Daisy

Daisy


Capítulo 5

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Zac habló sin preámbulo alguno.

—Ella quiere poner un montón de clavos en la pared. De repente se ha vuelto tímida.

Tyler cerró la puerta y puso la leña en el suelo antes de volverse hacia Daisy. La muchacha parecía molesta. Lo cual no era ninguna sorpresa, pues cada palabra que salía de la boca de Zac parecía encaminada a molestarla.

—Solo necesito dos clavos —dijo Daisy.

—¿Para qué?

—Para colgar unas sábanas —explicó Zac.

—Concéntrate en tus cartas y déjame hablar con Daisy —le cortó Tyler, algo malhumorado.

Zac encogió los hombros.

—Entonces, ¿qué es eso de que quieres colgar unas sábanas? —preguntó Tyler.

Daisy se sonrojó. Tyler no sabía lo encantadora que podía resultar una mujer con pecas cuando se ruborizaba. Ni siquiera el vendaje disminuyó el efecto. En ese momento sintió que la irritación cedía y en su lugar brotaba un sentimiento de simpatía hacia la muchacha. Lo más cerca que había estado de una situación similar fue cuando Rose se fue a vivir con ellos en el rancho de Texas. Todavía podía recordar la sensación que experimentó de ser un intruso en su propia casa, aunque Rose y George hicieron todo lo posible para que se sintiera cómodo.

Para Daisy, esto debía de ser diez veces más difícil.

—Necesito algo de intimidad —logró decir la muchacha finalmente—. Pensé que podía colgar un par de sábanas en ese rincón…

Tyler no entendía cómo no se la había ocurrido a él antes. Era absurdo pretender que una mujer se sintiera cómoda con dos hombres extraños mirándola todo el tiempo. Pensó que se le habría ocurrido si hubiera tenido una hermana. Rose tenía una salita en la que podía estar sola, lejos de la familia que amaba. No le importaba que estuvieran entrando y saliendo, si podía cerrar la puerta en el momento en que le parecía oportuno.

Tyler se dirigió a la repisa y agarró dos clavos y un martillo.

—Colgaré una cuerda para separar el fondo de la habitación. ¿Te valdrá con eso?

—No necesito tanto espacio. Solo lo suficiente para que quepa un colchón.

—Podemos mover la litera hasta la pared del fondo. —Tyler empujó la cómoda contra la repisa, alzó el baúl y lo llevó al otro lado de la habitación, junto a la cómoda—. Échame una mano con la litera —le dijo a Zac.

—Se me abrirá la herida.

—No pasará nada si doblas las rodillas en lugar de la cintura. O sea, si usas la cabeza.

—Yo te ayudo —se ofreció Daisy.

—Tú debes permanecer sentada en lugar de estar de pie —dijo Tyler.

—Claro, ella debe cuidarse, pero no hay problema en que yo ande empujando muebles por toda la habitación —protestó Zac.

Tyler sintió la tentación de sacar a patadas a Zac a la intemperie. Prácticamente todas las palabras que pronunciaba aquel mocoso hacían que Daisy se sintiera peor por encontrarse allí con ellos. Alzó la litera y prácticamente arrastró a Zac por el suelo detrás del mueble.

—Si hubiera sabido que lo que querías era hacer el burro, te habría dicho que le pusieras el arnés a alguna de las mulas —dijo Zac, mientras se tambaleaba un poco. Luego se dejó caer en el asiento y se llevó la mano al costado con un gesto dramático.

—No necesito mulas, teniéndote a ti, que eres más terco que ellas —le espetó el gigante.

—Lo mejor que puedo hacer es irme en cuanto se derrita la nieve —respondió Zac.

—Cuento con ello —dijo Tyler. Luego eligió un lugar en la pared de troncos, detrás de la puerta, y puso allí un clavo. Con apenas dos martillazos plantó un segundo clavo en la pared de enfrente—. ¿Cuántas sábanas crees que necesitas?

—Con dos será suficiente.

Tyler midió la distancia mentalmente.

—Creo que con tres te quedará mejor. —Sacó tres sábanas de un cuidadoso montón que había en una de las repisas más altas.

Daisy se agachó a recoger el colchón. Casi de inmediato, Tyler se dio cuenta de que estaba perdiendo el equilibrio y se apresuró a sostenerla. Logró a agarrarla antes de que se cayera. Pero el efecto que le hacía el simple hecho de tocarla era precisamente lo que había estado tratando de evitar durante toda la mañana.

