Daisy

Daisy


Capítulo 28

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—¿Quién ha raptado a Daisy? —preguntó Tyler.

—Guy.

—¿Adónde se la ha llevado? ¿Cuándo se fue? ¡Habla! —rugió, pues Adora solo podía mirarlo, mientras le escurrían lágrimas por la cara—. Tengo que ir tras ella.

—Yo… Él… —Adora estaba al borde de la histeria.

—Ven y siéntate —dijo Laurel, al tiempo que se interponía entre la asustada muchacha y Tyler—. Has pasado por una experiencia terrible. —Condujo a Adora a un pequeño sofá, se sentó a su lado y le dio unas palmaditas en la mano—. Trata de calmarte. —Laurel miró a Tyler—. Nadie va a acusarte.

Adora sollozó un par de veces más. Solo pudo dejar de llorar cuando sintió que Tyler ya no gritaba.

—Ahora cuéntanos lo que pasó —dijo Laurel—. Tómate el tiempo que necesites. —Con una mirada de enojo le advirtió a Tyler que se quedara callado.

—Daisy le pidió a Guy que le cuidara el rancho en su ausencia. La convencí de que se fuera con él hasta allí. Mi hermano quería una última oportunidad para tratar de convencerla para que se casara con él. Naturalmente, yo esperaba que tuviera éxito. Daisy ha sido mi mejor amiga desde hace varios años. Nada me gustaría más que fuera mi cuñada.

—Naturalmente —coincidió Laurel.

—Después de que salieron, papá llegó a casa. Alcancé a oírlo diciéndole a mamá que debía preparar la habitación de Daisy. Cuando mamá preguntó la razón, le contestó que Guy iba a forzarla a casarse con él. Mamá dijo que eso no era correcto, pero papá le gritó y le dijo que se callara y se ocupase de la habitación. Por eso he venido aquí. Ella ama a Tyler no a Guy.

—¿Cuánto tiempo hace que salieron? —Tyler hizo un esfuerzo por mantener la voz en un nivel normal.

—Realmente no lo sé, perdí la noción del tiempo.

—Llegamos a tu casa a las nueve y media —dijo Tyler, exasperado por la incapacidad de Adora para recordar los acontecimientos que habían tenido lugar hacía solo unas pocas horas—. ¿Cuánto tiempo se quedó?

—Menos de media hora.

—Entonces salieron alrededor de las diez. Eso les da una ventaja de dos horas. —Tyler maldijo en voz baja—. Ya deben de estar en Bernalillo.

—Se fueron en el coche —dijo Adora—, deben de estar llegando al rancho.

—¿Estás segura de que Daisy dijo que me amaba? —preguntó Tyler.

—Te ama desde que volvisteis de las montañas —dijo Adora.

Tyler se dirigió a la puerta.

—Regresaré esta noche y traeré a Daisy de vuelta. Guy Cochrane tendrá suerte si no acaba enterrado al borde de la carretera.

—No le hagas daño a Guy —le rogó Adora—. Le tiene tanto miedo a mi padre que haría cualquier cosa que le pida, pero en realidad ama a Daisy.

Por lo menos tenían una cosa en común, pensó Tyler, mientras corría escaleras abajo por el hotel y se dirigía al establo. Pero esta vez tenía la intención de convencer a Daisy de que se casara con él, y Guy Cochrane, cuya alma cobarde iba a arder en el infierno, le había allanado el camino.

—Daisy, no me puedes dejar así. Tienes que dejar que me ponga de pie.

—¿Por qué? Tu intención era atarme para siempre.

Daisy sacó su caballo del corral y lo amarró a un poste. Guy estaba en el suelo, atado de pies y manos, tal como Tyler le había enseñado a amarrar a un novillo listo para marcar.

—No puedo respirar.

Daisy se volvió al cobertizo en busca de la silla de montar.

—Debiste pensar en eso antes de tratar de forzarme a actuar contra mi voluntad. —Dejó la montura en el suelo y levantó la gualdrapa—. Debiste saber que no había nada que hacer. Estuve en la montaña con Tyler durante más de una semana. Pasar contigo una noche no es algo que pueda compararse.— Acomodó la gualdrapa encima del caballo.

—Pero no puedes dejarme aquí, yo no te haría algo así.

—Río y Jesús regresarán al anochecer.

—No puedes dejar que me encuentren así. Seré el hazmerreír de Albuquerque.

