Crystal

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Capítulo 16

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Capítulo 16

 

A la mañana siguiente, Steve y yo acompañamos a Diamond, Sky y Phoenix a la comisaría para declarar todos juntos. Ninguna de ellas había querido seguir llevando la ropa vieja que la condesa les había dado. Con jeans, suéteres y camisetas prestadas por Lily, las chicas lucían apocadas mientras intentaban armar el rompecabezas de sus recuerdos.

–Es como intentar tejer una trama completa con telas de araña –confesó Diamond mientras seguíamos a las demás a lo largo del camino soleado que rodeaba la orilla del lago. Un viento fresco agitó el agua azul grisácea; las casas color pastel constituían un alegre contorno de las gélidas profundidades–. Los hilos se alejan constantemente dejando grandes agujeros donde debería haber, no sé –suspiró–, tantas cosas.

–Trace te envía todo su amor –esa mañana, Xav y yo habíamos mantenido una larga conversación. Sus hermanos estaban deseosos de utilizarme como su intermediaria pero él fue muy estricto con ellos y les había dicho que no me agobiaran con mensajes. La prioridad de los Benedict era conseguir salir bajo fianza para ver qué podían recuperar hablando en forma directa con sus almas gemelas, ahora que ellas entendían qué significaban para ellos.

–Qué dulce. ¿Pero qué pasará si nunca logro recordarlo?

–Entonces tendrían que volver a empezar, como le dijo Saul a Karla –una de las dos debía resistir el profundo pánico que nos asaltaba ante esa perspectiva.

–Sin embargo, ¿cómo podría vivir con él si el vínculo de las almas gemelas es desigual? Es como si hubiera perdido un miembro y tratara de caminar sin él.

–Di, la gente sobrevive a cosas extraordinarias. Conseguirás superarlo.

La estación de policía se encontraba en un edificio amarillo brillante que parecía más una escuela primaria que el lugar donde se impartían la ley y el orden. Solo el discreto cartel que decía “Carabinieri” en la verja negra atestiguaba la seriedad de su función. Estar acompañadas por una estrella cinematográfica resultó de gran ayuda, no tuvimos que esperar en la recepción y fuimos escoltados directamente hacia la sala de interrogatorios. Durante la noche, los contactos de Trace y de Victor habían estado trabajando en las sombras y el informe de personas perdidas en Venecia coincidía perfectamente con el rescate. También resultó de gran utilidad el claro relato de Diamond del desenlace desastroso de su despedida de soltera, recolectado en su mayoría de lo que yo le había contado, ya que sus recuerdos eran inexistentes. No podía brindar información sobre quién había llevado a cabo el secuestro sino solamente aseverar que la condesa había estado presente en Venecia y en el castillo y que Diamond no había tenido ninguna intención de ir allí, puesto que tenía planeado dedicar su tiempo a los preparativos de la boda.

–¿Las retuvieron contra su voluntad? –preguntó el oficial. Era la misma persona que había arrestado a los hermanos la noche anterior: Inspector Carminati, según rezaba la placa en su puerta.

Diamond frunció el ceño.

–Es difícil decir qué ocurrió exactamente. Creo que nos dieron algo para que cooperáramos.

–¿Una droga?

–Tal vez –eso era lo mejor que podía ofrecer como explicación del motivo por el cual ella y las demás habían parecido ser, ante muchos testigos, felices huéspedes de la anciana dama.

–Entonces deberíamos pedir un análisis de sangre –el policía hizo una anotación–. Si es que todavía quedan rastros en sus organismos. Señor Hughes, ¿qué papel juega usted en todo esto?

Le traduje la pregunta a Steve.

–Solo ayudé a mis amigos a rescatar a sus mujeres del castillo –Steve se cruzó de brazos sin dejar traslucir la más mínima señal de estar arrepentido de su participación en la aventura.

–¿Y por qué no nos pidió a nosotros que interviniéramos?

