Daisy

Daisy


Capítulo 23

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Adora miró a Tyler con cara de pocos amigos.

—Veo que Daisy no está sola.

—Pensé que usted estaba por ahí aprendiendo cosas sobre hoteles —dijo Guy.

—O buscando minas de oro perdidas —añadió Adora.

—Decidí posponer ambas cosas hasta que Daisy esté bien instalada —dijo Tyler, que no parecía perturbado lo más mínimo por la abierta hostilidad de Adora y Guy—. No creo que el oro se vaya a ir a ninguna parte.

—Alguien puede encontrarlo primero —dijo Adora.

—Siempre existe esa posibilidad, pero no creo que nadie pueda encontrarlo todo.

Con un resoplido de irritación, Adora se volvió hacia Daisy.

—Vinimos a ver cómo estabas. —Miró a su alrededor—. A mí me daría miedo quedarme aquí. Es muy solitario.

—Siempre fue muy solitario. Hasta parecería poco natural que hubiera muchas casas y gente por aquí.

—No es una situación apropiada para ti —dijo Guy—. No tienes un lugar adecuado donde dormir ni hay una mujer para te acompañe.

—Tengo a Río.

—Un hombre no puede ser tu carabina —exclamó Adora—. Eso escandalizaría a la mitad de Albuquerque.

—Especialmente a la señora Esterhouse y a su hija —dijo Daisy.

—Al diablo con la señora Esterhouse y su hija —dijo Guy.

—Amén —añadió Daisy, que se ganó una indescifrable sonrisa de Tyler.

—Estoy más preocupado por ti, esta no es forma de vivir —dijo Guy.

—Estoy bastante bien. Tengo mi tienda y suficientes mantas para soportar una ventisca. Si el tiempo empeorara, puedo dormir en el cobertizo. Y Tyler es el mejor cocinero de todo el Oeste.

—¿Usted cocina? —preguntó Guy con cierto tono de aprensión, como si fuera algo que solo los mexicanos pobres pudieran hacer.

—La comida más rica que haya probado en la vida —terció Río, al tiempo que se unía al grupo—. ¿Va a salir otra vez?

—Vete con Tyler, yo iré en el siguiente viaje.

Tyler estaba renuente a irse.

—¿Qué pasa? —preguntó Daisy—, ¿te asusta no encontrar vacas si no estoy contigo? Eso sería vergonzoso, ¿verdad? —Tyler la premió con una sonrisa sincera y amplia.

—Nunca podría regresar a Texas.

—¿Qué está haciendo él aquí? —preguntó Guy, cuando Tyler y Río se fueron.

—Dijo que se sentía culpable de que yo estuviera aquí y vino a asegurarse de que tuviera éxito.

—Pensé que era esa reina amiga vuestra la que te había hecho desear ser independiente.

—Ambos.

Guy frunció el ceño.

—No me parece que tenga aspecto de vaquero.

—Es enorme —dijo Adora, impresionada con el aspecto de Tyler sobre el caballo, a pesar de la antipatía que sentía hacia él—. Y apuesto.

—Dice que necesito a alguien que me enseñe las cosas básicas sobre el manejo del rancho. Y tiene razón. No te puedes imaginar lo mucho que he aprendido en los últimos días.

—Pero no necesitas aprender nada de eso —dijo Guy—. Si te casaras conmigo, yo me encargaría de todo.

—Pero yo no quiero que nadie se encargue de todo —dijo Daisy—. Ni tú, ni Tyler, ni ninguna persona. Me gusta ser mi propia jefa. Hasta ahora no sabía lo maravilloso que era.

—Pero no puedes vivir siempre como una vagabunda —protestó Adora—. Si sigues así, nunca vas a encontrar a ningún hombre decente que quiera casarse contigo.

—Yo me casaré con ella —dijo Guy.

—No estoy segura de que quiera casarme. Por lo menos, durante bastante tiempo. Las personas como la señora Esterhouse siempre estarán pendientes de mi tamaño o de alguna otra parte de mí que no sea socialmente aceptable. No quiero pasarme el resto de la vida disculpándome por ser como soy. Ni quiero que mi esposo lo haga —dijo Daisy, cuando Guy se aprestaba a protestar—. Además, me gusta vivir aquí. Creo que, aunque hasta ahora no lo sabía, nací para ser ranchera.