Daisy encajaba perfectamente en sus brazos, como si la hubieran hecho justo para él. Ella lo miró con ojos alarmados, que revelaban una mezcla de miedo, sorpresa e incomodidad. Tyler, por su parte, sintió una oleada de excitación que lo recorrió de arriba abajo, como una inundación repentina que se precipita por un cañón angosto. No pudo moverse.

Ya no se sentía incómodo o extraño con ella entre los brazos. Le parecía natural, tan natural como el deseo de besarla. Nunca se había fijado en la boca de Daisy. Seguramente era como muchas otras bocas, pero a él le pareció especial. Tenía los labios un poco separados, con una expresión de tensa expectativa. Y aquellos ojos oscuros, que eran prácticamente del mismo color que los suyos, estaban abiertos de par en par.

Tyler sintió que, sin quererlo, se inclinaba hacia delante, al tiempo que acercaba a Daisy con los brazos. Ella lo miró con cara de incredulidad. Mientras sus labios se aproximaban, él sintió que el cuerpo de la joven se ponía tenso.

—¿Qué vas a hacer: ayudarla a acostarse o a ponerse de pie? —preguntó Zac y el sonido de su voz rompió el hechizo.

—Te dije que estabas demasiado débil para estar de pie —dijo Tyler, mientras la ayudaba a enderezarse. Estaba un poco nervioso.

Daisy se resistió cuando trató de guiarla hasta la cama.

—Me agaché demasiado rápido, no es nada —insistió—. La próxima vez tendré más cuidado.

—La próxima vez que necesites algo, nos lo dices. —Plenamente consciente de que todavía tenía los brazos alrededor del cuerpo de Daisy, la guio hasta una silla cerca de la mesa y la hizo sentarse. Ella, cosa extraña, no protestó.

—Siento mucho causaros tantas molestias.

—No es molestia. Lo que pasa es que ni Zac ni yo tenemos experiencia en esto de cuidar a una mujer. No nos importa hacer las cosas. Simplemente, a veces no sabemos qué hacer.

Él no tenía ni idea, ciertamente. Al principio la había visto como alguien que le impedía concentrarse en su trabajo, pero Daisy le había descubierto una nueva dimensión a lo que él sentía por las mujeres. Sabía que ya nunca más volvería a sentirse satisfecho con lo que antes pensaba sobre ellas. Agarró el colchón y lo puso en la esquina.

—¿Aquí es donde lo quieres?

—Sí.

Tyler echó un vistazo al delgado colchón. Era imposible que ella estuviera cómoda allí. Entonces sacó su propio colchón de la litera y lo puso debajo del que ella iba a usar.

La muchacha miró la litera; ahora solo quedaban las tablas de madera.

—¿Y tú en qué vas a dormir?

—Doblaré unas mantas.

—Pero de todas formas quedará muy duro.

—No será tan duro como dormir en el suelo. ¿Cómo quieres que cuelgue estas sábanas?

Tyler entendió que Daisy no quería que él lo hiciera todo y la dejó ayudar. Ella se levantó con cuidado. El hombre la observó atentamente, por si acaso, pero al parecer no se volvió a marear. Daisy agarró la sábana que estaba encima del montón depositado sobre la mesa y la desdobló. Tyler le ayudó a ajustarla de tal manera que el borde apenas rozara el suelo. Colgaron las otras dos sábanas con la misma facilidad.

Al terminar, Tyler vio que Daisy suspiraba con alivio. Esbozó una sonrisa de satisfacción, se metió detrás de las sábanas y las cerró. Él sabía que ella debía de estar sintiéndose mejor y su sonrisa lo confirmó.

Pero Tyler se sintió excluido.

—Todavía no has acabado —dijo Zac—. Ahora quiere darse un baño.

En ese mismo instante, Daisy decidió que, cualquier día, Zac moriría torturado. Y lo asesinaría ella, desde luego.

Creyó que Tyler iba a decir que no, pero el gigantón no dijo ni una palabra. Simplemente, abrió la portezuela de la estufa y agregó más leña al fuego. ¡Iba a calentar agua para el baño!

—El arroyo está congelado. ¿De dónde vas a sacar tanta agua? —preguntó Zac.

—Hay nieve. Échame una mano.

—No quiero bañarme.

—Querrás. No protestes tanto.

Tyler salió y regresó con una olla metálica llena de nieve. La puso sobre la estufa y volvió a salir. Al momento regresó con otra. No se detuvo hasta que tuvo seis ollas llenas.

