Cristina

Cristina


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Eran aproximadamente las nueve de la noche cuando Agnes llegó al hotelito de Boston, después de recoger a Gavina, donde debía encontrarse con su antigua amiga; la delincuente. Fiona no era el único recurso que tenía, con el tiempo había comprado a varios empleados de GALCORP a través de los cuales se mantenía al tanto de los movimientos de su suegro. Así fue como se enteró que el avión privado del viejo lo habían mandado vacio a San Ignacio y regresaba esa misma noche con alguien; tenía que ser Paul, y estaba cien por ciento segura que la chiquilla estaba con él. El odio crea vínculos obscuros entre las personas que lo sienten y Agnes nunca odio más a nadie que a aquella muchachita inteligente a quien Paul adoraba, mientras que a ella, aun siendo su madre, ni la miraba. Pero el final estaba cerca, de una vez y por todas se quitaría a la imbécil esa de arriba y se ganaría la confianza de su hijo. Mientras más se sufre más vulnerable se sienten las personas y era esa vulnerabilidad la que Agnes usaría para arrebatarle al viejo Gallagher de una vez y para siempre el amor de su hijo.

–Espero que ya lo tengas todo listo.

–¿Te he fallado alguna vez?

–No, pero siempre hay una primera vez, y si fallas hoy será el fin mío y tuyo. ¿Donde están los policías?

–En la habitación contigua. Aquí tienes copias de la denuncia que se levantó hoy en el Distrito de policía A.15 de la ciudad, aquí está la carta para tu hijo y esta otra es para ella, no te confundas.

–No lo haré. Esta es la señora Robledo, madrastra de Cristina.

Fiona la miró como se mira a una cucaracha. Nunca le gustaron los mexicanos que llegaban a su pueblo para trabajar durante el verano. Ella no distinguía entre las nacionalidades, lo mismo era España que México, todos eran insectos que venían a robar a su país y nunca aprendían a hablar el idioma.

–Esta es la carta que usted le dará Cristina.

Dijo Agnes entregándole un sobre a Gavina.

–No, mejor que la lleve el abogado, tendrá más credibilidad.

–De acuerdo.

–¿Y qué hay de mi dinero?

–Aquí tiene una parte, dentro de las próximas veinticuatro horas le daré el resto.

–Un momento señora, usted no dijo nada de pagos a plazos…

–Señora, estoy haciendo lo que puedo en el corto tiempo que tengo. Usted y su hijastra irán al apartamento de esta, dos hombres las llevaran hasta allí y se quedaran un rato por si tiene problemas controlándola. Este es un sedante que tiene que darle para que una vez allí se duerma. Tenga cuidado de no darle más de lo indicado pues la puede matar. Si la criada esta allí, cosa que es casi seguro, los hombres que la acompañan la ayudaran con eso también. ¿Algo más?

–No, gracias, pero quiero que sepa que yo también tengo mis habilidades y si no me paga no se librará de mi tan fácilmente como lo está haciendo con la niña.

–Aquí no hay nada fácil, me está costando mucho todo este teatro; que sabe usted de estas cosas.

Hizo una pausa y continúo.

–Mañana a esta misma hora Fiona le entregará la otra parte del dinero.

–Yo me vuelvo a New York esta misma noche.

Se oyó protestar a Fiona

–Tu harás lo que yo te diga, por favor. Solo estoy pidiéndote veinticuatro horas.

 

♣♣♣

 

Rosi pensó ir al aeropuerto a esperarlos pero a última hora se arrepintió, seguro estaría allí la madre de Paul y ella no toleraba a esa mujer. Sin embargo algo en su subconsciente le decía que tenía que cuidar a la niña, que estaba en peligro. Pensó llamar a Will y a Ali para que fueran ellos, pero no quiso involucrarlos en este lio. Lo mismo hizo con Winona y Lucas cuando preguntaron por ella y Rosi les mintió diciéndoles que había ido a New York a firmar su contrato, los muchachos la creyeron inmediatamente, ella nunca les había mentido.

 

♣♣♣

 

Paul y Cristina se habían dormido; era de esperar, pensó la azafata cuando fue a avisarles que llegarían en 15 minutos. Estaban uno en brazos del otro y dormían plácidamente. La muchacha tocó a Cristina en el hombro y trató de despertarla:

–Señora Gallagher, ya estamos a menos de quince minutos del aeropuerto.

–Gracias, nos quedamos dormidos.

Dijo Cristina con algo de vergüenza al darse cuenta que la tripulación seguro sabía lo que habían hecho ella y Paul durante el camino. Pero que bien sonaba lo de señora Gallagher.

–Ya lo despierto.

Cristina esperó a que la joven se fuera y posó sus labios en los de Paul, mordiéndolos dulcemente. Paul sonrió, estaba despierto, había oído a la azafata, solo que no quería despertar.

–Amor estamos llegando.

–Ya lo sé, señora Gallagher

Paul se incorporó y pasándose las manos por el pelo todo alborotado le dijo a Cristina.

–Pase lo que pase cuando bajemos del avión el pleito es conmigo, no contigo. Tu estate tranquilita y no digas nada que yo me ocupo de todo, de acuerdo.

–Si amor, lo que tu digas.

 

♣♣♣

 

El hangar a donde llegaría el Golf Stream estaba desierto. Agnes, amparada por las sombras, le daba las últimas instrucciones a Gavina. El abuelo y el padre de Paul esperaban el arribo del avión afuera.

–Ya están aquí. ¿Esta lista señora?

–Sí.

–Entonces cambie la cara y aléjese de mí, acuérdese que tiene que fingir que no me conoce y que esta enojadísima por lo que ha hecho Paul con su hijastra.