Esa era la pregunta del millón, ¿verdad? Era difícil tratar de explicar lo ocurrido sin exponer la dimensión savant, cosa que nos negábamos a hacer delante de nadie que no fueran los oficiales superiores de la policía internacional, que ya estaban al tanto de nuestra existencia de manera estrictamente confidencial. Lamentablemente, la mayoría de ellos se encontraban en Roma y tenían muy poca influencia en el norte del país.

Steve se encogió de hombros.

–Era la forma más rápida de resolver la situación.

–La condesa no ha presentado ninguna queja de que usted haya violado su propiedad privada en el helicóptero, de modo que no voy a presentar ningún cargo en su contra, pero permítame decirle, señor Hughes, en Italia no nos gustan los justicieros que toman la ley en sus propias manos. Esto no es una de sus películas.

Steve se mostró muy poco impresionado.

–No, esto es mucho más raro. Tienen que encerrar a esa vieja mujer pues está totalmente fuera de control.

Decidí no traducir ese comentario en particular.

–Le da las gracias y dice que entiende sus palabras.

El oficial sabía más inglés del que había demostrado porque lanzó un gruñido de disgusto ante mi interpretación libre de las palabras de Steve.

–Si el alcalde no estuviera tan impresionado de tener una producción cinematográfica en la región, yo no vacilaría un segundo en enviar a su amigo de regreso a su país, por más celebridad que sea.

Le dediqué una sonrisa indefensa como diciendo: “¿qué puedo hacer yo, una simple jovencita, para controlar a una estrella de esa magnitud?”.

–Esta situación es claramente mucho más compleja de lo que parece –el oficial acomodó sus papeles–. Sin embargo, no puedo hacer más por ustedes, ya que sus amigos ya se encuentran en camino hacia Verona, donde serán entrevistados y donde pueden pedir la fianza. Si se la conceden, es probable que estén libres esta misma noche.

–¿Y qué pasa con Will Benedict?

–¿El que está en el hospital?

–Exactamente.

–También se considera que está arrestado pero el tema con él es más complicado debido a la excesiva fuerza utilizada en su contra. Estamos trabajando en eso. Sugiero que incluyan su nombre en el pedido de fianza.

–¿Y qué piensan de nuestra denuncia de secuestro?

–Una cosa por vez,

signorina. Necesitamos pruebas que apoyen esa acusación. Hasta ahora, solo tenemos testigos que afirman que su hermana y las amigas eran huéspedes voluntarias y, en apariencia, llegaron libremente. Lo que resultó sospechoso fue su violenta partida sobre los hombros de sus familiares.

–¿Es que acaso no se da cuenta de que los hechos son incongruentes? Si ellas no conocen a la condesa, ¿por qué habrían de querer permanecer con ella e ignorar a su propia familia? ¡Por el amor de Dios, la anciana me abandonó en una isla de la laguna! Tuve suerte de no morir de hipotermia.

El semblante duro del policía se suavizó un instante.

–¿Tiene algún testigo de eso?

Recordé al banquero de Milán.

–¡Sí! Dejé su tarjeta en Venecia. Un testigo muy respetable. Dijo que podíamos comunicarnos con él si necesitábamos su declaración.

–Entonces le sugiero que lo haga, pero en Venecia. La condesa ya ha regresado a su casa allí ya que el castillo fue dañado por el incendio. Si se cometió un delito contra usted, parecería que fue en ese lugar. Por lo tanto, no tiene sentido que continúe su declaración aquí.

No había esperado esa propuesta ni tampoco su tono.

–¿Entonces me cree? Pensé que se pondría del lado de ella.

El Inspector Carminati se puso de pie en señal de que la entrevista había concluido.

Signorina Brook, yo podré ser un simple policía en un oscuro rincón de este país, pero no soy un idiota. Y también leo los periódicos. Si como usted afirma estos hombres formaron parte de la operación que permitió el arresto del conde de Monte Baldo, puedo imaginarme que su madre esté buscando venganza. Acá, todos conocemos al conde… él siempre ha sido un problema. No estoy sorprendido de que, finalmente, la justicia lo haya alcanzado.

–¿Entonces usted…?

Levantó la mano para interrumpirme.

