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TERCERA PARTE - Terapia » 80

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Aquello no era cosa de risa, sin embargo, y Michael Sullivan regresó a toda prisa al lugar donde había aparcado el coche, en la calle Q. De hecho, lo ocurrido venía a ser el peor desarrollo de los acontecimientos que cabía imaginar. Últimamente, todo parecía torcérsele.

Se sentó y consideró con calma la desafortunada situación en el asiento delantero de su Cadillac.

Pensó en las probables «sospechosas», en la mujer que debía de haber ido con el chivatazo, y posiblemente dado su descripción, a la policía. Sopesó el hecho de que ahora lo acosaban desde dos frentes a la vez, la policía de Washington y la Mafia. ¿Qué hacer, qué hacer?

Cuando se le ocurrió una solución parcial, experimentó cierta satisfacción, e incluso euforia, porque le pareció que era otro juego al que jugar. Otra vuelta de tuerca.

La policía del D.C. creía saber qué aspecto tenía, lo que podía suponer un serio problema, pero también podía hacer que se volvieran descuidados y hasta que se confiaran más de la cuenta.

Error.

De ellos.

Sobre todo si él adoptaba las contramedidas adecuadas ahora mismo, cosa que, decididamente, pensaba hacer. Pero ¿cuáles eran, exactamente, esos movimientos defensivos que tenía que hacer?

El primer paso lo llevó a la avenida Wisconsin, cerca de Blues Alley… justo donde recordaba que se hallaba una pequeña peluquería. Un barbero llamado Rudy podía darle hora a media tarde, de modo que Sullivan se sentó a esperar que lo afeitaran y le cortaran el pelo.

De hecho, pasó un rato relajante y bastante agradable, preguntándose qué aspecto tendría luego, si le gustaría su nueva identidad.

En cuestión de diez o doce minutos, la cosa estuvo hecha. «Quíteme las vendas, doctor Frankenstein». El barbero, bajito y orondo, parecía satisfecho de sí mismo.

«Como te hayas pasado, date por muerto. No es broma, Rudy —pensó para sí el Carnicero—. Te cortaré en virutas con tu propia navaja. ¡A ver qué tiene que decir el Washington Post al respecto!».

Pero ¡mira por dónde!

—No está mal. Me gusta bastante. Creo que me parezco un poco a Bono.

—¿El de Sonny and Cher? ¿Ese Bono? —preguntó Rudy, que no se enteraba de nada—. Qué quiere que le diga, caballero. Creo que es usted más atractivo que Sonny Bono. Que ya murió, ¿lo sabía?

—Déjelo —dijo Sullivan, que pagó el servicio, dejó una propina al barbero y salió a toda prisa del local.

A continuación, cogió el coche y se dirigió al barrio de Capitol Hill, en el centro.

Siempre le había gustado esa zona, le parecía un hallazgo. La imagen que la mayor parte de la gente tenía de la capital eran las elegantes escalinatas y terrazas de la fachada oeste del Capitolio, pero en el lado este, detrás de los edificios del Capitolio y del Tribunal Supremo y la Biblioteca del Congreso, había un barrio residencial muy animado que él conocía bastante bien. «He pasado alguna que otra vez por aquí».

El Carnicero dio un paseo por el parque Lincoln, que tenía una vista excepcional de la cúpula del Capitolio ahora que iban cayendo las hojas de los árboles.

Se fumó un cigarrillo y repasó su plan frente al monumento a la emancipación, un poco raro, con aquel esclavo liberándose de sus cadenas mientras Lincoln lee la Proclamación de Emancipación.

«Lincoln: un hombre bueno según casi todo el mundo. Yo: un hombre malísimo. ¿Por qué será?».

Pocos minutos más tarde, forzaba la entrada a una casa de la calle C. Sabía, sin más, que era ésa la puta que se había ido de la lengua. Le daba en la nariz, tenía ese presentimiento. Y no tardaría en estar seguro.

Encontró a Mena Sunderland recogida en su preciosa cocinita. Iba vestida con vaqueros, una camiseta blanca inmaculada y unos zuecos gastados, y preparaba pasta para uno mientras daba un sorbo a una copa de vino tinto. «Qué preciosidad», pensó Sullivan.

—¿Me has echado en falta, Mena? Yo a ti sí. ¿Y sabes una cosa? Casi se me había olvidado lo bonita que eres.

«Pero no volveré a olvidarte, cariño. Esta vez he traído una cámara para hacerte una foto. Al final, vas a figurar en mi preciada colección personal. ¡Ya lo creo!».

Y le hizo el primer corte con su bisturí.

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