Daisy

Daisy


Capítulo 7

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Daisy sintió que en ese momento se derrumbaba toda una vida de fingimientos. Por primera vez se sintió capaz de enfrentarse a lo que sentía hacia su padre de manera directa y honesta. La verdad era que no lo quería. Era un gran alivio sentirse en libertad de poder admitirlo. Se sentía triste, pero no culpable. Él se había ganado su antipatía.

Daisy se acomodó sobre el hombro de Tyler y comenzó a hablar.

—Mi padre fue maravilloso cuando yo era niña, pero cuando crecí, cambió. Dejé de ser su niña adorada para convertirme en un adefesio gigante que no iba a ser capaz de encontrar marido. Debía hacer lo que me mandaba, no podía contradecirle ni argumentar nada. Yo no entendía lo que ocurría. Cuanto más trataba de acercarme, con más dureza me trataba. Y las cosas empeoraron cuando mamá murió. Si yo expresaba una opinión contraria a la suya, me decía que era una estúpida. Si protestaba, me gritaba, me acusaba de desagradecida y amenazaba con pegarme. Creo que por eso me dio tantos libros, para que me estuviese quieta. No le importaba si yo aprendía, pero quería que lo dejara tranquilo. Después de un tiempo dejé de hablarle. No veía llegar la hora de que se fuese a explorar sus minas. Eran los únicos momentos en que me sentía libre. Pero realmente no estaba libre. Estaba atrapada en ese rancho, a muchos kilómetros de cualquier sitio civilizado. Solo me llevaba al pueblo cuando conseguía algún dinero. Nos alojábamos en un hotel hasta que se quedaba sin nada. Así conocí a Adora. Así supe que no todo el mundo trataba a sus hijas de la manera en que él lo hacía. Entonces comencé a ahorrar para escaparme.

—¿Adónde pensabas irte?

—No lo sé. Ahora no importa. Estoy segura de que mi dinero se quemó en el incendio.

—No deberías pensar ni un minuto más en tu padre. No se lo merece.

—Pero no puedo olvidar así como así que lo asesinaron.

—¿Qué quieres hacer?

—Quiero averiguar quién lo mató. Pero no sé por dónde empezar. Nada tiene sentido.

—Los asesinos pueden haber sido simples vagabundos. Gente mala y nada más.

Pero Tyler sabía que aquellos hombres no llegaron hasta allí por accidente. Habían ido a matar. Tenían una razón tan poderosa que habían perseguido a Daisy para terminar el trabajo.

—Ahora trata de no pensar tanto en eso. Cuando estés mejor…

—No puedo dejar de hacerlo.

—Eso no te devolverá a tu padre.

—Ya lo sé, pero no puedo olvidar lo ocurrido tan fácilmente. ¿Qué sentirías, si fuera tu padre?

¿Qué pasaría si hubiera sido el padre de Tyler? Él no podría dejar de averiguar quién lo había matado. Tampoco sus hermanos. Aunque ellos también lo detestaban, se habrían obsesionado con la idea de encontrar a los asesinos y vengarse. No eran el tipo de familia que perdonaba.

—Me sentiría igual que tú. Cada vez peor.

—Entonces, ¿me ayudarás a averiguar quién lo hizo?

Tyler se puso rígido.

—Tienes que hablar con el alguacil de Albuquerque o con el

sheriff del condado de Bernalillo. Yo no sé nada sobre la búsqueda de asesinos.

—Posiblemente no lleve demasiado esfuerzo ni tiempo, sobre todo a una persona tan inteligente como tú.

Tyler no se iba a dejar convencer de que debía involucrarse en algo así solo por unas pocas palabras lisonjeras. Aunque quisiera, no tenía tiempo. Había perdido demasiados días por culpa de la nieve. No podía permitirse el lujo de perder más.

—No sé nada sobre los asuntos de tu padre, ni sobre los vecinos o la gente del pueblo.

—Pero podrías averiguarlo. No hay tanta gente y yo te contaré todo lo que necesites saber.

—Entonces ya sabes el nombre del asesino y la razón por la cual lo mató.

—No me vas a ayudar, ¿verdad?

—No puedo.

