiere que vaya a Nueva York. Mi primo y yo somos su única familia.

—¿Y tú quieres ir?

—No lo sé. Pensaba que daría lo que fuera por volver al este. Era un sueño perfecto, porque jamás pensé que podría hacerse realidad.

—Pero ahora se ha hecho realidad y tienes miedo.

Daisy asintió.

—¿Has estado alguna vez en Nueva York?

—No. Denver ya es demasiado para mí. De hecho, Albuquerque es más que suficiente. Estaré feliz de volver al rancho. —Cambió de lado al bebé, que estaba dormido entre sus brazos—. Hen por fin decidió que ambos estamos lo suficientemente fuertes como para hacer el viaje. La próxima vez solo le contaré que estoy embarazada después de dar a luz.

—¿Cómo vas a…? Ah, es un chiste.

—No estoy segura. Fue más fácil tener a Adam sola en un cañón, que a Harrison con todos los médicos que Hen consiguió. Que Dios ayude a Iris si alguna vez se queda embarazada. Los hombres de esta familia son increíblemente protectores, un agobio insoportable.

Daisy lo sabía bien, era una de las razones por las que no podía casarse con Tyler. Entonces, ¿por qué sentía envidia de Laurel?

—Quiero quedarme aquí y dirigir el rancho —dijo Daisy—, pero todo el mundo piensa que debo casarme, sin importar a donde vaya.

—¿Qué dice Tyler?

—Quiere que me case con él.

—¿Tu tío lo aprobaría?

—Claro, ahora que sabe lo ricos que son los Randolph.

—Ah.

—Sí, parece que el dinero lo puede todo.

—¿Pero no para ti?

—El dinero no tiene nada que ver con este asunto. Toda la vida he querido ser libre. Pero sin importar a dónde mire, hay un hombre diciéndome lo que tengo que hacer. Y eso incluye a Tyler.

—Entonces, si no quieres estar con ninguno de ellos, te sugiero que se lo digas a todos y te vayas al rancho lo más pronto posible. —Laurel estudió a Daisy por unos momentos—. Pero hay algo más, ¿verdad?

—No estoy segura de que Tyler se vaya. Desde que agarramos a los cuatreros, he tratado de que se vaya, pero no quiere hacerlo. Ayer dijo que se iba, pero acampó en las montañas.

—Se iría si supiera que eso es realmente lo que quieres.

—Es lo que quiero. Yo no quiero que él trate de cambiar. El hecho de que no quiera casarme con él no significa que no lo ame, aunque sea terco y dominante.

—Me imagino que se quedará, mientras tú sientas eso.

—Pero no se quedaría si me voy a Nueva York.

—¿Harías eso para alejarte de él?

—No quiero alejarme de él. Simplemente no quiero que trate de convertirse en lo que no es, solo para complacerme. Eso lo destruiría.

Laurel dejó a su hijo en la otra habitación.

—Es igual a todos los Randolph —dijo, mientras cerraba la puerta—. Hará lo que quiere y no hay nada que puedas hacer para cambiar eso. Para ellos es difícil admitir que están enamorados. Pero una vez que se acostumbran a la idea, no se dan por vencidos con facilidad.

—Tampoco yo. Si estás pensando en alguien testarudo, pregunta por un Singleton.

Pero esto no tenía nada que ver con una terquedad. Daisy quería que Tyler se alejara, pues ella no iba a ser capaz de hacerlo.

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