Daisy habría preferido esconderse detrás de las improvisadas cortinas. Eso le habría dado tiempo para pensar si la capitulación de Tyler se debía a lo que había pasado entre ellos hacía unos instantes, cuando se mareó y estuvo a punto de caerse. Pero no podía dejar que él le preparara el baño sin mover un dedo, y menos aún después de todas las molestias que le había causado.

—¿Qué puedo hacer yo? —preguntó cuando Tyler entró con una de las ollas llenas de nieve.

—Ayúdame a calentar esto —le dijo.

Daisy estaba asombrada de la cantidad de nieve que se necesitaba para preparar un baño. Ponía cantidades enormes de nieve al fuego y al calentarse quedaban en nada.

—Lo siento. No sabía que lo del baño fuera tan engorroso.

—Hay mucha nieve —dijo Tyler y volvió a salir.

Zac no estaba tan optimista.

—Espero que no estés planeando hacer esto a diario.

Ella nunca había podido bañarse a diario, ni siquiera cuando su padre las llevó a su madre y a ella a un hotel, mientras él se bebía todo el dinero de la familia.

Finalmente, las ollas y las tinas quedaron completamente llenas y el ambiente de la cabaña se hizo más acogedor debido al vapor y a la cantidad de fuego que se necesitaba para calentar tanta agua. Luego Tyler salió y volvió con una bañera grande.

—Esta es la única que tengo.

Era dos veces más grande que cualquiera que Daisy hubiera visto. Por eso había calentado tanta agua. Tyler abrió la cortina y puso la bañera en el rincón de Daisy. Después sacó jabón y una toalla de las repisas.

—El agua estará lista pronto. No te quites el vendaje —le advirtió, mientras le pasaba las cosas.

—Pero tengo el pelo horrible. —En realidad, la suciedad de la cabeza era la razón principal por la que quería bañarse.

—Se te podría abrir la herida.

—Seré muy cuidadosa.

—Si no tienes más remedio que lavarte el pelo, te lo lavaré yo.

Daisy se quedó paralizada. Las extrañas sensaciones que había tenido por todo el cuerpo hacía un rato la asaltaron de nuevo. Era como una tormenta de pequeñas descargas, cosquilleos, una mezcla de angustia y sensualidad. Sintió como si su estómago estuviera aprendiendo a volar. La lengua también se agitaba en la boca y sentía que su cabeza se volvía ingrávida.

—Si lo prefieres, lo puede hacer Zac.

—No es imprescindible lavármelo hoy —dijo Daisy y se refugió detrás de las sábanas.

Pero no había terminado de correrlas, cuando oyó otra vez a Tyler.

—Creo que el agua está caliente.

De la superficie del agua se levantaban columnas de vapor y Daisy recordó unas fuentes termales que su padre le mostró una vez. Metió un dedo en el agua y pensó que tal vez estaba demasiado caliente, pero sabía que, con la temperatura reinante, pronto se enfriaría. Tyler vertió el agua en la bañera.

—Gracias —dijo—. Cuando queráis bañaros, podéis usar mi rincón.

—Mi plan es esperar hasta que la herida esté mejor.

—Yo sí voy a aceptar tu oferta —dijo Tyler.

Luego la miró con una expresión bastante inocente, pero pese a tal inocencia Daisy volvió a sentir que su cuerpo estallaba como un castillo de fuegos artificiales. Así que decidió mantener la distancia hasta que supiera qué era lo que le estaba pasando.

Daisy cerró las sábanas y se aseguró de que no quedaran rendijas. Luego comenzó a desabotonarse el vestido. Tyler era demasiado mandón, pero no era tan malo como su padre. Incluso podría refinarse, si una mujer se tomaba el trabajo de educarlo, pero ella no iba a ser esa mujer. Después de todo lo que había soportado, no se iba a casar con un hombre dominante, y menos con un buscador de oro.

Después de quitarse el vestido, comenzó a desabotonarse la combinación.

Desde luego, ahora que tenía una cicatriz en un lado de la cabeza y el cabello chamuscado en el otro, no podía esperar que alguien quisiera casarse con ella.

Se deslizó la combinación por encima de los hombros y dejó que cayera en el suelo, sobre el vestido. Estaba tiritando de frío, así que metió un pie en la bañera.

El agua estaba muy caliente. Movió el pie como para enfriarla y luego fue metiendo el resto del cuerpo lentamente. El agua le llegó casi hasta la parte superior de los senos.

Por primera vez en dos días pudo relajarse. Los dos hombres habían sido buenos con ella, en verdad lo habían sido, aunque no hubieran tenido mucho éxito, pero ella necesitaba la intimidad de ese nuevo refugio. Después de todo, Tyler y Zac eran extraños, y hombres.

