Cross

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TERCERA PARTE - Terapia » 78

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Más avanzada la tarde me encontré en la iglesia de San Antonio; San Tony, como la llamo yo desde que era un crío y crecía en sus cercanías, en la no menos venerada casa de Yaya. La iglesia está como a una manzana del hospital en que murió Maria. Había traspasado el cuidado de mi salud espiritual del médico de la cabeza a la cabeza del universo, y esperaba que supusiera un ascenso de categoría, pero me figuraba que podría no serlo.

Me arrodillé ante el altar y dejé que el olor empalagoso del incienso y las familiares escenas de la Natividad y la Crucifixión me bañaran e hicieran su trabajo sucio. Lo que más llama la atención de las iglesias hermosas es, en mi opinión, que fueron diseñadas en general por personas a las que inspiraba la fe en algo más grande e importante que ellos mismos, y así es como yo trato de conducir mi propia vida. Elevé la vista al altar y de mis labios escapó un suspiro. Por lo que a Dios se refiere, tengo fe. Es así de sencillo, y siempre ha sido así. Supongo que tengo la impresión de que es un poco extraño, o presuntuoso, imaginar que Dios piensa igual que nosotros; o que Dios tiene un rostro enorme, bondadoso y humano; o que Dios es blanco, cobrizo, negro, amarillo, verde o lo que se quiera. O que Dios escucha nuestras oraciones a todas horas del día y de la noche, o aun que las escucha alguna vez.

Pero recé unas oraciones por Kayla en la primera fila de San Tony, pidiendo no sólo que se recuperase de sus heridas, sino que se enmendase en otros aspectos importantes. La gente reacciona de distintas maneras ante un ataque que ponga en peligro su vida, o la de sus familiares, o su casa. Eso lo he aprendido en carne propia. Y ahora, desgraciadamente, también lo había aprendido Kayla.

Aprovechando que estaba en disposición de rezar, pronuncié algunas palabras privadas por Maria, que tan presente estaba últimamente en mis pensamientos.

Incluso hablé a Maria, aunque a saber qué quiere decir eso. Deseé que le gustara la forma en que estaba criando a los niños, un tema recurrente entre nosotros. Luego recé una oración por Mamá Yaya y su delicada salud; oraciones por los críos; y hasta unas palabras por Rosie, la gata, que venía padeciendo un fuerte resfriado que yo me temía que fuera a ser una neumonía. «No permitas que muera nuestra gata. Aún no. Rosie también es buena gente».

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