Daisy

Daisy


Capítulo 11

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Por fin la pálida luz del sol alcanzaba a atravesar la delgada capa de nubes. Después de tantos días nublados, era casi un día soleado. Daisy se cerró el abrigo debajo de la barbilla para protegerse del frío. Bajo la nieve, el hielo crujía con cada paso que daba.

—Está haciendo un frío horrible aquí afuera —dijo Zac, mientras caminaba entre la nieve.

—Entonces quédate dentro.

—No me fío. Si me marcho es muy probable que te busques problemas.

—Eso no es asunto tuyo.

—Creo que Tyler lo convertirá en asunto mío cuando me mate por haberte dejado salir —replicó Zac—. Aunque está equivocado, cree que puedo lograr que no hagas lo que él te ha pedido que no hagas.

—Él me agarraría, me levantaría en vilo y me llevaría adentro otra vez —reconoció Daisy con sarcasmo. No entendía por qué, pero el solo hecho de pensar en eso la hizo estremecerse.

—Yo no alzaría a ninguna mujer sobre este hielo.

Daisy resistió la tentación de molestar un poco más a Zac. No se parecía ni un poco a Tyler. No quería que Zac la tomara en brazos, por supuesto, y en cambio la excitaba la idea de que Tyler la llevara en sus poderosos brazos.

—Prometiste quedarte cerca, donde te pueda ver —le recordó Zac.

—Solo quiero dar un paseíto —dijo Daisy—. Hay un caminito que lleva a esa loma.

Las nubes se apartaron súbitamente y la luz del sol apareció en todo su esplendor. Daisy sintió que el calor penetraba hasta sus huesos y después se esparcía placenteramente por todo su cuerpo. Se sintió tan bien, tan llena de energía, que simplemente no podía soportar la idea de encerrarse otra vez en la cabaña. Nunca había visto las montañas desde allí. El paisaje era magnífico.

Así que siguió caminando y disfrutando de cada cosa que veía y oía, mientras hacía caso omiso de Zac y la letanía de quejas que intercalaba con infinidad de advertencias. Las ramas de los árboles se doblaban por el peso de la nieve y el hielo. Daisy arrancó un carámbano que encontró en un árbol joven, se lo metió en la boca y lo chupó como si fuera un dulce. Había pájaros apiñados en los árboles y sus plumas parecían tener el doble del tamaño normal, como si fuera una manera de aislarse del frío. Una ardilla salió corriendo por encima de una rama y desprendió un pedazo de hielo que cayó al suelo con un ruido sordo. Daisy no sabía si la algarabía del animalito era un saludo o una queja por el mal tiempo.

Miró hacia atrás, pero Zac ya no la estaba siguiendo. Se rio y apretó el paso. Rápidamente, perdió de vista la cabaña, pero no se detuvo. Sabía que en cuanto regresara Tyler tendría que encerrarse otra vez.

No había avanzado mucho cuando advirtió un movimiento un poco por delante de ella. El recuerdo del puma la asaltó y se detuvo. Miró hacia atrás, pero un grupo de pinos cubiertos de nieve le impidieron ver a Zac. Cuando estaba dando media vuelta para regresar, cayó en la cuenta de que la forma de lo que había atisbado no parecía la de un felino, era demasiado alto. Además, parecía estar escondido detrás de un árbol caído.

Después de observar por unos momentos, Daisy concluyó que el animal en cuestión estaba en problemas y no escondido. Cuando se acercó, vio una pequeña hembra de venado que la miraba con sus profundos ojos marrones. Había quedado atrapada debajo de una rama caída y parecía exhausta por el esfuerzo que había hecho para tratar de zafarse. Al ver que Daisy se acercaba, trató de forcejear un poco más, pero finalmente se quedó inmóvil.

—Pobre animalito —murmuró—. Te ayudaré.

Pero la rama era muy gruesa y la parte que estaba metida dentro de la nieve estaba congelada. Daisy trató de levantarla con todas sus fuerzas, pero no lo logró. Cuando creyó escuchar que Zac se acercaba, se sintió aliviada, pero cuál no sería su sorpresa cuando vio que era Tyler el que se estaba aproximando, con pisadas rápidas y decididas. La muchacha no pudo ver su expresión debido a la barba, pero a juzgar por sus ojos, estaba furioso.