—No quieres.

—No puedo.

Era obvio que Daisy no le creía. Tyler sintió que ella comenzaba a retirarse. Ese pequeño movimiento lo hizo caer en la cuenta de la naturaleza tan comprometedora de la posición en que se encontraba. Así que se puso de pie.

—Trata de descansar. Eso no va a cambiar nada, pero al menos te sentirás mejor.

La mirada de desprecio de Daisy le indicó que no le creía ni una palabra y pensaba que él era un cobarde. En ese instante la realidad regresó estruendosamente y era tan miserable como él la recordaba.

A la mañana siguiente, Daisy ya había tomado la decisión de escaparse.

Pasó toda la noche despierta pensando en las cosas que Tyler había hecho mal. El hecho de haberse negado a ayudarla a encontrar al asesino de su padre fue la gota que colmó el vaso.

Estaba cansada de que le dijera lo que tenía que hacer. Estaba cansada de que hiciera caso omiso de sus opiniones. La trataba como a una prisionera. Pero, sobre todo, a Daisy le irritaba la decisión de llevarla a casa de otro miembro de su familia en lugar de llevarla con los Cochrane. El padre de Adora la ayudaría. Había sido amigo del padre de Daisy y no descansaría hasta que los asesinos estuvieran frente a la justicia.

Por un instante consideró la posibilidad de pedirle ayuda a Zac, pero dudó que el joven fuera a hacer algo que pusiera en peligro su propio pellejo.

—Me voy de cacería —anunció Tyler después del desayuno.

—A ver si puedes conseguir algo que no sea un venado —dijo Zac.

—Tendré suerte si puedo cazar alguna cosa —respondió Tyler.

—¿Por qué lado irás? —preguntó Daisy.

—¿Por qué quieres saberlo?

La chica alcanzó a percibir cierta sospecha en los ojos de Tyler.

—Por curiosidad. Dijiste que no podías ir a ninguna parte por causa de la nieve.

—No puedo ir a Albuquerque. El pasó está cubierto de nieve.

—Pero debe de haber otros caminos por los que puedes ir de cacería.

—Siempre hay caminos en las cumbres o en los bordes de los peñascos. Pero hay que ir a donde ellos llevan y rara vez llevan a donde uno quiere ir.

—Pero ¿no habrá menos nieve en la parte de abajo de la montaña?

—Sí.

—Entonces, si uno baja lo suficiente puede llegar a donde quiera.

Daisy se dio cuenta de que no lo estaba engañando. Los ojos de Tyler la miraban como si quisieran traspasarla, Daisy se sintió muy incómoda.

—No creo, pero, de todas maneras, no puedes bajar la montaña, yo mismo no podría bajar más de unos pocos cientos de metros, y eso que tengo botas para la nieve.

—Solo preguntaba por curiosidad —dijo Daisy.

—Tú todavía no me crees cuando digo que es demasiado peligroso. Piensas que si continúas preguntando terminaré por ceder y te llevaré de vuelta.

Al oír esas palabras, Daisy se dio cuenta de que Tyler no sospechaba cuál era la verdadera razón de sus preguntas, y casi no pudo ocultar un suspiro de alivio.

—Solo quiero volver a casa —dijo, intentando poner voz dramática.

De repente, Zac brincó como un perro que se escapa de una madriguera de serpientes.

—Yo puedo buscar conejos —afirmó, al tiempo que agarraba los zapatos—. No es que sea mucho, pero podría ser un buen cambio.

—Quédate cerca de la cabaña —le advirtió Tyler—. Todavía no estás bien del todo.

—Solo estoy un poco agarrotado.

Tyler miró a Daisy.

—Espero que no te importe quedarte un rato sola.

—No.

—No se te ocurra salir.

—¿Por qué iba a hacerlo?

Tyler la miró con seriedad.

—Trata de descansar.

—Me cuidaré muy bien —prometió Daisy.

—Hay suficiente guiso en la estufa. Solo tienes que calentarlo.

—Ella estará bien —dijo Zac con impaciencia y agarró el abrigo—. ¿En qué lío se puede meter estando sola?

—No tengo costumbre de meterme en líos —dijo Daisy.