—No creas que me vas a convencer. Solo tratas de retenerme mientras llega el mozo con el cura.

Daisy levantó la silla y la puso sobre el caballo.

—Te juro…

—Ahórrate el esfuerzo. Jamás volveré a creer ni una sola palabra tuya. —Daisy pasó la correa por la hebilla y apretó la cincha. Pero en lugar de montarse, se volvió hacia Guy—. ¿Por qué querías casarte conmigo? Y no trates de convencerme de que tiene algo que ver con amor. Tú jamás raptarías a la mujer que amas.

—Sí lo haría.

—Eso no es amor. Eso es posesión. ¿Qué buscabas?

—Nada distinto a ti.

—Estás mintiendo.

—No, no, te lo juro.

Pero Daisy no oyó la respuesta. En ese momento escuchó a lo lejos el galope de un caballo que subía por el camino del Río Grande. El corazón empezó a latirle con fuerza, cada vez más apresuradamente. ¡Podía ser otra vez el asesino! El corazón le dio un vuelco cuando reconoció el caballo inmenso, con un jinete todavía más grande, que venía galopando furiosamente hacia ella.

¡Tyler!

La felicidad que sintió en todo el cuerpo hizo que desapareciera de una vez y para siempre la idea de no querer casarse con Tyler. Ya no le importaba el asunto del oro ni su libertad. En este momento sabía que la cosa más importante del mundo era poder pasar el resto de su vida con aquel hombre. Tendrían que encontrar la manera. No sería fácil, pero nada podría ser peor que lo que había vivido durante estas últimas dos semanas.

—Deberías estar contento de que te deje dónde estás —le dijo Daisy a Guy—. Tal vez es la única posibilidad que tienes de seguir con vida.

—¿Qué quieres decir?

—Tyler Randolph viene hacia aquí y, a menos que me equivoque, está lo suficientemente furioso como para querer matarte.

Daisy trató de sentirse preocupada por Guy, pero no pudo. Quería que Tyler estuviera tan furioso con él por tratar de raptarla que tuviera ganas de matarlo. También esperaba que él sintiera tanto miedo de perderla que se le olvidaran todas las tonterías que ella le había dicho en el pasado.

Decidió que ya no era momento de mostrarse renuente, así que dejó el caballo en la cerca y fue caminando hasta donde comenzaba el patio. Allí lo esperó, sola e inmóvil, con la espalda recta y la cabeza erguida.

Tyler cabalgó con

Sombra de Medianoche directamente hacia ella, pero Daisy ni siquiera pestañeó. Estaba lista, cuando él se bajó del caballo y la abrazó con fuerza. Estaba lista cuando la besó. Estaba lista cuando la levantó del suelo. Pero no estaba lista cuando le dio un azote en el trasero.

—Esto es por pensar que te podría tratar como tu padre te trataba, aunque seas la mujer más provocadora de todo este territorio.

Por un momento Daisy no supo de qué hablaba, pero entonces recordó lo que le había dicho a Laurel.

—Realmente nunca quise…

Tyler respondió dándole otro beso, hasta que Daisy sintió que las piernas ya no eran capaces de sostenerla.

—¿Dónde está Cochrane? —preguntó Tyler finalmente—. Vi las huellas del coche que entraban y volvían a salir. No te abandonó aquí, ¿verdad?

Daisy puso sus brazos alrededor del cuello de Tyler.

—El cochero se fue hasta Bernalillo a traer al sacerdote. Guy está allá.

Tyler miró por encima del hombro de Daisy y su expresión pasó de la rabia a la sorpresa. Entonces empezó a reírse a carcajadas; era la primera vez que Daisy lo veía riéndose así.

—¿Quieres marcarlo? Creo que sería apropiado. En la espalda, algo discreto pero permanente.

Guy estaba horrorizado.

—Es mejor usar un hierro pequeño. Como no tiene pelo, la marca no tiene que ser tan grande.

—¡Dejad que me levante! —gritó Guy—. Tratadme como un hombre.

—Alégrate de que no te dejo levantarte —dijo Tyler, con menos buen humor que unos momentos antes—. Si estuvieras en pie, te mataría.

—No lo harías —protestó Guy, no muy seguro del terreno que pisaba—. Ningún hombre en su sano juicio lo haría.

—Estoy enamorado de Daisy, perdí el juicio hace semanas. Y estoy tan desesperado que sería capaz de hacer cualquier cosa.

Guy tragó saliva y no dijo nada más.

