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CUARTA PARTE Matadragones » 92

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John Maggione Junior era un hombre orgulloso, un poco sobrado a

veces, demasiado chulesco, pero no era idiota, y no acostumbraba a ser descuidado. Era consciente de la situación creada a propósito del asesino rabioso que su padre utilizaba en otros tiempos… el Carnicero, un irlandés encima. Pero hasta el chiflado de su padre había intentado eliminar a Michael Sullivan cuando comprendió lo peligroso e impredecible que era. Ahora rematarían la faena, y había que hacerlo inmediatamente.

Sullivan seguía suelto, Maggione lo sabía. Como medida suplementaria de protección, había trasladado a su familia fuera de la casa del sur de Brooklyn. Estaban viviendo en un complejo residencial de Mineola, en Long Island. Ahora se encontraba allí con ellos.

La casa era de estilo colonial, de ladrillo, y estaba situada al final de una calle muy tranquila, sin salida. Tenía su propio muelle sobre el canal, y una lancha motora, llamada

Cecilia Teresa en honor a su hija mayor.

Aunque el emplazamiento del complejo era muy conocido, las verjas que guardaban el lugar eran seguras, y Maggione había duplicado el número de sus guardaespaldas. Se sentía tranquilo en cuanto a la seguridad de su familia. Después de todo, el Carnicero era un solo tío. Siendo realistas, ¿cuánto daño podía hacer? ¿Cuánto daño más?

Junior tenía planeado ir a trabajar a última hora de la mañana, y hacer después su parada habitual en el club social de Brooklyn. Era importante que mantuviera las apariencias. Además, ahora estaba seguro de tenerlo todo bajo control. Su gente le había dado garantías: Sullivan no tardaría en estar muerto, al igual que su familia.

A las once de la mañana, Maggione estaba nadando en la piscina interior del complejo. Ya se había hecho treinta largos, y pensaba hacerse cincuenta más.

Sonó su móvil encima de la tumbona.

No había nadie más cerca, así que al final salió de la piscina y respondió él mismo.

—¿Sí? ¿Qué hay?

—Maggione —oyó que decía una voz de hombre al otro lado.

—¿Quién coño es? —preguntó, aunque ya lo sabía.

—Pues es Michael Sullivan, jefe, mira por dónde. Qué huevos tiene el muy descarado, ¿eh?

Maggione estaba tranquilo, pero alucinado de que aquel pirado se hubiera atrevido a llamarle otra vez.

—Creo que será mejor que hablemos —le dijo al sicario irlandés.

—Estamos hablando. ¿Sabes por qué? Has enviado asesinos a por mí. Primero a Italia. Luego llegaron junto a mi casa de Maryland. Dispararon a mis hijos. Luego se presentaron en Washington para buscarme. ¿Porque se supone que soy una amenaza descontrolada? ¡La amenaza descontrolada eres tú, Junior! ¡A ti es a quien hay que quitar de en medio!

—Escucha, Sullivan…

—No, escucha tú, tonto del culo, escoria, hijo de puta. ¡Escúchame tú a mí, Junior! Ahora mismo debe de estar llegando un paquete a tu fortaleza. Échale un vistazo, jefe. ¡Voy a por ti! No puedes detenerme; nada puede detenerme. Estoy pirado, ¿verdad? Trata de no olvidarlo. Soy el hijo de puta más pirado que hayas conocido, o hasta del que tengas noticia. Y volveremos a encontrarnos.

Entonces el Carnicero colgó.

Maggione Junior se puso un albornoz, luego caminó hasta la parte delantera de la casa. No podía creerlo: ¡FedEx estaba haciendo una entrega!

Eso significaba que ese pirado hijo de puta podía estar observando la casa en aquel preciso instante. ¿Era posible? ¿Podía estar sucediendo, tal y como había dicho?

—¡Vincent! ¡Mario! ¡Moved el culo hasta aquí! —gritó a sus guardaespaldas, que llegaron corriendo desde la cocina con sándwiches en la mano. Hizo que uno de sus hombres abriera el paquete… fuera, en el cuarto del billar.

Al cabo de un par de tensos instantes, el tío gritó:

—Son fotos, señor Maggione. Y no precisamente de momentos Kodak.

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