Instintivamente, se echó para atrás. No había salido para desafiarlo, pero seguramente eso era lo que le parecía.

—¿Qué es lo que pretendes, escapándote cada vez que doy la espalda?

Tyler la agarró de los hombros. Daisy pudo sentir la fuerza de sus dedos incluso a través de toda la ropa que tenía encima. Se sintió indefensa.

—Simplemente quería tomar algo de aire fresco.

—¿Y no pudiste encontrar cerca de la cabaña ningún aire que te complaciera?

A pesar de la rabia de Tyler, Daisy se rio.

—Es que no quería seguir oyendo las quejas de Zac. ¿Qué hiciste con él?

Tyler la sacudió.

—¿Acaso crees que vale la pena que te maten solo para escaparte de Zac? Esos hombres siguen por aquí.

—No fue mi intención venir tan lejos, pero encontré este camino. Y el sol estaba tan agradable… —Una segunda sacudida le borró la sonrisa del rostro.

—La sensación era tan agradable que no te importó la posibilidad de que te dispararan.

—Admito que se me olvidaron los asesinos. Dijiste que no nos podían seguir con toda esta nieve.

—No tendrían que seguirte. Si hubieras continuado por este camino, pronto habrías sido fácil de localizar. Cualquier persona con unos prismáticos te podría ver a cinco kilómetros de distancia.

Daisy echó un vistazo a su alrededor, pero varios abetos, pinos y álamos tapaban el panorama.

—¿Qué puedo hacer para convencerte de que no sigas huyendo? —Tyler ya no parecía tan furioso, solo descorazonado—. Si creyera que estás a salvo, me mudaría con Zac a otra cabaña.

—No me estaba escapando. Y no te atrevas a abandonarme. Me moriría de miedo.

—¿Estás segura? ¿No es una mentira para que te crea?

A Daisy no le gustaba que Tyler pensara que ella estaba desesperada por escaparse de él. Pero no se le ocurrió nada que pudiera hacerlo cambiar de opinión. Lo único que podría convencerlo sería un cambio de comportamiento y el mejor momento para empezar era aquel.

—Yo no te tengo miedo, tampoco estoy enojada contigo. Solo quería salir unos minutos de la cabaña. Pensé que Zac me estaba siguiendo. ¿Dónde está?

—Lo mandé a acompañar a Willie, de caza.

—¿Por qué regresaste?

—Tenía la sensación de que no te quedarías quieta en la cabaña. —Ya no se le notaba enojado, solo resignado.

—¿Habéis encontrado algún venado?

—No, pero Willie sigue buscando.

—Yo sí, ahí está.

Tyler siguió con los ojos el dedo con el que Daisy le señalaba algo. Al ver al venado, se subió a las ramas y se acercó.

—¿Vas a matarlo?

—No.

—Dijiste que casi no quedaba comida.

—Nunca mato animales indefensos. Vamos a ver qué le pasa.

Daisy no entendía a Tyler, tampoco creía que algún día lo fuera entender, pero estaba tan aliviada de que no quisiera matar al venado, que eso no le importó. Se quedó asombrada por la gentileza con la que él trató al animal, que parecía saber que no le iba a hacer ningún daño.

—Tiene una herida en el lugar donde le cayó la rama, pero no creo que tenga nada roto —dijo—. No puedo estar seguro hasta que lo libere.

Daisy no había podido mover la rama ni un centímetro. Sin embargo, Tyler la levantó sin ningún esfuerzo. La muchacha no pudo disimular la emoción que la estremeció. Nunca había conocido a un hombre que fuera lo suficientemente grande y fuerte para ella. Tyler era increíblemente grande. A su lado nunca se sentiría demasiado alta o poco femenina.

Luego recordó lo que había sentido entre sus brazos, la presión del muslo de Tyler contra el de ella, el cosquilleo que sentía en el vientre cuando los brazos le rozaban los senos. A pesar del frío, un ardor líquido recorrió todo su cuerpo. ¿Por qué no podía ser el hombre destinado a ella?

Daisy se dijo que no tenía sentido insistir en lo que era imposible. Sería mejor que pensara en el venado. El animal hacía esfuerzos para ponerse de pie, pero cada vez que lo intentaba se volvía a caer.