—¿Estás lista para regresar? —preguntó Tyler.

—Sí —respondió Daisy.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó Guy, cuando se montaron en los caballos.

—El coche estará de vuelta pronto —dijo Daisy—. Puedes pedirle al sacerdote que diga unas oraciones por tu alma. De esa manera no habrá perdido del todo el viaje.

—Y sobre ese viaje a Nueva York… —comenzó Tyler.

—No voy a ir —dijo Daisy—, tengo demasiadas cosas que hacer.

—¿Cómo qué?

—Bueno, pues tengo que construir mi casa. No puedo seguir viviendo en una tienda de campaña. Después tengo que construir otra para Río y Jesús. No creo que a ellos les guste más que a mí la idea de vivir en una tienda.

—¿Y después de eso?

—Recuerdo que dijiste algo sobre marcar a los nuevos novillos. Además, hay cantidades de cosas que hacer en el rancho, árboles por plantar, pozos por excavar…

—¿Alguna otra cosa? —preguntó Tyler, con un extraño resplandor en los ojos.

—Parece que hay algo sobre una boda.

Hen estaba esperándolos en las caballerizas.

—¿Pensaste que no podría traerla solo? —preguntó Tyler, con un dejo de irritación en la voz.

—Y eso lo dice el mismo hombre que estuvo guardándome la espalda durante más de un mes —respondió Hen.

—Pero había docenas de Blackthornes.

—Laurel quería que me asegurara de que Daisy supiera que se puede quedar con nosotros. Insiste en que pospongamos el regreso hasta que organicéis vuestras cosas. El viaje desde el rancho es bastante largo, ¿está todo en orden? —preguntó Hen esperanzado.

Tyler miró a Daisy. Le agarró la mano y se la apretó.

—Tal vez faltan un par de asuntos.

—Espero que os deis prisa, estoy harto de ese hotel, de Albuquerque y de tórtolos embobados como vosotros. Estáis arruinando mis planes.

Los tres salieron del establo y se dirigieron al hotel.

Daisy agarró a Tyler del brazo. Aunque andar por la calle del brazo del hombre al que amaba era una cosa muy sencilla, casi no podía creerlo. En determinado momento, parecía que había tantas cosas que se interponían entre ellos… las diferencias llegaron a parecerles imposibles de salvar. Sin embargo, ahora todo parecía muy simple. Daisy no podía entender cómo no se había dado cuenta antes.

Estaba tan ensimismada en sus pensamientos sobre su futuro con Tyler que casi pasa de largo sin verlo. Pero de repente salió de su ensoñación y se vio en medio de la congestionada calle principal de Albuquerque. Allí estaba él, a menos de diez metros. El hombre que había matado a su padre.

Daisy se detuvo en seco. Se volvió hacia Tyler, pero no pudo pronunciar palabra.

—¿Qué sucede? —le preguntó Tyler.

Ella señaló al hombre.

Tyler miró hacia delante y se volvió de nuevo hacia ella.

—¿A quién estás señalando? Hay mucha gente.

—Ese es el hombre que mató a mi padre —pudo decir finalmente Daisy.

Hen se llevó la mano al cinto instintivamente, para agarrar su pistola, pero había dejado que Laurel lo convenciera de que no fuese armado mientras estaban en Albuquerque. Tyler sí tenía el rifle con él, pero es menos controlable que un revólver, y no quería dispararlo en una calle repleta de gente. Sin embargo, el asesino no tuvo los mismos escrúpulos. Sacó su pistola y disparó a Daisy. Tyler alzó el rifle y respondió. Aunque lo dejó herido, el hombre desapareció por un callejón, en medio de los aterrados transeúntes y vendedores.

—Encárgate de ella —le dijo Tyler a Hen, y se dirigió hacia el callejón, tras el asesino.

Encontrarse cara a cara con Daisy Singleton fue un impacto muy fuerte para Frank. Aunque seguía molesto por su fracaso y por los insultos de Regis Cochrane, había decidido que era tiempo de irse a Montana. Detestaba admitir que había fracasado, pero había decidido que tratar de asesinarla nuevamente era tentar al destino. Ella estaba muy relacionada con los Randolph. Desde su llegada al pueblo había oído muchas cosas sobre la reputación que tenían. Eso fue suficiente para convencerlo de emprender camino hacia el norte. Había sido muy desafortunado que se la encontrara cuando se dirigía al establo, listo para marcharse.