Gavina entendió perfectamente lo que debía hacer. Se apartó del lado de Agnes y sacando un pañuelo de la cartera empezó a llorar. Agnes la miró y sintió envidia por lo buena actriz que era aquella mujer. En otras circunstancias estaba segura que hubiesen sido buenas amigas. Los policías estaban detrás de Gavina y uno de ellos tenía en la mano el papel que le diera Fiona.

Agnes no se percató de la proximidad del viejo Gallagher y de Anthony hasta que estos se dirigieron a la pista cuando el avión tocó tierra y empezó a acercarse. ¿Qué carajos hacia allí su marido? Ay por Dios, pensó Agnes, ojalá que este maldito viejo no me haya visto conversando con la madrastra. No había tiempo que perder. Se dirigió directamente a él con cara de angustia y desolación. Anthony permaneció detrás de su padre.

–Papa, gracias por haber venido, no creo que hubiera podido lidiar con esta situación yo sola.

El viejo no respondió, ni la miró, tenía los ojos clavados en la puerta lateral del avión. Anthony se apartó de ellos silenciosamente, preguntándose por qué había ido. Cuando al fin este se detuvo y se abrió la portezuela vio como bajaba la azafata seguida de Paul y de Cristina, a quien este llevaba de la mano. Una gritería se oyó venir del lugar donde estaba Gavina.

–Desgraciado, sinvergüenza, que has hecho a mi pobre niña, la vas a pagar muy caro, yo no voy a parar hasta meterte en la cárcel. Infeliz abusador de menores, si no fuera una señora te caería a puñetazos aquí mismo.

Cristina oía todo aquello pero no entendía nada. Era como una pesadilla. Vio como los policías se acercaron a Paul y le daban un papel, seguidamente lo agarraron por los brazo y empezaron a tirar de él. Paul tampoco entendía nada. ¿Que era todo aquel rollo?

Paul no podía entender lo que decía la madrastra de Cristina pero intuía que eran insultos. ¿De dónde había salido aquella mujer?

Los policías “comprados” empezaron a caminar con Paul, siempre agarrándolo a ambos lados, casi arrastrándolo de prisa.

–Disculpe oficial, pero nada de esto no es necesario, le informo que hay una explicación lógica para todo esto. Este es mi abogado, por favor entréguele los papeles a él. Mi nombre es Paul Gallagher.

–Señor Gallagher mi problema no es con usted sino con él. –Dijo el policía falsario señalando a Paul.

El abogado presente con el viejo Gallagher era Justin Beagle, primo de Agnes, que llevaba trabajando en la empresa desde que esta se casara con Anthony, el padre de Paul.

Justin Beagle se dirigió a los policías

–Oficial, aquí tengo una orden del Juez Robert Lambert, miembro de la corte suprema de Massachusetts, donde se da la autorización para que el joven Paul Gallagher quede bajo el cuidado de su abuelo aquí presente.

El abogado primo de Agnes le entregó el papel al policía y este lo leyó detenidamente. Eran buenísimos estos rufianes, pensó Agnes, valían cada centavo de lo que cobraban.

–Muy bien, pero mañana temprano tiene que presentarse en la jefatura de policía del distrito A–15 para que haga su deposición. Buenas noches.

Ambos policías se dieron la media vuelta y se fueron. Paul estaba como en un trance, no sabía que estaba pasando y cuando se viró a ver a Cristina esta había desaparecido.

–¿Dónde está Cristina?

–Se fue con su madrastra. Hay una demanda en contra tuya por secuestro y abuso de una menor. Están pidiendo tres millones de dólares para quitar la demanda. Esto es una pesadilla hijo, lo tenían todo muy bien planeado, no sabes cuánto lo siento.

–Abuelo, que está pasando aquí, dime que eso no es verdad…

–Vamos hijo, nuestro abogado se encargará de todo.

–Eso no es verdad, Cristina no ha hecho nada de esto, tú lo sabes, tú la conoces, eso es una calumnia, abuelo, tienes que ayudarme.

–Ya lo sé hijo, ya lo sé, pero vamos a la casa, allá hablaremos.

Paul se viró una vez más buscando a Cristina pero ya no había nadie, todos se habían marchado. No era posible, esto no era posible, aquí había algo mal…

–CRISTINA…….CRISTINA….DÓNDE ESTAS CRISTINA….

Sin todavía entender nada de lo que pasaba Paul sintió como alguien lo empujaba dentro de la limosina y las puertas se cerraban. Con su madre a un lado, el abuelo al otro, y su padre en frente, lloraba como un niño pequeño… Agnes no podía contener la cólera, pero a la vez sabía que había vencido, que la mentira le había salido perfecta. Ahora solo era esperar que Fiona y la madrastra hicieran bien su trabajo.

Al llegar con su padre al aeropuerto, Anthony se extraño de ver a Agnes conversando con la madrastra de Cristina, pero no dijo nada. En esta familia él solo era un borracho que nadie tomaba en cuenta y prefirió no estorbar inmiscuyéndose en algo que no le concernía, como era su hijo…!

25

 

Cristina trató de abrir los ojos pero sus parpados estaban terriblemente pesados y no podía lograrlo, quiso incorporarse pero sus manos y pies estaban atados con algo. Dios mío sácame de esta pesadilla…

Se acordaba muy vagamente de la llegada al aeropuerto, donde alguien la cogía y la metía de cabezas en la parte trasera de un automóvil, después sintió un pinchazo en su brazo y luego nada…Con mucho esfuerzo, como si tratara de levantar un camión con los párpados, pudo abrir los ojos, cuando al fin lo logró, vio como la habitación donde estaba daba vueltas y vueltas y así fue como sintió que el estomago se le subía a la garganta y empezó a arquear. Trató de incorporarse de nuevo pero no pudo, la cara y el cuello se le llenaron de algo caliente y agrio, y en un momento de lucidez sacó fuerzas de su inagotable voluntad para ladear la cabeza y evitar ahogarse con su propio vómito.