–Sin importar cuál sea mi opinión sobre el tema, debemos obedecer lo que manda la ley. Hasta ahora los únicos delitos que se han visto corroborados por algún tipo de prueba, son aquellos cometidos por los Benedict. Le sugiero que se apresure a probar que ellos tenían una razón valiosa que justificara sus actos.

Cuando abandonamos la oficina, Lily y James Murphy nos estaban esperando en la recepción.

–Dios todopoderoso, Steve, ¿en qué te has metido? –preguntó el director enfurecido–. Tenemos a toda la prensa haciendo guardia afuera. Ante la sola visita de Steve Hughes a una estación de policía, ya están llegando en masa. Sin mencionar los problemas que has causado en mi plan de filmación.

–Cálmate, James –dijo Lily dándole unas palmadas en el pecho al irlandés para recordarle que debía tranquilizarse y evitar un infarto–. Steve, ¿anda todo bien?

El actor estiró los brazos.

–Necesito un abrazo.

Enrojeciendo ligeramente, Lily accedió. Al menos algo se había arreglado anoche.

–¿Perdón? –James se mostró azorado mientras ambos se besaban–. No haré preguntas.

–Crystal y su familia tienen que regresar a Venecia –listo para enfrentar a las cámaras, Steve se colocó las gafas de sol–. ¿Podemos conseguirles un conductor?

–Sí. Pero tú te quedarás aquí, ¿verdad? –preguntó James con recelo.

–Por el momento. Creo que solo conseguiré atraer publicidad indeseada sobre ellos. Crystal, ¿te parece bien?

–Más que bien. Has estado fantástico. Un verdadero héroe.

Steve esbozó una sonrisa burlona.

–Es bueno saber que todavía puedo serlo.

Lily le dio un apretón en la cintura.

–Estoy orgullosa de ti.

–Nos marcharemos por atrás –James hizo unos rápidos arreglos por teléfono–. Mi chofer llevará a Crystal y a sus amigas de regreso a Venecia –el pobre James estaba alejándome raudamente de Steve ya que yo era un elemento claramente perturbador–. Y tú, mi querido actor estrella, tienes que subir a la montaña y hacer las escenas de acción antes de que cambie el tiempo.

Steve deslizó la mano en el bolsillo trasero de Lily y ella colocó la suya en el de él.

–Gracias, James. Y lamento lo sucedido. Lily y yo te lo explicaremos mientras subimos… pero te advierto que no creerás ni una palabra.

El director lanzó un gruñido.

–Solo dime que no me espera una costosa demanda legal.

–Espero que no.

–¿Hay alguien a quien pueda dispararle por todo esto?

–Eso ya se hizo… y no es un tema gracioso.

James desvió la mirada hacia mí mientras agitaba el dedo.

–Crystal, recuérdame por qué permití que te acercaras a mi película –no estaba realmente enojado conmigo, solo exasperado por la situación en la que yo lo había involucrado.

–¿Porque era alta, señor Murphy?

–Murphy, de ahora en adelante –masculló al tiempo que nos conducía por la puerta trasera–, no trabajes con niños, animales o chicas altas.

 

 

 

 

Rio d’Incurabili, Dorsoduro, Venecia

El vestido de novia había llegado mientras nos encontrábamos fuera. La

signora Carriera lo había recibido y colgado en la habitación de Diamond, de modo que eso fue lo primero que mi hermana vio al llegar a casa.

–Dios mío –exclamó sentándose en la cama y observándolo atentamente–. No puedo usarlo.

–Di, es hermoso. Espera unos días. La boda es recién el sábado y es posible que, para entonces, ya hayamos logrado ordenar tu cabeza –rocé la sobrefalda de encaje con reverencia: era fabulosa. Yo quería que, al llevarla, ella se sintiera maravillosa y no una persona vacía y desesperada como ahora, que no podía recordar a ninguna de las personas importantes de su vida.

–¿Podrías llamar a mamá y a los demás en mi lugar? Yo no sabría qué decirles. Ni siquiera sé cómo son.