—Pobrecito, no puede levantarse.

—Más que nada, está cansado. Se recuperará en cuanto descanse un poco.

Tyler se agachó y cogió al exhausto venado entre los brazos.

—¿Qué vas a hacer?

—Espero que no le importe compartir el cobertizo con las mulas.

El venado hizo un último intento por escapar y luego se entregó a su suerte.

—¿El cobertizo es lo suficientemente seguro para que el puma no pueda entrar?

Daisy no podía soportar la idea de que el puma agarrara al pequeño venado. Tampoco entendía por qué le importaba tanto. Seguramente era por el estado de indefensión del animalito. Tal vez porque ella se sentía igual.

—Tendremos que darle algo de comer.

—Hay heno y avena en el cobertizo.

—Espera a que Zac lo vea.

Tyler se rio.

—Para empezar, querrá comérselo.

—Pero no le gusta el venado. Lo dice constantemente.

—Pero lo prefiere a no comer nada.

—¿Ya se nos ha acabado la comida?

—Estamos cerca.

Daisy saltó y se colocó frente a Tyler.

—Prométeme que no dejarás que Zac le haga daño.

—No lo va a descuartizar, si a eso te refieres. Seguramente le pedirá a Willie que lo haga.

—Nadie le hará daño a este venado. Promételo.

Tyler sonrió y a Daisy el corazón le dio un vuelco. Su mirada era tan afectuosa y seductora que casi no notó la barba.

—Mientras esté en el cobertizo, nadie podrá tocarlo —dijo Tyler—. Pero no puedo prometerte que, después de que lo dejemos ir, no aparezca sobre la mesa de otra persona.

Tyler comenzó a caminar hacia la cabaña y Daisy fue detrás, mientras seguía sintiéndose agitada.

—De momento, podríamos quedarnos con él.

—No.

—No me refiero a dejarlo en el cobertizo. Podrías hacerle un corral.

—No se quedaría en un corral. Si lo hiciera, el puma lo atraparía. Los animales salvajes deben estar en libertad. Si los vas a encerrar, es mejor que los mates. Es mucho más generoso con ellos.

Daisy siguió caminando detrás de Tyler, mientras pensaba que, si bien era cierto lo que él decía, le daba rabia que las cosas fueran así.

—No todos los venados terminan en el estómago de los hombres y de los pumas —dijo Tyler—. El otoño pasado vi un macho magnífico, con unos cuernos gigantescos. Podría ser un formidable semental.

—¿Le disparaste?

—No, dejé que se quedara con su harén. Este venado puede ser una de sus crías.

Daisy se sintió un poco mejor. Tyler no permitiría que nadie le hiciera daño al animalito. Aunque no estaba segura de que las mulas y el burro pensaran lo mismo. No parecían muy contentos de tener que compartir su hogar.

—Necesitaré agua y vendajes —dijo Tyler—. Hay agua caliente sobre la estufa y los vendajes están en la repisa.

Cuando Daisy regresó, Tyler estaba inclinado sobre el venado y tenía la rodilla sobre el cuello del animal.

—Ahora que está a salvo, no quiere quedarse quieto —explicó el hombre.

Mientras observaba a Tyler curando al venado, la joven trató de ordenar sus ideas en relación con lo ocurrido en la última media hora, pero sin éxito.

Ella había encontrado un venado, pero lo único que quería era dejarlo libre. Tyler que habría matado al animal para alimentarlos si lo hubiera encontrado sano y libre, lo había llevado con delicadeza hasta el cobertizo, le había limpiado la herida y lo había vendado. Incluso había puesto unos palos en el extremo del cobertizo para protegerlo de las mulas y el burro. Ya no parecía que fuera el venado de ella. Era de Tyler. Él siempre estaba protegiendo a los vulnerables y a los débiles. Primero había sido ella, ahora era el turno de la venadita. Sospechaba que también protegía a Zac.

Daisy se inclinó hacia delante y le dio unas palmaditas cariñosas al venado. Tenía la piel áspera y dura. Estaba acostado, quieto, y los miraba con unos ojos enormes.

—¿Por qué no come? —preguntó.

—Está extremadamente cansado. Si por la mañana no ha comido nada, deberemos preocuparnos, pero por ahora es normal.

