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CUARTA PARTE Matadragones » 115

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Los matones de la Mafia, si es que lo eran, nos disparaban también a nosotros. Sampson y yo respondimos al fuego. Y lo mismo hizo el Carnicero.

Yo le di a un tío con cazadora de cuero; el que llevaba la Uzi, mi primer objetivo.

El pistolero giró sobre sí mismo y cayó a tierra, pero luego levantó la Uzi para volver a disparar. Un tiro le acertó de lleno en el pecho, y la fuerza del impacto lo tumbó de espaldas. Pero no había sido yo quien le había disparado. ¿Sampson, tal vez?

¿O le había dado Sullivan?

La oscuridad ponía en serio peligro a todo el mundo. Las balas pasaban silbando por todas partes, proyectiles de plomo que se clavaban en los árboles y rebotaban en las rocas. Aquello era el caos, la de Dios es Cristo, una locura que ponía los pelos de punta y desafiaba a la muerte a campo abierto y a ciegas.

Los sicarios de la Mafia se abrieron en abanico, tratando de ampliar la separación entre ellos, lo que a nosotros nos crearía aún más problemas.

Sullivan se había echado a correr hacia su izquierda buscando la protección de los árboles y las sombras. Sampson y yo intentábamos ocultarnos como podíamos tras los árboles delgados.

Me temía que fuéramos a morir allí; parecía más que posible. Se estaban disparando muchos tiros en un área demasiado reducida. Aquello era una zona de peligro mortal. Era como estar bien armado pero ante un pelotón de fusilamiento.

Uno de los sicarios de la Mafia vació el cargador de su metralleta sobre el Carnicero. Yo no estaba muy seguro, pero no creía que le hubiera acertado.

Y así era, porque Sullivan se incorporó súbitamente y disparó al mafioso mientras retrocedía a toda prisa hacia la seguridad del bosque. El que había disparado dejó escapar un grito y luego quedó en silencio. Calculé que habían caído de momento tres de los soldados de la Mafia. Sampson y yo estábamos ilesos, pero no éramos objetivos principales.

Y luego, ¿qué? ¿Quién tomaría la iniciativa a continuación? ¿Sullivan? ¿John o yo?

Entonces sucedió algo extraño: oí una voz de niño. Una vocecita que exclamó:

—¡Papá! ¡Papá! ¿Dónde estás, papá?

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