Cross

Cross


CUARTA PARTE Matadragones » 101

Página 108 de 131

1

0

1

Sampson y yo estábamos de vuelta en su coche, esperando a que el Carnicero regresara a su casa de Montauk. Estábamos como quien dice contando los minutos. Tenía que volver, más tarde o más temprano, sólo que aún no lo había hecho, y Sampson y yo estábamos cansados y, para ser sincero, decepcionados.

Sobre las siete y media apareció un repartidor de pizzas de Papa John. Pero ni rastro de Sullivan, ni Carnicero, ni alivio a la vista. Ni pizza para nosotros tampoco.

—Hablemos de algo —dijo Sampson—. Así no pensaremos en la comida. Ni en el frío.

—He estado pensando otra vez en Maria, aquí sentado y congelándome el culo —dije mientras observábamos al tío de las pizzas ir y venir con sus pelos largos. Se me había pasado por la cabeza que Sullivan podría recurrir a un repartidor como aquél para transmitirle un mensaje a su mujer. ¿Era eso lo que acababa de pasar? Tampoco podíamos hacer nada al respecto, pero ¿era eso lo que acababa de pasar?

—No es de extrañar, bombón —dijo Sampson.

—Lo que pasa es que en estos últimos dos meses ha salido a la superficie buena parte del pasado. Creía que ya había guardado duelo el tiempo suficiente. Pero puede que no. Los terapeutas se inclinan a opinar que no.

—Tenías dos bebés a los que criar por aquel entonces. Tal vez estuvieras demasiado ocupado para dolerte todo lo que te hacía falta. Recuerdo que solía pasarme por tu casa algunas noches. Parecía que no durmieras nunca. Siempre trabajando en casos de homicidio. Tratando de ejercer de padre. ¿Recuerdas la parálisis facial de Bell?

—Ahora que lo dices.

Tras la muerte de Maria, tuve, durante algún tiempo, un tic facial desconcertante.

Un neurólogo del Johns Hopkins me dijo que podía ser que desapareciera o que me durara años. Duró poco más de dos semanas, y era una herramienta de trabajo muy efectiva. Acojonaba a los criminales que tenía que interrogar en la jaula.

—En aquella época, te morías de ganas de cazar al asesino de Maria, Alex… Entonces empezaste a obsesionarte con otros casos de asesinato. Fue entonces cuando te convertiste en un detective tan bueno. En mi opinión, al menos. Es cuando te centraste. Así te convertiste en el Matadragones.

Me sentía como si estuviera en el confesionario. John Sampson era mi cura. Ninguna novedad.

—No quería estarme todo el tiempo pensando en ella, así que supongo que tenía que consagrarme a alguna otra cosa. Estaban los críos, y estaba el trabajo.

—¿Y qué, Alex? ¿Ya has guardado bastante duelo? ¿Esta vez sí? ¿Se acabó? ¿Te queda poco?

—¿Sinceramente? No lo sé, John. Es lo que intento averiguar ahora.

—¿Y si esta vez tampoco cazamos a Sullivan? ¿Y si se nos escapa? ¿Y si ya se nos ha escapado? —dijo Sampson con disimulado desconsuelo.

—Creo que me sentiré mejor respecto a Maria. Hace mucho que se fue. —Hice una pausa, inspiré—. No creo que fuera culpa mía. No podía hacer nada más que lo que hice cuando le dispararon.

—Ajá —dijo Sampson.

—Ajá —dije yo.

—Pero no estás seguro del todo, ¿verdad? Todavía no estás convencido.

—No al cien por cien. —Entonces me reí—. Tal vez si lo cazamos esta noche. Tal vez le vuele la tapa de los sesos. Entonces ya estaríamos empatados.

—¿Para eso hemos venido, bombón? ¿Para volarle la tapa de los sesos?

Alguien llamó a la puerta del coche, y eché mano a mi pistola.

Ir a la siguiente página

Report Page