—Ninguna mujer nació para ser ranchera —dijo Guy con convicción.

—Parece un trabajo duro —observó Adora.

—Lo es, pero mis músculos ya se están acostumbrando a estar encima de un caballo, y no me molesta. Mis padres me causaron un gran perjuicio al no enseñarme a vivir en el Oeste.

—¿No podrías manejar tu rancho desde Albuquerque? —preguntó Adora.

—Yo te dejaría manejarlo como quisieras —añadió Guy.

—Pronto empezarías a decirme qué hacer y cómo hacerlo —dijo Daisy—. Los hombres sois así.

—¿Y qué pasa con Tyler?

—Él trabaja para mí. Si no me gusta lo que hace, tiene que dejar de hacerlo o marcharse.

—Parece que está aquí para quedarse —dijo Adora.

—Se irá. —Daisy tenía un tono muy seguro. Nunca lo había dudado. La única pregunta era si ella se iba a ir con él. ¿Sería posible que él se lo pidiera? Pero Daisy no les iba a decir eso a Guy y a Adora.

—Si es así, cuando se marche tendrás que volver al pueblo.

—Para entonces espero tener mi propia cuadrilla de trabajadores y haber comenzado a reconstruir la casa —dijo Daisy—. Esta es mi tierra y tengo intención de vivir aquí.

—Pero tú no perteneces a este lugar.

—Estoy comenzando a pensar que es el único lugar al que pertenezco.

—Entonces, ¿no piensas regresar a Albuquerque?

—No sé qué voy a hacer —dijo Daisy sinceramente—. Puede que cambie de opinión en un mes o en un año. Pero, por ahora, me gusta estar donde estoy. No pienso irme.

—¿Y casarte conmigo no es suficientemente bueno? —preguntó Guy.

—Ya hemos hablado de eso, no insistas.

—No me he dado por vencido. Volveré.

—Espero que siempre seas mi amigo.

—Quiero ser más que eso.

—Guy… —Daisy no pudo terminar la frase, porque Tyler llegó inesperadamente.

—Los cuatreros dieron otro golpe anoche —dijo—. ¿Qué quieres que hagamos?

—Seguirlos, claro, y traer las vacas de vuelta.

—Bien, me iré con Río a buscarlos.

—Río se puede quedar aquí, yo voy contigo. Son mis vacas.

—Pero no puedes hacerlo —dijo Guy—. Eso no está bien.

—Antes dijiste que confiabas en mí —dijo Daisy, al tiempo que se volvía hacia Guy—. Asegurabas que me dejarías a mi aire. ¿No puedes confiar en mí otra vez?

—No se trata de mí, es…

—Solo me importa lo que piensen mis amigos. Nadie más.

Guy se movió con incomodidad bajo la mirada de Daisy. Tyler lo miraba con la misma intensidad.

—Siempre he confiado en ti. Tú lo sabes.

—Yo también —añadió Adora—, pero eso no quiere decir que tengas que perseguir cuatreros. Es peligroso.

—Me imagino que abandonarán el ganado con tal de no verse envueltos en un tiroteo —dijo Tyler—. Podéis estar seguros de que la traeré sana y salva antes del anochecer. Pero si vamos a ir, es mejor que salgamos ya.

Ni Adora ni Guy parecían muy contentos con la decisión. Tyler se adelantó para organizar las cosas, o al menos eso supuso Daisy.

—No os preocupéis —les dijo a sus amigos—. Estos hombres compiten entre ellos para asegurarse de que no me nada pase, especialmente Río y Tyler.

—No confío en ese hombre —masculló Guy.

—Me mantuvo a salvo antes —dijo Daisy, que ya estaba un poco impaciente con Guy—. Estaré a salvo ahora.

—Pero ahora te vas a perseguir cuatreros.

—Lo sé. Mi vida nunca había sido tan emocionante.

—No te entiendo —dijo Guy—. Antes no eras así.

—Ni yo misma me entiendo, pero en realidad estoy empezando a conocerme.

—Ten cuidado y avísanos si necesitas algo —dijo Adora—. Lo que sea. Tus sentimientos no han cambiado, ¿verdad?

Daisy negó con la cabeza.

—Tampoco los de él.