A ver Cristina, concéntrate, respira profundo, y trata de pensar lógicamente. Estas viva, estas atada y has sido sedada; todo eso significa que estas prisionera. ¿De quién? Eso ahora no importa. ¿Qué pasó en el aeropuerto? La madre y el padre de Paul estaban allí con el abuelo, ambos estaban con Paul y dos hombres que estaban vestidos de policías… ¿Policías? ¿Por qué? Alguien me agarró del brazo izquierdo, muy fuerte y me tiraron en la parte trasera de un automóvil. GAVINA…Era Gavina, estaba allí en el carro conmigo, y otra mujer que no pude reconocer… Un hombre era el chofer y otro se sentaba a mi lado aguantándome; entonces fue cuando sentí el dolor del pinchazo en mi brazo y…no recuerdo más, hasta ahora.

Nos separaron, ¿Pero por qué?

El ruido de una puerta abriéndose le hizo virar la cabeza y vio como la mujer que estaba en el carro con Gavina entraba y se dirigía asía ella.

–Eres una puerca, te has vomitado toda.

La desconocida mujer se dirigió a Gavina y le dijo.

–Desátela para que se limpie.

Gavina lo hizo. Estaba asustada y seguía las instrucciones de la mujer como si fuera su esclava, nunca había conocido una mujer tan cruel como esta. Con Agnes no había problemas, pero esta tal Fiona era un animal salvaje y mejor sería no importunarla.

–Ahora tú, levántate y lávate un poco en el baño y no intentes nada raro porque te mato aquí mismo.

Llevaba una pistola en la mano y la apuntaba.

La habitación era estrecha y oscura, dos ventanas pequeñas y sucias muy arriba de la pared dejaban ver el exterior; era de noche o de madrugada, no lo sabía. Tampoco sabía si todavía este era el mismo día o habían pasado más. Cristina se vio tirada en un camastro rodeada de cajas y tratos viejos; aquello parecía un sótano, se dijo, pero ¿Dónde? ¿En Boston? Tranquilízate Cristina y piensa, vamos concéntrate, tú puedes.

Con mucho trabajo Cristina se incorporó del lecho donde estaba. Aunque le dolían todos los huesos y todo le seguía dando vueltas pudo ponerse de pie, y poco a poco se dirigió a donde le indicara la mujer. El baño era también pequeño y estaba sucio, las paredes estaban negras, la luz era escasa. Una vez allí se metió bajo la ducha sin quitarse la ropa y la abrió, el agua fría sobre su cara la reanimó.

–Quien te dijo que te podías bañar imbécil, solo límpiate y apúrate que no tengo mucho tiempo.

Cristina ya estaba metida bajo la ducha y siguió allí tratando de limpiarse lo más rápido posible. La mujer se acercó a ella y la empujó a un lado cerrando la llave del agua.

–Si no me obedeces lo vas a pasar muy mal, estúpida. Usted, tráigale una ropa limpia, está en la maleta encima de la mesa.

Gavina salió mandada de la habitación.

–Escúchame lo que te voy a decir mojigata… Paul no quiere seguir contigo, yo trabajo para él. Vete con tu madrastra lo más lejos posible porque si no él te va a mandar a matar.

–No le creo nada de lo que dice.

Cristina sintió como una mano dura y fría, como un pedazo de hierro helado, la abofeteaba y caía en el piso mojado de la ducha golpeándose la cabeza con la pared. Trató de levantarse y sintió como la mujer le ponía un pie encima de su pecho.

–Piérdete de la vida de Paul. ¿Me entendiste? El no quiere verte más. Mira lo que ha hecho para deshacerte de ti, y esto es a las buenas, si quieres hacerlo a las malas puede que te desaparezca y te descubran en al fondo de la había de Boston de aquí a un mes… Esto es una prueba del poder del dinero. El puede hacer esto porque es millonario, él puede pagar a personas como yo para que hagan su trabajo sucio. Tú no tienes donde caerte muerta, solo puedes obedecer. Si no haces lo que te digo mataremos a tu querida criaducha y a sus padres y luego les caeremos arriba a tus amigos negros y luego a tus queridos amiguitos genios y así seguiremos hasta que te quedes sola y lleves en la conciencia las vidas de todos ellos.

Cristina no se movió. El dolor corporal la ayudaba a pensar… Piensa Cristina, piensa rápido, usa tu inteligencia.

–Ya entendí. No habrá necesidad de llegar a esos extremos. Nunca más me acercaré a Paul.

–Estas mintiendo para ganar tiempo desgraciada. El también nos dijo eso, que eras muy inteligente y que intentarías manipularnos. El te conoce muy bien, y por eso te ha quitado lo único que quería de ti, idiota, tu virginidad…ja…ja…ja… Que estúpida eres, cómo pudiste pensar que un hombre como él, que lo tiene todo, iba a querer estar contigo…Solo a una niña estúpida y equivocada como tu se le puede ocurrir semejante idiotez. Solo quería tu virginidad, imbécil, y ahora que la tiene ya te tiró como tira a todas las mujeres con que se acuesta. Que te hizo pensar que contigo sería diferente. Para ser tan inteligente como dicen que eres has resultado ser bien bruta.

Piensa Cristina, sigue pensando, rápido, tienes que reponerte.

Se hizo un silencio, el que Cristina interpretó como que era su turno para hablar. Apoyándose en la pared se levantó, Gavina estaba detrás de la mujer con su ropa en la mano. Sin el más mínimo pudor se quitó su ropa sucia, los ojos de Fiona se la querían comer, los sentía ardiendo en su piel. ¿Qué era aquella sensación que la quemaba? Ah… Envidia… Se volvió hacia aquella extraña mujer y tomó los trapos que le dieron, comenzando a vestirse. La mirada siempre clavada en el suelo, fingiendo sumisión; eso era, tenía que fingir obediencia hasta averiguar qué había detrás de todo esto, porque de lo que si estaba completamente segura era de que Paul no podía haber hecho esto, nada ni nadie se lo haría creer.

