Cross

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TERCERA PARTE - Terapia » 62

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Aquella noche estuve trabajando en el caso en el despacho del ático. Era muy tarde cuando decidí que ya estaba bien.

Bajé al primer piso y cogí las llaves; había tomado por costumbre salir a dar una vuelta casi todas las noches en el Mercedes nuevo, mi vehículo crossover. Marchaba que era un primor, y los asientos eran tan cómodos como los que teníamos en el salón. Todo era poner el CD, reclinarse en el asiento y relajarse. Daba gusto.

Cuando por fin me metí en la cama aquella noche, mis pensamientos me condujeron a un sitio que todavía necesitaba visitar de cuando en cuando. Mi luna de miel con Maria. Tal vez los diez mejores días de mi vida. Todo seguía vivido en mi recuerdo.

El sol queda justo por debajo de las hojas de las palmeras en su caída hacia la línea horizontal de azul más allá del balcón de nuestro hotel. Todavía está caliente junto a mí el hueco de la cama que ocupaba Maria hace un minuto.

Ahora está de pie delante del espejo.

Preciosa.

No lleva encima más que una de mis camisas de vestir, sin abotonar, y se está arreglando para la cena.

Siempre está con que tiene las piernas demasiado delgadas, pero a mí me parecen largas y solitarias, y me pongo con sólo mirarlas, con verla reflejada en el espejo.

La contemplo mientras se recoge el pelo negro y reluciente con un pasador. Lo que revela la larga línea de su cuello. Dios, es que la adoro.

—Hazlo otra vez —digo.

Ella me complace sin mediar palabra.

Cuando inclina la cabeza para ponerse un pendiente, su mirada se cruza con la mía en el espejo.

—Te quiero, Alex. —Se da la vuelta para mirarme—. Nadie va a quererte nunca como te quiero yo.

Me sostiene la mirada, y creo de verdad que puedo sentir lo que siente por dentro. Es increíble lo próximas que están nuestras formas de pensar. Extiendo el brazo hacia ella desde la cama y digo…

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