—Siempre habrá un lugar para ti con nosotros, si quieres regresar —dijo Guy.

—Lo sé. Nunca podré agradeceros lo suficiente lo que habéis hecho por mí.

—No tienes que agradecernos nada. Todo lo que tienes que hacer es…

—Es hora de irnos —cortó Adora, dándole unas palmaditas a Guy en la pierna—. Ya volveremos, cuando Daisy haya atrapado a los cuatreros.

Mientras veía a Guy alejarse, Daisy sintió un poco de tristeza, pero sin remordimientos. En realidad se sintió aliviada. Había dado otro paso adelante. Ojalá ahora pudiera dominar sus sentimientos por Tyler.

—¡Quiero que la mates! —le gritó Regis Cochrane a Frank Storach—. Rompió el compromiso. —Regis estaba conversando con Frank en la casita que este tenía sobre uno de los callejones que desembocan en la plaza.

—Usted todavía me debe dinero del primer trabajo —insistió Frank—. No haré nada hasta que me pague lo que me debe.

Regis Cochrane miró a Frank Storach con rabia. Ahora que Daisy se negaba a casarse con Guy, la única manera de poner sus manos sobre sus tierras era matarla. Una vez que se deshiciera de ella, podría apropiarse de las tierras mediante la presentación de préstamos falsos que supuestamente el padre de Daisy no había saldado. Nadie cuestionaría su historia.

Los cuatreros tenían orden de llevarse todas las reses de Greene y Córdova a la menor ocasión. Los pequeños robos de los días pasados solo habían sido advertencias. Las tierras de Daisy eran la última pieza del rompecabezas, y Regis la necesitaba ahora.

Entregó a Frank ciento cincuenta dólares.

—¿Cuánto tardarás en contratar ayuda?

—No necesito a nadie. Puedo hacer este trabajo solo.

—Te conviene hacerlo bien. Y esta vez lárgate a Montana cuando lo hayas terminado. No quiero volver a verte.

—Pero seguro que te ha encantado verme hoy.

—Nunca creí que la chica se fuera a poner difícil. Siempre había hecho lo que se le decía.

—Con las mujeres nunca se sabe lo que puede pasar —dijo Frank—. Por eso trato de no acercarme mucho a ellas.

—No me importa lo que hagas —dijo Regis—. Simplemente mátala y aléjate de este lugar. Si te agarran, juraré que jamás te he visto.

Durante un momento, Regis se sintió tentado de matar a Frank y contratar a otra persona. Aquel hombre no era más que un ambicioso matón de medio pelo, pero Regis estaba impaciente por apropiarse de aquellas tierras. Eso le daría total dominio sobre esos bastardos que habían tratado de marginarle porque su madre era mitad española y mitad india navajo. Siempre lo habían mirado por encima del hombro y trataban de ignorarlo. ¡Si ellos no eran más que unos inmigrantes advenedizos! Este era su pueblo. Aquí había nacido y estaba dispuesto a destruir a cualquiera que tratara de ignorarlo.

Mientras Daisy observaba a Tyler cabalgando frente a ella, sin perder jamás el rastro de los cuatreros, se dio cuenta de que quería que él le hiciera el amor. Por eso había insistido en acompañarlo. Si solo quisiera recuperar su ganado, habría enviado a Río. Ella lo sabía en el fondo, aunque le costara reconocerlo incluso ante sí misma. Al igual que Tyler. Daisy se preguntó qué estaría pensando Tyler. No había parado de hablar desde que encontraron las huellas del ganado robado.

—No hay razón para que todas esas vacas estén juntas —dijo, cuando vio las huellas de cascos—. Tampoco para que vayan hacia la montaña. Pero lo que no deja ninguna duda son las huellas de los caballos.

Mientras cabalgaban, Tyler iba identificando todas las plantas que iban encontrando y diciéndole cuáles crecían en cada estación, cuáles tenían valor medicinal, cuáles eran las favoritas de las vacas, al tiempo que le hablaba de los pastos, de las condiciones del clima y una enorme cantidad de información que ella iba a necesitar en los años venideros. La joven esperaba poder recordar algo de lo que él le iba enseñando, aunque en lo único en que podía pensar en ese momento era en lo cerca que estaba Tyler de ella y en el beso que le daría esa noche.