Se puso la ropa sobre su cuerpo mojado y se quedó de pie esperando instrucciones.

–Así me gusta, calladita y obediente. Señora, no tendrá usted ningún problema llevándosela porque ella sabe que si no obedece usted me llamará a mí y ella lo pasara muy mal. ¿Entendiste niña?

Cristina hizo un movimiento afirmativo con la cabeza sin levantar los ojos. Sabía que todo esto era una farsa montada por alguien, no sabía por quien, pero lo averiguaría. De momento lo único que podía hacer era esperar y tratar de acumular la mayor cantidad posible de información.

Vio como la desconocida mujer salió del baño, no sin antes hacerle una señal para que la siguiera. Gavina también lo hizo. En aquel baño sucio y pequeño no cabía más que una persona, pero las tres estaban allí. Ya en la habitación la extraña, desconocida, se sentó en la única silla que había en el oscuro cuarto, y mirando a Cristina le dijo.

–Paul no te quiere para nada. No trates de llamarlo ni de comunicarte con él por ningún medio. Lo de la llamada por teléfono del abuelo fue planeado por el mismo Paul, después que te uso. La madre de Paul también te aborrece y el abuelo se prestó a la mentira, lo que quiere decir que tú no le importas nada a ninguno de ellos. Además cuando el viejo se dé cuenta que estas molestando a su príncipe no lo pensaría dos veces y te mandará a matar, a ti y a la estúpida de tu criada. Tú no sabes nada de esta familia, son unos ricachones que hacen lo que les da la gana con la gente y después las desechan como trapos viejos. Piérdete de aquí, vete para otro país, cámbiate el nombre, haz lo que quieras pero lejos de Paul. Si lo buscas o intentas comunicarte con él no sobrevivirás. El dinero es poder; él lo tiene todo y tú no tienes nada. Y si estas pensando engañarme te diré que cuando tú ibas ya yo estaba de vuelta hacia rato. No me desafíes porque vas a perder. Es toda suya señora, mi trabajo aquí terminó.

–¿Y mi dinero?

–Cállese estúpida y venga conmigo.

Ya afuera Fiona le preguntó.

–¿De qué dinero habla?

–De mi dinero, el que me van a dar para que quite la denuncia de la policía.

–¿Señora, usted es imbécil o qué le pasa? No ve que si su hijastra se da cuenta que esto es un teatro puede echarlo todo a perder. Aquí tiene su dinero y ahora váyase cuanto antes y llévese a su chiquilla y como las vuelva a ver a cualquiera de las dos cerca de los Gallagher las mato ¿Me entendió?

Fiona le dio un sobre lleno con billetes de cien dólares.

–Pero esto no es un millón de dólares.

–¿Y usted que creía, que se lo íbamos a dar? Mire, coja lo que le damos y piérdase de vista. Sabemos que está en el país con visa de esposa pues su marido trabaja para una aerolínea extranjera; lo sabemos todo a cerca de usted. Si no quiere que la deportemos o más fácil, la matemos, piérdase, me entendió, PIERDASE AHORA MISMO DE AQUÍ….

Cristina oía los gritos pero no podía entender lo que decían.

–¿Y con Cristina que hago?

–Uno de estos hombres las llevarán al apartamento donde vive la perra esa. Recojan las tres cosas que tienen y lárguense a su país, aquí no queremos verlas más.–Diciendo esto se dirigió a los hombres dándole las instrucciones de lo que debían hacer y se fue. Estos se dirigieron a Gavina.

–Venga conmigo.

Le dijo uno tomándola del brazo. El otro apareció unos segundos después con Cristina. A ambas las sentaron en el asiento trasero del automóvil y salieron conduciendo a toda prisa. Cristina cerró los ojos y trató de concentrarse. Le dolía la cabeza, estaba mojada y el pelo le caía en la cara, le choreaba la ropa sucia y vieja que le dieron, sentía mucho frio y el dolor de cabeza no la dejaba pensar.

–¿Cristina, a dónde está la criada?

–No lo sé.

–Mejor, una persona menos con quien lidiar.

Cristina esperaba que Rosi estuviera en la casa, entre las dos podrían con Gavina, llamaría a la policía inmediatamente y levantaría una denuncia contra todos los involucrados.

Las calles de Cambridge estaban vacías, la mayoría de los estudiantes estaban durmiendo. Era una noche de lluvia, oscura y amenazante. Aunque había llegado la primavera todavía el Atlántico tenía una cantidad considerable de humedad y viento acumulado en el invierno, y este se derramaría en la ciudad en noches sin luna como esta, para asustar a sus moradores.

El carro paró delante del edificio donde vivía Cristina y los hombres se bajaron para sacarlas y dejarlas en el lobby de la entrada, una vez hecho esto, salieron y montándose en el carro se perdieron en la noche. Cristina se dirigió al elevador.

–¿No me vas a hablar? Será peor para ti, yo soy lo único que tienes.

Cristina no contestó, no valía la pena, ya pronto se la quitaría de encima. El elevador se detuvo en el piso correcto y ambas se bajaron. Cristina caminó lentamente hasta la puerta y tocó suavemente con los nudillos, no sabía si podría mantenerse en pie un segundo más. Casi inmediatamente se abrió la puerta y Cristina vio a Rosi. Como en un arrebato de locura ambas se tiraron una en los brazos de la otra y comenzaron a llorar mientras Sasha salía como una leona cuidando a su cachorro, ladrándole a Gavina, queriéndosela comer.

