Cross

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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 19

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El caso es que era sábado. No tenía que trabajar. Ni crimen ni castigo ese día. Ningún psicópata a la vista, o al menos ninguno del que tuviera noticia.

El «coche familiar» de los Cross era por aquellos días el vetusto Toyota Corolla que había pertenecido a Maria. Dejando a un lado su evidente valor sentimental y su longevidad, no es que valorara en mucho el vehículo. Ni su diseño ni su funcionamiento, quiero decir: ni la pintura color hueso, ni los varios bollos del maletero y el capó. Los críos me habían regalado un par de adhesivos gigantes por mi último cumpleaños: «yo seré lento, pero tú vas detrás» y «atiende mis oraciones, roba este coche». A ellos tampoco les gustaba el Corolla.

Así que aquel sábado claro y soleado, me llevé a Jannie, Damon y el pequeño Alex a comprar un coche nuevo.

Mientras íbamos conduciendo, en el CD sonaba Twista,

Overnight Celebrity, y luego

All Falls Down, de Kanye West. Los críos no dejaron en ningún momento de hacer sugerencias descabelladas sobre el coche nuevo que necesitábamos.

A Jannie le interesaba un Range Rover, pero no pensaba darle ese gusto, por todo tipo de buenas razones. Damon trató de convencerme de las bondades de una moto, que por supuesto podría utilizar él cuando cumpliera dieciocho, dentro de cuatro años, lo que era tan absurdo que ni siquiera obtuvo de mí una respuesta. A menos que hoy en día un gruñido se considere una forma de comunicación.

El pequeño Alex, o Ali, estaba abierto a cualquier modelo de coche, siempre que fuera de color rojo o azul claro. El chico era inteligente, y su plan podía servir, excepto por lo de «rojo» o «claro».

De modo que paramos en un concesionario de Mercedes de Arlington, Virginia, que no quedaba muy lejos de casa. A Jannie y Damon se les iban los ojos a un Cabriolet CLK500 plateado, mientras Ali y yo probábamos el espacioso asiento delantero de un R350. Yo tenía en mente un coche familiar: seguridad, belleza, valor de reventa. «Emoción e inteligencia».

—Éste me gusta —dijo Ali—. Es azul. Es precioso. Perfecto.

—Tienes un gusto excelente en cuestión de coches, coleguita. Un coche de seis asientos, y vaya asientos. Fíjate en el cristal del techo. Debe de medir como metro y medio.

—Precioso —repitió Ali.

—Estírate. Mira la de espacio que hay para las piernas, hombrecito. Esto es un automóvil de verdad.

Una vendedora de nombre Laurie Berger llevaba todo el rato a nuestro lado sin presionarnos ni intervenir más que lo justo. Yo lo agradecía. Bendita sea la Mercedes.

—¿Alguna pregunta? —inquirió—. ¿Algo que quieran saber?

—La verdad es que no, Laurie. Te sientas en este R350 y te lo quieres comprar.

—Me facilita bastante el trabajo. También lo tenemos en negro obsidiana, con tapicería gris ceniza. El R350 es lo que llaman un vehículo

crossover, doctor Cross. Mezcla de monovolumen familiar y 4x4.

—Y combina lo mejor de uno y otro —dije, y sonreí afablemente.

Entonces me sonó el busca y solté un gruñido lo bastante fuerte como para atraer miradas de alarma.

«¡En sábado no! ¡Y no mientras nos estamos comprando un coche! No estando sentado en este precioso Mercedes R350.»

—Oh oh —dijo Ali, poniendo los ojos como platos—. ¡El busca de papá! —avisó a voz en grito en medio del salón de exposición a Damon y Jannie—. Ha sonado el busca de papá.

—Te has chivado. Eres un chivato miserable —dije, y lo besé en la cabeza. Esto es algo que hago al menos media docena de veces al día, todos los días.

Él se rió, me dio una palmada en el brazo y volvió a reírse. Siempre entendía mis bromas. No es de extrañar que nos llevemos tan bien los dos.

Aunque aquel mensaje del busca probablemente no tenía gracia. Ni pizca de gracia. Reconocí el número de inmediato, y no pensé que fueran a ser buenas noticias.

«¿Ned Mahoney, de Rescate de Rehenes? Tal vez quiere invitarme a un baile con barbacoa en Quantico. O más probablemente, sin barbacoa».

Llamé a Ned por el móvil.

—Soy Alex Cross. He recibido tu aviso, Ned. ¿Por qué he recibido tu aviso?

Ned fue al grano.

—Alex, ¿conoces la avenida Kentucky, cerca de la calle Quince, en el distrito Sureste?

—Claro que sí. No está lejos de mi casa. Pero ahora mismo estoy fuera, en Arlington. Con los críos. Estamos mirando coches, para comprarnos uno familiar. ¿Te suena la palabra «familia», Ned?

—Nos vemos allí, en Kentucky con la Quince. Necesito tu ayuda, tu conocimiento del lugar. Prefiero no contarte mucho más por el móvil. —Ned me informó de un par de detalles adicionales, pero no de todo. Y eso, ¿por qué? ¿Qué era lo que se callaba?

«Tío, tío, tío».

—¿Es muy urgente? Estoy con mis hijos, Ned.

—Lo siento. Mi equipo estará allí en cuestión de diez minutos, quince como mucho. Va en serio. Se ha armado una muy gorda, Alex.

A la fuerza. ¿Por qué si no iba a andar por medio un equipo de Rescate de Rehenes del FBI dentro de los límites de la ciudad de Washington? ¿Y cómo, si no, iba a llamarme Ned Mahoney un sábado por la tarde?

—¿Qué pasa? —me preguntó Ali mirándome fijamente.

—Tengo que ir a una barbacoa. Y creo que soy el plato fuerte de la parrilla, hombrecito.

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