La besaba todas las mañanas y todas las noches. No eran encuentros preparados, ni muy sofisticados. Simplemente la besaba y se iba a trabajar. Al principio ese beso matutino la dejaba conmocionada, pero Daisy pronto se fue acostumbrando y era capaz de dominarse. Lo que había empezado como una guerra para saber quién era el más fuerte, con ventaja inicial del hombre, se había convertido en una especie de empate permanente. Él no iba a decir nada hasta que ella admitiera que lo necesitaba. Y ella no iba a ceder, hasta que él admitiera que la amaba.

Todos los días, cuando comenzaba a anochecer, Daisy se ponía nerviosa. Se sentía, sin querer, a la expectativa, llena de deseo. Nunca se había sentido así respecto a Guy. Con seguridad jamás lo habría acompañado a perseguir cuatreros. Claro que él tampoco lo habría hecho. Habría mandado a otros, mientras se quedaba en casa.

Pero Daisy también sentía que la presencia de Tyler, además de ponerla nerviosa, la reconfortaba. A pesar de que era un soñador empedernido, era el hombre más capaz que había conocido. Podía cocinar, vivir solo en las montañas, construir una cabaña que un carpintero profesional admiraría y hacer el trabajo de un capataz de rancho. Y todo lo hacía con facilidad, de la manera más natural. Ahora estaba tras la pista de los cuatreros, como si simplemente se dirigiera a una reunión de amigos.

De vez en cuando el camino se hacía más angosto y ella tenía que cabalgar detrás. Se sentía segura cuando tenía que mirarlo hacia arriba y no hacia abajo. Se sentía segura cuando él la levantaba como si pesara menos que Julia Madigan. Se había sentido importante y valiosa cuando él no quiso dejarla con Guy. Se sentía deseada cuando él la miraba con sus sensuales ojos castaños.

—Pronto estaremos fuera de tus tierras —dijo Tyler—. Eso puede ser un poco más peligroso.

—¿Por qué?

—Si las vacas están sin marcar y en campo abierto, pertenecen al que las vaya pastoreando. De acuerdo con la ley, en esas condiciones ellos tienen los mismos derechos que tú.

—¡Si son mis vacas!

—Pero tú no puedes probarlo.

—¿Qué piensas hacer?

—No lo sé. Lo pensaré cuando los alcancemos.

Daisy trató de pensar en lo que podría pasar cuando encontraran a los cuatreros, pero era más interesante seguir permitiendo que su imaginación se recreara con el beso que Tyler le daría esa noche.

Cuanto más tiempo cabalgaba a su lado, más pensaba en el beso. ¿Sería distinto ahora que estaban solos? Daisy recordó la última noche en la cabaña y se preguntó si estaría preparada para las consecuencias de dejar salir aquel volcán de deseo que él mantenía bajo control.

—Hoy no los vamos a alcanzar —dijo Tyler—. Tal vez debamos regresar.

—Eso quiere decir que mañana tendríamos que recorrer el mismo camino.

—Estamos llegando a un territorio agreste. Puede ser peligroso. Esos hombres no van a renunciar a lo que llevan robando tanto tiempo cada vez que quieren.

—Esa es una razón más para seguir adelante —dijo Daisy—. No voy a tolerar más robos de mi ganado.

—¿Y cómo vas a lograrlo?

—Por ahora, con tu ayuda, después contrataré a alguien.

Tyler se rio.

—Definitivamente, tienes unas tendencias que jamás sospeché.

—Y tú tienes varias tendencias que mantienes muy bien escondidas. Pero eso es otro asunto. No voy a regresar.

—Bien, entonces tratemos de encontrarlos antes del anochecer. Así podré decidir si es mejor enfrentarnos a ellos esta misma noche o esperar hasta que amanezca.

Los cuatreros podrían esperar hasta la mañana, pero Daisy sabía que ella no.

Encontraron a los cuatreros justo cuando iba a anochecer. Tenían las vacas encerradas en un cañón estrecho.

—Ni siquiera las están vigilando —observó Daisy—, cualquiera podría entrar, quitar las estacas y salir con el ganado.

—Probablemente no ven la necesidad de poner vigilancia.

—¿Qué vamos a hacer?

—Vamos a acampar a un kilómetro de aquí, voy a preparar la cena y nos iremos a dormir.