–Agarren a la maldita perra, me va a matar.

Rosi no la oía, solo miraba a Cristina y no podía creer lo que veía.

–¿Que está pasando mi niña?

–No lo sé Rosi, no lo sé.

–Está pasando que el tal Paul ya no la quiere, se la durmió, la sopeteó por todos lados y después de usarla la votó como trapo viejo, como hace con todas la mujeres…

Respondió Gavina con ese tono hiriente y vil que la caracterizaba.

–No la creas Rosi, eso no es verdad, Paul me quiere Rosi, él me quiere mucho.

Cristina sollozaba desconsoladamente en brazos de Rosi mientras que Gavina le daba la vuelta a la casa buscando que coger, con Sasha siguiéndola de cerca y sin dejar de ladrar.

–Ya déjense de llantos. Todo esto es mío. Tú tienes que empezar a trabajar de inmediato y tu a limpiar que es lo tuyo. Yo me instalaré en la habitación grande y ustedes pueden dormir en la pequeña, me voy a dormir, estoy muy cansada, no me molesten… Y callen a esa maldita perra, mañana temprano la quiero fuera de aquí.

Gavina las dejó abrazadas en la sala y entró en la habitación de Cristina cerrando la puerta tras ella. Cristina se apartó de Rosi y tomándola de la mano la sentó junto a ella en el sofá.

–No sé qué está pasando Rosi, pero lo vamos a averiguar. Esta mujer es tan bruta que no se ha dado cuenta que la están usando. Esperaremos a que se duerma, recogeremos algunas cosas y nos marcharemos a donde tus padres. Desde allí empezaremos a averiguar qué hay detrás de todo este rollo.

Siguieron abrazadas por un rato una en brazos de la otra, esperando que Gavina se durmiera para fugarse. Rosi tenía algún dinero guardado en la casa para emergencias y…

Unos golpes muy suaves en la puerta les interrumpieron la conversación. No había pasado ni una hora desde que Gavian se fuera a dormir, esperaban que esta estuviera profundamente rendida para irse. Cristina se paró de inmediato tratando de que el ruido no despertara a su madrastra y tratando que Sasha no ladrara más mientras Rosi fue a abrir la puerta. Allí estaba uno de los hombres que las habían traído hasta el apartamento, con un sobre blanco en la mano.

–Esto es para usted, de parte del señor Gallagher.–Dijo el hombre quien no esperó respuesta y se marchó dejando a Cristina parada en la puerta.

–Es la letra de Paul…–Dijo Cristina pintándosele la cara con el color de la esperanza. Como pudo abrió el sobre del cual extrajo una cuartilla de papel blanco, escrita con el puño y letra de Paul.

 

“Cristina, tu no me engañaste a mí, yo te engañe a ti. Ya tomé de ti lo que quería; la verdad es que hacía mucho que no me tiraba a una virgen. En fin, como sabes, yo no soy hombre de una sola mujer y tú ya no me sirves. Bamby está embarazada de mí, tiene dos meses, nos casaremos esta misma semana. No me busques, no me molestes, no quiero saber nada de ti. Ah…Y esto es para que veas que lo de la inteligencia no te valió de nada conmigo…”

 

Cristina sintió como todo a su alrededor se nublaba, sintió que caía al piso, que se hundía en un mar negro donde manos diabólicas con uñas afiladas le rasgaban la piel hasta encontrar su alma y se la hacían girones…

 

♣♣♣

 

Mientras Cristina sentía como su corazón se partía en mil pedazos y la esperanza se fugaba hacia los rincones más oscuros del universo, en el condominio de Paul el abuelo trataba de lidiar con la confusión de su nieto.

–Paul, tranquilízate por favor, todo se va a arreglar.

–¿Donde está Cristina, quiero saber donde esta Cristina?

–Ya te lo expliqué hijo, se fue con su madrastra.

–No, eso no es verdad, esa mujer ha sido muy mala con ella, no entiendo nada de lo que está pasando.

–Paul, la madrastra de Cristina levantó una denuncia en la policía contra ti acusándote de abuso de una menor y secuestro. Está pidiendo tres millones de dólares para quitar los cargos. Si Dios quiere en estos momentos nuestro abogado esta entregándoselos. Hay que tener paciencia y esperar.

–Pero Cristina no tiene nada que ver con eso, ella ha estado conmigo todo este tiempo.

Al fin llego mi momento, a ver qué vas a hacer ahora, mal hijo, pensó Agnes.

–Ay hijo, abre los ojos, quien tú crees que planeo todo eso. Tú crees que esa insulsa de la madrastra tiene la inteligencia de planear algo de esta envergadura, por favor Paul, esto es trabajo de Cristina. Por qué tú crees que se ha hecho pasar por fea durante todos estos años, cómo esperó el momento oportuno para revelarse ante ti y conquistarte. Tu sabes lo súper inteligente que ella es. Siempre estuvo detrás de tu dinero, Paul, desgraciadamente tu nunca me creíste y mira, ahora estamos pagando las consecuencias.

–Eso no es verdad, eso es imposible, yo no soy un idiota, yo sé que Cristina me quiere, me adora. Abuelo tú estás de acuerdo conmigo verdad, tú la conoces, ella sería incapaz de hacer algo así. ¿Es más, como pudo saber ella que la invitaría a ir a San Ignacio si eso se me ocurrió a mí de camino a su casa? Contéstame abuelo por favor.

Agnes no dio tiempo a que el abuelo contestara y volvió al ataque, esta vez con más fuerza.

–Paul, hijo, el plan era solo para acusarte de violación de una menor, el hecho de que te la llevaste a ese lugar solo aumentó las posibilidades que tenían de ganar. No te das cuenta, los cargos de secuestro son mucho mayores que los de violación puesto que te la llevaste del país siendo menor de edad, eso es un delito Federal, la sacaste sin el consentimiento de su madrastra que es su única familia y tiene todos los derechos legales de una madre. Si ellas ganan tu nunca obtendrás la licencia para practicar leyes… Me entiendes hijo, esto es muy grave.