Daisy se sumergió en el agua hasta que las rodillas se le salieron del agua y quedó tapada hasta la barbilla. Por primera vez agradecía las imprudencias de Zac. De no ser por él… Ella no hubiera tenido el coraje suficiente para pedirle a Tyler que la dejara tomar un baño. Ahora que sabía que él no se oponía, tenía la intención de tomar uno cada vez que fuera posible.

El asiento de Zac chirriaba y Tyler perdió la concentración.

—Quédate quieto —dijo sin levantar la mirada—. No me puedo concentrar si no dejas de moverte.

Sonó otro chirrido.

—Ponte a jugar a las cartas.

Zac se puso de pie y atravesó la habitación de puntillas. Tyler abrió la boca para decir algo, pero se contuvo al ver que Zac se llevaba un dedo a la boca para callarlo. Con el otro dedo señaló con entusiasmo hacia el rincón de Daisy.

El sol había salido y los rayos dorados entraban a la cabaña a través de la ventana que estaba en el rincón de Daisy. Ella estaba de pie en la bañera y su silueta se dibujaba perfectamente a través de la sábana debido al contraluz. Tyler no pretendía ser un gran conocedor de la figura femenina, pero nunca había visto una mujer tan bien formada como Daisy.

Se sintió tan impresionado como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho. Sentía que el aire entraba en su cuerpo con dificultad y salía mediante un gemido largo y trémulo.

Las curvas de los senos, la línea de la cintura, la inclinación de las nalgas redondeadas se veían con tanta claridad como si estuvieran dibujadas sobre una superficie blanca. Casi podía ver el color de los labios, sentir la suavidad de la piel. Podía ver el triángulo que se forma donde las piernas se unen con el cuerpo. Incluso los pezones se veían con emocionante nitidez. Tyler sintió el impulso de acercarse y tocarlos.

Entonces sintió que el cuerpo se le ponía dolorosamente tenso.

Ninguna mujer lo había conmocionado tanto como Daisy. Luego recordó que nunca había llevado a una mujer a la cabaña, ciertamente ninguna que hubiera tomado un baño y cuya intimidad estuviera protegida solamente por tres finas sábanas que colgaban de una cuerda.

Tres sábanas que él podría hacer fácilmente a un lado con un simple movimiento de la mano.

Al instante lo asaltó una enorme vergüenza por haber pensado en algo así, al tiempo que se sentía físicamente excitado al imaginarse a Daisy metida en la bañera. No podía controlarse. Llevaba demasiado tiempo en aquella montaña.

En cuanto llevara a Daisy con Hen, tendría que buscarse una mujer.

Tyler respiró hondo varias veces, pero no sirvió de nada. Daisy giró ligeramente frente a la luz, mientras se secaba con la toalla las gotas de agua que todavía tenía sobre la piel. Era casi una tortura. Tyler sentía que le dolía todo el cuerpo y cada músculo estaba tenso y en actitud de protesta.

De repente se obligó a dejar de mirar y le hizo señas a Zac para que se diera la vuelta, pero el chico continuó observando el espectáculo, boquiabierto. Entonces Tyler lo agarró del brazo y lo obligó a dar media vuelta.

—¡Maldito! —exclamó Zac.

Tyler se interpuso entre Zac y Daisy, pero el endemoniado muchacho se movió enseguida hacia un lado para seguir mirando. Furioso, Tyler lo agarró de la camisa y lo levantó del suelo. Luego atravesó la habitación, abrió la puerta y lo arrojó a la nieve.

—¡Oye, desquiciado hijo de puta! —gritó Zac—. ¿Qué es lo que te pasa? —Zac se levantó, cubierto de nieve de pies a cabeza.

Tyler salió y cerró la puerta. Desgraciadamente, el aire helado no le ayudó a calmarse ni atenuó la rabia que sentía.

—¿Quién te enseñó a espiar a una mujer decente mientras se baña?

—Yo no estaba espiando. Ella estaba justo frente a mí.

—Y supongo que no podías volver la cara.

—Tú también la estabas mirando.

Tyler no podía explicarle que se había quedado paralizado, que no había sido capaz de moverse. Zac no lo entendería. Ni siquiera estaba seguro de comprenderlo él mismo.

El hermano pequeño se sacudió y trató de entrar a la casa.

—Te vas a quedar afuera hasta que ella termine de bañarse.

—¿Estás loco? Me voy a congelar.