–Sí, lo haré –llevé el teléfono al jardín para hacer la llamada. Contarle a mamá que su hija adorada había perdido gran parte de la memoria fue una de las conversaciones más difíciles que tuve que mantener. Ella enseguida llegó a la conclusión de que tenía que ser mi culpa porque yo había organizado la despedida. No creo que realmente captara la seriedad de lo sucedido a su hija y veía todo solamente como una continuación de la vergüenza que yo le había causado al aparecer con Steve en los periódicos. Como siempre me consideré la persona más problemática de la familia, me tomó unos instantes recordar que, por una vez, era inocente.

–Mamá, espera un momento, no puedes decir eso –la interrumpí en el medio de un discurso sobre cuán responsable era yo de haberle arruinado la vida a mi hermana–. Diamond no me echa la culpa a mí y sé que no soy responsable de las decisiones de la condesa.

–¿Y qué pasará con la boda?

La mente de mi madre podía ser sorprendentemente estrecha, probablemente esa era la razón por la que nunca se había preguntado si mi don podía tener consecuencias más amplias–. Acá la boda no es lo importante sino el estado de Diamond y de las demás.

–Partiré inmediatamente. Le pediré a Topaz que me compre un pasaje.

Pensé que, en ese momento, no soportaría una persona más en el apartamento. Lo más probable es que mamá fuera una carga y no una ayuda, dando vueltas con expresión preocupada. No me había dado cuenta de lo necesitada de cuidado que estaba después de morir papá, pero mis hermanos habían estado más atentos. Por ese motivo, Diamond había ocupado su lugar en mi crianza.

–Por favor, no vengas todavía. Estamos tratando de solucionar el problema.

–¡Pero Diamond me necesita!

A mi pesar, recordé la cantidad de veces que había necesitado a una madre en el último año pero eso no había estado entre sus prioridades.

–Lo que más necesita Diamond en este instante es estar tranquila. Todavía no nos recuerda con claridad y podría ser muy doloroso tenerte aquí con nosotras.

–¿Me llamarás todos los días para contarme cómo está?

–Por supuesto. Seguramente ella misma te llame cuando pueda.

–Pase lo que pase, viajaré el martes.

–De acuerdo. Te hemos reservado una habitación. Espero que todo esté solucionado cuando llegues.

–Pero, Crystal, ¿quién se está encargando de arreglar la situación?

–Yo.

Silencio.

–Ya veo.

–Mamá, deberías tener más confianza en mí, soy una rastreadora de almas gemelas.

–¿Una qué?

–Una rastreadora de almas gemelas.

–No. No puede ser. Las rastreadoras son… un raro tesoro.

Una frase de la Biblia asaltó mi mente, una que decía que nadie es profeta en su tierra. Para mi familia, mi falta de identidad siempre habría de ser la gran decepción.

–¿Por qué no les preguntas a mis hermanos por qué nunca lo notaron? ¿Por qué tú nunca te diste cuenta? –tomé aire mientras recordaba que la amargura era desagradable e inútil–. De todas maneras, es bueno que lo sea porque, aparentemente, soy la que más posibilidades tiene de restaurar los vínculos de Diamond con su alma gemela.

–Qué bueno, Crystal.

–De modo que no te preocupes, mamá, estoy ocupándome del tema. Tengo que cortar.

–Espero que tengas éxito –comentó sonándose la nariz–. Te quiero mucho, ¿sabías?

–Sí, claro.

–En serio –su tono se volvió firme de pronto–. Siempre fuiste la preferida de tu papá, su bebita, y yo siempre sentí que tenía que compensar a los demás brindándoles más atención, pero eso no significaba que te quisiera menos que a los demás.

–¿No? –mi pregunta era genuina. Siempre había dudado de que yo le importara.

–No he sido una buena madre para ti, ¿verdad? Lo lamento.

Esa no era una cuestión que pudiera resolverse en una llamada telefónica.

–Mira, hablaremos cuando vengas. Ah, por cierto, yo también encontré a mi alma gemela. Es Xav Benedict, uno de los hermanos de Trace.

–¡¿Qué?!