El abuelo no decía nada, con la mirada fija en un lugar inexistente parecía estar dormido con los ojos abiertos.

–Abuelo por favor…Dime que es mentira, por favor, te lo ruego…

–No lo sé hijo, tenemos que esperar que el abogado termine de hacer los trámites. Todo se aclarará, por favor tranquilízate.

–Pero como quieres que me tranquilice si mi vida entera se ha derrumbado delante de mis ojos en unos pocos minutos, como pretendes que esté tranquilo cuando acabo de perder lo que más he querido en mi vida.

Agnes no creía lo que estaba oyendo, como era posible que su hijo, la sangre de su sangre, pudiera haber salido tan imbécil como para enamorarse de una muchachita insulsa e infeliz como la Cristina. Como pudo dejar que el viejo lo hubiera criado de esta manera tan estúpida. Debí haber insistido en criarlo yo, si así hubiese sido hoy Paul seria mi aliado en vez de comportarse como un verdadero idiota. Tenía que controlarse, tenía que aparecer ante los ojos de Paul como una madre que sufría por los problemas de su hijo.

–Escucha al abuelo hijo, todo se arreglará. Si es verdad que esa niña no tiene nada que ver con todo esto, podrás regresar con ella.

–Tú siempre la has odiado, no sé a qué viene ese cambio tan radical.

–Hijo, una cosa es que tenga una opinión diferente, acerca de tus amistades, y otra muy distinta es que quiera verte sufrir. Aunque tu abuelo te haya criado yo soy tu madre, y quiero que seas feliz no importa con quien, ni como, ni cuándo.

Oyeron como el elevador se habría y de él salía el abogado. Traía una carta en la mano.

–¿Qué está pasando?

–Todo está arreglado. Ya se le entregó el dinero a la señora, y ya ella quitó los cargos contra Paul. Ya no tienes por qué preocuparte muchacho.

–¿Y Cristina?

–Ah, sí disculpa, me olvidaba. Esto me lo dio ella para ti.

Paul saltó a coger el sobre que le ofrecía el abogado. Era la letra de Cristina. De un tirón se la arrebató al abogado de las manos y la abrió, estaba escrita con el puño y letra de ella.

 

“Paul, una vez más te he demostrado que soy mucho más inteligente que tú. Llevo años planeando esta jugarreta y al fin la pude perpetrar. Tienes mucho dinero pero tu Coeficiente Intelectual es muy bajo. Te engañé todos estos años y solo con ponerme un poco de pintura en la cara, zapatos de tacón alto y un vestido seductor, te conquisté. Necesito dinero para irme a España y montar mi propio negocio así que una vez más te utilicé para conseguirlo; tres millones para el viejo no es mucho pero para mí sí. Gracias por ser tan bruto. Ah…hazle llegar mis saludos a los negros, a esos también les saqué una buena tajada. No me busques, ya no me sirves para nada, no quiero verte más nunca en mi vida…”

 

Paul se dejó caer en el asiento más cercano y llevándose las manos a la cara comenzó a llorar muy suavemente. El papel se le cayó de las manos y Agnes lo recogió pero el abuelo se adelantó y se lo arrebató de las manos a ella. También él lo leyó y también él se sentó, y poniéndose la mano en el pecho se inclinó hacia adelante y vomitó… No sabía que estaba vomitando, solo sabía que era caliente y agrio y que le quemaba la garganta, hubiese sido mejor morirse allí mismo que soportar este dolor. Mientras tanto Agnes se había sentado en el brazo del sillón donde estaba Paul sollozando y le pasaba la mano sobre el pelo muy tiernamente tratando de consolarlo. Paul quiso morirse, dejo de respirar, se enredo los dedos en el pelo y tiró de ellos con todas sus fuerzas. Quería arrancarse la vida. ¿Cómo hacerlo? Cogería el carro y se tiraría de un puente, o no, mejor era la pistola, estaba en su cuarto, seria rápido y sin dolor…

 

La Mujer

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

26

Cristina, sentada en su despacho miraba a través de los ventanales los jardines de su mansión en los Hamptons, New York. No tenían nada que envidiarle a los más bellos y elegantes jardines reales europeos. Máximo Andrade, el jefe de jardineros, era una persona de gran gusto y talento artístico; este le había pedido quedarse con su trabajo cuando ella compró la propiedad siete años atrás.

–No se arrepentirá señora. Si ahora cree que los jardines son bonitos, espere que la conozca mejor y se los diseñe a su gusto.

No se arrepintió nunca, ni de Máximo, ni de nada de lo que había hecho en estos últimos diez años. Su memoria la trasladaba a aquel primer día de la década cuando tuvo que crecer de pronto y hacerse cargo de su futuro. Nunca tuvo dudas ni miedos, después de sobreponerse al dolor de las primeras 48 horas de su nueva vida, supo que conseguiría lo que se había propuesto, que su triunfo era solo cuestión de tiempo, y así sucedió, mucho más rápido de lo que ella pensara. Lo que nunca imaginó fue, que como producto de su firmeza perdería parte de su esencia, de su humanidad, y de su alegría, las cuales tuvo que reemplazar con fortaleza, sensatez, raciocinio y lógica. Se olvidó de amar, ahora funcionaba como una máquina inteligente y perfecta que no admitía errores, ya no sonreía tanto como lo hiciera años atrás. Sin embargo aprendió a querer sin límites, sobre todo a aquellos que no la abandonaron, a las maravillosas personas que encontró en el camino y a la principal razón de su vida, su hijo de nueve años, Paul Anthony Gallagher Jr., Pauly.