Daisy no quería abandonar el cobertizo, pues quería asegurarse de que el venado iba a estar bien, pero era evidente que Tyler pretendía que regresara a la cabaña con él.

—Esperemos que Zac y Willie hayan encontrado algún venado —dijo Tyler, cuando entraron a la cabaña—. Si no, voy a tener dificultades para explicarles por qué tengo uno vivo en el cobertizo.

«Dificultades» no era la palabra exacta. Zac y Willie regresaron con las manos vacías después de toda una tarde larga y fría.

—Claro que no cazamos nada —dijo Willie—. No podría sorprender a un coyote sordo con tu hermano hablando hasta por los codos y haciendo más ruido que un alce en celo.

Cuando tuvo noticia del venado que tenían en el cobertizo, Willie solo guardó silencio. La reacción de Zac fue un poco más expresiva.

—¿Que tienes qué en el cobertizo? —preguntó.

—Un venado, una hembra joven —dijo Tyler, y los ojos le brillaban con sorna—. Está al fondo del cobertizo, detrás de los palos, si quieres echarle un vistazo. Daisy te lo enseñará. Lo mismo te deja acariciarlo, si es que logras hacerlo con gentileza.

Zac miró a su hermano con la boca abierta.

—Aquí estamos a punto de morirnos de hambre y tú tienes a un venado en el cobertizo y lo estás alimentando.

—Está demasiado cansado para comer —explicó Daisy.

—Me sorprende que no le estés dando de comer con la mano —le reprochó Zac.

—Debiste cortarle el cuello cuando estaba en el suelo —dijo Willie—. Es un poco difícil cuando están en pie.

—Nadie le va a cortar el cuello —dijo Daisy—. Está herido. Lo vamos a conservar hasta que se recupere.

—Lo próximo será dar posada a los tejones y a los coyotes —comentó ácidamente Zac, al tiempo que miraba a Tyler con ojos incrédulos.

—También trajimos un coyote —bromeó Daisy.

—¡Eres la mocosa más desagradecida que existe! —Zac explotó—. Después de todo lo que he hecho por ti.

—¿Qué es lo que has hecho por mí?

—Recibir una bala, para empezar —le recordó.

—Ya te dije que lo sentía mucho, pero esa no es razón para matar al venado de Tyler.

—No es su venado. Es…

—No tiene sentido que discutamos el asunto —interrumpió Tyler—. El venado se quedará en el cobertizo hasta que sea capaz de sobrevivir por su propia cuenta. Mientras tanto nos comeremos los restos del otro venado y luego la panceta. Si no hay otro remedio, herviremos cuero. Pero nadie se va a comer el venado que está en el cobertizo.

Daisy esperaba que Tyler no cambiara de opinión cuando se quedaran sin comida. No creía que Zac lo fuera a desafiar, pero no estaba segura de la reacción de Willie Mozel.

El enorme felino daba vueltas alrededor de Daisy. Le escurría la saliva de los colmillos y tenía un aliento espeso y húmedo que llegaba hasta las mejillas de la joven como una nube blanca. Ella trató de correr, pero tenía los pies demasiado pesados para moverse. Cada paso era más difícil que el anterior. Al avanzar, la nieve parecía cada vez más profunda.

El puma la acechaba trazando círculos cada vez más cerrados. Daisy trató de gritar, pero no le salió ningún sonido de la garganta. Buscó algo con que defenderse, un arma, pero no había nada cerca, solo una explanada ilimitada de nieve pura y blanca. La bestia se preparó para el asalto encogiéndose, enseñó los colmillos y se abalanzó sobre Daisy.

La muchacha se despertó con el corazón en la garganta y respirando de manera agitada. Estaba sudando. Mas era un sueño. Una pesadilla espantosa, pero solo un sueño. Se volvió a echar en la cama pero, a pesar de los latidos apresurados de su corazón, alcanzó a oír el crujir de la nieve y el sonido de unas garras sobre la madera.

Se quedó paralizada. Era el puma.

Saltó de la cama y corrió a la ventana. Con la palma de la mano derritió el hielo que había formado un delicado dibujo sobre el vidrio. La luz de la luna era tan débil que la mayor parte del patio estaba en sombras. Pero no tuvo dificultades para ver al animal.

