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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 21

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Ned se frotaba y rascaba su habitual barbita rubia de un día o dos mientras iba hablando, como de costumbre, sin parar ni dejar que nadie más metiera baza. No pude evitar quedarme mirándole la barbilla. Ned es de piel muy clara, y sospecho que le impresiona un montón que le crezca algo parecido a una barba ahora que ha cumplido los cuarenta.

La verdad es que me gusta Ned Mahoney, por más que a veces se ponga insoportable. El tío me cae muy bien.

—Un puñado de tíos, media docena tal vez, bien armados, llegó con idea de robar en el laboratorio del traficante —dijo—. Se toparon con algún que otro problema gordo y se han quedado colgados dentro. Además, hay gente del barrio que trabaja en el laboratorio, como una docena de personas, por lo que hemos podido averiguar. También están atrapados dentro. Éste es otro problema con que habremos de lidiar en su momento. Luego…

Levanté la mano para poner fin al parloteo vertiginoso de Ned.

—La gente de la que hablas, la que trabaja en el laboratorio, los que preparan las papelas, ¿serán mujeres en su mayoría, madres, abuelas? ¿Es el caso? A los traficantes les gusta tener trabajadores de los que se puedan fiar, que no vayan a sisarles la mercancía.

—¿Entiendes por qué te quería aquí? —dijo Mahoney, y sonrió; o al menos me dejó verle los dientes. Su tono me recordó al de Jannie rezongando un rato antes. Un listillo que disimulaba su vulnerabilidad haciéndose el machito.

—¿Así que están atrapados ahí dentro tanto los ladrones de drogas como los traficantes? ¿Y por qué no dejamos sencillamente que se maten a tiros entre sí?

—Ya lo ha sugerido alguien —soltó Mahoney con cara de póquer—. Pero ahora viene lo bueno, Alex. Por lo que te he hecho venir. Los tíos bien armados que han venido a dar el palo al laboratorio son de Operaciones Especiales de la metropolitana. Tus antiguos compadres son los otros malos del capítulo de hoy de los de: «¡Cualquier cosa puede pasar, y lo más probable es que pase!». Me debes diez pavos.

Se me volvió a revolver el estómago. Conocía a un montón de gente en Operaciones Especiales.

—¿Estáis seguros de esto?

—Y tanto. Un par de polis que estaba de patrulla oyeron tiros en el edificio. Fueron a investigar. Uno recibió un disparo en la tripa.

»Fueron ellos los que reconocieron a los tíos de Operaciones Especiales.

Empecé a mover la cabeza en círculos. De repente me notaba el cuello rígido.

—O sea, que el equipo de Rescate de Rehenes del FBI ha venido a liarse con unos de Operaciones Especiales del D.C. —dije como si tal cosa.

—Algo así parece, colega. Bienvenido al marrón y todo eso. ¿Se te ha ocurrido ya alguna idea brillante?

«Sí —pensé—, ábrete ahora mismo. Vuelve con los críos. Es sábado. Hoy libras».

Le tendí a Ned los diez dólares de la apuesta.

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