—No, con la sangre tan caliente como la tienes no te congelarás. —Tyler empujó a Zac lejos de la puerta.

—¿Qué es lo que te pasa? —Trató de entrar otra vez, pero Tyler lo volvió a detener—. Estás actuando como si fuera tu esposa. Prácticamente no la conoces. Estás haciendo el ridículo.

—Aunque fuera una completa extraña, tiene derecho a bañarse sin que la estén espiando. Aunque hayas crecido en el ordinario sur de Texas, deberías saberlo.

—Está bien —dijo Zac, mientras trataba, sin éxito, de esquivar a Tyler una vez más—. Me sentaré mirando hacia el rincón y no me fijaré en nada distinto a los dedos de mis pies hasta que ella termine.

—Te quedarás aquí fuera —dijo Tyler—. No confío en ti.

—¡Vete al diablo! No me voy a congelar el culo para darle gusto a tu alma puritana.

—Te puedes envolver en una de las mantas de las mulas.

—Estás loco si crees que me voy a envolver en algo que usan las mulas.

Tyler continuó impidiéndole el paso y Zac le lanzó un puñetazo. Tyler lo esquivó. La actitud de niño mimado de Zac hacía que uno olvidara el hecho de que era tan fuerte y capaz de luchar como los demás hermanos Randolph. Instantes después, los dos estaban rodando sobre la nieve, enzarzados en un combate feroz. Pasaron varios minutos hasta que Tyler finalmente sometió a su hermano menor.

—No habrías podido conmigo si no pesaras tanto —balbuceó Zac, mientras trataba de respirar. Luego le dio un empujón a Tyler y, una vez más, los dos hermanos comenzaron a rodar por el suelo.

—¿Qué demonios estáis haciendo?

Ninguno de los dos hombres se detuvo hasta que Tyler pudo someter a Zac nuevamente. Entonces Tyler levantó la vista y se encontró a Daisy de pie, en la puerta de la cabaña, mirándolos con incredulidad.

—Vais a coger una pulmonía.

Tyler se sintió como un idiota. Ya se había disipado el ardor que había atizado el deseo y la rabia de hacía unos momentos, y ahora se sentía helado y estúpido.

—Solo es una pelea amistosa —dijo, sin convicción—. Uno acaba por enloquecer sentado día tras día en esa cabaña.

—No es cierto —dijo Zac—. Lo que pasa es que este maldito beato no quería que yo…

Tyler hundió la cabeza de Zac en la nieve.

—Vas a estar de acuerdo con todo lo que yo diga o te aplastaré la cabeza —le dijo en voz baja, con ira contenida.

—No eres lo suficientemente fuerte —gruñó Zac, mientras luchaba por quitarse de encima a Tyler.

—Promételo —susurró Tyler. Sabía que su hermano tenía muchos defectos, pero siempre cumplía sus promesas.

—¡Bueno, bueno, lo prometo! Pero déjame levantarme antes de que me rompas las costillas. Estoy sangrando.

—Es culpa tuya. Tú te lo has buscado.

—Hipócrita hijo de puta —dijo Zac en voz baja—. Algún día llegará mi turno, solo recuerda eso.

—Tienes sangre en la camisa —dijo Daisy, cuando Zac entró en la cabaña.

—Gracias a mi considerado hermano. —Zac miró a Tyler con rabia.

—Siéntate —le ordenó Tyler—. Te voy a mirar esa herida.

—¡Ni en broma! —graznó Zac—. Yo mismo lo haré.

—Yo lo haré, si me lo permites —dijo Daisy—. Es imposible que lo hagas tú mismo.

Tyler vio que Zac iba a decir que no, pero luego lo pensó y cambió de opinión.

—Te estaré eternamente agradecido si lo haces —le dijo con aquel tono dulce y meloso que Tyler conocía muy bien y que quería decir que estaba planeando alguna maldad—. Tyler es tan brutal…

—Ven aquí, siéntate y quítate la camisa.

—No creo que debas hacerlo —dijo Tyler.

—¿Por qué? —preguntó Daisy.

—Tyler piensa que quitarme la camisa es una ofensa a tu pudor —dijo Zac—. Disculpa, no había pensado en eso.

Tyler sintió deseos de ahorcar a Zac. Cuando se lo proponía, podía engañar a la gente como nadie. Con aquellos enormes ojos castaños, su rostro juvenil y bien parecido y la increíble sonrisa, era capaz de conquistar al mismo demonio.

La pobre Daisy no tenía oportunidad de escapar a sus encantos.

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