Estaba tratando de entrar en el cobertizo. Alcanzó a ver las marcas de las uñas en las tablas de madera. Las mulas y el burro rebuznaban, coceaban de miedo.

Daisy gritó de pánico, cuando vio que Tyler aparecía al lado de la cabaña, agitando un palo largo y gritando. No podía creer que fuera a atacar al puma sin un rifle. Tyler se estaba enfrentando al animal como si fuera más fiero, más fuerte que él y no tuviera nada que temer.

El enorme felino dio media vuelta para encararse con Tyler, pero en lugar de atacarlo comenzó a retroceder. Emitía unos gruñidos espeluznantes y trataba de morder el palo de Tyler con sus enormes colmillos, mientras lo amenazaba con unas garras que podrían acabar en unos segundos con un ciervo adulto. Tyler le tiró a la cara un puñado de nieve y lo golpeó con el palo. El animal se dio la vuelta y salió corriendo. Rugió una última vez y luego desapareció entre los árboles.

—¿Estás despierta? —preguntó Zac.

—Sí —le contestó Daisy, que seguía mirando por la ventana, preguntándose si el puma regresaría.

—No hay nada de que preocuparse. Deberías volver a la cama. Tyler tiene que perseguir a ese endemoniado gato por lo menos una vez a la semana. Es casi un juego.

Daisy echó un último vistazo antes de meterse de nuevo en la cama. Se arropó bien con las mantas. Se le había olvidado el frío que hacía dentro de la cabaña una vez que se extinguía el fuego.

Los Randolph estaban locos. No podría haber ninguna otra explicación para que un hombre supuestamente cuerdo se enfrentara a un puma con un simple palo.

Willie salió al amanecer.

—Tengo que ver qué le hicieron a mi cabaña esos desgraciados —dijo.

—¿Qué desgraciados? —preguntó Daisy.

—Unos buscadores de oro que no pudieron llegar a sus cabañas —terció Tyler, al tiempo que salía tras Willie, con un rifle debajo del brazo.

—Deberías dejar de decirle mentiras a la muchacha —le dijo Willie, cuando ya nadie podía oírlos—. Estás contando tantas que te vas a confundir y luego no vas a saber qué dijiste.

—No quiero que sepa que esos hombres están tan cerca —dijo Tyler—. No serviría de nada y se preocuparía.

—Tal vez eso la convenciera de no andar por ahí adoptando venados. —Willie miró hacia el cielo—. Parece que el día va a aclarar, aunque sigue haciendo frío. El hielo puede ser peor que la nieve.

—Ojalá el tiempo les complique la vida a los asesinos. ¿Regresarás para contarme hacia dónde se dirigen?

—Seguro —dijo Willie, mientras comenzaba a caminar por el sendero que Daisy había seguido el día anterior—. Tengo que saldar cuentas con esos hombres.

Tyler se detuvo. Se le había ocurrido una idea. Sonrió.

—¿Quieres divertirte un poco?

—¿Qué tienes en mente? —preguntó Willie, con una mirada llena de curiosidad.

—Te lo diré cuando lleguemos a la cabaña. Voy a acompañarte.

Dos horas después, los dos hombres estaban acurrucados detrás de unas rocas, a unos treinta metros de la cabaña de Willie.

—Creo que siguen ahí —dijo Willie con disgusto—. Parece que están tratando de quemar toda mi leña al mismo tiempo.

—¿Crees que puedes alejar sus caballos sin que se den cuenta? —le preguntó Tyler.

—Podría pasar una manada de búfalos frente a sus narices y esa partida de perezosos no se darían cuenta —contestó Willie con desdén.

—Llévalos tan lejos como puedas. Quiero que sigan buscándolos mientras llevo a Daisy hasta Albuquerque.

—¿No sería más fácil que yo los hiciera salir para que puedas dispararles?

—Probablemente es lo que se merecen —dijo Tyler.

—Pero no lo vas a hacer, ¿verdad?

Tyler negó con la cabeza.

—Lo sabía. Siempre he dicho que eres demasiado caballeroso.

—Tú esconde los caballos.

—Puedo hacer algo mejor que eso. Los soltaré todos los días. De esa manera estarán muy ocupados para ir tras de ti.