Debía haber dado media vuelta y desaparecer por la primera esquina, pero no pudo pensar con claridad. No entendía por qué le había disparado a Daisy. Esta vez tampoco dio en el blanco, pero eso no era lo importante. Los dos Randolph lo habían visto y ahora podrían reconocerlo.

Frank sintió alivio al ver que Hen no llevaba pistola; de haber estado armado, sabía que ahora estaría muerto. Sin embargo, le sorprendió ver lo rápido que era Tyler con el rifle. La bala entró por la pierna, justo debajo de la cadera. Mientras se arrastraba cojeando por el callejón, Frank buscó frenéticamente un sitio donde esconderse, un lugar seguro donde pudiera refugiarse mientras buscaba un médico. No creía que la herida fuera peligrosa, pero estaba perdiendo mucha sangre. Y las fuerzas. No iba a poder correr mucho más.

Fue entonces cuando decidió ir a la oficina de Regis Cochrane. Ese desgraciado lo había metido en aquel lío, así que bien podría esconderlo hasta que dejaran de perseguirle. Nadie iba a pensar en buscarlo en el único banco del pueblo.

—Ve tras él —le rogó Daisy a Hen—. Se supone que tú eres el que dispara mejor.

Hen siguió caminando rápidamente con Daisy por la calle, alejándola de los curiosos, y se abrió la chaqueta para que pudieran ver que no estaba armado.

—No puedo ayudarlo si estoy desarmado.

—Pero no puedes dejarlo ir solo.

—No es mi intención. Pero primero voy a llevarte al hotel.

—Voy contigo.

—No, no vendrás conmigo. —A Daisy no le quedaron dudas de que lo decía en serio—. Tengo toda la intención de ayudar a Tyler, pero no voy a poner la vida de ambos en peligro por una mujer que no tiene ni idea de lo que está haciendo. —Cuando llegaron a la entrada del hotel, Hen la empujó escaleras arriba—. Asegúrate de que no salga de esta habitación hasta que yo vuelva —le dijo a Laurel, que se sorprendió cuando entraron—. Enciérrala con llave si es necesario. —Hen desapareció dentro de la habitación.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Laurel—. Tyler no mató a Guy Cochrane, ¿verdad?

—No. Vi al hombre que trató de matarme —explicó Daisy—. Tyler está persiguiéndolo.

Hen salió de la habitación con sus pistolas. Laurel se puso pálida.

—No puedo permitir que Tyler se enfrente solo a ese hombre, y menos después de lo que hizo por mí en el Valle de los Arces.

—Lo sé —respondió Laurel, pero Daisy vio que ella cerraba los puños con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—Tyler lo hirió. ¿Dónde están los niños?

—Les di permiso para jugar en la plaza.

—¡Santo Dios! —exclamó. Luego le dio un beso a su esposa y se fue sin decir nada más.

—¿No vas a hacer nada? —le preguntó Daisy a Laurel.

—Sí. Vamos a sentarnos aquí y tú me vas a contar lo que ha pasado. Y no te saltes nada.

—Pero Tyler y tu marido están ahí fuera. Ese hombre puede matarlos.

—Lo sé. Por eso tienes que hablar y continuar hablando hasta que vuelvan.

—¿Pero no vas a ayudarlos?

—La mejor manera de ayudarlo es teniendo fe en él. —Laurel se sentó, pero Daisy no podía quedarse quieta.

—Pero no puedo sentarme aquí y no hacer nada.

—Puedes esperar. Muchas veces eso es lo mejor que una mujer puede hacer.

Tyler se adentró por un laberinto de callejones rodeados de casuchas. Las paredes gruesas y las ventanas pequeñas parecían aislar el sonido de manera muy efectiva, así que pocas personas habían oído los disparos. Y no pudo encontrar a nadie que hubiera visto pasar a un hombre herido. Empezó a temer que no podría encontrarlo.

Siguió buscando y buscando por los mismos callejones, pues sabía que el asesino tenía que haber pasado por lo menos por alguno de ellos y tenía que haber dejado alguna pista. Entonces vio una mancha de sangre. Más allá encontró otra. No necesitaba más pistas. Sabía que el asesino se había dirigido al banco.

Frank logró llegar a la parte posterior del banco antes de que se le acabaran las fuerzas. Se recostó contra la pared de adobe, mientras respiraba con dificultad y miraba a uno y otro lado para asegurarse de que nadie lo hubiera visto.