—No me trates como si fuera una idiota —dijo Daisy con impaciencia—. Es posible que no sepa nada sobre la captura de cuatreros, pero son mis vacas y espero que me digas exactamente lo que intentas hacer.

Tyler tenía ahora su irritante expresión obstinada. Era evidente que estaba decidiendo qué le iba a decir y qué se iba a guardar.

Ella volvió a hablar.

—Tú dijiste que podía hacer cualquier cosa que quisiera. Fuiste tú quien me alentó a tratar de vivir por mi cuenta. Ahora no te puedes echar para atrás. Eso te convertiría en un ser peor que Guy.

Comenzaron a volverse por el mismo camino, en busca de un lugar para pasar la noche.

—¿Que quieres decir con eso?

—Guy realmente no cree que una mujer pueda cuidarse sola. Tal vez estaría dispuesto a acceder a algunas cosas con tal de apaciguarme. Pero nunca me alentaría a vivir sola. Tú sí lo hiciste.

—El hecho de que te haya animado a encargarte del rancho no quiere decir que crea que estás lista para enfrentarte a unos cuatreros.

—Yo no dije que quiera enfrentarme a ellos. Por el momento solo quiero estar segura de que tú no vas a arriesgarte más de lo debido.

—¿Acaso eso es tan importante?

—Claro que lo es. No quiero que ninguno de mis empleados salga herido.

—Yo no soy tu empleado.

Daisy se negó a dejar que él se saliera de la discusión con ese argumento.

—Es verdad que no te estoy pagando, pero estás trabajando para mí.

—Entonces mi seguridad no te importa más de lo que te importa la seguridad de los empleados de Greene.

Tyler estaba pasando al terreno personal, tratando de obtener información. Pero ella no se iba a dar por vencida tan fácilmente.

—¿Por qué debería preocuparme más que la de otros? ¿Acaso tú te preocupas especialmente por mi seguridad?

—Estoy aquí.

Ella estaba buscando una respuesta más clara, más personal y directa, pero se imaginó que era lo máximo que iba a obtener de él.

—¿Por qué estás aquí?

Tyler no respondió. Daisy no entendía por qué le costaba tanto trabajo expresar con palabras sus sentimientos. Era difícil imaginar qué le había sucedido para que se hubiese aislado tanto dentro de sí mismo. A ella la habían dominado y la habían dejado a un lado sistemáticamente, habían destruido su autoestima, pero eso solo había reforzado su decisión de encontrar a alguien a quien amar, alguien con quien compartir la vida. Parecía que a él le había pasado todo lo contrario. Esa era otra razón por la que no eran compatibles.

—Porque no puedo estar en ningún otro sitio.

Tyler se quedó en silencio. Daisy supuso que debía contentarse con eso.

—Me gustabas más como eras en el campamento.

El tajante comentario le sorprendió, así que se volvió sobre el caballo para mirarla.

—¿De qué hablas?

—En el campamento, al menos, de vez en cuando hablabas y sonreías y te comportabas como un ser humano común y corriente. Se hacía notar tu compañía. Pero hoy he visto cómo has ido cambiando con cada kilómetro que avanzábamos. Es como si allí tuvieras una máscara que se ha ido cayendo poco a poco, hasta dejar solamente al Tyler verdadero.

—¿Y ese Tyler no te gusta?

Daisy se estaba sintiendo más fuerte, más segura, y pensó que podía contestarle con sinceridad.

—No especialmente. A ese Tyler no le gusta dar ni compartir. Cuando habla es tan cortante, que en lugar de propiciar una conversación la ahoga, en lugar de estimular las emociones, las congela.

Daisy vio que Tyler se ponía rígido y se preguntó si su rostro mostraría alguna expresión.

—Hay un hombre distinto dentro de ti. El que me cuidó, el que se preocupó por cómo me sentía y se compadeció de mi sufrimiento. Yo me enamoré de ese hombre, pero en algún momento o en algún lugar lo perdí.

Bueno, por fin lo había dicho. Había necesitado de todo su coraje, pero al menos ya lo había dicho y eso debería dejar las cosas claras entre ellos.

—¿Y qué pasaría si él volviera?

—No se quedaría, el otro Tyler no lo dejaría quedarse.