Con esa noticia bomba, finalicé la conversación. Antes de llamarla nuevamente, le daría tiempo para sobreponerse a la incómoda erupción de entusiasmo. Apagué el teléfono. Aunque mamá estaría ocupada por un rato desparramando las noticias, juraría que todos mis hermanos querrían oírlas directamente de mí y yo necesitaba unas horas de tranquilidad.

La verja del jardín se cerró de un golpe. Al echar un vistazo desde atrás de mi árbol, distinguí a seis personas muy queridas ingresando desde la calle.

–¡Hey, Xav, estoy aquí!

Xav se apartó del grupo y corrió hacia mí saltando por encima de la mesa de Barozzi para no detener su carrera.

–¡Estoy tan contento de verte! –me abrazó y me levantó en el aire.

–¿En serio?

–Por supuesto.

–Aayyyy, si me aprietas tan fuerte, me romperás una costilla, Muppet.

Me apoyó en el suelo.

–¿Qué es eso de Muppet, señorita Piggy?

–Es como decir “tonto” pero de una forma más fina.

–Genial.

–¿Podemos entrar? –preguntó Trace.

–Sí, está bien –bueno, en realidad, no estaba bien pero todos entendieron lo que quise decir–. Creo que están preparando sándwiches para el almuerzo. Trátenlas con suavidad, ¿sí? Ellas no están… –giré la mano, incapaz de definir cómo se encontraban.

–Todavía no están en nuestra misma sintonía –arriesgó Yves, alzando los ojos hacia la ventana del primer piso con irresistible anhelo.

–Algo así.

Xav no me quitaba los ojos de encima.

–Estaremos con ustedes en un momento.

–De acuerdo. Yo haré café –Yves ingresó en primer lugar.

Apenas tuvimos el jardín solo para nosotros, le hice una zancadilla y lo dejé tendido en el suelo.

–Tú –empujón– prometiste –otro empujón–, que regresarías… –golpecito en el pecho.

Xav dejó que me sentara encima de él mientras abría los brazos.

–Y aquí me tienes.

–Sí, después de haber pasado la noche en prisión. Salieron bajo fianza, ¿no?

–Sí, gracias a los millones de Yves. Esta vez, a todos nos pareció bien asaltar su alcancía.

–¿Pero qué habría ocurrido si no los hubieran dejado salir? –pregunté. Las conjeturas me estaban matando.

–Entonces yo habría esperado que irrumpieras en la prisión y nos hubieras rescatado de allí con tus poderes de ninja.

–Voy a matar a tus hermanos. Les pedí que no te lo dijeran.

–Bombón, no pudieron contenerse. No hay mucho que hacer dentro de la cárcel salvo hablar. Me contaron que estuviste bien.

–Fui un desastre, pero logramos salir.

–Papá me dijo que te avisara que Will se está recuperando muy bien. Aparentemente, los médicos están asombrados ante su recuperación… como si alguien con un poder sanador hubiera llegado antes que ellos –Xav esbozó una sonrisa enigmática de modo que le di otro golpe por precaución–. ¡Auch, me rindo! Esperan poder transferirlo a un hospital de Venecia. Papá está tratando de arreglar ese tema con la compañía de seguros. ¿Ahora puedo levantarme?

Me puse en cuclillas y lo pensé.

–No lo sé, Androcles. Te tengo exactamente donde quiero, bajo mi pata.

–Esa es mi chica. Te derriba y luego te liquida. Ven aquí y dame un beso –señaló sus labios.

Me incliné hacia adelante dejando que mi cabello le rozara el rostro y el cuello. Con mucha suavidad, acaricié su boca con un beso. Enderezándose velozmente, me apretó contra él y me besó más intensamente. Si hubiera sido una leona, habría ronroneado.

–Perdóname por asustarte –susurró, mi cabeza apoyada contra su hombro.

–Se acabó el esquí temerario y eso de luchar solo contra dos guardaespaldas.

–En el futuro, trataré de evitarlo.

Le olfateé el cuello y el pecho.

–Hueles a cigarrillo barato, alma gemela.

–Para serte sincero, mi alojamiento de anoche no fue de lo mejor. Entremos para que me cambie.

 

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