—Seguro que no —dijo Zac—, pero sin duda últimamente has cambiado de costumbres.

Tyler le dio a Zac un rifle y lo empujó fuera de la cabaña.

—Déjala en paz. Mantén la puerta con cerrojo y no dejes entrar a nadie —le dijo a Daisy.

—No lo haré.

Tan pronto como los hermanos se perdieron de vista, Daisy reunió comida para dos días. Calentó el guisado y comió todo lo que pudo. Era una comida menos que tendría que hacer.

Escogió un abrigo con capucha y buscó hasta encontrar un par de guantes que no le quedaran demasiado grandes. Se puso los pantalones que Tyler le había prestado y las botas más pequeñas que pudo encontrar.

Salió y ensilló la primera mula que vio. Amarró las cosas a la montura y emprendió el camino montaña abajo.

Se sintió un poco culpable de llevarse la comida y la ropa de Tyler. También de salir corriendo en cuanto él le dio la espalda. Era como si no apreciara lo que había hecho por ella. Sí estaba agradecida, pero nunca podría hacerle entender por qué quería irse.

Lo que más la sorprendió fue que estaba un poco renuente a irse. Tenía la vaga sensación de estar dejando atrás algo importante. Pero eso no podía ser cierto. Tyler había tratado de ser bueno y considerado, pero no había tenido mucho éxito. Y Daisy no creía que eso pudiera cambiar. Además, la última cosa que necesitaba era interesarse, aunque fuera vagamente, por un hombre atrapado por la fiebre del oro. Él nunca haría hueco en su vida para nada más. El oro sería su obsesión, su amigo, su amante y su esposa.

Daisy quería permanecer lo más alejada posible del camino que habían tomado Tyler y Zac, así que decidió rodear la montaña, en lugar de bajar directamente, como deseaba. Un solo vistazo a la nieve que cubría los árboles hasta las ramas más altas la convenció de que sería imposible ir por la cima.

Se encaminó hacia el norte o lo que creyó que era el norte. Una hora después se dio cuenta de que había cometido un grave error. La capa de nieve era mucho más espesa de lo que se había imaginado. Incluso debajo de los árboles llegaba hasta la barriga de la mula. Había algunos lugares donde la altura de la nieve sobrepasaba su cabeza y había sitios donde se acumulaba tanto que eran demasiado profundos para que fuera posible el paso.

Esperaba que el viaje campo a través fuera más sencillo, pero nunca había estado en las laderas orientales de las montañas Sandia y pensó que estas estarían cubiertas de rocas y pequeños árboles raquíticos, como el lado occidental.

Pero no era así. Este lado de la montaña estaba cubierto de pinos altos, abetos y hasta álamos que impedían que la nieve subiera mucho de nivel, pero la sombra de sus ramas también impedía que se fuera derritiendo o que el viento la esparciera. El proceso de congelación había producido una capa de hielo, que era demasiado delgada para sostener el peso de Daisy, pero lo suficientemente dura como para cortar las patas de la mula y Daisy tenía miedo de que, si no encontraba un camino mejor, muy pronto las extremidades del animal comenzarían a sangrar y, si eso sucedía, ya no podría continuar.

Siguió avanzando por un sendero de abetos, pero un poco más adelante se dio cuenta de que estaba bloqueado por una acumulación gigantesca de nieve. La mula se negó a pasar por allí. Daisy pensó que, seguramente, los instintos del animal le indicaban los riesgos que ocultaba la nieve, posiblemente terrenos peligrosos, como un cañón o un barranco, trampas ocultas por el manto blanco. Así que después de varios minutos de buscar infructuosamente la manera de rodear el montón de nieve, se volvió para buscar otro camino. Pero no encontró ninguno. Aunque odiaba admitirlo, Tyler tenía razón. Era imposible llegar a Albuquerque hasta que la nieve se derritiera.

Tendría que regresar a la cabaña. La idea de enfrentarse a Tyler y admitir lo que había hecho, admitir que había fallado, la hizo fruncir el ceño. Aquel hombre había tenido una paciencia admirable con ella. Pero, después de esto, seguramente la ataría a la cama. Tal vez, si se apresuraba, podría llegar antes que él.