Tyler se detuvo en un bosquecillo de pinos y abetos que había a la orilla de una sonora corriente de agua, muy crecida por la nieve del deshielo.

—Este parece buen sitio para acampar. —Se internó entre los árboles para que no los pudieran ver—. Supón que él vuelve para quedarse.

—Nunca podría casarme con un hombre así —dijo Daisy—. No es una persona completa. Es un fragmento, como ese hombre sociable que estuvo en el campamento. Me imagino que tienes otros fragmentos que aún no he visto. —Daisy se bajó del caballo—. Ven, dame las riendas. Me ocuparé de los caballos mientras preparas la cena.

Mientras Tyler veía a Daisy cepillar a los caballos y amarrarlos cerca de la hierba, decidió que la escena resumía lo que funcionaba mal en aquella relación. Todo estaba al revés. Ella se ocupaba de los caballos, mientras él cocinaba. Ella era la jefa, y él el empleado. Ella controlaba sus sentimientos, pero los expresaba, y él no. Desde que dejó a Willie Mozel cuidando su mina, había estado recorriendo un territorio desconocido.

¿Por qué no admitía que no tenía idea de lo que estaba haciendo? Ya era hora de que reconociera que no solo se sentía fuera de lugar con su familia. Estaba maniatado por la percepción que tenía de sí mismo. Había perdido el control porque estaba tratando de hacer algo contra lo cual había peleado toda su vida.

Estaba tratando de acercarse a Daisy, pero estaba muerto de miedo. Cuando Daisy le dijo que lo amaba, su corazón saltó con júbilo y derribó una barrera que había construido durante años, una barrera que creía que era inexpugnable. Con sus pecas y sus rizos, Daisy la había desmoronado al pronunciar solo unas pocas palabras.

El hecho de que ella también hubiese dicho que nunca se casaría con un hombre como él no parecía tener importancia. Ella lo amaba. Y por ahora era todo lo que podía manejar.

Tyler creía que había perdido el orgullo, y realmente no era tan terrible como él había supuesto. Toda la vida se había aferrado a su orgullo, pero eso no había mejorado las cosas. Sentía que el orgullo dejaría de ser importante si podía descubrir cómo abrirse a Daisy.

—Dime en qué estás pensando —le dijo la muchacha cuando se acercó a la fogata—. Eso huele de maravilla. Tienes que enseñarme a cocinar así antes de irte. Después de probar lo tuyo, ya no me gusta lo que yo cocino.

Tyler se sorprendió de que estuviera tan segura de que él se iba a ir. Nunca tuvo la intención de quedarse más de una cuantas semanas, pero asumía que iba a regresar periódicamente para ver cómo iban las cosas. Sin embargo, aparentemente Daisy esperaba que se fuera del todo, para siempre.

—Creo que iré hasta el campamento de los bandidos después de medianoche. Tal vez pueda arrear las vacas sin despertarlos. Tú puedes esperarme aquí. Si me siguen, los detendré, mientras tú llevas el ganado hasta el rancho.

—¿Y no es peligroso que te enfrentes a ellos solo? —No soy muy bueno con el revólver, pero con un rifle puedo mantener a raya a un ejército.

—¿Crees que pelearán?

—No lo sé. Tal vez les parezca más fácil volver y robar más reses. No entiendo cómo es que hay tanto ganado sin marcar.

—Mi padre nunca contrató suficientes vaqueros. Solo confiaba en Río. Estaba convencido de que estaba cerca de encontrar esa mina y tal vez pensaba que tratarían de robársela. —Daisy se sirvió una taza de café. Le dio un sorbo y se quemó la lengua—. Quería encontrar oro para poder decirle a su familia que se había vuelto rico por su propia cuenta. Nunca entendió que a mi madre y a mí eso no nos importaba. ¿Cuánto tiempo crees que nos llevará terminar de marcar las vacas?

Hablaron de cosas intrascendentes, generalidades, mientras comían, pero los pensamientos de Tyler seguían girando alrededor de la idea de que Daisy lo amaba aunque no esperaba nada de él. Cuanto más pensaba en el asunto, más decidido se sentía a hacerla cambiar de parecer.

La amaba y quería casarse con ella. Era un imbécil por no haberse dado cuenta de que esa era la razón por la que la había seguido hasta allí.

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