No importaba cuanto tiempo hubiese transcurrido, sus recuerdos estaban tan frescos como si hubiesen ocurrido ayer; no había olvidado nada. Nunca pudo sanar de la herida que sufrió aquel fatídico día, y es que las heridas del alma no cicatrizan, sino que crecen ocultas en un interior obscuro y doloroso convirtiéndose en queloides monstruosos.

–Mami, ya estamos listos.

Los niños, que habían entrado corriendo al recinto, ahora se pararon a su lado y buscaron a través del cristal que miraba ella con tanta intensidad

–¿Tía Cristy, que miras?

–Miro el jardín mi amor, los colores de las flores, el verde del césped, los arboles en la distancia, y miro como Máximo guía su escuadrón de jardineros.

–¿Máximo es militar?

–Pregúntale a sus trabajadores, para ellos Máximo es un General de cinco estrellas.

–Wao…

William E. Hackman, Billy para la familia, había nacido el mismo día, casi a la misma hora y en el mismo hospital que Pauly. Ninguno de los dos recordaba nada de sus cortas vidas en que el otro no estuviera presente, eran como hermanos. Crystal Hackman y Cristina se habían hecho amigas instantáneamente, se habían conocido en la oficina del Obstetra que las atendió a las dos durante sus embarazos, el Dr. Henry Weston, quien les hizo las cesáreas a una detrás de la otra.

Estando Cristina trabajando como interno en el Hospital Presbiteriano de New York, y por esas cosas que tiene el destino que nadie puede explicar, conoció de la manera más imprevista a Eugene Hackman, padre de Billy y esposo de Crystal. Se acordaba como si lo estuviera viviendo otra vez. Gene estaba hojeando la copia del expediente médico de un paciente que estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos, sentado en la sala de espera de la misma, Cristina venia entrando y sin quererlo leyó el nombre del paciente. Con la pasión que en aquel entonces llevaba sobre la piel no pudo evitar dirigirse a él.

–¿Es usted el abogado de Miguel Cuervo?

Eugene levantó los ojos del expediente para posarlos en Cristina, después de reponerse de la impresión que le causo su belleza, aun vestida con pijamas quirúrgicos y bata blanca que le quedaba muy grande, le preguntó

–¿Y tu quién eres?

–Uno de los médicos que lo atienden.

–No te parece que deberías esperar cumplir la mayoría de edad antes de tratar de engañar a la gente con el cuento de medico.

–No coja el caso, perderá.

Le dijo Cristina y siguió caminando hasta entrar en la unidad. Cuando las puertas automáticas se cerraron detrás de ella, Eugene se olvidó del incidente y siguió leyendo.

Un mes más tarde, y después de muchas horas de trabajo, cuando el caso fue desestimado por el juez, Eugene se recordó de la linda muchachita que le había advertido que iba a perder, y cuál no sería su sorpresa cuando estando sentado en el salón de espera del obstetra con su esposa, vio de nuevo como la joven entraba e iba directa a saludar a Crystal quien se paró y la abrazó con ternura.

–Hola Cristy, te ves mucho mejor, y ya se te está notando… Mira este es mi esposo Gene.

–Ya nos conocemos. ¿Se acuerda de mí?

Le preguntó Cristina a Gene que no salía de su asombro.

–¿Cómo sabias que iba a perder el caso? Todo estaba a nuestro favor y el hospital estaba en problemas, se preparaban para perder una demanda millonaria. ¿Qué sabias tu que los demás ignoraban? O eso fue un golpe de suerte de tu parte.

–Yo revisé el caso para la defensa. La suerte no llega sola señor Hackman, hay que saber a donde esta e ir a buscarla; a los que unos le llaman suerte, yo le llamo dedicación y entereza para llevar hasta el final nuestras teorías cuando estamos seguros de ellas.

–Pero tú no eres médico.

Cristina solo sonrió y después de despedirse de Crystal siguió adelante y entró por la puerta lateral de la oficina. Tenía solo tres meses de embarazo y ya se le notaba algo de barriga. Estaba muy delgada pero tenía buen color.

–¿Mami, nos vamos?

La voz de Pauly la trajo de vuelta a la realidad

–¿Tienen todo lo que necesitan?

–Estamos listos tía Cristy

Era Septiembre y los Yankees de New York, tratando de regalarle a la fanaticada una tarde más de verano, estaban peleando por el Campeonato de la Liga Americana con sus eternos rivales, los Medias Rojas de Boston. Cristina era una de las privilegiadas personas que podían tener asientos de temporada en el Yankees Stadium, justo sobre el dog–out de los Yankees, entre Primera base y Home Play. Era una de las inversiones más acertadas que había hecho en su nueva vida, disfrutaba el Baseball sin reservas, y así se lo enseño a Pauly, que a su vez tenía habilidades deportivas excepcionales; como su padre…

–Pues vámonos.

Salieron al frente donde Gerald los esperaba con el motor andando y las puertas abiertas.

–¿Ganaremos hoy Dra. Gallagher?

–Por supuesto que si Gerald, verdad muchachos.

–Pues claro, y también ganaremos la serie mundial.

–Así se habla Pauly…

Ya en la limosina los niños se entretuvieron con sus video–juegos electrónicos y Cristina recostó la cabeza en su asiento, cerrando los ojos para volver a recordar… No sabía por qué lo hacía, era como si recordando el principio pudiera de alguna manera cambiar el final, como ver una película cuyo final se sabe pero siempre se tiene la esperanza de que ocurra el milagro… Cuanto había cambiado el color de la esperanza…

Aquella fatídica noche en Boston, cuando después de cerciorase de que Gavina estuviera completamente dormida, cosa que era casi imposible porque Sasha le ladraba constantemente desde el otro lado de la puerta, se fugaron. Parecía mentira como su querida perrita había entendido al fin que necesitaban silencio para huir. De allí se dirigieron a casa de los padres de Rosi donde los recogieron y esa misma noche salieron rumbo a New York.

