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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 41

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Cuando llegué a casa unas horas más tarde, sabía que no iba a poder dormir bien. ¿Y qué tenía eso de novedoso? Los críos estaban en el cole, Yaya había salido; en la casa reinaba un silencio sepulcral.

Yaya había pegado en la nevera otro de sus titulares de periódico con errores tontos: «Tribunal de menores juzga a la víctima de un tiroteo». Muy gracioso, pero yo no estaba para risas, ni aunque fuera a costa de los periodistas. Me puse a tocar el piano en el porche acristalado y me serví una copa de vino tinto, pero todo parecía inútil.

Tenía en la cabeza la imagen de la cara de Maria y el sonido de su voz. Me pregunté cómo es que a veces empezamos a olvidar y de pronto recordamos con toda claridad a aquellos que hemos perdido. Dentro de mí, todo lo relativo a Maria, a nuestra vida en común, parecía salir de nuevo a la superficie.

Al final, sobre las diez y media, subí a mi habitación. Había pasado demasiados días como éste, con sus noches. Subir a acostarme y dormir solo en mi cama. ¿Qué estaba pasando?

Me tendí en la cama y cerré los ojos, pero tampoco esperaba dormirme, sólo descansar. No había dejado de pensar en Maria desde que salí de la comisaría de la calle Cuatro. Algunas de las imágenes que me vinieron a la cabeza eran de nosotros dos cuando los niños eran pequeños; momentos buenos y también malos, no era todo memoria selectiva de rollo sentimental.

Me puse tenso en la cama pensando en ella, y acabé por comprender algo útil relativo al presente: que quería que mi vida volviera a tener sentido. Bastante sencillo, ¿verdad? Pero ¿era posible todavía? ¿Podía seguir adelante?

Bueno, quizás. Había alguien. Alguien que me importaba lo bastante para animarme a hacer algunos cambios. ¿O estaba engañándome a mí mismo otra vez? Finalmente, caí en un sueño inquieto, sin sueños, que venía a ser lo máximo que conseguía ya.

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