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PRIMERA PARTE - Nadie va a quererte nunca como te quiero yo (1993) » 5

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Marianne estaba pensando que en realidad no quería resistirse a ese tío tan guapo de Nueva York. Además, dentro de aquel bar de la calle M estaba a salvo. ¿Cómo iba a pasarle nada malo ahí dentro? ¿Qué truco podía intentar nadie? ¿Poner la última de los New Kids on the Block en la sinfonola?

—No me gusta mucho estar bajo los focos —iba diciendo él, conduciéndola hacia el fondo del bar.

—Te crees el nuevo Tom Cruise, ¿verdad? ¿Siempre te da resultado esa enorme sonrisa tuya? ¿Te sirve para conseguir todo lo que quieres? —preguntó ella.

Pero también le sonreía, desafiándolo para que pusiera en juego sus mejores artes.

—No sé, M. M. A veces funciona bastante bien, supongo.

Entonces la besó en la penumbra del pasillo del fondo del bar, y el beso estuvo todo lo bien que Marianne podía esperar, más bien dulce, de hecho. Decididamente más romántico de lo que se hubiera imaginado. Él no aprovechó para intentar meterle mano, cosa que a ella a lo mejor tampoco le habría importado, pero esto estaba mejor.

—Uuuh —exhaló, y agitó la mano ante su cara como abanicándose. Lo hizo de broma, sólo que no del todo en broma.

—Hace mucho calor aquí, ¿no crees? —dijo Sullivan, y la sonrisa de la estudiante floreció de nuevo—. ¿No te parece que estamos muy apretados?

—Lo siento: no voy a salir de aquí contigo. Esto ni siquiera es una cita.

—Lo entiendo —dijo él—. En ningún momento he pensado que te vendrías conmigo. Ni se me ha pasado por la cabeza.

—Por supuesto que no. Para eso eres todo un caballero.

Él volvió a besarla, y el beso fue más profundo. A Marianne le gustó que no se rindiera a las primeras de cambio. Pero daba lo mismo: no se iba a ir con él a ninguna parte. Ella no hacía esas cosas, nunca; bueno, al menos hasta entonces.

—Besas bastante bien —dijo—, eso tengo que admitirlo.

—Tú no te defiendes mal —dijo él—. A decir verdad, besas de miedo. Ha sido el mejor beso de mi vida —la vaciló.

Sullivan se reclinó con todo su peso sobre una puerta… y de pronto entraron trastabillando en el servicio de caballeros. Entonces Jimmy Sombreros se acercó a vigilar la puerta desde el exterior. Siempre le cubría las espaldas al Carnicero.

—No, no, no —dijo Marianne, pero no podía dejar de reírse de lo que acababa de pasar. ¿El servicio de caballeros? Resultaba muy gracioso. Un poco raro, pero gracioso. Del tipo de cosas que uno hace cuando está en la universidad.

—Crees en serio que puedes hacer lo que te dé la gana, ¿verdad? —le preguntó.

—La respuesta es sí. La verdad es que acostumbro a hacer lo que me apetece, Marianne. —De pronto había sacado un bisturí y sostenía su filo cortante y reluciente muy cerca de su garganta, y todo cambió en un abrir y cerrar de ojos—. Y tienes razón, esto no es una cita. Ahora no digas ni una palabra, Marianne, o será la última que pronuncies en tu vida, te lo juro por los ojos mi madre.

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