Al principio Rosi no entendía por qué Cristina quería ir a donde estaba el peligro, pero con el tiempo se dio cuenta que esta tenía razón, “Nadie pensará en buscarnos aquí, ellos creerán que nos hemos ido lejos a escondernos para ocultar mi vergüenza, veras que todo saldrá bien.” Que fuerte había sido, se asombraba de cómo había podido sobrevivir a semejante episodio y que al final la vida le regalara un hijo del hombre que más amó en su vida, el único, el primero y el último. Como habían llegado de madrugada a la Iglesia de la Encarnación, en el pobre barrio del alto Manhattan donde los caribeños se mezclaban todos manteniendo su identidad. Como el padre Guzmán les había dado un cuartico en la trastienda de la sacristía donde habían vivido por unos días hasta que los malestares del embarazo empezaron y el sacerdote la sacó de la iglesia reprochándole su pecado sin dejar que ella le explicara nada, como tuvieron que vivir en un refugio de indigentes hasta que Cristina pudo empezar a reunir algún dinero para mudarse a un apartamento cercano al Hospital Presbiteriano, donde empezó a trabajar el primer día de llegar a la gran ciudad.

Como había tenido que dejar de comer para dejar a Sasha en una clínica de animales, pues no pudo conseguir un refugio para perros en donde poder dejarla para recogerla después. Allí, en aquella clínica, se quedó el pobre animalito por casi dos meses hasta que ella reunió el dinero para sacarla. El sufrimiento de su perrita, la cual se había sentido abandonada por su mamá, no podría pagarse con nada d este mezquino mundo.

Si la estaban buscando, allí nunca la encontrarían; no Paul, él dejó muy claro en su carta que no quería verla nunca más, pero estaba segura de que Gavina seguiría indagando para encontrar su paradero; sin embargo, la pobre era tan bruta que nunca se hubiese imaginado encontrarla allí. ¿Cómo se habrían juntado estas dos mujeres, Gavina y la otra? ¿Quién había buscado a quien? Había tantas preguntas que seguían sin respuesta… Los años le habían quitado importancia… Ya nada de aquello la afectaba, ahora solo importaba Pauly, que creciera feliz, rodeado del amor de su madre y de su abuela Rosi.

–Mira mami, ya se ven las luces del Stadium.

Los gritos de los niños la hicieron sonreír y olvidar por un momento aquel pasado que vivía tatuado en su alma. El nuevo Yankees Stadium se erguía en lo que a principios del Siglo XX fuera el “Polo Club”, que por cierto no tenía nada que ver con Polo ni con caballos. El Polo Club era el campo que compartía el equipo de Football, de los New York Giants con los Yankees. En el 1921, a raíz de la adquisición de Babe Ruth por el equipo de los Yankees; incluyendo la maldición que este le conjurara a los Medias Rojas de Boston que no pudieron ganar un campeonato mundial en 84 años, los fanáticos de los Yankees sobrepasaron a los de los Giants en varios miles, estos sintiéndose ofendidos forzaron a los peloteros a irse de su campo. Fue así como el primer Yankees Stadium fue construido. Este fue el primer campo deportivo que llevó el nombre de Stadium en el país. El primer Stadium que se edificó en el mundo, consistió en un campo de aproximadamente 200 metros donde se efectuaban juegos entre las distintas ciudades–estados de la antigua Grecia durante la cúspide del imperio, el mismo se construyó en la ciudad de Olimpia; de aquí el nombre que se le da a los modernos “Juegos Olímpicos” que se celebran cada 4 años y donde tienen derecho a participar todos los países del mundo sin exclusión.

El Yankees Stadium fue la primera edificación deportiva de tres pisos que se construyó en los Estados Unidos, con una capacidad de 70,000 espectadores, este fue por ocho décadas la cumbre del Baseball norteamericano, el sitio donde todos los niños que cogían un bate y una pelota para jugar en las calles, soñaban algún día llegar. El más reciente y súper moderno Yankees Stadium se abrió en Abril del 2009 y fue edificado en el antiguo Polo Club de New York; la vida está llena de ironías, ese terreno lo adquirió el famoso magnate neoyorkino de ascendencia alemana, Astoria, por 600,000 dólares a principios del siglo XX, hoy en día su precio es incalculable.

El Baseball era el pasatiempo nacional de los estadounidenses, y los play–off, previos a la Serie Mundial, mantienen al país en ascuas hasta que los cuatro equipos, dos de la liga Americana y dos de la liga Nacional, ganan el derecho a jugar por ser los campeones del mundo. Conseguir entradas para ver estos juegos era casi imposible, a no ser que se tuviera mucho dinero. Fue por eso que Cristina, en cuanto pudo, adquirió una membrecía anual para poder comprar año tras año las entradas para la temporada completa y por supuesto para los play.off y la serie mundial.

Aunque todavía faltaba una hora para que comenzara el juego, Cristina se dio cuenta que los alrededores del Stadium estaban llenos de personas que venían de todas partes para presenciar la lucha entre estos eternos rivales. Tanto los niños como Cristina venían luciendo sus gorras de los Yankees, con sus camisas y pañoletas al igual que la mayoría de los allí presente. Los vendedores de hot–dogs y cerveza no se daban a bastó para complacer a todos los espectadores; se dice que no hay mejor hot–dog que el que se come en el Yankees Stadium.

–Tía Cristy, por cuanto vamos a ganar hoy..

–Hoy lo importante es ganar, cualquiera que sea el número de carreras que se hagan.

–Y podremos coger alguna pelota.

–Hay que estar bien atentos.

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