Pero regresar sobre sus propios pasos no era tan sencillo como esperaba. Aunque habían abierto un camino en la nieve, la mula estaba muy cansada por el esfuerzo. Subir la montaña iba a ser mucho más difícil que bajarla.

Daisy estaba casi congelada.

Había sido estúpido enojarse con Tyler. Capturar al asesino de su padre no era responsabilidad suya. Ella no tenía ninguna razón para creer que Tyler fuera un pistolero o que alguna vez hubiese perseguido a asesinos. La joven simplemente había asumido que él podía hacer cualquier cosa que quisiera. De alguna manera, él le transmitía esa sensación.

Pero tal vez no era hábil con la pistola. Después de todo, no había matado al hombre que regresó para rematarla. Y si decidía ayudarla, tendría que enfrentarse con tres hombres que habían tratado de liquidarla en dos ocasiones y que probablemente no dudarían en asesinarlo a él también. Ella ya los había puesto en peligro tanto a él como a Zac. Era una mujer muy desagradecida y, si lograba sobrevivir y llegar a la cabaña, le pediría excusas a Tyler.

De pronto, sin ninguna razón aparente, la mula dejó escapar un chillido y se lanzó contra un montón de nieve, a través de unos árboles cuyas ramas casi la tiraron al suelo. Daisy se agarró desesperadamente a la crin de la mula para no caerse, hasta que se pudo enderezar. Enseguida miró a su alrededor para descubrir la causa del extraño comportamiento del animal.

Al principio no vio nada. Después alcanzó a divisar una sombra amarilla. Mientras seguía luchando con todas sus fuerzas para no caerse, pudo estirar el cuello y un momento después divisó la parte de arriba de una cabeza elegante y peluda, con manchas blancas y negras. En ese instante, el animal pareció volar por el aire. La mula relinchó de pánico y se metió en el centro del montón de nieve.

Los estaba siguiendo el puma más grande que había visto en la vida y que luchaba por abrirse paso a través de la nieve, que lo cubría casi hasta la cabeza. Daisy no sabía si la fiera iba a poder alcanzarlos, pero estaba segura de que, si lo hacía, no podría hacer nada para detenerla.

Se le había olvidado aprovisionarse también de un rifle.

—Se escapó —anunció Zac, cuando Tyler llegó a la cabaña.

—¿De qué hablas? —Tyler no había encontrado nada para cazar y estaba de mal humor.

—Daisy. Escapó. No está aquí. Se llevó una de las mulas.

Había comenzado a nevar de nuevo.

—¿Adónde se fue? ¿Cuándo se fue?

—Se fue por ese lado —dijo Zac, al tiempo que señalaba un camino a través de la nieve—. Creo que se escapó poco después de que saliéramos.

—No podrá lograrlo.

—Yo lo sé y tú lo sabes. Pero, aparentemente, ella no.

Daisy estaba furiosa con él. Tyler lo había visto en sus ojos cuando estaban desayunando, pero jamás se le ocurrió que fuera a hacer algo tan loco como eso. Él le había dicho una y otra vez que estaba muy débil para viajar. Podía desmayarse fácilmente y congelarse hasta morir.

Tyler también se había escapado una vez. George lo encontró y lo llevó de vuelta a casa.

—Hay una fina capa de hielo sobre la nieve —subrayó Zac—. Si la mula se corta y sangra, atraerá a los lobos y a los pumas.

Tyler no necesitaba que se lo recordaran. Sabía que los animales salvajes podían oler la sangre desde distancias increíbles. Además, tenían los sentidos más agudos si estaban hambrientos. No quería ni imaginarse lo que sería tener una manada de lobos acechándolos.

Ensilló la segunda mula.

—No te alejes de la cabaña. Seguramente llegaré tarde.

—Si no la encuentras rápido, las huellas se borrarán —dijo Zac, mientras señalaba la nieve que caía con celeridad y dificultaba la visión—. No creo que tenga ni idea de cómo volver a la cabaña.

Tyler pensó que si Zac hubiera sido mujer se habría llamado Casandra. Nadie podía predecir tantas desgracias en tan corto tiempo.