—¿Estás seguro? Puede resultar peligroso. No son tan inofensivos como crees.

—Es muy fácil. Además, tengo una cuenta pendiente con esos sujetos. Acabaron con mi casa.

Tyler maldijo cuando vio que Willie no se preocupaba por esconderse mientras caminaba hacia el cobertizo. Momentos después salió con el burro y tres caballos. Willie los condujo frente a la casa. El muy estúpido estaba tratando de sacar adrede a los asesinos de la cabaña. Tyler soltó una maldición y se puso el rifle sobre el hombro. No había terminado de poner el dedo en el gatillo, cuando un hombre salió corriendo, gritándole a otro que estaba adentro.

Tyler disparó. La bala impactó en una de las esquinas de la cabaña de Willie y una lluvia de astillas empezó a volar por todas partes. El hombre cayó al suelo. Un segundo hombre salió de la cabaña. Volvió a entrar. Tyler hizo dos disparos rápidos, uno de los cuales alcanzó a dar en el lateral de la bota del segundo hombre.

Con un grito de triunfo, Willie desapareció detrás de los árboles con los caballos y el burro. Alguien dentro de la cabaña rompió una ventana. Tyler disparó hacia allí. Un alarido le indicó que la bala había alcanzado a alguien. Maldijo otra vez. No tenía intención de comenzar un tiroteo. Cambió de escondite. Ya lo debían de haber localizado por el resplandor que producía el rifle.

Le disparó al hombre que estaba en el suelo, el cual se lanzó de cabeza hacia la puerta y lanzó una maldición. Luego volvió a cambiarse de sitio y esperó. Quería darle a Willie por lo menos cinco minutos de ventaja. Iba a usar las huellas de los caballos para camuflar sus propias huellas de regreso a la cabaña.

Vio que un rifle se asomaba por la ventana. Tyler apuntó con cuidado y disparó. Estaba de suerte. La bala dio contra el rifle y el hombre lo soltó, mientras que una buena cantidad de esquirlas metálicas se dispersaban por la cabaña como cohetes.

Alguien dio otro alarido. Otro gritó:

—¡Hijo de puta!

Tyler sonrió y cambió de lugar. Ahora casi estaba disfrutando. Esperó cinco minutos. Entonces apareció un sombrero en la ventana, y una bota en la puerta. Tyler les dio a los dos. Se oyeron más insultos dentro de la cabaña, pero no hubo nada más a lo que disparar.

Convencido de que los asesinos se quedarían quietos por un rato, Tyler se metió en el bosque y se encaminó hacia su cabaña.

Llegó a tiempo para ver a Daisy cuando salía de la cabaña, envuelta en un abrigo suyo que casi parecía tragársela.

—¿Willie pudo llegar sano y salvo a la cabaña?

—Sí. No deberías estar afuera. Está haciendo demasiado frío.

—Quiero ver cómo está el venado.

Tyler no pudo entender por qué encontraba tan encantadora a una mujer envuelta en un abrigo enorme. Una repentina corriente de ternura le recorrió el cuerpo, al verla avanzando con dificultad por entre la nieve, con la cara apenas asomando de la capucha con ribete de piel. Entonces se sintió invadido por la necesidad de protegerla. Probablemente él era el menos violento de todos los Randolph, pero había cosas que simplemente no podía tolerar. Nadie iba a hacerle daño a Daisy mientras estuviera con él.

—¿Crees que anoche hizo mucho frío? —le preguntó Daisy, mientras caminaban hacia el cobertizo.

—Seguramente el calor de las mulas y el burro lo mantuvieron caliente.

—Los carámbanos están tan duros como rocas.

—El venado ha sobrevivido a las ventiscas, estoy seguro de que está bien.

No había mucho espacio en el cobertizo. Parecía que las mulas se habían acostumbrado al nuevo acompañante, pero el burro no. El venado se incorporó con dificultad cuando los vio entrar. El burro inmediatamente mostró los dientes y movió la cabeza de un lado a otro.

—No ha comido nada —dijo Daisy, al tiempo que señalaba la avena y el heno. Parecía que el venado no había tocado la comida.

—De momento todavía está cansado. Después de reposar, volverá a tener apetito.

—¿Estás seguro?

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