Estaba sangrando mucho. Tenía que encontrar un médico rápidamente. Abrió la puerta de atrás y prácticamente se desplomó al entrar. El banco había cerrado hacía poco. En un primer momento no vio a nadie. Después vio a Regis Cochrane, mirando por la ventana, aparentemente tratando de descubrir la razón de los disparos.

Frank avanzó unos pasos, apoyándose pesadamente en el mostrador. Sintió que las fuerzas le abandonaban. Una tabla del suelo crujió y Regis se dio la vuelta. Se quedó de una pieza cuando vio a Frank.

—¡Sal de aquí! —le gritó—. ¡Te dije que no regresaras jamás!

—Me han disparado. Estoy herido. Necesito un médico —logró decir, mientras se recostaba sobre el mostrador para no caerse.

—No voy a buscarte un médico. Vete antes de que entre alguien.

—Desgraciado, hijo de perra —jadeó Frank—. He dicho que necesito un médico. —Frank sacó la pistola, pero tuvo dificultades para sostenerla. Estaba terriblemente débil, jamás se había sentido así. Veía borroso. El rostro de energúmeno de Regis parecía estar suspendido en el espacio.

Regis se apresuró a meterse detrás de un mostrador, abrió un cajón y sacó una pistola de seis tiros.

—Deberías haberte ido a Montana la primera vez que te lo dije, Frank. —Regis levantó el arma y disparó. El estallido retumbó en el edificio.

Frank sintió un ardor intenso en el pecho, cuando la bala se le clavó en el cuerpo.

—Desgraciado… —jadeó y disparó.

El cuerpo de Regis Cochrane se estremeció con el impacto de la bala y cayó al suelo estrepitosamente.

Tyler estaba cerca cuando oyó el primer disparo. Se encontraba al lado del banco cuando escuchó el segundo. Abrió la puerta trasera y se encontró al hombre tirado encima del mostrador.

—Ese bastardo trató de matarme —balbuceó Frank—. Trató de matarme.

A Tyler no le tomó más de un instante ver el cuerpo de Regis Cochrane. No estaba muerto, pero sí malherido. Entonces se volvió hacia el asesino moribundo.

—¿Quién te pagó para matar a la señorita Daisy Singleton y a su padre? —le preguntó, movido por la necesidad de saberlo antes de que el hombre muriera.

—Cochrane —pudo decir el hombre en un murmullo.

—Había otros dos hombres. ¿Quiénes son? —Tyler se inclinó más sobre el hombre. La voz era casi inaudible.

—Ed y Toby.

En ese momento se abrió la puerta principal y alguien entró corriendo.

—¿Dónde están? —preguntó Tyler—. Si quieres que Cochrane pague por lo que te hizo, dime dónde puedo encontrarlos. —Tyler tuvo que acercar el oído casi a los labios del hombre para poder oír la respuesta.

—Ed y Toby Peck —dijo el asesino con una voz casi inaudible—. Están en México.

Tyler quería preguntar el nombre del pueblo, pero ya fue demasiado tarde. El hombre estaba muerto.

—¿Está muerto? —preguntó Hen.

—Sí —le contestó Tyler—. Me dijo los nombres de los otros pistoleros. Lo único que tenemos que hacer es agarrarlos para que testifiquen en contra de Cochrane.

Entonces los hermanos se acercaron al banquero, que yacía en el suelo.

—Si quieres que sobreviva, hay que buscar un médico rápido —le dijo Hen.

—Te enfrentarás a un juicio por asesinato, Cochrane —le dijo Tyler—. Por robar ganado, por falsificación, fraude y no sé qué más cosas.

Regis lo miró con ojos de maldad.

—No tienes pruebas y no las tendrás. Ed y Toby están muertos. Los apaches les cortaron la cabellera a unos veinte kilómetros de la frontera.

—¿Tus apaches, o indios de verdad? —preguntó Tyler.

Regis se encogió de hombros.

—Voy a buscar al médico, o se va a morir —anunció Hen.

—Pasadme mi chaqueta, no puedo dejar que me vean sin ella —dijo Regis, mientras Hen salía del banco.

Se negó a que Tyler le ayudara a ponérsela.

—Eres tan estúpido como todos los demás —dijo, casi sin poder respirar—. Crees que puedes vencerme, pero no puedes. Ya no necesito el rancho de Daisy. Me dejaron entrar en el negocio. Ya he ganado.

Mientras hacía un esfuerzo para meter el brazo en la manga, su cuerpo se desmadejó. Estaba muerto.

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