—Es mejor que lleves algo de comida, por si te atrapa la tormenta.

—No tengo tiempo. Además, si quedamos atrapados, la comida no va a servir de nada.

Tyler vio que las facciones de Zac se alteraban sutilmente y sintió que en ese momento era tan parecido a George que se puso nervioso.

—Si no vuelves en dos horas, iré a buscarte —dijo.

—Quédate aquí.

Zac volvió a tener el aire de siempre.

—Es posible que sea un ser egoísta y mimado, pero no hay ninguna posibilidad de que sea capaz de mirar a nuestros hermanos a la cara y decirles que me quedé aquí y te dejé morir.

Esa reacción de Zac sorprendió y agradó a Tyler. Era un mocoso insoportable, pero parecía que, en el fondo, tenía algo de bondad.

—No hay necesidad de que los dos terminemos muertos. Alguien tendrá que contarle a George lo que pasó —dijo Tyler.

—¡Pues ten la seguridad de que no seré yo!

Tyler se subió a la mula y comenzó la búsqueda, pero no tuvo que avanzar mucho para encontrar otro motivo de preocupación. Dos kilómetros más abajo, debajo de un arco de roca donde la nieve no tenía más de treinta centímetros de alto, vio el rastro de tres caballos. Uno era el caballo grande que cargaba al jinete pesado.

Los asesinos seguían buscando a Daisy.

Iban en la dirección equivocada y la nieve que estaba cayendo les iba a dificultar la búsqueda de la cabaña, pero Tyler tenía que enfrentarse al hecho de que esos hombres estaban decididos a encontrarla. No podía seguir creyendo que la nieve los protegería. Tarde o temprano iba a tener que hacer algo con respecto a aquellos hombres.

Pero por ahora no se lo contaría a Daisy, suponiendo que consiguiera encontrarla a salvo. Nunca lograría hacerla desistir de la idea de perseguir a los criminales. Lo único que tenía que hacer para conseguir que ella emprendiera algo era sugerirle todo lo contrario. Admiraba la determinación de la muchacha, pero le preocupaba que ella no pareciera entender el peligro.

Tyler oyó a lo lejos el rugido de un felino. Sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. Daisy podía estar en la loma siguiente o podía estar a un kilómetro. Era imposible saberlo. Azuzó a la mula, pero el animal también había oído al felino y tal vez hasta lo había olido. La mula estaba renuente a continuar, pues el instinto le decía que un enemigo mortal la esperaba.

Tyler maldijo la nieve, casi no podía ver y estaba borrando los rastros que había dejado la mula de Daisy. Luego oyó lo que le pareció un relincho o un rebuzno y se sintió un poco más tranquilo. Si el animal todavía estaba de pie y era capaz de pelear, Daisy estaría a salvo mientras él llegaba. Pero, cuando dio la vuelta a un bosque de pinos cubiertos de nieve, lo que vio lo dejó sin aliento.

Daisy estaba en el suelo, con la nieve hasta la cintura. Tenía las riendas de la mula agarradas bajo el brazo, mientras sostenía con el otro una rama con la cual pretendía espantar al puma. El felino, confundido por la rama y la presencia de un ser humano, el único miembro del reino animal al que temía, daba vueltas en torno a ella con gesto vacilante.

Tyler desenfundó el rifle y disparó en dirección a la nieve, cerca del puma. El felino se dio la vuelta y gruñó.

Daisy también volvió la cabeza, con una expresión en la que se mezclaban el miedo, el asombro y el alivio.

Tyler volvió a disparar hacia la nieve. No quería matar al puma, pero tampoco quería que los persiguiera mientras regresaban a la cabaña. El felino no parecía tener intención de abandonar su presa. Tyler volvió a guardar el rifle en la funda. Bajo una cruda nevada, clavó los talones en la mula y, con un grito escalofriante, salió al galope en dirección a la bestia.

El animal se quedó quieto unos instantes. Finalmente, después de soltar un gruñido y enseñar cuatro colmillos blancos y relucientes de más de doce centímetros de largo, salió corriendo entre la nieve y se perdió de vista.

Daisy se volvió a mirar a Tyler.

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